Saturday, October 28, 2017

La innovación es un medio para la educación


Acerca de la educación y los diversos estilos pedagógicos quisiera ahora exponer algunas ideas que considero provechosas, fruto de algunas lecturas y de la experiencia personal como profesor.

Una noción de actualidad en Estados Unidos es la de “capital intelectual “. Por ejemplo: si hablamos de la princesa del Nilo, es útil saber qué es el Nilo. Esta es una de las ideas fundamentales que E.D. Hirsch desarrolla en su libro "La escuela que necesitamos"[1]. Este autor destaca el concepto de "capital intelectual" o cultura basada en los conocimientos, como el factor clave de la educación. La capacidad de aprender algo nuevo depende de incorporar lo nuevo a lo ya conocido.

Montserrat del Pozo, en su libro “Aprendizaje Inteligente”[2] nos muestra una teoría y una práctica educativas innovadoras, muy creativas, llevadas a cabo con éxito en el colegio Montserrat de Barcelona, desde los años 90 del pasado siglo. La teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner ha movido a esta autora y a sus compañeros de trabajo a abrir la enseñanza hacia nuevas perspectivas. No es suficiente con que el profesor tenga unos contenidos que trasmite a los alumnos. Los estudiantes han de hacerlos suyos, a través de una actitud activa en la que se ponga en juego su libertad. Las actividades y los trabajos cooperativos en grupos son esenciales en esta enseñanza, en la que se pretende que el alumno sea el principal protagonista de su propio aprendizaje. El profesor cambia de rol y pasa a ser un guía, un orientador del proceso educador del alumno.

Al terminar de leer esta última obra, repleta de prácticas docentes llevadas a cabo y evaluadas, uno siente admiración y una sana envidia al ver una enseñanza tan audaz y exitosa. Mucha de la metodología pedagógica y de las actividades propuestas son muy positivas. Sin embargo, como docente en ejercicio y con experiencia, quisiera expresar modestamente algunas consideraciones en las que disiento, en algunos aspectos, de este fantástico modelo educativo. En primer lugar, pienso que el objeto principal de la enseñanza es el mundo, la realidad, no el alumno. El hombre sólo se conoce a sí mismo, y parcialmente, si antes conoce la realidad: desde una galaxia a una planta. Ser un apasionado de la geografía, de las matemáticas o de la electricidad, por poner algunos ejemplos, hace una vida más intensa y más satisfactoria. No comparto, por tanto, la idea de que el centro de la enseñanza sea el propio alumno y sus ritmos de aprendizaje. Lógicamente hay que tener en cuenta el modo de ser de todos y cada uno de sus alumnos, sus puntos fuertes y sus carencias, a la hora de ayudarles a aprender.

Por último, quisiera mostrar un claro desacuerdo respecto a la función del profesor. El docente, si es ejemplar, sintetiza personalmente una serie de conocimientos. Los conocimientos explicados por una persona con experiencia son sumamente valiosos para niños, adolescentes, jóvenes e incluso adultos. La denostada clase magistral merece serlo cuando realmente no es magistral. Educación significa efectivamente guiar y sacar lo mejor de lo que los alumnos llevan dentro de sí mismos. Esto ya lo descubrió Sócrates, llevándolo a la práctica con inigualable maestría. Pero educar significa también ir por delante, allanar el camino, explicar con sencillez al alumno lo que al maestro le ha llevado años de reflexión.

El aprendizaje con métodos es otra corriente innovadora en el panorama pedagógico actual. Aprender un arte marcial es muy útil a la hora de la defensa personal; algo parecido ocurre, según Robert J. Swartz[3], cuando aprendemos a pensar a través de hábitos y estrategias inteligentes. Algunos ejemplos pueden ser: analizar las partes en el contexto del todo, escuchar atentamente las opiniones de otros, buscar la documentación más adecuada y justificar por qué nos lo parece, ofrecer diversas respuestas e ir analizando los pros y contras de cada una, etc. Para este autor la enseñanza que se basa en este tipo de aprendizaje genera hábitos mentales muy útiles que además ayudan a entender mejor los contenidos propios de cada asignatura. Este tipo de enseñanza puede llevarla a cabo cada profesor en su aula y cada claustro de profesores dentro de una comunidad escolar. Pensar, innovar, buscar la creatividad, seleccionando adecuados procesos mentales, es para esta pedagogía una forma de potenciar enormemente el conocimiento de escolares y docentes.

El asombro como fuente de conocimiento ha sido estudiado en el libro “Educar en el asombro”[4], de Catherine L’Ecuyer. La autora pone un ejemplo para hacerse entender: dice que a un maniquí podemos moverlo en diversas direcciones, incluso frenéticamente, pero nunca tendrá movimiento propio. Algo análogo puede suceder con la educación. El asombro es el que nos mueve a conocer y aprender la realidad con empuje propio: esta es la idea central de este libro. El niño aprende, sobre todo, rodeado por el cariño de su madre, su padre, o su cuidador. El ambiente cordial, del que surge la confianza y la seguridad, son factores imprescindibles para cultivar el asombro, el interés por la realidad.

La innovación educativa es interesante, pero lo es más la propia educación. Las bases sólidas y de sentido común de la educación necesitan ser rejuvenecidas, pero no anuladas por metodologías asfixiantes.





[1] La escuela que necesitamos. Hirsch. Encuentro, 2012.
[2] Del Pozo, Montserrat. Tekman Books, 2014.
[3] El aprendizaje basado en el pensamiento. Robert Swarth. SM, 2013
[4] Educar en el asombro. Catherine Ecuyer. Plataforma, 2013.

Saturday, October 21, 2017

Hacer de los estudios algo apasionante


La importancia de estudiar

Saber vivir es algo más importante que saber mucha economía o matemáticas. Llevar una vida buena es la asignatura de la sabiduría. Hay personas de pocos estudios que tienen una grandísima categoría personal. El estudio académico es, sin lugar a dudas, un medio y no un fin. Sin embargo, mucha gente encantadora y con poca formación académica se verá más segura y feliz en la medida en que los estudiosos punteros lo hagan con calidad científica y honradez intelectual, abriendo caminos de estabilidad cultural, laboral y social. No todos podemos ser Fleming, pero gracias a este señor se han salvado millones de vidas. No está al alcance de la mayoría ser un pensador como Tomás de Aquino, pero en la guía intelectual y moral que escribió se han sentido seguros y protegidos labriegos y cortesanos, reyes y amas de casa.

