Monday, July 31, 2017

Los niños corren cuesta arriba


Trabajé en un madrileño colegio de barrio obrero con mucha solera deportiva. Un botón de muestra es que todos los años allí se hace una carrera exclusivamente para alumnos entre los cuatro y cinco años. Llenos de emoción se preparan para correr una recta de cien metros, con un poco de pendiente, hasta el pistoletazo de salida. La primera vez que lo vi pregunté por qué se ponía a los niños a correr cuesta arriba. La respuesta no la esperaba: a esas edades tienen la cabeza muy grande respecto a su cuerpo, y si corren hacia abajo se pueden caer. Paradójicamente hay gente mayor que se empeña en optar por lo más fácil, correr cuesta abajo, y así terminan por perder al niño y a su cabeza.


¿Qué es lo más profundamente real?

            Muchas personas piensan que la noche de Reyes es una ficción, mientras consideran que la aniquilación absoluta de millones de niños todavía no nacidos por el aborto es mucho más real. Quiero discrepar: Se trataría de voltear la realidad, el único modo de entenderla, dando prioridad al espíritu sobre la materia. Las hadas de aquella noche mágica son mucho más reales y permanentes que el caballo de cartón o la play-station, que pronto quedarán desfasados. La total indefensión e inocencia del nasciturus asesinado es dramáticamente más vigorosa que sus organismos malogrados, e incluso que los cañones de mil guerras. Las primeras enmudecen, pero gritarán; los segundos atronan, para terminar en el silencio más absoluto. La inocencia no puede morir definitivamente porque es la bandera digna de la naturaleza humana y aunque nuestra paradójica condición se vuelva contra sí misma no se puede autodestruir totalmente, del mismo modo que no se autocreó.

            Incluso desde la pura biología se hacen evidentes razonamientos asequibles a un párvulo. El renacuajo tiene bastante que ver con la rana; así como el capullo con la mariposa. En ambos hay una suerte de magia transformadora: una estrategia de crecimiento, un sistema operativo y unificador de millares de funciones. Entre ellas, destaca en el homo sapiens la facultad incorruptible –y, por tanto, inmortal- de obtener ideas inmateriales. Este programa prodigioso de vida es la hoja de ruta del ser humano; y sin hoja de ruta estamos perdidos: ya no sabemos quién es el hombre; quiénes somos nosotros mismos. Cuando el interés personal -aliado con el más nefasto capitalismo- se hace derecho, los débiles se ponen en el punto de mira y la sociedad pierde estratos de humanidad, haciéndose más violenta.

            ¿No le convencen estos razonamientos? Discúlpeme: si se lesiona violentamente algún miembro de su cuerpo sentirá menos dolor que un bebé intrauterino abortado mucho antes de 28 semanas de gestación; tiempo en que algunos promueven ahora para establecer arbitrariamente un inexistente lindero de lo humano

La victoria de la vida

Defender la vida humana del concebido y no nacido supone ahora una gran aventura que se identifica con una profunda inteligencia. El inocente, el bebé, al que se mata impune y legalmente, vale más que mil universos. El que se elimine a tantos no  es más que otra clarividente prueba de que el mundo está al revés. El triunfo aparente de la cultura de la muerte no es más que el negativo de la foto de la vida. Quien considera que los principios de fuerza, de odio y de radical autonomía son los quicios del mundo no es más que un desquiciado. La inocencia de un chaval intrauterino masacrado tiene tal fuerza magnética que acaba por arrasar el corazón y la mente de sus ejecutores: posibles madres que se arrepienten horrorizadas de lo que han hecho, consumados abortistas que se declaran con posterioridad, y llorando, “asesinos de masas”.

El actual estado de embotamiento y criminalidad mundial abortista es una herida siniestra  y profunda que la humanidad enferma elige para autolesionarse. Sin embargo, lo más profundo que existe en el hombre es algo que él no ha elegido: la misericordia, la ayuda, el amor que afirma la vida. Estas reglas del juego de la existencia actúan como frontones de hierro contra las embestidas de una libertad desarraigada y sin fruto. La persona humana, como una madre, puede afirmar lo que es y amar; o afirmar lo que no es y odiar; que ninguno dude de quién es la que va a prosperar.

            La consideración del niño que va a nacer como legal objeto de posesión de sus padres no es más que un episodio de tremenda pérdida de dignidad. Si alguien considera radicales estas palabras le invito a que vea filmaciones de abortos que no quiero ahora describir. Pero la pérdida de dignidad es la pérdida de identidad: un proceso de nihilismo que se destruye a sí mismo. La cultura de la muerte se matará a sí misma; como el más voraz de los cánceres. De todo ese dolor no siempre saldrá inhumana desesperación sino purificación, enmienda, resurgimiento y comprensión.

La cultura de la vida es la única que va a vivir, aunque da mucha pena tanta ceguera y obstinación en lo inaceptable: el cinismo egoísta. No es preciso ser cristiano para ser un defensor de la vida; basta con ser mujer u hombre. Sin embargo, los cristianos pertenecemos a la cultura del niño; es por esto que el aborto es justamente lo contrario al cristianismo: a Belén.

 El espíritu de la vida

          Conviene meditar en qué consiste el ambiente de la vida. Pienso que el espíritu de la vida  no es otro que el del genuino hogar. Es un espíritu vigoroso y enamorado, tierno y enérgico, comprensivo, divertido y, ante todo, victorioso. Si muchos abortistas lo entendieran y asimilaran llorarían de felicidad durante días enteros, al ver como empieza a iluminarse y a palpitar su corazón de cartón. La vida no es un episodio de la muerte; la muerte si es un episodio de la vida. No hicieron las tinieblas la luz; sino la luz las tinieblas. Nerón, Hitler y toda la caterva de tiranos que han poblado y pueblan la tierra pasaron y pasarán con pena y sin gloria. Sin embargo la vida humana renace todos los días entre sus dudas y esperanzas, entre sus miedos y alegrías. Porque el espíritu de la vida es lo permanente; el que es. Por este motivo prevalece el ser y no la nada.

            La buena metafísica es la cuna de una antropología entrañable; volvamos de nuevo a ella. Un hombre puede haber sido profundamente bobo y, sin embargo, muy querido; cuando él se percate de esto renacerá a la vida. Pero si no descubre que ha sido amado; lo que sin duda descubrirá es que ha sido un bobo. Por este motivo pienso que el auténtico reto para la vida es la reforma del propio corazón. La capacidad de pensar en los demás, de querer a la gente con sus  grandezas y miserias; la posesión de un espíritu apto para disfrutar y ser feliz. El sentido práctico de la propia existencia y el buen humor –tan relacionado con el buen amor- no son sólo consignas de un libro de autoayuda. Se trata de realidades hechas vida por personas muy queridas que tal vez nos dejaron  ya en este mundo, pero cuyo espíritu vive y ha inspirado estas palabras y otras mucho mejores que se puedan escribir.

           
           La mayoría de los actos admirables y estimulantes de la vida no serán siempre objeto de los titulares de prensa. Quedarán, ante todo, en el feminismo a ultranza de la maternidad, en la discreta conversación entre un abuelo y su nieta, o en el indiscreto y certero consejo de un alumno a su profesor. Ignorar vitalmente estas cosas infinitas, personales y cotidianas, u olvidar la gratuidad de un nuevo día de existencia, son despistes mezquinos desde los que no se puede edificar una cultura de la vida.

