Friday, July 21, 2017

La luz y la piedra


Se dice de la catedral de León que tiene "más vidrio que piedra, más luz que vidrió, y más fe que luz".  Las dos primeras premisas son visiblemente  comprobables. La tercera es una opción del espíritu, una opción razonable. La fe es audaz, y muy humana. Por ejemplo,  mucha fe había que tener en épocas antiguas para pensar que los descendientes del Cromañón llevarán a cabo la proeza arquitectónica de León.

La visión de Freud acerca del ser humano debe de encontrarse con grandes problemas en León.  Pensar que el espíritu religioso es una especie de exaltación del instinto sexual es un planteamiento poco serio, sin cimientos, ni ventanas, ni luz.

La interpretación marxista de la historia, tal vez sirva para explicar las construcciones de pirámides egipcias hechas por esclavos. Pero las catedrales góticas y románicas fueron construidas por hombres libres, muchos de ellos canteros de buenas mañas y posiblemente buen humor. Obreros y arquitectos que llegaron a edificar agujas y pináculos con un perfecto acabado, incluso en lugares elevados donde la vista humana jamás iba a poder detenerse.

Las construcciones románicas no tienen la ligereza y luminosidad que confiere el arco apuntado, las inmensas y coloridas vidrieras, y el ascenso de los muros posibilitado por los contrafuertes góticos. El románico es sólido, discreto, en ocasiones un tanto chaparro, como el hombre mismo. Los arcos son de medio punto, formeros o fajones, las bóvedas de medio cañón y la decoración escasa. Pero entre tanta austeridad, hay ventanas abiertas por las que entra la luz. Esa luminosidad exterior es la gloria interior del románico. La mañana entra en el claustro y el ábside románico, con la alegría y determinación de un nacimiento. Con  aquella luz, y tal vez con algo de calefacción,  esas paredes ensanchan el espíritu. La pétrea sencillez, el aire interior limpio, y la capacidad de recepción del misterio, bien pueden considerarse una alegoría de lo que puede ser el alma humana. Al salir de semejantes obras de arte uno puede entender mejor la naturaleza del mundo, y su propia vida...todo depende de la luz con que se enfoque.

Un mundo que fuera una noche perpetua sería lamentable. Resulta estremecedor lo que nos cuentan acerca de las larguísimas noches de las zonas polares. Sin embargo, una iluminación excesiva también puede resultar rechazable. Se insiste en que el románico es una arquitectura con mucha oscuridad, valoración que no comparto. Los bloques de piedra dejan escasos vanos, pero a través de esa angostura se valora con más fuerza la luz solar. Puede hacerse quizás un paralelismo con la condición humana y su afán de felicidad. Nuestros días son, con frecuencia, grises y monótonos, aunque también sería ingrato despreciar tantos dones cotidianos. Pero hay algunas ventanas abiertas por las que entra la claridad.

Hay quien pretende hacer de su morada interior una especie de sala de fiestas con luces de neón, donde acaba por respirarse un ambiente insano. Es más acorde con la naturaleza humana, y más saludable, no andarse con tanto artificio, valorar más lo fundamental, y abrir las ventanas a la magnífica luz exterior. Aún siendo de noche puede divisarse alguna estrella, o muchas.

Esta especie de modesta prosa poética pretende aproximarse a lo que es la condición humana. Por grandes que sean sus logros, todo dependerá de si hay una luz sincera que los ilumine, y resalte con autoridad y fuerza el auténtico valor de aquellos trabajos. Esa luz no es nuestra, viene del exterior de nosotros mismos, y es la única capaz de proyectarnos y hacernos grandes, más aún que una catedral.


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