Bajando al terreno práctico, podemos preguntarnos ¿Cómo estudiar con más provecho?... Voy a empezar a decir ahora cosas que, en mi opinión, no son estudiar: leer, pasar a limpio los apuntes, buscar información en internet. Todo esto puede ayudar al estudio, pero no lo sustituye porque el estudio requiere también comprensión y memoria. Lógicamente no será igual el estudio de un chico de doce años que el de uno de dieciséis, pero estudiar no se reduce a hacer tareas. Es importante hacer trabajos, ver películas educativas, debatir temas y hacer prácticas. Pero hay dos cosas que no pueden eliminarse en la educación escolar: un profesor que explica lo que sabe y un alumno que estudia lo que le han enseñado. Estudiar es un ejercicio personal y esforzado de reflexión y comprensión de los contenidos previamente entendidos. Es aquí donde se templa el espíritu del estudiante, adquiriendo hábitos y madurez. Además, contra lo que muchos piensan, el estudio puede ser algo tremendamente atractivo. Cuando se domina una asignatura se puede disfrutar con ella.

Con el teléfono móvil podemos resolver automáticamente una duda acudiendo a google. No es menos cierto que es muy difícil estudiar si uno recibe decenas o centenares de wasaps, como le sucede a muchos estudiantes, a lo largo de una tarde. Parece de sentido común limitar el uso de dispositivos móviles a los jóvenes, a algunas franjas horarias. Les ayudará mucho a conseguirlo si sus padres les predican con el ejemplo.


Previsión

Ponerse metas en el tiempo respecto a días, semanas, meses e incluso unos pocos años, es positivo si se hace con realismo y sentido común. Tales propósitos pueden variar en función de muchas variables que nos ofrece la vida, pero es muy distinto tener un norte claro cada día o no tenerlo. Quien va cumpliendo sus expectativas, tiene también una vida mucho más atractiva que el que simplemente va tirando por fuerza de la necesidad cotidiana.

         Los horarios han de ser flexibles, pero es importante tenerlos dándonos cuenta del gran tesoro que supone el propio tiempo. También es importante considerar una idea de Stephen Covey[1]: “es más importante moverse por principios que por actividades”. Está claro que si un familiar tiene una necesidad seria, se deja de lado la tarea profesional para atenderle. Por esto no está de más examinar cuál es nuestra jerarquía de valores, y ver si realmente somos consecuentes con ella. No sería muy lógico, por ejemplo, querer hacer una buena marca de maratón y entrenar solo una hora a la semana.

Dejarse ayudar

Pero no todo son medidas de iniciativa propia; en ocasiones hay que dejarle a otros que valoren lo que hacemos. A veces vemos conductas de personas que nos resultan desagradables. Puede que los que las hacen no se den ni cuenta de que su comportamiento es inadecuado. Pues bien, lo que les sucede a otros puede ocurrirnos a nosotros también, en algún aspecto de nuestra vida. Hay que estar atento a las correcciones que los demás puedan hacernos de un modo sensato. Reaccionar con una rabieta interior, negando que tengamos algo que mejorar, es una postura bastante inmadura y poco productiva.

         Incluso si no se nos corrigiera con frecuencia, es positivo preguntar a quien tenga esta función, o a quien nos merezca confianza, acerca de qué tal estamos desempeñando nuestra labor. Conocer modos concretos de mejorar es importante para hacerlo, y los que conviven con nosotros son observadores privilegiados para decírnoslo.

Por otra parte, nos suele afectar más la pereza que el exceso de trabajo; pero no es imposible que este último sea un obstáculo para vivir con más acierto. Somos seres con limitaciones físicas y psicológicas. Necesitamos dormir las horas adecuadas y tener tiempo para la familia y los amigos. De lo contrario puede suceder lo que dice un sabio proverbio: “la avaricia rompe el saco”. Se quieren hacer tantas cosas que uno puede desfondarse o, incluso, enfermar. En la sociedad actual no es infrecuente que uno se someta a horarios de trabajo extenuantes que, si no se dosifican, pueden minar la salud y el ánimo de la persona.


Orientación psicopedagógica y medicina

         La labor de los orientadores escolares es importante para la tarea de la educación. Se trata de una valiosa ayuda para los educadores, no solo para alumnos con problemas de aprendizaje, sino para todos. Cuando conocemos mejor las aptitudes de nuestros alumnos la eficacia educativa es mucho más fructífera. Unos buenos test psicopedagógicos pueden ser un buen instrumento para acertar en cómo educar mejor a los alumnos.

         Problemas frecuentes en algunos alumnos como los déficits de atención, hiperactividad, dislexia, y otros propios de la edad infantil y adolescente, no deben tomarse a la ligera. Médicos especialistas pueden ayudar y, mucho, a mejorar estos inconvenientes. Una nueva corriente de medicina psicosomática, la medicina de la persona[2], está dando buenos resultados en trastornos infantiles y juveniles, entre otros logros.


Saber detectar los puntos fuertes de cada uno

         En una orquesta musical, cada miembro hace su aportación personal para componer una buena sinfonía. El director de orquesta sabe estar atento a la actuación de cada uno de los músicos. Qué grande es la empresa en la que esto se consiga. Qué maravilloso sería el centro escolar en el que se llevara a cabo este propósito. Todos lo intentan, de un modo u otro, pero qué lejos nos quedamos frecuentemente de sacar lo mejor de todos y cada uno de los alumnos. A veces tienen aspectos interesantísimos de su personalidad, que desconocemos por completo.

         Para intentarlo una vez más sugiero algunas ideas: Que cada profesor piense de vez en cuando en sus alumnos –aunque sea brevemente, uno por uno-. Que se realicen las conversaciones entre profesores del instituto o del colegio y las familias de los chicos y de las chicas, para conocerlos mejor. Que los profesores conozcan y tengan en cuenta las orientaciones de los gabinetes psicopedagógicos de los centros escolares. Todo esto puede llevar bastante tiempo extra no remunerado; es preciso asumirlo libremente si se quiere llevar a la práctica una enseñanza puntera en calidad.