 Educación para la vida

            La cultura de la vida nace del respeto y de la benevolencia con las personas. La cultura de la muerte, de hecho, se nutre del odio a los demás. Tras varios años siguiendo con más empeño la actualidad sobre la defensa de la vida humana pienso que la causa del egoísmo –la causa de la muerte- nos puede inducir a un error fatal: el odio, de hecho, no ante los asesinatos sino ante los destructores de niños. Enamorarse de los ideales produce cierta desconfianza porque lo que verdaderamente se ama son las personas concretas. La cultura de la vida no puede nacer del resentimiento, aunque deba exigir una reimplantación de la justicia.

Creer en la vida supone cultivar la propia con esfuerzo, saber adaptarse a los ritmos de la naturaleza, desarrollar las propias capacidades: Tener metas, ilusiones, esperanzas. La alegría de vivir se basa  en saberse queridos y, por lo tanto, exigidos. La familia es el lugar privilegiado para tal convicción y actitud. En el propio hogar se expansiona la personalidad. Se trata de una comunidad de vida, de amor, de confianza, de esfuerzo, de fidelidad. La familia es el lugar donde se aprenden las virtudes morales, las principales referencias de la existencia. Es en ella donde se aprende lo que es la gratitud.

Sin gratitud la vida es compleja, enfermiza, perversamente inquieta. Apreciar la vida como un don supone dicha, alegría interior y esperanza; pese a los reveses que puedan venir. Desde la familia y la gratitud el hombre aprende a tener una vida lograda, y a labrar una biografía con libertad generosa que no es fin para si misma. En la dicha y en el dolor la persona aprende a ser feliz porque sabe descubrir el sentido de sus días; sean maravillosos, duros o sencillos.

El frontal ataque contemporáneo a la indefensa vida humana no nacida es también un ataque a la familia. El nonato se convierte en la plasmación vital de una entrega que no se quiere aceptar, porque no se sabe amar. En un campo minado para la negación a la vida la familia no puede constituirse; y el hombre y la mujer se agostan. Una sociedad abortista es una sociedad tan llena de activismo –cierta huida de uno mismo- como de desesperanza. Todo un mundo de apariencias es deslumbrado por necias ambiciones de colorines. Un mundo que se hunde lentamente en el pantano de la tristeza y de la ingratitud.

La familia ha resistido y resistirá todas las embestidas del mal porque en ella hay providencia y semilla divina. Sigamos construyéndola y defendiéndola. Cuando los imperios de la ingratitud se desmoronen lo único que podrá quedar será el amor, la familia y la vida. Pero, ante tantas pérdidas, es precisa una nueva creatividad a la altura de los tiempos y una renovada pedagogía de la vida.

La cultura de la vida corre cuesta arriba. Por esto, como el niño, va con la cabeza alta y no se caerá en su carrera hacia la victoria.

Sunday, July 30, 2017

Soledad y compañía

En ocasiones llegamos a casa y experimentamos soledad. Vivimos una soledad que se nos antoja injusta, en ocasiones irremediable. A esa soledad cabría plantarle cara, enfrentarse a ella, preguntar su por qué; pero ese camino se nos antoja difícil y poco prometedor. Es más fácil, y muchas veces más práctico, hacer cosas: trabajar en algunos cuestiones, procurar divertirnos, descansar o llenar el tiempo con actividades. Así se capea el temporal e incluso el espíritu se entretiene; aunque todo esto no cura la frustración de la compañía que nos ha sido quitada.


Dominio o servicio   

Las situaciones humanas son muy diversas y en personas bien acompañadas incluso se añora algunas veces la soledad. Recuerdo la dedicatoria de una tesis doctoral que decía: “A todos mis amigos, sin cuya ausencia habría sido imposible hacer este trabajo”. La soledad puede ser una especie de bendición para la persona multiatareada. Pero la sabiduría antigua dice que no es bueno que el hombre esté solo. A esa soledad dura y difícil, que padecen hoy incluso gente muy joven, es a la que nos estamos refiriendo.

            Otras veces es la soledad de un ser querido la que nos duele. Le damos la compañía que podemos pero nos damos cuenta de que esto no es suficiente, que esa persona necesitaría una compañía más completa, y la vida parece negárselo. A veces se trata de familiares cercanos. Cómo no recordar a tantas personas mayores que padecen soledad, incluso en buenas residencias acomodadas para ellos. Ante situaciones de mendicidad en las calles de nuestras ciudades, donde vemos hombres desarraigados y solitarios que necesitarían hasta atención psiquiátrica, tampoco tenemos muchas respuestas.

            Es propio de la gente joven buscar compañía de amistades para pasarlo bien y hacer planes divertidos. De esas relaciones surgen lazos de amistad y de afecto. En nuestro mundo la afectividad ha saltado muy por encima de los muros de contención de la razón, que fueron vistos como imposiciones. Hoy parecen frecuentes las relaciones afectivas intensas y esporádicas entre chicos y chicas, hasta tal punto que en algunos casos tales relaciones se consideran como una suerte de logros o condecoraciones para la solapa del ególatra. Ese tipo de relaciones, casi tan pasajeras como un clínex, se muestran muy deshumanizadas: no establecen vínculos de solidaridad sino todo lo contrario. Esa comercialización del afecto –aunque no haya dinero de por medio- genera personalidades desequilibradas y, al final, solitarias. Por supuesto que esto no es la mayor parte de la realidad –así lo espero muy de veras- pero puede aportarnos algo de luz respecto a las relaciones que si generan verdadera compañía humana. Cuando las relaciones parten de la voluntad de servicio, de deseo del bien ajeno aún a costa de personales sacrificios la cosa es bien distinta. Los verdaderos amigos, aun estando lejos, se sienten unidos por una suerte de fraternidad probada por la virtud. Las personas que, como don y tarea, desarrollan una cualificada y cultivada paciencia con sus familiares que se torna en más y más cariño, nunca están solas.

            Cambiar la voluntad de dominio propio por la voluntad de servicio requiere una transformación interior que aboca a la felicidad. Cuando la persona se siente sola puede rezar con fe, empeño y tenacidad. Lo que para algunos es un gemido desvaído para otros se transforma en un manantial de agua clara que brota de modo fecundo y distinto a la tierra árida del propio espíritu. De ahí no salen ideas extravagantes sino sencillas, llenas de sentido común y de pautas del bien vivir. Esta comunicación con Dios es fuente de un realismo cristiano que lleva el resello de la esperanza por muy apurada que sea la situación personal. Dios, Quien más propiamente podría haber establecido una relación de dominio conmigo no quiere esto sino que se pone a mi servicio. La oración cristiana nos lleva a redescubrir la comunicación con nuestros semejantes. La apuesta en la gozosa confianza de que Dios me mira y acompaña hace que nunca me sepa y sienta solo y me lleva a saber que los seres a los que quiero y veo en apuros de soledad, tampoco están solos, aunque de momento no se percaten de ello. Es curioso: la soledad propia y la de los hombres del mundo puede ser un camino para darnos cuenta de la inimaginable compañía de la que todos gozamos.

Los propios defectos

         
En la vida hay épocas buenas y entrañables. Más tarde o más temprano las tornas pueden cambiar. Entre los elementos adversos que pueden afectarnos quisiera destacar uno de especial envergadura: la presencia de nuestros propios defectos. Pueden ocurrirnos cosas dolorosas pero en la medida en que no dependan de nosotros podemos mantener una saludable idea de inocencia propia. La persistencia de malas tendencias en nuestro interior, que crecen como malas hierbas, pueden resultar desanimantes y crear una soledad interior malsana.

