Tuesday, July 25, 2017

Alegría

Hablar de la alegría es tratar un tema muy serio. Entraremos en esta cuestión poco a poco, con discreción, como se pasa al cuarto del enfermo y se abren las persianas despacio, para que la luz no entre de golpe. En el mundo falta alegría porque falta luz. Hay abundancia de risotadas, ruido, apariencias, pero la estabilidad en la dicha interior es algo de lo que se habla poco: alguien escribió que no es fácil tener un rostro en vez de una careta.

Un mundo de contrastes    

Si quedáramos con familiares o amigos a merendar en una loma de la periferia urbana, para ver cómo se pone el sol, la cita tendría pocas posibilidades de éxito. Sin embargo, estoy convencido de que sería una merienda inolvidable. Si el encuentro invitara a un desayuno en un descampado al amanecer, la cosa se pondría más difícil todavía; pero sospecho que tal día sería muy singular y lo emprenderíamos con una energía especial. Desde luego, como llueva o nieve uno se expone a perder la alegría y las amistades.

            Aunque hay personas apasionadas por el asfalto y el CO2, a casi todo el mundo nos gusta salir al campo a airearnos de vez en cuando. Ver pastos, árboles o un industrioso pájaro carpintero, es algo que entona el espíritu. Toda esta disertación naturalista viene a cuento porque los seres humanos nos sentimos bien en la lógica de la creación. Las montañas de mi pueblo también están en mi alma y el mar de mi infancia está presente a lo largo de mi vida. En nuestro mundo creado hay arañas desagradables, perros hostiles y noches que nos parecen demasiado largas. Se trata de un mundo que, en gran  medida, no hemos diseñado nosotros, como nuestro propio rostro. La vida deja con frecuencia muchas cosas que desear... Precisamente para que las deseemos creyendo en un mundo nuevo, terrenal y eterno.

Nuestra vida está mutilada por la muerte; solo tenemos la mitad de la entrada para ver la película. Por esto algunos piensan que la existencia es un timo y aparentan tener una sólida y fervorosa fe en el absurdo. Sin embargo, el enfermo dependiente, el anciano con cara de niño o el moribundo tranquilo son las ventanas más luminosas por las que se nos dicen: Pasen y vean. Esos fogonazos de luz clarísima no son solo de ultratumba porque también alumbran más y mejor las cosas entrañables de la vida: las noches de Reyes Magos en la infancia, el nacimiento de un hijo, o el imaginario día en el que por fin nos tocó el gordo de la lotería; pálido sucedáneo del vigoroso e histórico día en el que nos tocó nacer.

“Optimista, vivaracho...”

            El término alegre proviene del latín alicer, y significa vivo, animado. Según esto  el mundo estaría repleto de alegría, desde la inquietante sonrisa de la hiena hasta el jolgorio de los pitidos de un atasco de tráfico. La tristeza total parece reservada para los habitantes de la luna. También la palabra alegre tiene relación etimológica con el término sano, como cabía esperar.

En relación con la alegría algunos diccionarios nos proponen términos gráficos: bromista, cara de pascua, como unas castañuelas, exultante, festivo, radiante, como niño con zapatos nuevos, optimista, vivaracho....  Pero conviene tener ojo porque nuestro concepto de alegría se podría ir por los derroteros de vida alegre, que puede entenderse como las acciones de un frívolo o un sinvergüenza. Una vez más no es oro todo lo que reluce.

Es bueno estar animado y sano; pero estas estupendas condiciones no son suficientes para ser alegres. Nuestro más genuino regocijo no es el de un simpático setter con una perdiz en la boca. Es cierto que hay situaciones no demasiado profundas que nos pueden producir una intensa alegría: un resbalón en el suelo del adversario político o el hallazgo de una maravillosa puerta blanca que pone WC, tras un largísimo paseo. Pero las personas somos, para bien o para mal, racionales. Necesitamos encontrarle el sentido a las cosas: no solo al chiste sino a la vida; y la vida no es precisamente un chiste. Esto no significa que los intelectuales, por desgracia, suelan ser muy divertidos; aunque hay brillantes excepciones.

Hay un principio de sentido común para estar alegre y pienso que tiene bastante que ver con la sencillez. Una persona sencilla se da cuenta de algo muy importante: Su vida es muy poca cosa en el conjunto de la historia. Por supuesto que la vida de todo ser humano es importantísima; ahora me refiero a una experiencia común: un creído o un pedante nos parece insoportable, mientras que una persona llana y asequible nos resulta encantadora. La sencillez es como la buena harina del pan de la humildad, virtud que Tomás de Aquino define como la morada de la caridad. Esta sencillez es sabiduría. Me parece que ser sabio es ser feliz o, mejor dicho, intentar serlo.

A la sabiduría la he visto encarnada en algunas personas distintas pero con un núcleo común: son hombres y mujeres felices y capaces de hacer felices a otros. Tiene también otras características afines: suelen ser gente práctica, laboriosa, con sentido común, paz, guasa, abnegación, fe, y, sobre todo, un amor maduro que se manifiesta en estar en las cosas de los demás de modo simpático e ilusionado, sabiendo exigir y exigirse cuando hace falta. Hemos hablado de amor maduro y esto es imposible sin pasar por la garlopa del sufrimiento.