Con el sentido común y libertad que dicte a cada uno cuál ha de ser su dedicación profesional, me parece en la tarea educativa hay que tener un margen para excederse. La recompensa está en saberse un buen profesional y en el reconocimiento de los jóvenes y de sus familias: es un pago mejor y de más largo alcance de lo que parece a primera vista.

Gestionar con inteligencia los éxitos y los fracasos

El libro de Bernabé Tierno titulado "La psicología de los jóvenes y adolescentes"[3] ofrece un capítulo titulado "Cómo lograr éxito en la vida", donde se nos ofrecen reflexiones muy realistas; por ejemplo esta: "hay que contar con los fracasos y el miedo paralizante que los caracteriza -a los jóvenes-. Lo correcto es aprender de la experiencia de cada fracaso para acercarnos antes al éxito y mantener siempre una firme actitud de confianza y esperanza". Una buena parte de la educación está en ofrecer seguridad y esperanza al desarrollo personal de los alumnos.

En etapas adolescentes es común que los jóvenes no se entiendan bien a sí mismos. Blakemore y Frith explican en una investigación[4] que en la adolescencia los jóvenes experimentan un proceso de mielinización[5] de su sistema nervioso que influye en sus características incertidumbres. Es el paso de la infancia a la juventud: la búsqueda de su propia identidad, que frecuentemente les lleva a chocar con el orden familiar y escolar establecido. En ocasiones, el adolescente no sabe bien porqué ha actuado de una forma concreta. Hay que contar con esta llamada edad del pavo, para ofrecerles comprensión, exigencia y ánimo. Pienso que un mensaje importante para ellos es este: el hecho de que ahora no te sientas con fuerza para hacer algo que piensas que deberías hacer, es compatible con que dentro de un tiempo sí que tengas fuerzas para hacerlo.

Retomando la cuestión del éxito cualquier persona que triunfa y no se da aires de importancia, nos resulta mucho más atractiva que un creído. Obtener un éxito merecido y reconocerlo con modestia es algo estupendo; pero hacer un eco excesivo del logro acaba agotando a los demás. Considerar la suerte que uno ha tenido y la inmensa cantidad de ayuda que se le ha dado antes de conseguir una buena oposición, o un gran negocio, es una actitud sensata y atractiva.

Por otra parte, no venirse abajo ante un fracaso es algo muy importante. Es muy positivo el consejo que invita a considerar que nunca se fracasa, sino que siempre se adquiere experiencia. Esto no significa una actitud frívola e inmadura: hay que tomar nota de los errores cometidos, que pueden ser graves. Lo importante es saber sacar partido de esas meteduras de pata. Recuerdo que al finalizar una excursión de monte con unos amigos todos estábamos bastante cansados. Llegamos a un sitio donde había varios pinos. Uno de ellos, a un metro de altura, torcía su tronco y se ponía paralelo al suelo para luego volver a subir hacia arriba. Era un pino deforme, pero era en el único en que te podías sentar: el más útil de todos. Es muy bueno sacar enseñanzas de los errores o contratiempos. Esto no pretende ensalzarlos, pero sí sacarles el máximo provecho. Por muy negra que nos parezca la cueva en que nos hemos metido siempre hay algún rayo de luz. Por ahí hay que tirar con fortaleza y paciencia pues se nos anuncia la salida hacia una nueva panorámica de realización personal.

Sean cuales sean nuestros resultados en los estudios o en el trabajo, es importante valorar el esfuerzo que hemos puesto y ver lo que ha salido bien. A su vez, no nos hemos de ocultar lo que pudimos hacer mejor y lo que nos salió mal. Lo importante es ofrecer una respuesta positiva a lo que nos suceda. Por esto hay que saber ponerse metas realistas, que nos ilusionen y nos animen, como ya vimos. También cuando sean muchos los años de trabajo que uno tenga a sus espaldas, es bueno renovar las ilusiones y no dejarse llevar por una inercia gris y poco creativa.

Victor García Hoz, el primer Doctor en Pedagogía español, relacionaba en una conferencia la tarea de la enseñanza con la actitud de un chaval que llegaba a su casa algo cansado del colegio. Al saludar a su madre decía: “hoy las cosas no me han salido bien, pero mañana lo voy a hacer mejor”. Esta anécdota tan sencilla contiene mucho significado. No hay que contentarse con los errores, o con lo ya adquirido. Sin prisas ni perfeccionismos, uno tiene que reinventarse cada día, luchar por ser mejor estudiante o mejor trabajador. Esto supone esfuerzo, pero es el único modo de vivir el estudio o el trabajo con un sentido humano que nos convenza a nosotros mismos y que ayude a los demás.

Sentido del trabajo

            Es muy probable que lo fundamental del trabajo recaiga sobre todo en la propia disposición interior. Recuerdo la afirmación mañanera de un amigo  profesor: ”un nuevo día, sale el sol y estoy rodeado de gente a la que puedo ayudar”. Es un tipo sabio: en otra ocasión le hablé acerca de la importancia de “gestionar la complejidad” en el trabajo; él me respondió que era más importante “gestionar la sencillez”. Es decir: daba prioridad tener claro lo que uno tiene que hacer y a obrar en consecuencia.  

Nuestro mundo occidental trabaja y consume rápidamente pero, con todo respeto a los ritmos de competitividad, me parece que tal ritmo está algo desenfocado. El afán por el enriquecimiento, que se transforma en ansiedad y en angostura de espíritu, es la consecuencia de tomar al trabajo como un fin cuando no es más que un medio. La aceleración, la falta de autoposesión, difumina hacia delante la propia persona que queda sin peso, sin contornos, sin los límites que la hacen irrepetible.

         Cuando alguien se decide a serenarse, a aceptar su vida y la realidad más cercana que le rodea, empieza a ser un punto fijo; uno de esos escasos lugares desde los que se puede mover el mundo. Esto requiere sencillez de espíritu: una sencillez que no es sencilla de adquirir.

         Trabajar viviendo una gran variedad de situaciones amargas y dulces de la existencia es donde está el verdadero, real y fantástico reto que se nos ofrece cada día. Si a esta tarea le añadimos el hacerla desde una disposición de servicio a los demás, encontramos la  recia escuela de la plenitud del sentido humano del trabajo.

         Todas estas ideas, cuando se procuran poner por obra, no son irrelevantes para los más jóvenes. Por el contrario: son lo que más les atrae, dándoles seguridad para ir haciendo su futuro.