Una tarde estaba a punto de concluir una excursión por la montaña con varios amigos. Cerca de los coches había unos cuantos pinos. Uno de ellos había crecido de un modo curioso: se levantaba unos pocos palmos, trazaba una larga línea paralela al suelo y volvía a subir...Era el único árbol en el que te podías sentar. No solemos saber las consecuencias de nuestros propios límites y la experiencia demuestra que, en bastantes ocasiones, es positiva.

El proceso de maduración personal, que abarca toda la vida, requiere superar algunas adversidades que podemos controlar y otras que no. Tras algunos periodos de oscuridad acaba saliendo el sol por Antequera; un lugar común que puede ser dichoso. También dicen que donde una puerta se cierra otra se abre.

Nos ayudan a nacer, a andar, a aprender...Tenemos que hacer lo que buenamente podamos y confiar en que esa constante de ayuda permanece respecto a nosotros aunque no la veamos. Sin embargo, la frecuencia de las estafas y de los crímenes desafía la anterior lógica optimista. Conviene también no olvidar que mucha gente sensata considera la muerte inevitable como una puerta misteriosa y prometedora.

Hay que refexionar hasta cierto punto. El hombre no está hecho para pensar mucho sino para amar mucho: para afirmar el mundo y a los demás, a pesar de los pesares. El amor, pese a sus riesgos, es la única actividad que es un fin en sí misma. Ser feliz no consiste en no tener riesgos; sino en querer a personas y proyectos buenos.

El hombre es libre pero parte de su yo está dotado de sentido desde fuera de sí mismo. Quizás por esto Chesterton afirmaba que “nuestro yo está más lejos que las estrellas”. Quizás nuestra vida es como un valioso billete...cortado por la mitad. Hemos de buscar con esperanza quien tiene la otra parte. Confiar es algo nuclear en el ser humano.

Gestionar bien las malas temporadas

            Dicen los sabios que la angustia se combate aceptando la realidad que nos toca vivir. Cuando estamos encantados de la vida no hay problema; lo difícil es cuando estamos desencantados...Problemas familiares, de salud , profesionales, académicos o relativos a amistades suelen ser los más frecuentes. Lógicamente si se pueden solucionar hay que hacerlo; pero no siempre es fácil, ni siquiera posible.

          En primer lugar conviene recordar el papel de la fortaleza: procurar hacer nuestras obligaciones lo mejor posible. Por otra parte es bueno no dar demasiadas vueltas a los propios defectos o a los defectos de los demás. También conviene saber valorar la variada gama de cosas agradables que nos brinda la vida: desde el desayuno hasta el sueño. Todo esto podría resumirse en la idea de intentar ser sufridos pero no sufridores.

            Cada persona suele tener algún problema crónico sin el cual piensa que sería más feliz. Lo que está claro es que uno no suele elegir sus problemas; lo que sí puede decidir son las soluciones que va a proponer. En la medida en que tengo un problema y no es por mi culpa no soy responsable ni culpable por ello. Donde mi personalidad se pone en juego es cuando ofrezco una solución. Un tartamudo puede amargarse o aceptar  su tartamudez. Si se amarga se está equivocando; si toma con salero su situación está gritándole al mundo con una voz superior y elocuente. No es un asunto fácil pero nadie piensa que hemos nacido solo para hacer cosas fáciles.

            Muchos de nuestros problemas son los límites del personaje que representamos en la vida: la ocasión para lucirnos. Si pensamos que somos totalmente artífices de nosotros mismos nos derrumbaremos porque no es verdad: no podemos controlar el mundo. Uno tiene una misión que cumplir que en gran parte no ha elegido. Recordamos ahora que puede ser más atractivo ser elegido que elegir.

            La representación de la que hemos hablado dista mucho de vivir de cara a la galería. Hay que llevarse bien con la gente, pero nos amargamos con frecuencia por lo que la gente piensa de nosotros y esto puede ser una vez más, una falta de personalidad. Relacionado con este asunto está la información y la comunicación, que deben ser ordenadas. Vivir todo el día utilizando la telecomunicación es despistarnos de la realidad inmediata: despistarnos de nosotros mismos.

            Una reflexión final en este epígrafe: Si a uno le duele  bastante su vida en algún aspecto es bueno asesorarse con alguna persona que merezca nuestra confianza. No siempre hay por qué apechugar con pesos que nos resulten  muy costosos. Pero conviene asesorarse antes de tirar un pesado saco de piedras, no vaya a ser que se trate de diamantes.

 Claves para la comunicación

            Una persona sencilla suele mirar las cosas con realismo. La complejidad establece una serie de filtros u obstáculos respecto a la realidad. La experiencia de la vida puede llevar a afrontar cada nueva jornada desde unos principios, asumidos personalmente con la lógica influencia familiar y de otros círculos sociales. Si se cree en la verdad del mundo se cree en la verdad de uno mismo. Alguien que tiene ilusión por la verdad no teme afirmar la suya propia cuando ha cometido un error. Tiene la suficiente madurez para darse cuenta de que se puede equivocar y que tiene que rectificar con frecuencia.

La honradez ante los propios errores lleva a admitirlos cuando sea preciso. Mentir sobre uno mismo es una forma de deshonrar la propia verdad interior. Aparentar ser de un modo cuando se es de otro lleva a una pérdida del sentido del valor de uno mismo. Las complicaciones que son consecuencia de un querer aparentar lo que uno no es nos introducen en un mundo falso donde casi todo se valora por el rasero del propio interés. El cinismo llega a identificar la verdad con el interés personal; incluso con el interés de los demás, siempre que coincida con el propio. De esta manera se olvida la verdad de las cosas por sí mismas.

La sinceridad es manifestar la verdad de la propia vida: sencilla, limitada y con errores. La grandeza del hombre sincero es que puede mirar con un rostro verdadero porque cada vez sabe mejor quien es y procura aprender de los sucesos de la existencia.
La sencillez, el conocimiento de los propios límites y un enfoque de esperanza son valiosos elementos para construir una vida lograda, llena de sentido y de compañía.


Saturday, July 29, 2017

Papá

              
              En la vida hay algunos momentos especialmente importantes, llenos de sentido, donde puede jugarse nuestro futuro. Cada uno recuerda esos trascendentales instantes de su biografía. Un amigo me aseguraba que uno de los momentos estelares de su vida sucedió, muchas veces, siendo él pequeño. Ocurría cuando, en el largo pasillo de su casa, jugaba a las canicas con su padre. A un extremo y otro del pasillo, se situaban mi amigo y su juguetón progenitor. En medio de la distancia que les separaba, se ponía una gorda canica de colores. Desde sus respectivos puestos, padre e hijo, con canicas más pequeñas, intentaban darle un toque a la grande. Quedé un poco extrañado de la importancia que daba mi amigo a cuestión tan doméstica y simplona. Él me aclaró, algo solemne, que le parecía que cuando padre e hijo se lo pasan bien acertando a dar en una esfera, es como si una familia pudiera cambiar la trayectoria del mundo.

Un padre y una lechuza

          Otro antiguo compañero del colegio, me relató una sorpresa sucedida en una tarde de su infancia. Al salir del colegio, vio que un buen grupo de compañeros rodeaban a alguien. Era su padre, quien venía con una lechuza viva posada en uno de sus dedos. La lechuza pasó a las manos del hijo, y los tres: padre, hijo y lechuza, emprendieron el viaje a casa. A lo largo del camino llegaron a la conclusión de que era mejor soltar al pájaro en un parque. La pajolera lechuza mostró cierto desacuerdo, y comenzó a oprimir con sus garras los dedos del chaval, quien con una certera sacudida del brazo puso en vuelo a la curiosa ave, de mirada profunda. Pero quien tenía mirada verdaderamente sabia era aquél padre, que decidió dedicarle tiempo y diversión  a su hijo, aun a costa de pasar más de una hora con un extraño  animal provisto de un amenazante pico, que en cualquier momento podía poner en acción.

