Sunday, January 21, 2024

Las sombras de Herodes y la luz de Belén.

La sombra del castillo de Herodes es alargada. En una noche con luna, esa imponente fortaleza de poder proyectaba su silueta, como quien quisiera poseer con sus garras de autonomía y poder todo lo que le rodeara. No muy lejos, en una pequeña gruta había luz, la luz de la familia; y en el firmamento, una formidable estrella señalaba la presencia del niño rodeado por el cariño de sus padres.

Se trataba de dos modos de vida muy diferentes: por un lado, el castillo lleno de comodidades, armas y arrogancia; por otra parte, el pesebre rodeado de pobreza, humildad y alegría. Sin embargo, las sombras son por las luces, no las luces por las sombras. La oscuridad repetiría sus intentonas a lo largo de la historia, dejando siempre tristeza, sinsentido y fracaso. La luz se propagaría por el mundo entero, renovando la vida de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en medio de las calmas y tempestades de los siglos.

Actualmente son muchas las sombras que se ciernen sobre el mundo. Una destacable es el oscurecimiento del valor de la vida del niño concebido y no nacido. La muerte de tantos seres humanos indefensos, en una actividad industrial legalizada a gran escala, es vista incluso como una conquista de derechos y libertades. Se trata de un retorcimiento de la realidad con más curvas que las de una serpiente, como aquella que incitaba a que fuera el hombre y la mujer los exclusivos creadores de su propio bien y mal.

Defender la vida humana desde la concepción es algo profundamente humano. No puede ser calificado de confesional; del mismo modo que sería perverso afirmar que el maltrato a las mujeres es solo una exageración del confesionalismo feminista.

A la relativización de la vida del nonato, ha seguido otra de la maternidad y de la paternidad. La realidad de la familia se está difuminando, también la comprensión del hombre y de la mujer. Pero el ser humano es familiar: somos nuclearmente hijos e hijas. Necesitamos de ese hogar donde se nos quiere a cada uno por nosotros mismos, donde se nos pone un nombre y se nos anima a vivir con decisión y buen ánimo. Ciertamente la familia supone esfuerzo, superación, fidelidad: virtudes necesarias para forjarnos como personas. Por supuesto que puede haber situaciones de ruptura complejas e insostenibles: una casa se puede venir abajo por diversos motivos; y habrá que recomponerse de alguna manera, quizás muy buena. Pero otra cosa distinta es pretender edificar el hogar sobre la grieta del egoísmo: así solo terminan por quedar intereses individuales, tristeza y soledad.

Hay que levantar la mirada, cada uno tiene que descubrir su estrella. Si pone empeño la descubrirá; y allí encontrará también el calor y la luz de su familia.

 

José Ignacio Moreno Iturralde