Información sobre la fe cristiana y la dignidad humana en relación con el mundo actual
Sunday, April 11, 2021
Sunday, April 04, 2021
Friday, April 02, 2021
La bondad de un padre
En medio de sus iniciativas, en una ráfaga de alegría, él conoció
a la que sería su mujer. Poco a poco entendió que el nombre de su camino de
esposo era el de ella.
El colosal espectáculo de la realidad, tan frecuentemente
poco valorado, lleva en su día a día la lejía de lavandero que blanquea el alma
del padre: madrugones, burocracias, trabajar en algo que no acaba de llenar,
humillaciones regularmente llevadas, y toda una serie de zarandajas que son
como las piedras de molino de las que sale el aceite sabroso que condimenta la
vida.
Noches de hospital en la enfermedad de un pequeño, noches de
Reyes Magos en la pletórica salud de todos los hijos, derrotas del equipo de
fútbol nativo, vacaciones plácidas en el pueblo veraniego, sonrisas notorias y
lágrimas internas, son la climatología que va modelando el corazón del padre.
Hoy la rebeldía de un hijo adolescente, mañana la matrícula
de honor de la empollona de la casa, a veces no saber encontrar el modo de
hacer más feliz a la esposa, inoportunamente la visita de algún cuñado, y sobre
todo la aceptación de las propias limitaciones personales… Todo esto son
aprendizajes de una universidad doméstica de paciencia, serenidad, dolor y
satisfacción.
Quizás lo genuino de un padre es el saber “estar ahí”, como
las montañas o el mar. Estar a veces tan ignorado como el aire que se respira,
o como los ojos que ven. El padre es el hombre sencillo y simpático que aporta
seguridad a los suyos, no con una cansina tarea obligada, sino con la
fascinación que le produce ver crecer a sus hijos. Es la visión del que sabe
querer y ha hecho de su familia su principio de operaciones, cortando con
decisión algunas aspiraciones individuales que pasaron a estar de más.
Es esa fidelidad enteriza, en medio de las fragilidades y
aciertos, la que da autoridad y prestigio a la vocación de ser padre. Ese no
estar en lo propio, para encontrarse a sí mismo, viviendo el amor conyugal y dando el
patrimonio del buen ejemplo. Esto produce, además, una aptitud para disfrutar
de las cosas buenas de la existencia.
Para ser padre, física y espiritualmente, hay que ser muy
hombre; es decir: virtuoso. La escuela de la paternidad hay que aprenderla
desde muy niños. Consiste en buscar diariamente, en cosas concretas, la verdad
de la propia vida: una verdad que dará fruto. Y aunque los vendavales del mundo
rompieran parcialmente el árbol de la paternidad, la sabia de sus raíces brotaría
novedosa de alguna manera; porque la paternidad es más profunda que los hechos
de la realidad. La paternidad, tan humana, tiene algo de eterno y divino: construir
la casa donde los hijos son felices.
José Ignacio Moreno Iturralde
Thursday, April 01, 2021
La alegría de una madre
Una madre es composición de colores, orden, y agua de
colonia. Siendo una fuerza indómita se engalana de ternura, y también de
energía cuando es preciso. Conjuga lo que está disperso, aplaca la fuerza de su
hijo o de sus hijos con una mirada juguetona llena de luz, conquista a su
marido con una sonrisa franca, y tiene por bandera la de la victoria. Su pasmosa
sencillez coincide con una alta inteligencia, porque sabe poner cada cosa en su
sitio.
En el hogar, en el trabajo, en el deporte, o en las Bahamas,
juega siempre en equipo, aglutina, alimenta, anima, diríase que su esencia es nutrirse
de la alegría de los suyos.
Si algunos problemas le circundan la cabeza, su dimensión
familiar los aniquila con la fuerza limpia del poderoso río de la maternidad;
ríete del Amazonas.
Ella es la tierra madre y, quizás por esto, acepta con
entereza la llegada del dolor y la adversidad. Llora en ocasiones, pero regando
el campo de la vida con las lágrimas de su corazón materno. Surgirán así, con
el nuevo sol, más cosechas de luz y de
futuro.
Los hijos, en sus iniciativas de comerse el mundo, cuentan
con la fuerza y la seguridad de su vínculo filial. El marido, lidiando con los
problemas cotidianos, centra y renueva el sentido de su vida en el alma que
comparte con su mujer. Discuten a veces, sí; se aguantan, también; porque se
quieren, y la forja del carácter es enseñanza coral de la armonía familiar.
El matrimonio no consiste principalmente en proponerse
objetivos personales, sino en atar el carro a una estrella que marido y mujer
miran con admiración. Es entonces cuando ese carro puede llevar el peso bendito
de los hijos y de los días. Y cuando la estrella no se ve, se encuentra en los
ojos de una madre.
Por muy torcida que se ponga la vida y por graves que sean
los errores cometidos, el alma de una madre puede detectar el camino, anterior
a ella misma, que llegará a buen puerto, aunque el trayecto no sea fácil. Sólo
sabiéndose profundamente hija, tendrá la seguridad de seguir siendo madre; dando
sentido, amor, a sus hijos.
Una madre es el manantial de la humanidad, algo más fuerte que
todas las potencias del mal y de la muerte. La maternidad, biológica y espiritual
–no siempre coinciden-, es el quicio de la vida y de la alegría de los hombres.
José Ignacio Moreno Iturralde