  En opinión de aquél hombre, había dos males en el mundo: la falta de moralidad y el exceso de ambición. Luchaba personalmente contra ellos. Tenía un buen trabajo en una sólida institución administrativa. Disponía, sin embargo, de bastante tiempo libre por la tarde. Lo ocupaba en un sugerente fondo de inversión: estaba en su casa. Simplemente ...¡estaba ahí!, disponible para ayudar a lo que hiciera falta a su mujer y a sus hijos.

 Qué seguridad ofrece a su familia un padre fiel. No se trata de ser ningún héroe y, sin embargo, esa vida termina por ser heroica. Claro que es bueno moverse y tener iniciativa empresarial, pero siempre que no se ponga en jaque la empresa más importante: los familiares más próximos. Con frecuencia, no es sencillo compaginar las múltiples ocupaciones profesionales y sociales con la dedicación al hogar; pero lo que ayuda mucho es tener clara una jerarquía de valores. Un buen padre puede ser algo marmolillo, no muy sobrado en psicología juvenil, e incluso no demasiado simpático. Pero pese a no ser un genio puede ser excelente, porque la excelencia tiene que ver con la perfección, y la perfección se logra sobre con cumplir la propia misión en esta vida; y no tanto en no tener ningún defecto, cosa por otra parte imposible. Esta perfección está íntimamente ligada con la fidelidad. Haberse entregado a su esposa, para llevar a cabo algo más grande que ellos mismos, es algo de una gran belleza moral.

Un hombre sensato no puede llevar el corazón en la mano en las relaciones con otras mujeres. Debe saber que existen millones de señoras y señoritas encantadoras de las que se puede enamorar. Junto con un trato natural y cordial, un esposo inteligente intima menos de la cuenta con quien no es su esposa. Esta prudencia no es una reminiscencia anticuada; es sentido común: algo tan progresista como no renunciar a tener una cabeza y un corazón.

Basar el amor a la propia mujer en lo que marca el termómetro de la afectividad es un diagnóstico equivocado. Los enamorados se miran uno a otro, pero también han de mirar a un proyecto común que les compromete de por vida. Por sacar adelante este ideal, con efectividad esmerada, la afectividad también se renueva adoptando los modos propios de cada edad.

Qué bonita es la grandeza de una noble vida privada. Qué gran patrimonio para los hijos es un matrimonio bueno. En la era de la comunicación –bienvenida sea-, hay que recordar que es mucho más importante la compañía. El hombre que piensa más en su familia que en sí mismo no estará solo. Sentará bases sólidas para la confianza matrimonial y, aún en el caso de la infidelidad del cónyuge, él podrá ir por la vida con el corazón dolido pero con la cabeza alta. Es la cabeza la que debe guiar nuestros pasos, porque es la que puede mirar hacia adelante y hacia arriba. Aunque lo más grande de una persona sea la calidad de su amor, el corazón solo no es un buen guía para el camino de la vida.


Los padres y sus proyectos

            Un hombre normal es un tipo con proyectos; aunque se puedan pasar por etapas de desánimo o contrariedad. El descendiente del Cromañón empieza a fraguar ideas, a veces acertadas, otras muchas poco realistas. Sujetar la cabeza es una de las domas más difíciles de esta vida. Pero se trata de un deporte muy importante para no caerse al suelo.

           Un padre, con un intenso trabajo, mujer y diez hijos, me contaba divertido una cosa que le ocurría frecuentemente al llegar  cansado a su casa.  Tenía la ilusión de ir escribiendo poco a poco un libro de su especialidad. Sin embargo, una hija reclamaba su atención para comprobar sus avances con la guitarra eléctrica. Una vez escuchada una sintonía poco afinada, que solo el amor paterno puede apreciar, otro hijo le pedía consejo sobre su pericia al piano. Al final de la tarde, aquél hombre prácticamente no había escrito nada de lo suyo. Conste, que en este caso, el interesado consiguió publicar varios libros, aunque ensanchando generosamente los plazos marcados para su realización.

          Todos podemos darnos cuenta de que el gran proyecto para cambiar el mundo empieza por cuidar con esmero la propia familia, posponiendo o sacrificando otros intereses por legítimos que sean. Nos ilusiona tremendamente triunfar en el terreno profesional. A todos nos gustaría levantar imperios como los de Inditex, Mercadota o Ikea. Ojalá que algunos podamos conseguir éxitos parecidos; pero los alimentos de la casa, el vestido de los hijos y los muebles entre los que vive esposa son lo primero; también lo último: quedan grabados a fuego en el alma.


Padres educadores

            En cierta ocasión un chico de unos doce años le comentó a su padre que en el colegio le habían dicho algo muy raro en clase de Religión. El cabeza de familia se interesó por la cuestión. Realmente se trataba de un punto de importancia contrario a la fe católica, que la familia profesaba. Por la tarde fue al colegio y preguntó más concretamente por este asunto. Comprobó que su hijo tenía razón. Esa misma tarde lo sacó del colegio, estando ya el curso avanzado. Podría parecer una exageración, propia de un rigorista escrupuloso. Pero los que conocimos a aquel caballero, divertido y entrañable, sabemos que no era así. A ese hombre le interesaba vivamente la fe de sus hijos, a los que también enseñó el valor grandioso de la libertad humana.

            El principal modelo educativo es la responsabilidad que los padres, y no solo las madres, tienen en la educación de sus hijos. Lo que ahora quiero destacar es la disponibilidad personal, la capacidad de escuchar, de comprender, y de actuar si es preciso. Articular la autoridad con la libertad, no es fácil en la adolescencia y la juventud de los hijos. Sobre todo porque la autoridad más que imponerla, hay que ganársela, con una actitud merecedora de ella. Hay muchas situaciones posibles: un padre excesivamente severo se quiere más a sí mismo que a sus hijos. Lo mismo ocurre con un padre excesivamente blando y complaciente. Por ejemplo: un padre no debe imponerle el vestido que ha de llevar a una hija de dieciséis años, pero tampoco puede desentenderse totalmente de él.

            Los hijos tienen múltiples amigos, muchos profesores, pero solo tienen un padre y una madre. Aunque en algunas etapas de la vida, los chicos parecen o hacer ni caso – a veces se trata de un paradójico modo de pedir “díme lo que tengo que hacer”-, los consejos nacidos del amor de un padre o de un madre, no se olvidan nunca. Las referencias existenciales de toda persona están en la vida de su padre y de su madre. Cuando esto no ocurre, la propensión a la desconfianza y a la tristeza están a la vuelta de la esquina. Esto no quiere decir que chicos que no viven con su padre o su madre no puedan  tener un buen proyecto de vida; pero muy probablemente les resultará más difícil si no encuentran las ayudas adecuadas.