[1] Cfr. Los siete hábitos de la gente altamente efectiva. Covey, S. Paidos, 1997.
[2] Cfr. https://www.saluddelapersona.com
[3] La psicología de los jóvenes y adolescentes. Bernabé Tierno. Ed. San Pablo. 2004.
[4] Cfr. Cómo aprende el cerebro. Blakemore, S. y Frith, U. Ariel, 2012.
[5] La mielina es una sustancia que recubre el sistema nervioso.

Educar con acierto


Una práctica adecuada de la vida académica y profesional es clave para el desarrollo satisfactorio de nuestra vida. Vamos a exponer algunas ideas que pueden ayudar a los jóvenes que educamos, y a nosotros mismos.

Un entorno emocionalmente agradable

Un curso trabajé en un conocido instituto madrileño, en el que enseñaban unos cuántos veteranos profesores. Recuerdo la primera vez que acudí a una reunión del  claustro. Había muchas personas y el espectáculo era intensamente tedioso. Con una profesora tuve una conversación demencial sobre la diferencia entre los hombres y los animales: yo le hacía ver que el ser humano es el único animal capaz de suicidarse, mientras que ella sostenía que también hacen lo mismo los alacranes. Se estaban dando lectura a unas aburridísimas actas de cierta reunión anterior sobre cuestiones burocráticas que a mí, y sospecho que a muchos más, nos importaban un comino. Tras un buen rato, mi única esperanza era salir de allí cuanto antes. La lectora continuaba hablando con su monocorde tono gris. En un momento determinado citó a una tal señorita Paloma. En ese preciso instante un profesor, con mucha solera, se levantó de la silla y exclamó en voz alta: ”¡Quiero que conste en acta que yo amo a la señorita Paloma; la amo!” La carcajada general inundó la sala como un río de humanidad. La estancia se transformó, mágicamente, y nuestros rostros se iluminaron. Aquel viejo profesor, padre de familia ejemplar y tremendamente guasón, nos había puesto en disposición de compartir fraternalmente unas multitudinarias cervezas; lástima que no llegaran.

Sea cual sea su edad, una persona actúa mucho mejor cuando se mueve en un marco humano de confianza; cuando se siente a gusto y se sabe valorada y querida. El marco privilegiado para esto es la propia familia. Aunque el colegio o el lugar del trabajo no es la familia; todas las personas rendimos mucho más cuando se nos trata con educación, comprensión, estima y buen humor. Esforzarse por tratar a las personas como tales en el ámbito laboral o académico hace más fácil que su respuesta ante el trabajo sea más libre y productiva.

Procurar hacer las cosas bien, paso a paso

Encontrarse a gusto en un lugar, como vimos antes, ayuda a hacer las cosas bien. Y hacer las cosas bien ayuda a estar más a gusto. Pero… ¿Cómo empezar a hacer las cosas bien?... “Despacito y buena letra que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”: estas palabras del poeta Antonio Machado contienen una gran sabiduría. Frente a las impaciencias y al deseo de obtener rápidos resultados, el ir trabajando con calma y perfección es una actitud que tiene mucho más largo recorrido. Lo mismo que las plantas para crecer, los seres humanos necesitamos tiempo para ir moldeando un carácter profesional competente. A lo largo de nuestra tarea profesional pueden existir altibajos, sorpresas y retos agradables y desagradables. La calma y el buen trabajo siempre son mucho más rentables que las precipitaciones y los decaimientos. No se trata de ser un perfeccionista, pero sí de erradicar la chapuza; así como de evitar quemar etapas necesarias para nuestra maduración profesional y personal. El que es constante y buen trabajador suele obtener buenos frutos con el paso del tiempo. Quizás el más importante de ellos sea conseguir una personalidad recia y equilibrada, capaz de prestar buenos servicios a los demás.

La diligencia es una virtud muy importante para el que tiene metas valiosas. Quien vence la pereza de modo habitual y acomete lo que se ha propuesto diariamente, gana terreno día a día: una distancia larga y valiosa  con el paso del tiempo.

Lo que, sin embargo, sería contraproducente es un hiperactivismo que adelantara excesivamente las cosas y no diera tiempo al tiempo. Nuestro mundo occidental actual es propenso a ir a mucha velocidad no se sabe muy bien a donde. Como dice un refrán: no hay que correr como pollo sin cabeza.

Capacidad de concentración

Trabajar con acierto requiere concentración. Como profesor he observado que hay alumnos que tienen facilidad para prestar atención y otros que no. Para los que tienen esta capacidad es mucho más fácil estudiar la asignatura con aprovechamiento. Pueden influir muchas circunstancias, pero lo cierto es que poner atención en la tarea que se desempeña es fundamental para hacerla bien. Las distracciones y la desgana son humanas, pero no ayudan a un trabajo bien hecho.

Hay jóvenes más activos, o más inquietos, que soportan con más dificultad las clases teóricas. Cada uno tiene que ir viendo para lo que está mejor dotado. En esta experiencia habrá una porción de errores y otra de aciertos, que con empeño diario les irán conduciendo hacia un escenario profesional más acorde con sus propias aptitudes.

         La capacidad de concentración se desarrolla también con el esfuerzo de escuchar a los demás y entender lo que necesitan. También se facilita con la lectura de libros adecuados a nuestra edad y aficiones. Por otra parte, la invasión de los dispositivos digitales como el teléfono móvil, si no se sabe dominar, puede acabar minando nuestra capacidad de pensar y de convivir  con los demás. Otra cuestión: escuchar música durante largos periodos de tiempo, con los cascos puestos, puede producir una excesiva estimulación cerebral. El joven acostumbrado a esas dosis de música, al llegar a clase por la mañana puede sentir un notorio bajón de ánimo al palpar la vida real.