Sospecho que todas esas personas encantadoras a las que he aludido, pienso que hay muchísimas, han tenido que tragar bastante quina en su vida. Quizá sea verdad que para saber reír haya que haber sabido llorar. No amanece desde la luz, sino desde la oscuridad. De todos modos, a veces el dolor es demasiado intenso y profundo, desproporcionado para las fuerzas humanas. Es como si un vendaval arrancara de cuajo el tejado de nuestra casa. Entonces, con la casa rota, uno puede ver con más facilidad el cielo, tan solo hay que levantar la cabeza. Un hombre es un centauro hecho de materia y fuego divino; si se apaga el fuego lo que quedan son cenizas. Pero el fuego quema; es decir: duele y purifica. 

Motivos para la alegría

El buen humor, en ocasiones, es el embajador de la alegría y se basa en las limitaciones reales de la vida, tomadas con salero. A Chesterton le dijeron una vez que dejara de escribir y marchara a luchar a la guerra; él contestó que con solo darse la vuelta estaba en el frente de batalla –era un hombre espléndidamente gordo, declarado inútil para refriegas bélicas-.

El verdadero buen humor no es la mordacidad ni el sarcasmo. Tampoco es la pusilanimidad del que sólo busca ridiculizar al mundo y a los demás. El buen humor tiene que ver con el buen amor por el que se dicen cosas simpáticas y agradables con medida. La simpatía no es la algarabía del meloso que puede esconder un corazón de piedra. La más humana cordialidad puede encubrirse tras el rostro de una persona adusta con cara inicial de pocos amigos, pero con solicitud de servicio e ingenio para encontrar las chispas de la vida; y las chispas pueden hacer prender un bosque. Se ha dicho que un hombre sin alegría es como un bosque sin pájaros. Quizá es que los pájaros están dormidos.

Para desanimar más a un desanimado lo mejor es urgirle así: ¡Anímate hombre! Es como decirle a un cojo... ¡Quieres andar de una vez, caramba!; o quizás gritar a uno que se ahoga indicando con resolución: ¡Haga usted el favor de nadar! El animador desconoce por completo el clima de zozobra o debilidad de su sufrida víctima. A veces es preferible callarse y quedarse cerca de la persona necesitada y empezar por ofrecer una discreta sonrisa. Nada más y nada menos.

Hay muy diversos motivos para la alegría. Los comentaristas de los partidos de España en el último mundial de fútbol de 2010, ante las victorias del equipo español, exultaban diciendo a pleno pulmón ¡Qué felicidad, qué alegría! Los hay incluso, es bien sabido, que disfrutarían más viendo perder a su equipo rival que viendo ganar al suyo propio...Ante todo libertad. En fin, un examen superado, una oposición ganada, un amor correspondido...Son innumerables los motivos que causan alegría. Pero tenemos experiencia de que la alegría puede ser como una tormenta de verano. Ya dijimos que somos seres que piensan, de vez en cuando, y necesitamos captar el por qué de las cosas y el de nuestra propia vida.

Solo una misión a la altura de la dignidad humana es lo que llena una vida. Puede que nos resulte apasionante la repoblación de truchas o inventar un buscador mejor que Google; es probable que nos realizara muchísimo descubrir la vacuna contra una grave enfermedad o dar trabajo a muchas personas; todo esto son cosas muy buenas. Pero una misión es un encargo de otro para quien la lleva a cabo.

Todos los cursos suelo explicar a mis alumnos una cosa, procurando que sea antes de comer. Les digo que se imaginen una mesa llena de hamburguesas calientes, patatas fritas crujientes y coca-colas. Sin embargo se nos prohíbe maliciosamente el paso hacia este manjar y no podemos atraparlo. El resultado es que esas cosas tan buenas al día siguiente se han echado a perder y no hay quien se las trague. ¡Qué pena! Continúo la alimenticia exposición diciendo que nosotros somos una especie de hamburguesas libres y que cuando nos sabemos buenos, queridos –por alguien que nos quiere de verdad y no como a una hamburguesa- es entonces cuando nos damos con alegría.

Solemos asociar la alegría con estar alegres, sentirse alegres. Quizás sea mejor relacionar la alegría con ser alegres, conocer los motivos de una auténtica alegría y actuar en consecuencia, aunque el sentimiento no acompañe demasiado. Los cristianos tenemos muchas razones naturales comunes a personas de otras religiones o de ninguna. Pero además creemos que la Alegría misma pasó por un dolor tremendo para hacer a los hombres hijos de Dios, porque nos quiere inmensamente.


Con salud o sin ella, con ánimo alto o por los suelos, con ganas de comerse el mundo o de no salir de la cama, un cristiano coherente ha descubierto la raíz de la alegría porque no la ha fabricado él, porque no es consecuencia de méritos propios, sino porque es un don divino, una llama luminosa y animante que nos hace entender entonces que la alegría consiste  en hacer la Voluntad del que me ha enviado.

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