Padres que saben estar

               Se dice, con toda razón, que el matrimonio ha de basarse en la igualdad del hombre y de la mujer. Pero no es menos cierto, como escribe Natalia Sanmartin en su libro “El despertar de la señorita Prim”, que “la base de un buen matrimonio, de un matrimonio razonablemente feliz (porque no existe, desengáñese, ninguno feliz por completo), es precisamente la desigualdad, que es algo indispensable para que pueda existir admiración mutua”. En esta revigorizante, exigente y mutua entrega se apoya ni más ni menos que la humanidad. Es fabuloso ver cómo maridos cuidan de sus esposas enfermas hasta la muerte; lo mismo que sucede al revés. Son personas que, como dice Alasdaire MacIntyre, se han dado cuenta que reconocer la dependencia es clave para la independencia. Es significativo que en caso de quedar viudos, la mujer suele desenvolverse mejor en la vida. Ellas son más fuertes.

               Conviene no llegar a situaciones en la que un hijo pueda decir “papá, vuelve a casa”. La paternidad es como el cauce sufrido y seguro por el que discurre con normalidad la vida de la familia. La paternidad hace que el hombre mire con ojos nuevos al mundo. La filiación es la condición radical de la vida de toda persona. Los ojos de un buen padre están encantados y fijos en los de su hijo. Por esto, resulta maravilloso y entrañable que el cristianismo nos revele a Dios precisamente como Padre nuestro. La parábola más conocida del Evangelio, la del hijo pródigo, nos revela la grandeza de una paternidad a prueba de bomba.  Se trata de un Padre que sabe esperar y se alegra con lo que más puede llenarle: la alegría de su hijo. 

Friday, July 28, 2017

La cualidad es mucho más que la cantidad

En nuestro mundo digital parece, más que nunca, que una distinción de cualidades no es más que un cambio en la distribución de cantidades. Un ejemplo elemental es un cambio de color; otro más complejo puede ser un cambio en la salud. Sin embargo, las cantidades no se distribuyen a sí mismas. El mundo está configurado siguiendo unos sistemas de orden; y el orden está en la materia sin ser material: pesan lo mismo los componentes de una casa, construida o sin construir. Además, quien está pensando sobre cómo es la cantidad no es la cantidad sino mi mente: un principio racional que, contando con el cerebro, se distingue cualitativamente de la materia. En conclusión: la cualidad se da en la cantidad, pero es algo más que cantidad; mucho más. Todo esto no son especulaciones en el aire. Se pueden aplicar al deporte, a la empresa y a la familia.

Thursday, July 27, 2017

Dios, felicidad y justicia

Situaciones como el fallecimiento de un familiar, o diversas injusticias del mundo, pueden hacer que algunas personas duden de la existencia de Dios. Sin embargo, es precisamente la existencia de Dios la que me da pie a creer que volveré a encontrarme con mi difunta y queridísima madre. También afirma que a los millones de seres humanos inocentes asesinados por guerras, atropellos, accidentes o enfermedades, les espera una eternidad donde serán recompensados. Por este motivo, creer Dios supone el más firme baluarte para la seguridad de la felicidad y la justicia humanas.

Wednesday, July 26, 2017

La grandeza de la sencillez


Hace pocos años se puso de moda la expresión "antes muerta que sencilla". Pese a ser un slogan bastante simplón, podía resultar divertido. Pero el fondo del asunto no es tan gracioso: la sencillez es rechazada, con frecuencia, porque suena a monotonía y aburrimiento. Sin embargo, lo que ocurre puede que resulte ser algo muy distinto. La sencillez tiene una fuerza y un magnetismo fantásticos, que para los seres humanos no es fácil de conquistar. La serenidad imponente de una montaña o de un lago, muestran una espléndida sencillez que viene dada. Ahora bien, tener la moral tan alta como un pico nevado y vivir de un modo establemente sereno, como un remanso de aguas limpias y profundas, es algo que hay que ganarse a base de bastante esfuerzo.

Sencillez y admiración

Una semilla determinada, con nutrientes y agua, puede dar lugar a un haya. Cuando se ve este prodigioso árbol desarrollado, es fácil pensar en un cuento fantástico. El surgimiento de ese coloso con ramas podría considerarse como una especie de fantasía hecha realidad. Mediante asombrosos códigos biológicos, la materia inerte pase a ser un espléndido ser vivo; y esto es algo digno de admiración. La mirada agradecida ante la naturaleza brota, en buena parte, de la sencillez de espíritu. Pero  si en vez de admirar el árbol, mi mente está enredada en múltiples complicaciones personales... me puedo estar yendo por las ramas. Pierdo, con estos líos mentales, el núcleo de la vida, que tiene mucho que ver con el agradecimiento.

Ciertamente no es fácil irse asombrando constantemente de lo que vemos, como si estuviéramos con Alicia en el país de las maravillas. Esto sólo se le tolera a los niños, con comprensiva indulgencia. Aunque, pensándolo mejor, quizás es que a los adultos nos falte, muchas veces, alguna Alicia que nos explique porque este mundo puede ser maravilloso.

Las catástrofes diarias narradas en los telediarios, las enfermedades y los contratiempos, parecen encapotar la sencilla y humanísima dicha de vivir. Ver a un discapacitado, o a un joven con una grave enfermedad, no nos mueve precisamente a ver la vida con un optimismo infantil. Pero ante la reiterada presencia del dolor, cabe una lectura más original, verdadera y positiva de lo que sucede a nuestro alrededor. Al ver la entrañable escena de un chico y una chica síndromes de Down, cogidos de la mano, puede que se nos quiten muchas tonterías de la cabeza. Sí alguien observa a un amigo moribundo esbozar una sonrisa llena de sentido, recibe una inyección de salud mental que ningún medicamento puede dar.

Realmente los momentos difíciles pueden ser altamente significativos, si uno sabe darlos la vuelta y encontrar una perla donde sólo parecía existir una cáscara de ostra, dura y desagradable. Donde a veces se pone quizás más complicada lavisión entusiasta de la existencia, es en las mil precariedades cotidianas que jalonan el calendario anual: catarros, prisas, enfados con un insoportable profesor -o alumno-, pequeños enfados conyugales, un dolor de muelas, una avería en el coche o, en el colmo del paroxismo, el bombardeo en el traje de una cándida paloma. Se trata de cosas que si fueran grabadas en vídeo, podrían poder hacer pasar un rato divertido al espectador. A lo mejor sería interesante considerar la vida no tanto como una posesión sino como un alquiler: algo así como una película que me viene dada con un guión, y en la que puedo actuar hasta cierto punto. Puede que así aprendiéramos mejor a tomar la vida como viene. Respecto a este saber torear lavida, recuerdo un sencillo suceso. Una vez, un catedrático de Historia del arte salió de un servicio sangrando por una brecha en la cabeza. Alarmado, le pregunté que había sucedido.  Se había dado un golpe con el borde de una ventana. El caso es que este señor no perdía el buen humor, y mientras le curaron su venerable calva lamentaba no haber sido herido por un motivo más heroico. Además de catedrático de arte era un artista.

Si alguien puede ser un número uno en una disciplina noble y no hay inconveniente en intentarlo... ¡ánimo y a por ello! Lo contrario sería una pena. Pero ser un Miguel Ángel o un Leonardo da Vinci está al alcance de muy pocas fortunas. Curiosamente, al estudiar a estos genios, se ve que en algunos aspectos humanos importantes sus vidas eran muy mejorables. Por contraste, todo hombre puede hacer de su vida una obra de arte. Puede que baste con algo sencillo: una inspiración buena, un buen guía y tesón por mejorar.