         Los adultos tenemos la impresión que salir a buscar ranas, trepar con cuidado a los árboles y hacer excursiones por la montaña es mucho más saludable que pasarse un montón de horas delante de los ordenadores y las consolas. Pero podemos pensar que el mundo de los chicos de hoy es distinto y hay que acomodarse a los nuevos tiempos. Meeker en su libro “Cien por cien chicos”[1] reafirma nuestras intuiciones camperas con datos científicos, afirmando que aquellas actividades "antiguas" eran mucho mejores, y que es responsabilidad de los mayores que los chicos y las chicas no caigan presos en las redes sociales y en internet. No se trata de anular estos avances tecnológicos, pero sí de saber que tienen un gran potencial para el bien y para el mal. A más técnica hace falta más ética. Los padres y los educadores no pueden desentenderse del impacto de la tecnología en sus hijos. No se trata de desconfiar, sino de tener sentido común: conocimiento de lo que es un joven y del impacto que puede tener sobre él la red. Dejar a chicos y chicas jóvenes acostarse con sus dispositivos móviles puede ser una negligencia y una imprudencia. Suelen tener acceso de todo tipo de contenidos vertidos en la red. En ocasiones se despiertan frecuentemente de madrugada para atender mensajes de otros amigos, con el déficit de sueño que esto supone. Cuando hablo con algunos padres sobre esta cuestión suelo recordarles lo obvio: que quien les ha comprado el móvil o el ordenador a sus hijos son ellos. Recuerdo el caso de un alumno bastante inteligente, que llegaba diariamente agotado a clase por las mañanas, por los motivos que expuse antes. Al año siguiente fue incapaz de sacar la nota precisa para la carrera que quería hacer, cuando tenía inteligencia de sobra para hacerlo.

La serenidad, la reflexión, la experiencia de un silencio creador donde uno ejercita el espíritu para solucionar problemas o plantear proyectos, es una actividad imprescindible para tener una vida rica en significado. Fernando Alberca[2] ha insistido en la necesidad de fomentar en los jóvenes el empleo de la imaginación para ser creativo. Una buena motivación, una disciplina animante de trabajo y un intento de buscar soluciones creativas a los problemas, potencia el rendimiento de los alumnos.





[1] Cien por cien chicos. Meg Meeker. Ed. Ciudadela. 2011.
[2] Cfr.Todos los niños pueden ser Einstein. Alberca,F. Ed. Toromítico, 2011.

Sunday, October 15, 2017

Madurez


Todos tenemos entre nuestros familiares o amigos a personas a las que admiramos especialmente. Suele tratarse de hombres o mujeres generosos y alegres. Gente con la que da gusto estar, porque viven de un modo animante y entrañable. No son superhéroes, porque todos tenemos limitaciones y defectos. Estas personas también los tienen. Pero saben querer bien a los demás y a sí mismos, son bastante felices y hacen felices a los demás.
Este saber vivir y llevarse bien con la vida, y consigo mismos, les hace ir, permítaseme la expresión, como con “dos copas morales de más”. Tienen facilidad para fijarse en los aspectos divertidos de la vida, incluso en un contratiempo. Si se tratara de personas ñoñas o inmaduras no despertarían nuestra admiración. Nos gusta estar con ellas precisamente porque no son unos ingenuos, tienen experiencia y han sabido afrontar dolores y obstáculos, quizás muchos. Se trata de personas que han conseguido dar un sentido positivo a la vida y lo transmiten. Con frecuencia son realistas, pegados al terreno y con sentido común. Todos podemos intentar, a nuestro modo, ser uno de ellos.
Churchill afirmaba que la victoria es “ir de fracaso en fracaso sin desanimarse”. Con el propio carácter quizás ocurra lo mismo. Una buena personalidad no se consigue de la noche a la mañana; es consecuencia de una vida en la que se ha optado por ayudar a los demás, con el propio ejemplo. En este empeño cometeremos múltiples fallos. Pero de ellos se aprende y, en la ascensión de los años, uno puede ir alcanzando cotas de panoramas abiertos y bonitos que enseñar a los demás.
El hombre es un ser diseñado para ser amado y para amar. Puede decirse que la madurez está en tener un amor sabio: un conocimiento suficiente y certero de la realidad y una visión positiva de la gente, a pesar de sus pesares y de los nuestros. Todo esto no tiene nada que ver con ser un ingenuo y dejarse engañar. Sí que tiene relación con saber perdonar; dándonos cuenta también de nuestras propias fragilidades, que también necesitan de perdón.
Muchas de estas personas buenas tienen una fe que les ayuda a sobreponerse y a sonreír, tirando hacia adelante, sabiendo que no solo actúan de cara a los demás sino sobre todo ante Dios. La fe cristiana,  si se sabe llevar a la práctica, tiene una fuerza maravillosa para vivir de un modo profundo e ilusionante.
El buen humor tiene que ver con el buen amor. Una persona que va contenta por la vida es más fácil que tenga la chispa y el gracejo que hacen el día a día más agradable y humano. Es verdad que hay situaciones que no se prestan en absoluto al buen humor. Pero no es menos verdad que hay tantas cosas buenas, empezando por la propia existencia, que pueden celebrarse con algo de salero y simpatía.
El buen humor tiene algo que ver con el reconocimiento de los límites de este mundo que, a veces, son simpáticos. Lo más difícil y, lo más divertido, es reírse de uno mismo. Realmente si supiéramos hacerlo lo pasaríamos estupendamente.

La madurez es un proceso de formación de la propia personalidad,  teniendo en cuenta a las personas que mejor nos sirven de referencias positivas: las que de un modo práctico nos ayudan a llevar una vida mejor, más humana. Cuando la gente joven ve a una de esas personas, dice para sus adentros: “de mayor me gustaría ser así”.

La vida como paradoja



Mi experiencia con clases de universitarios ha supuesto para mí un periodo docente muy valioso. Durante un curso di clases de Antropología para alumnos que cursaban los Grados de Derecho y Empresa. Planteé unas clases, donde procuré alternar la solidez de unos apuntes con textos de actualidad y medios audiovisuales. Lo más significativo del curso ocurrió al poco tiempo de empezar. Había dos hermanas gemelas extremadamente delgadas. Una de ellas estaba muy ilusionada con la asignatura y demostraba un sincero interés, cosa que lógicamente me alegró. A las pocas semanas de curso observé que esta chica llevaba un tiempo sin venir. Al día siguiente, la Directora de estudios entró en clase y nos dijo que esta alumna, como consecuencia de una gastroenteritis unida a la anorexia que padecía, acababa de fallecer. El mazazo para todos fue tremendo. Nos quedamos sin palabras. Sólo logré decir a los alumnos que a veces no entendemos “los renglones torcidos de Dios”. A las pocas horas se celebró un funeral por aquella muchacha. Asistió todo el curso y alumnos de otros grupos. No se cabía en la capilla y los estudiantes rodeaban de cerca al sacerdote que celebraba la misa. Se respiraba un genuino ambiente de fraternidad cristiana.