Sencillez y familia

Una vez vi un programa de televisión, donde se preguntaba a varios adolescentes si les gustaba ir a los museos. Su respuesta fue negativa. El más locuaz afirmaba que para obras de arte ya estaban las chicas guapas. Aquel joven tenía sólidas razones para sostener su afirmación, aunque no le vendría mal estudiar y cultivar la cultura. De todas las realidades armoniosas, una persona atractiva es destacable. Mirar humanamente a la posible pareja es apreciarla en toda su dignidad de persona; bajar el nivel al respecto es rebajarse.  En una mirada acertada está el comienzo de la familia, la institución más sencilla y fundamental de toda la historia. En el matrimonio, y la familia que de él surge, hay múltiples elementos: ayuda, economía, diversión, trabajos, enfados, risas, llantos... Todos ellos se desarrollan en un plano de predominante normalidad. Puede parecer a algunos que el panorama de una vida en familia es monótono ... Si al menos se tratara de una familia como la de la película "Los increíbles", donde cada uno tiene poderes prodigiosos,  la institución parecería más atractiva. Pero cocinar, lavar la ropa, trabajar diariamente, atender a un enfermo o aguantar mecha cuando alguno está insoportable,  no sugiere una vida demasiado estimulante. Este tedio por lo cotidiano surge por la anemia de la cordialidad, que puede convertirnos en almas desencantadas. La gran pasión y la gran aventura está en saber amar, especialmente a los seres más cercanos. Cualquier tipo algo maduro sabe que amar de verdad tiene menos de sentimiento y más de realismo. Un realismo, que llevado con amor bueno, conduce frecuentemente al buen sentido del humor. Un padrazo y una madre ejemplares es posible que no hayan ido de vacaciones a las cataratas del Niagra, que su coche no sea un último modelo y que sus ahorros sean tan escasos como sus horas de sueño. Pero están metidos en una aventura, romántica e incómoda, que es la más humana de las realidades; y de ella surge la mejor de las simpatías.

El amor verdadero, el que nos hace ser mejor personas y ayuda a los demás, es la única actividad que es un fin en sí mismo. Por este motivo, trabajar en la estación espacial MIR o dedicarse a la investigación minera hasta el centro de la tierra, son sólo medios. Estar con y cuidar de la familia es, sin embargo, un fin. Esto es así porque la familia, que es el mejor modo de liberarnos de nuestra egoísmo congénito, tiene la fuerza de poder sacar lo mejor de nosotros mismos.

Hay personas que por diversos motivos no se han casado y pueden vivir una enorme dimensión familiar en su vida, por su generosidad. También hay matrimonios que no pueden tener hijos. Chesterton, uno de los más inteligentes y divertidos escritores sobre la familia y los hijos, no pudo tenerlos con su mujer Frances. Sin embargo, la inteligencia literaria de este matrimonio, y su generosidad probada con familiares y amigos, les ha hecho ser unos de los más destacados defensores contemporáneos de la realidad familiar.

Actualmente se somete a la familia a múltiples retos, que parecen poner en jaque su misma identidad. Hay algo que consideró importante al respecto: las montañas, los árboles y los cielos no suelen querer salirse de su sitio, salvo en las catástrofes naturales. Sin embargo, los seres humanos tenemos a veces un extraño deseo de salirnos de nuestro lugar más propio. Ciertamente no es fácil saber del todo cual es el lugar más idóneo de uno, cuando hay posibilidad de elegir. Pero no es menos cierto que la insaciabilidad del espíritu humano tiende a dislocarnos y a querer sacarnos de nuestra mejor posición. Por ejemplo: si la persona humana se desarraiga de la familia, porque esto comporta exigencia, se deshumaniza. Ser familiar nos es tan necesario como el corazón y los pulmones. La sencillez ayuda mucho a aceptar esta realidad; es decir: a aceptarnos a nosotros mismos.

Sencillez y cristianismo

Al asomarse a las páginas del Evangelio, se respira el sabor genuino de la sencillez. En este libro tan singular, incluso los sucesos más portentosos son narrados con una sobriedad y una discreción conmovedoras. El hecho de que el Hijo de Dios haya nacido en una familia muy modesta, exalta al máximo el valor de lo corriente y lo normal. La encantadora costumbre navideña del Belén nos lo recuerda una y otra vez.

Los que se oponen frontalmente al cristianismo quizás lo hagan porque no admiten la asombrosa actitud humilde y sencilla del mismo Dios. Este modo de obrar, sin armar ruido, parece acorde con la esencia de Dios. La filosofía metafísica más profunda ha resaltado la simplicidad de Dios: un ser absoluto, que no depende de ningún otro, en el que no hay ninguna perfección que adquirir porque ya es plenamente perfecto: Él es plenamente sencillo porque su inteligencia y su voluntad se identifican con su propio ser.  La teología católica ha buscado modos de aproximarnos al misterio más grande de larevelación cristiana: la Trinidad de Dios. Dios es tres personas: El Padre es todo Paternidad; el Hijo es todo Filiación; y el Espíritu Santo es expiración amorosa del Padre y del Hijo. Dios es relaciones subsistentes. Los seres humanos nos relacionamos unos con otros y, por estar hechos a imagen y semejanza divina, la entrega a los demás es el único modo de realizarnos plenamente. Por otra parte, es muy esclarecedora la revelación de que
"Dios es amor"( Jn 4,1). Todo esto nos hace entender, a nuestro muy modesto nivel, algo realmente maravilloso: Dios es Familia.

Es claro que resulta necesario estudiar la fe cristiana en su veracidad histórica y en su coherencia racional. Conocidos los elementos fundamentales del cristianismo- sobre los que siempre se puede profundizar más- la única manera de asimilarlos es al estilo divino: humilde y sencillo. La fe no es una conquista de la razón, sino regalo divino a un corazón bien dispuesto.

En la Sagrada Familia, la Madre Virginal, el que hizo las veces de padre con fantástica eficacia y Dios hecho hombre, han compuesto la más bella y verdadera noticia de toda la historia de la humanidad. Cada uno supo estar en su sitio con una alegría y una felicidad inefables, aunque me atrevería a decir que no sin un serio esfuerzo en algunas ocasiones. Su condición modesta iba enlazada con la grandiosa. Por este motivo, la realidad humana y cristiana de la familia ensalza lasencillez no sólo por el gran valor realista y práctico que tiene, sino porque lo sencillo está unido al misterio de Dios y a su designio de salvación para la humanidad.

Filosofía y mundo actual

Si lo pensamos un poco, la realidad en la que vivimos es bastante asombrosa. Desde las partículas atómicas a las galaxias, desde una bacteria hasta un ser humano, el panorama de la existencia nos ofrece una asombrosa combinación de orden y de vida. Las diversas ciencias estudian una parcela más o menos concreta de la realidad, ya sea natural o producto de la cultura humana. La filosofía, por su modo de ser, puede encontrar una serie de principios generales, tanto en la realidad conocida como en el sujeto que conoce. Dentro de este último distinguimos el terreno de la lógica de la inteligencia y el ético o moral. Estos primeros principios filosóficos son la base sólida en el que establecer los fines y los medios propios de las diversas ciencias.

Los cimientos de un edificio no se ven, ni son bonitos, pero si estuvieran mal puestos pondrían en peligro la estabilidad de la casa. Algo similar ocurre  con la filosofía. Es frecuente que hoy la filosofía sea poco valorada, al mismo tiempo que observamos graves problemas de nuestra vida, a nivel personal y social, que podrían mejorarse notablemente si pensáramos con más profundidad y actuáramos mejor.