         Aquella dura noticia unió mucho a ese curso. Todos estuvimos especialmente pendientes de la hermana de la chica que falleció. Esta alumna, aquejada también por motivos de salud, no se dio por vencida y tras serios esfuerzos llenos de mérito consiguió sacar el año adelante con buenas calificaciones. Me alegró verla al final del curso recuperada física y psicológicamente.

         En aquel año se abordaron respetuosamente todo tipo de interrogantes, relacionados con múltiples cuestiones polémicas de actualidad. Aquél ambiente universitario me resultó muy estimulante. Algunas de las características que observé fueron la accesibilidad de los profesores para con los alumnos, los seminarios de profundización en algunos temas, la posibilidad de estudiar parte de la carrera en otros países y la seriedad y exigencia en las materias.

La experiencia relatada me hace pensar que nuestro aprovechamiento académico no puede echar raíces profundas, si existen aspectos de la vida que se nos hacen incomprensibles. A continuación, vamos a ofrecer algunas reflexiones acerca de cuestiones que parecen romper una visión grata y acogedora del mundo en que vivimos. Se trata de temas profundos que una educación significativa ha de abordar en algún momento.
¿La vida tiene un nudo?
A veces hay problemas que no alcanzamos a comprender. Por ejemplo: la devastación y el horror que producen las guerras, el terrorismo  y el hambre en el mundo. Son cuestiones especialmente hirientes porque se deben al mal uso de la libertad de los hombres.
Además, suceden accidentes y catástrofes naturales que no tienen nada que ver con una causa humana, y que producen también un intenso sufrimiento a las personas que los padecen.
Quizás el dolor tenga un sentido que no alcanzamos a ver a primera vista. Pongamos algunos ejemplos: una persona que ha pasado por una enfermedad crónica es posible que se vuelva más comprensiva y menos prepotente. Probablemente, con su experiencia, pueda ayudar a otros enfermos que sufren la misma enfermedad. Un contratiempo de cualquier género es un motivo para aprender a tener más paciencia; una virtud muy importante para vivir. El sufrimiento fuerte de otras personas, nos hace caer en la cuenta de que nuestros problemas son más pequeños de lo que creíamos y que no merece la pena quejarse tanto de ellos. Un familiar con alguna lesión, discapacidad, ancianidad o enfermedad, nos lleva a sacar lo mejor de nosotros mismos para atenderle, haciéndonos así más generosos. El hecho de que todos los días mueran personas, nos lleva a una clara verdad: en esta vida estamos de paso. Vivir como si no fuéramos a morir nunca es una equivocación.
Como es lógico, nos gusta pasarlo bomba, disfrutar de la vida y que todo vaya bien; pero no siempre es posible, probablemente ni siquiera nos sentaría bien. También es cierto que el hecho de que veamos y experimentemos dolor sólo nos mejorará si sabemos darle una lectura positiva, y si obramos en consecuencia. Cualquier cosa que vale la pena conlleva algo de sufrimiento y de superación; desde estudiar para un examen hasta sacar adelante a una familia.
El dolor puede ser motivo de desesperación o de esperanza, de apocamiento o de madurez. "El dolor es el megáfono que utiliza Dios en un mundo de sordos", decía C. S. Lewis. Los contratiempos y las adversidades pueden ayudarnos a cambiar de ángulo de vista sobre la realidad. Sí nos quedara un año de vida, y lo supiéramos, probablemente nuestra jerarquía de valores cambiaría notoriamente: algunos de nuestros primeros objetivos podrían pasar a un lugar muy secundario, mientras que otras metas que solemos dejar aparcadas, cobrarían nuevo y vigoroso impulso.
Quizás la vida sea algo así como una servilleta con un nudo y el dolor es la fuerza que lo deshace. Es experiencia común que el dolor nos replantea nuestras prioridades y, si lo sabemos aprovechar, nuestra nueva escala de valores suele dar prioridad al bien de los demás, especialmente al de nuestros seres más queridos. No siempre comprendemos el sentido del dolor, pero lo que sí podemos darnos cuenta es de que su papel es importante en nuestra vida.
De todos modos el zarpazo del dolor es tan duro, en ocasiones, que la tentación del sinsentido puede acechar con vehemencia. Más provechosa y más humana es la actitud del sano abandono: "tal desgracia no ha dependido de mí, y aunque no la entienda no tengo por qué saber el sentido de todo". Es inmaduro negar el sentido de algo, simplemente porque uno no lo entienda. Dicen que el poco mal espanta y el mucho amansa. Un revés serio puede hacernos regresar a nuestra condición originaria de dependencia radical respecto a tantas cosas. Esta dependencia, asumida y aceptada, es fuente de sabiduría.
El hecho de que en el mundo triunfe con frecuencia la injusticia y la mentira no es señal de absurdo sino de limitación. El mundo no es un ticket de entrada a un espectáculo, sino la mitad de esa entrada. En la muerte se puede ver un absurdo - una falta de sentido radical- o un “pasen y vean” lo que completa sobreabundantemente al sentido de la vida. La visión limitada del sentido del mundo, abierta a un sentido superior, es algo razonable.
Teorizar sobre el dolor es más o menos sencillo. Lo difícil es asimilar bien el dolor cuando llega. Pero tener elementos de discernimiento es muy importante para hacer una vivencia enriquecedora del dolor. Poder transmitir esta enseñanza a los más jóvenes, con el ejemplo y con la razón, es de gran importancia para ellos.
Lo último que se pierde
Pieper, en su antes citada obra "Las virtudes fundamentales", destaca que la esperanza tiene mucho que ver con la aceptación de la propia vida. Sabemos que esto no es siempre fácil, especialmente para personas expuestas a duras condiciones de existencia.
Antonio Ruiz Retegui, autor del libro "Pulchrum"[1] (Belleza), también insiste en la necesidad de la aceptación de la propia existencia para la plenitud personal. Pero... ¿por qué tendría que aceptar su existencia un enfermo de cáncer o de depresión severa? ¿Porque no tiene más remedio? Ruiz Retegui interpreta el sentido positivo de la aceptación de la propia vida desde la perspectiva providencial de la misma. Cualquier suerte o desgracia que me toque es la mía, y yo estoy llamado a vivirla de un modo personal e irrepetible. Algo que me ha tocado no es simplemente un boleto de azar, sino un camino a recorrer. Chesterton explica cómo la aventura surge precisamente donde hay algo que no corre de nuestra cuenta y necesitamos afrontar. La sabiduría popular afirma que donde una puerta se cierra otra se abre.
La complementariedad entre libertad y providencia es un marco adecuado para la esperanza. Yo debo hacer lo que puedo, no más. Quizás sea poca cosa, tal vez no. Lo que verdaderamente importa es poner todos los medios humanos para conseguir algo noble y esperar que ocurrirá, lo veamos o no. Se trata de una postura sensata porque reside en la convicción de ponernos en nuestro sitio, y confiar en que alguien superior a nuestras fuerzas arreglara las cosas, más tarde o más temprano, en esta vida o después de la muerte.
Es verdad que la existencia trae consigo desengaños, pero estas frustraciones pueden sacarnos de las mentiras; nos convencen de que habíamos puesto nuestra confianza en algo equivocado, o que invertimos nuestra felicidad, plenamente, en algún asunto que se podía romper.  Pero los desengaños nada tienen que decir respecto a lo que no puede engañar. Las tristezas experimentadas pueden ser la cara del revés de las alegrías estables: el nacimiento de un hijo, la mirada benévola de nuestro abuelo, o la belleza de la fidelidad matrimonial.
La esperanza de los niños en la noche de Reyes Magos es de una consistencia demoledora. La mirada victoriosa de un anciano feliz, curtido en la virtud, resiste a cualquier filosofía de la inquietud y la sospecha. Confiar en lo que es digno de confianza es como flotar en el mar del mundo y poder navegar hacia un rumbo concreto. Supone la sana disposición de reposar la mente sobre la almohada de la verdad. Esperar es vivir con más intensidad, potenciar la ilusión, acercarse a la plenitud. La esperanza se abre a la magia del misterio, la más plena de las realidades.
La gente joven necesita tener esperanzas sólidas para proyectos que merezcan la pena. Convencerles de esto requiere que seamos personas con una esperanza que se refleje en nuestro modo de vivir y de enseñar.




[1] Pulchrum. Ruiz Retegui, A. Rialp. 1999.

Saturday, October 07, 2017

Integridad, alegría y educación


Dickens escribió una famosa y breve novela titulada “Canción de Navidad”. El protagonista es el señor Scrooge, un hombre avaro y tacaño que no celebra la fiesta de Navidad a causa de su solitaria vida y su adicción al trabajo. No le importan los demás, ni siquiera su empleado Bob Cratchit; lo único que quiere es ganar dinero. 

Una noche, en víspera de Navidad, Scrooge recibe la visita de un fantasma que resulta ser el de su mejor amigo y socio Jacob Marley, quien murió siete años antes del inicio de la historia. El espectro le cuenta que, por haber sido avaro en vida, toda su maldad se ha convertido en una larga y pesada cadena que debe arrastrar por toda la eternidad. Le dice a Scrooge que ya ha superado el conjunto de sus maldades; por lo tanto, cuando muera tendrá que llevar una cadena mucho más larga y pesada que la que Marley debe acarrear. Entonces le anuncia la visita de tres espíritus de la Navidad, que le darán la última oportunidad de salvarse. Scrooge no se asusta y desafía la predicción. Esa noche aparecen los tres espíritus navideños: el del Pasado, que le hace recordar a Scrooge su vida infantil y juvenil llena de melancolía y añoranza, antes de su desmedido afán de enriquecerse. El del Presente hace ver al avaro la actual situación de la familia de su empleado Bob Cratchit, que a pesar de su pobreza y de la enfermedad de su hijo Tim, celebra la navidad. El Espíritu del Futuro, mudo y de carácter sombrío, le muestra el desgarrador destino de los avaros: su casa saqueada por los pobres, el recuerdo sombrío de sus amigos de la Bolsa de Valores, la muerte de Tim Cratchit y lo más espantoso: su propia tumba, ante la cual Scrooge se horroriza finalmente e intenta convencer al espíritu de que está dispuesto a cambiar si le invierte el destino. Al final, el avaro despierta de su pesadilla y, por fin, se convierte en un hombre generoso y amable. El cambio lo vive el propio Scrooge cuando finalmente celebra la Navidad, y hace que un jovenzuelo compre un pavo y lo envíe para su empleado Cratchit, sin dar a conocer quién lo mandó. Posteriormente sale a la calle para saludar a la gente con un “Feliz Navidad” y entra en casa de su sobrino Fred para celebrar la fiesta, causando asombro entre los invitados. Con respecto a Cratchit, finge reprenderlo por llegar tarde al trabajo; le da un aumento de sueldo y va con él para ayudar a la familia; en especial a su hijo en su tratamiento de la enfermedad, lo que al final causa felicidad en ellos haciendo memorable la frase del pequeño Tim: “y que Dios nos bendiga a todos”.

         Esta historia puede ayudarnos a pensar en cuáles son los motivos de nuestras faltas de alegría. A lo mejor tendrían que aparecérsenos unos cuantos fantasmas que nos dijeran las cosas claras. Algunos de ellos podrían traernos estar en las siguientes propuestas que planteamos a continuación.

Sencillez y alegría

Cuando una persona tiene claros sus objetivos y está bien consigo misma surge la alegría. Esta integridad no es fácil de conseguir, salvo para los niños pequeños. Ellos, en su mundo, experimentan una felicidad que los más sesudos sabios no han sido capaces de atrapar en razonamientos. Tal vez su alegría tenga que ver con su sencillez. Pero para los mayores la sencillez… no es tan sencilla. Podemos preguntarnos: ¿Tenemos claros nuestros objetivos más importantes?

Hemos de procurar poner en práctica aquello en lo que creemos: Tener una jerarquía de valores y actuar en consecuencia son dos cosas que han de ir en paralelo, porque nuestros motivos más importantes para vivir dependen de la práctica con los que los llevemos a cabo. En este proceso de fragua de la personalidad, experimentamos dentro de nosotros tendencias contrarias. Hemos de seguir aquellas que nos hacen mejorar como personas; las mismas que también ayudan a mejorar a los demás. Por esto, podemos preguntarnos: ¿Comparamos nuestra conducta diaria con los valores y verdades más firmes que decimos defender?