Se habla mucho de la dignidad de la persona y de los derechos humanos, que se suponen como la base fundamental de la sociedad. Sin embargo, no existe una clara interpretación de estos términos, pese a considerarlos teóricamente tan importantes. Además, está extendida una interpretación individualista de la ética, que es vista como algo solamente personal y cambiante según la voluntad de cada individuo. Esto  lleva a la desorientación de muchas personas. Siendo dos terrenos distintos, no se tiene  suficientemente en cuenta la relación entre ética privada y ética pública. Ante estos problemas, es misión de cada generación rescatar de su patrimonio cultural los valiosos conocimientos, que nos sirvan para plantear un modo de vivir mejor y un progreso que procure un futuro más esperanzador para todos.

Entre los planteamientos filosóficos es bueno seleccionar aquellos que dan, con razonamientos sólidos, una visión positiva de la realidad y de la existencia humana. Seleccionar propuestas en las que primen principios tan elementales como  “trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”, nos lleva a estilos de vida en los que no es excluido ningún miembro de la especie humana. Por este motivo, la filosofía que desde un serio planteamiento teórico llegue a cuestiones prácticas de especial protección para nuestros semejantes más débiles y necesitados, es la respuesta exigente y profunda que llena de verdad el conocimiento, y de bien la voluntad y el corazón humanos.

 

Tuesday, July 25, 2017

Alegría

Hablar de la alegría es tratar un tema muy serio. Entraremos en esta cuestión poco a poco, con discreción, como se pasa al cuarto del enfermo y se abren las persianas despacio, para que la luz no entre de golpe. En el mundo falta alegría porque falta luz. Hay abundancia de risotadas, ruido, apariencias, pero la estabilidad en la dicha interior es algo de lo que se habla poco: alguien escribió que no es fácil tener un rostro en vez de una careta.

Un mundo de contrastes    

Si quedáramos con familiares o amigos a merendar en una loma de la periferia urbana, para ver cómo se pone el sol, la cita tendría pocas posibilidades de éxito. Sin embargo, estoy convencido de que sería una merienda inolvidable. Si el encuentro invitara a un desayuno en un descampado al amanecer, la cosa se pondría más difícil todavía; pero sospecho que tal día sería muy singular y lo emprenderíamos con una energía especial. Desde luego, como llueva o nieve uno se expone a perder la alegría y las amistades.

            Aunque hay personas apasionadas por el asfalto y el CO2, a casi todo el mundo nos gusta salir al campo a airearnos de vez en cuando. Ver pastos, árboles o un industrioso pájaro carpintero, es algo que entona el espíritu. Toda esta disertación naturalista viene a cuento porque los seres humanos nos sentimos bien en la lógica de la creación. Las montañas de mi pueblo también están en mi alma y el mar de mi infancia está presente a lo largo de mi vida. En nuestro mundo creado hay arañas desagradables, perros hostiles y noches que nos parecen demasiado largas. Se trata de un mundo que, en gran  medida, no hemos diseñado nosotros, como nuestro propio rostro. La vida deja con frecuencia muchas cosas que desear... Precisamente para que las deseemos creyendo en un mundo nuevo, terrenal y eterno.

Nuestra vida está mutilada por la muerte; solo tenemos la mitad de la entrada para ver la película. Por esto algunos piensan que la existencia es un timo y aparentan tener una sólida y fervorosa fe en el absurdo. Sin embargo, el enfermo dependiente, el anciano con cara de niño o el moribundo tranquilo son las ventanas más luminosas por las que se nos dicen: Pasen y vean. Esos fogonazos de luz clarísima no son solo de ultratumba porque también alumbran más y mejor las cosas entrañables de la vida: las noches de Reyes Magos en la infancia, el nacimiento de un hijo, o el imaginario día en el que por fin nos tocó el gordo de la lotería; pálido sucedáneo del vigoroso e histórico día en el que nos tocó nacer.

“Optimista, vivaracho...”

            El término alegre proviene del latín alicer, y significa vivo, animado. Según esto  el mundo estaría repleto de alegría, desde la inquietante sonrisa de la hiena hasta el jolgorio de los pitidos de un atasco de tráfico. La tristeza total parece reservada para los habitantes de la luna. También la palabra alegre tiene relación etimológica con el término sano, como cabía esperar.

En relación con la alegría algunos diccionarios nos proponen términos gráficos: bromista, cara de pascua, como unas castañuelas, exultante, festivo, radiante, como niño con zapatos nuevos, optimista, vivaracho....  Pero conviene tener ojo porque nuestro concepto de alegría se podría ir por los derroteros de vida alegre, que puede entenderse como las acciones de un frívolo o un sinvergüenza. Una vez más no es oro todo lo que reluce.

Es bueno estar animado y sano; pero estas estupendas condiciones no son suficientes para ser alegres. Nuestro más genuino regocijo no es el de un simpático setter con una perdiz en la boca. Es cierto que hay situaciones no demasiado profundas que nos pueden producir una intensa alegría: un resbalón en el suelo del adversario político o el hallazgo de una maravillosa puerta blanca que pone WC, tras un largísimo paseo. Pero las personas somos, para bien o para mal, racionales. Necesitamos encontrarle el sentido a las cosas: no solo al chiste sino a la vida; y la vida no es precisamente un chiste. Esto no significa que los intelectuales, por desgracia, suelan ser muy divertidos; aunque hay brillantes excepciones.

Hay un principio de sentido común para estar alegre y pienso que tiene bastante que ver con la sencillez. Una persona sencilla se da cuenta de algo muy importante: Su vida es muy poca cosa en el conjunto de la historia. Por supuesto que la vida de todo ser humano es importantísima; ahora me refiero a una experiencia común: un creído o un pedante nos parece insoportable, mientras que una persona llana y asequible nos resulta encantadora. La sencillez es como la buena harina del pan de la humildad, virtud que Tomás de Aquino define como la morada de la caridad. Esta sencillez es sabiduría. Me parece que ser sabio es ser feliz o, mejor dicho, intentar serlo.

A la sabiduría la he visto encarnada en algunas personas distintas pero con un núcleo común: son hombres y mujeres felices y capaces de hacer felices a otros. Tiene también otras características afines: suelen ser gente práctica, laboriosa, con sentido común, paz, guasa, abnegación, fe, y, sobre todo, un amor maduro que se manifiesta en estar en las cosas de los demás de modo simpático e ilusionado, sabiendo exigir y exigirse cuando hace falta. Hemos hablado de amor maduro y esto es imposible sin pasar por la garlopa del sufrimiento.

Sospecho que todas esas personas encantadoras a las que he aludido, pienso que hay muchísimas, han tenido que tragar bastante quina en su vida. Quizá sea verdad que para saber reír haya que haber sabido llorar. No amanece desde la luz, sino desde la oscuridad. De todos modos, a veces el dolor es demasiado intenso y profundo, desproporcionado para las fuerzas humanas. Es como si un vendaval arrancara de cuajo el tejado de nuestra casa. Entonces, con la casa rota, uno puede ver con más facilidad el cielo, tan solo hay que levantar la cabeza. Un hombre es un centauro hecho de materia y fuego divino; si se apaga el fuego lo que quedan son cenizas. Pero el fuego quema; es decir: duele y purifica. 

Motivos para la alegría

El buen humor, en ocasiones, es el embajador de la alegría y se basa en las limitaciones reales de la vida, tomadas con salero. A Chesterton le dijeron una vez que dejara de escribir y marchara a luchar a la guerra; él contestó que con solo darse la vuelta estaba en el frente de batalla –era un hombre espléndidamente gordo, declarado inútil para refriegas bélicas-.