El trabajo bien hecho nos da fuerza. La vida posee un componente claro de pelea y superación. La tarea educativa tiene mucho que ver con todo ello. Experimentamos múltiples debilidades, pero es precisamente un trabajo adecuado el que nos fortalece. Se habla mucho de la motivación de los alumnos; pero se habla menos de que hagan de la necesidad virtud, un lema muy sabio y frecuente en la vida. La pura verdad es que, tanto alumnos como profesores, nos encontramos mejor después de cumplir nuestras obligaciones académicas o laborales, con gana o sin ellas.

Conseguir una personalidad íntegra es tarea de toda una vida. La veracidad de nuestro mensaje personal se manifiesta en la alegría. Esta característica es como la luz de una sólida unidad interior. La alegría se ve alterada frecuentemente por muchos factores externos. Cualquier contratiempo serio nos modifica el estado de ánimo. Por este motivo, la alegría es algo más que la sensación de bienestar y de plenitud. Si la alegría dependiera únicamente de que lo que nos pase sea agradable, podríamos olvidarla como una virtud de las personas. Sin embargo, la alegría no solo depende de lo que nos pasa sino sobre todo, como ya dijimos, de lo que hacemos con lo que nos pasa. Nuestro carácter positivo no puede depender tan solo de que nos sonría la vida, cosa que agradecemos. Somos nosotros los que tenemos que sonreír a la vida, también cuando pasemos por circunstancias más difíciles. Esta sonrisa, al menos interior, no es poco significativa sino todo lo contrario. En algunas ocasiones no será posible ni conveniente sonreír físicamente, pero sí que podemos aceptar una situación difícil con esperanza de superarla. Esta afirmación de lo que suceda es ya una sonrisa y la chispa de la que resurgirá la llama de la alegría. Hemos de buscar los motivos para “sonreírle a la vida” aunque, en ocasiones, no nos apetezca en absoluto.

Necesitamos ayuda a lo largo de nuestra vida y es humano e inteligente saberla pedir cuando nos hace falta. Somos seres sociales y necesitamos el apoyo de las personas que sabemos que pueden dárnoslo. Los seres humanos nos equivocamos con bastante frecuencia y solo los que se dejan ayudar y corregir consiguen una personalidad mejor.

La alegría está relacionada con la esperanza. Esta última virtud apunta a un bien del que ya gustamos o vislumbramos algo. En la medida que ese bien sea más superior y estable, el motivo de nuestra alegría será mayor. Cuando la tarea de la propia unidad interior o integridad se haga en base a una motivación más alta, noble y duradera, nuestra personalidad se irá haciendo cada vez más alegre. Podremos ser entonces, con  los altibajos y limitaciones propias de todo ser humano, una referencia convincente para los demás; especialmente para aquellos que más queremos. Aunque quizás ahora no seamos capaces, podemos llegar a ser personas con una alegría estable y serena que ayude a mucha gente.

La alegría depende de dónde tenemos el corazón. La más plena realización de una persona está en potenciar su capacidad de amar. El lugar más apropiado para el propio corazón, paradójicamente, no es uno mismo. Hemos de reflexionar en quién lo ponemos.

Crear lazos, hacer escuela

Un tipo divertido escribía en la dedicatoria de su tesis doctoral: "A todos mis amigos, sin cuya ausencia hubiera sido imposible hacer este trabajo".  Las relaciones de amistad son fuente de esfuerzos y de alegrías. Estamos "conectados en red" con nuestros familiares y amigos, y también con todo el mundo.

Las relaciones humanas no son algo accidental, sino nuclear. Se ha dicho que la clave de la felicidad está en la calidad de las relaciones humanas, y seguramente es verdad. En el fondo de mi yo están de algún modo los seres que aprecio, dando plenitud a mi vida; y también los seres que desprecio, si hay alguno, royendo mi alma. Por esto no trae cuenta despreciar a nadie.

En cierta ocasión un alumno hizo una pregunta filosófica, un tanto espesa, a un profesor: "el hombre tiene alma y cuerpo, podríamos decir que tiene el número dos. Dios es tres personas, su número es por tanto el tres... ¿Cómo puede pasar el hombre del dos al tres?" El profesor respondió inmediatamente y con ingenio: "el tres son los demás, la bendita fraternidad cristiana".

Pasar a la práctica todo lo dicho hasta ahora puede parecer una empresa demasiado ambiciosa; pero pienso que merece la pena intentarlo. Puede hacerse poniéndose pequeñas metas diarias, que van mejorando nuestra personalidad sin que nos demos mucha cuenta.

Recuerdo a un profesor que tenía la estupenda capacidad de hacer de sus clases una especie de tertulia. Era competente en su materia y, además, sabía hacer participar a sus alumnos del interés por su asignatura. Presentaba a los chicos de sus clases a algún concurso académico de su ciudad y hacía algunas interesantes actividades extraescolares, con éxito. Pero lo que más me llamaba la atención de él era su paciencia de elefante para corregir a sus alumnos sin herirles nunca, sabiendo animarles uno a uno. Era notorio que les quería; y los alumnos le correspondían.

La tarea del profesor es fantástica, pero dura. Hay mucho que aguantar y que corregir. El peso de los alumnos es, a veces, muy gravoso. Hay enfados, desánimos y humillaciones. No es menos cierto que hay bastantes satisfacciones: ver a los alumnos aprender, crecer, sonreír… Pasa el tiempo y uno te invita a su boda, otra ya es abogada, y aquel que no destacaba demasiado en clase resulta que ya es ingeniero. Realmente enseñar merece la pena, mientras el cuerpo aguante. Podemos así colaborar con los primeros responsables de la educación: los padres de los chavales.


 Actualmente hay muchas ganas de renovar la educación, de innovar, de cambiar cosas, y me parece genial siempre que se haga con sentido común. Pero a lo largo de los años, y actualmente, una de las cosas que más me ha convencido de la enseñanza es ver a algunos profesores vivir su exigente trabajo con alegría. ¿De dónde sacan esa jovialidad y buen hacer? Pienso que de una rica personalidad, trabajada con el tiempo, que ha sabido encontrar algún misterioso manantial de renovación y crecimiento interior.