El verdadero buen humor no es la mordacidad ni el sarcasmo. Tampoco es la pusilanimidad del que sólo busca ridiculizar al mundo y a los demás. El buen humor tiene que ver con el buen amor por el que se dicen cosas simpáticas y agradables con medida. La simpatía no es la algarabía del meloso que puede esconder un corazón de piedra. La más humana cordialidad puede encubrirse tras el rostro de una persona adusta con cara inicial de pocos amigos, pero con solicitud de servicio e ingenio para encontrar las chispas de la vida; y las chispas pueden hacer prender un bosque. Se ha dicho que un hombre sin alegría es como un bosque sin pájaros. Quizá es que los pájaros están dormidos.

Para desanimar más a un desanimado lo mejor es urgirle así: ¡Anímate hombre! Es como decirle a un cojo... ¡Quieres andar de una vez, caramba!; o quizás gritar a uno que se ahoga indicando con resolución: ¡Haga usted el favor de nadar! El animador desconoce por completo el clima de zozobra o debilidad de su sufrida víctima. A veces es preferible callarse y quedarse cerca de la persona necesitada y empezar por ofrecer una discreta sonrisa. Nada más y nada menos.

Hay muy diversos motivos para la alegría. Los comentaristas de los partidos de España en el último mundial de fútbol de 2010, ante las victorias del equipo español, exultaban diciendo a pleno pulmón ¡Qué felicidad, qué alegría! Los hay incluso, es bien sabido, que disfrutarían más viendo perder a su equipo rival que viendo ganar al suyo propio...Ante todo libertad. En fin, un examen superado, una oposición ganada, un amor correspondido...Son innumerables los motivos que causan alegría. Pero tenemos experiencia de que la alegría puede ser como una tormenta de verano. Ya dijimos que somos seres que piensan, de vez en cuando, y necesitamos captar el por qué de las cosas y el de nuestra propia vida.

Solo una misión a la altura de la dignidad humana es lo que llena una vida. Puede que nos resulte apasionante la repoblación de truchas o inventar un buscador mejor que Google; es probable que nos realizara muchísimo descubrir la vacuna contra una grave enfermedad o dar trabajo a muchas personas; todo esto son cosas muy buenas. Pero una misión es un encargo de otro para quien la lleva a cabo.

Todos los cursos suelo explicar a mis alumnos una cosa, procurando que sea antes de comer. Les digo que se imaginen una mesa llena de hamburguesas calientes, patatas fritas crujientes y coca-colas. Sin embargo se nos prohíbe maliciosamente el paso hacia este manjar y no podemos atraparlo. El resultado es que esas cosas tan buenas al día siguiente se han echado a perder y no hay quien se las trague. ¡Qué pena! Continúo la alimenticia exposición diciendo que nosotros somos una especie de hamburguesas libres y que cuando nos sabemos buenos, queridos –por alguien que nos quiere de verdad y no como a una hamburguesa- es entonces cuando nos damos con alegría.

Solemos asociar la alegría con estar alegres, sentirse alegres. Quizás sea mejor relacionar la alegría con ser alegres, conocer los motivos de una auténtica alegría y actuar en consecuencia, aunque el sentimiento no acompañe demasiado. Los cristianos tenemos muchas razones naturales comunes a personas de otras religiones o de ninguna. Pero además creemos que la Alegría misma pasó por un dolor tremendo para hacer a los hombres hijos de Dios, porque nos quiere inmensamente.


Con salud o sin ella, con ánimo alto o por los suelos, con ganas de comerse el mundo o de no salir de la cama, un cristiano coherente ha descubierto la raíz de la alegría porque no la ha fabricado él, porque no es consecuencia de méritos propios, sino porque es un don divino, una llama luminosa y animante que nos hace entender entonces que la alegría consiste  en hacer la Voluntad del que me ha enviado.

Monday, July 24, 2017

El valor de la confianza

Quizás se puede relacionar el término confianza con pagar una fianza, algo necesario en ocasiones para salir de la cárcel. La razón no puede ser una cárcel que limita la libertad. Tan natural y necesario para el hombre es razonar como confiar. Confiar en la razón puede darse la mano con razonar confiadamente en el sentido del mundo y de la relación con los demás. Confiar cuando todo va bien no tiene mucho mérito. Lo que supone sólidas razones y virtudes es seguir confiando en que la vida merece la pena, aunque efectivamente haya mucha pena. La confianza es un nombre de la esperanza, aquella virtud por la que ya se empieza a gozar del bien al que se tiende. La esperanza surge de la aceptación de la propia vida, como ya explicamos, desde una postura que combina la libertad con la providencia, un término  que junto a su ineludible matiz divino tiene un componente profundamente humano.

Mucho antes de razonar y tomar decisiones, cada persona ha pasado nueve meses en el seno materno y ha sido objeto de múltiples cuidados familiares y asistenciales. Ciertamente esto no le ha ocurrido a todo el mundo, pero sí a mucha gente. En nuestra sociedad actual, con su buena dosis de incertidumbres y de miedos, hablar de confianza puede inspirar justo lo contrario. Pero la pura realidad es que la confianza es algo consustancial al ser humano. Confiamos, por ejemplo, en la próxima salida de sol, en múltiples servicios sociales, en las personas que más queremos... Una vida sin confianza es un modo detestable de vivir. Antes de razonar, hay que partir de la confianza en tantas cosas de una realidad mucho más grande que nosotros mismos. El ejercicio de la prudencia, incluso de la astucia, pueden ser muy convenientes. Pero el comienzo, el final, y el transcurso de nuestra vida está atravesado por la confianza. El ser humano no tiene una razón utilitarista para existir, tiene una razón de felicidad que está íntimamente ligada al querer y al ser querido. El afecto, la cordialidad, sólo crece desde la confianza.

Una desconfianza como la de los filósofos de la sospecha, entre quienes destacan Nietzsche o Marx, pueden plantear atractivas revoluciones sociales; pero jamás dan con la medicina que sacia el corazón humano. Un mundo y una humanidad arrojada a su suerte, y en conflicto entre sus partes, nunca puede ser un mundo amado. Sólo si se ama al mundo se le puede cambiar para bien.

Se podrá objetar que la confianza es múltiples veces defraudada. No somos solamente víctimas, sino también responsables de erosionar este valor tan humano del que venimos hablando. El hecho de que yo haya faltado a la confianza de otra persona, ¿ me incapacita definitivamente para ser digno de confianza? Claro que no, y lo mismo le ocurre a los demás. La confianza tiene que ser apuntalada por la justicia, para no deformarse y perder su virtud, pero su necesidad indica el carácter relacional y dependiente de las personas.

La confianza es lo que nos une, lo que nos puede hacer felices y lo que da sentido a nuestras vidas. Aunque la confianza se traicione con frecuencia, vuelve a resurgir de sus cenizas porque es la savia de los hombres. La confianza es más fuerte que la traición porque es como el aire y el agua de nuestra existencia. La confianza es inmortal porque consiste radicalmente en depender en algo más poderoso y consistente que todo el universo. Confiar es hacer lo que uno puede y después esperar en que alguien hará lo que yo no puedo hacer. Se trata de una postura muy sensata y muy humana. La confianza, por muy mala situación que podamos atravesar, es la actitud con la que damos con el nervio de la existencia y llegamos al tuétano de la misma.

Aunque la muerte fuera el pago humano a la confianza, esto indica que la confianza puede ser más valiosa que esta vida y que de algún modo puede restaurarla. Confiar es vivir en el espíritu y, en tantas ocasiones, el fundamento de numerosas alegrías humanas. Confiar es dejar crecer a las semillas de la eternidad que viven en nuestro interior.