Sunday, July 09, 2023

El amor maduro.


Para hablar sobre la madurez hay que ser consciente de la inmadurez que uno tiene. Esto nos hará hablar con cierta humildad, la cual supone ya una cierta madurez.

El amor se entiende mejor encarnado en las personas a las que más queremos. Vemos entonces que nos importan más ellas que nuestros sentimientos. Considerar el amor exclusivamente como una emoción es una inmadurez. El amor se demuestra en obras de generosidad. Es muy distinto el amor a mi madre que el amor a mi abuelo, pero se parecen en que quiero el bien para ellos con hechos concretos. Esto debe suceder en todos los amores que realmente lo sean, de lo contrario se trata de sucedáneos; es decir: de timos.

Los sentimientos son importantes, pero no conocen. Por esto: un amor maduro ha de ser inteligente, realista. Si me troncho de risa en el entierro de un familiar estoy como una cabra; y si lloro amargamente por la muerte de un mosquito tengo tanto cerebro como él.

El amor maduro se demuestra con actos de generosidad, de entrega, de pisar el propio yo para que la persona querida esté mejor. Es la experiencia de millones de madres y de padres en la relación con sus hijos e hijas. Algo análogo ocurre en la relación conyugal: la felicidad de los hijos tiene mucha relación con la fidelidad de sus padres; y al revés. Cuando los ojos de la mujer y de su marido se encuentran en los de sus hijos, se produce un círculo virtuoso de afecto. Si un matrimonio no tiene hijos siempre podrán mirarse el uno al otro, quizás de un modo muy profundo, procurando el bien de los demás. Cuando uno encuentra sentido, verdad y ayuda para ser fiel, es cuando está en camino de vivir un amor maduro; porque el amor nunca pasa y, si pasa, no es amor. Esta frase nos eleva a un amor purificador y generador de vida; algo divino que nos hace más humanos.

La proliferación del divorcio y de las relaciones sexuales descomprometidas, supone la expansión de la esclavitud y de la amargura. Es mucho mejor permanecer dentro del barco con un rumbo claro, que acabar siendo un naufrago en el mar, desengañado por sirenas más falsas que un euro de plástico.

El amor maduro da fruto, está abierto a la vida, y entiende la sexualidad como una puerta a algo mucho más grande: la familia. Por esto, este amor sacrificado y lleno de molestas puñetas cotidianas es fuente de alegría y de buen humor. Además, crea personalidades optimistas, recias y con ganas de comerse el mundo.

La sabiduría cristiana afirma que “Dios es amor” (1Jn 4, 7-9) y que lo que “Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19:6). Por esto, la familia que reza unida permanece unida. Sin embargo, por muy mala que fuera nuestra situación, por muy rota que estuvieran nuestras relaciones familiares, siempre hay una referencia de luz; tanto más significativa cuanto más negra fuera la oscuridad. No parece que la Magdalena ni el buen ladrón llevaran vidas muy logradas, pero lograron alcanzar un amor realmente maduro y grandioso.

La madurez tiene mucho que ver con el reconocimiento de los propios errores y con la sabiduría de saber aprender de ellos. Esto nos recuerda la vida de los niños y su enorme capacidad de sonreír y disfrutar. Por este motivo, siendo hombres y mujeres hechos y derechos, hemos de redescubrir nuestra condición de hijos para ser personas sinceramente alegres. Gente que ha tragado quina, que se ha bebido sus lágrimas, pero que es capaz de saberse muy querida y de querer. Así, poco a poco, iremos adquiriendo un amor más maduro, que es el único que puede hacernos felices.


José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, July 07, 2023

La Profecía y la libertad.


Al escuchar la palabra profecía alguno puede pensar en algo raro, excéntrico, que quizás suscita curiosidad. Por otra parte, hoy parece valorarse mucho la autonomía: el empleo de la libertad en busca de éxitos profesionales, satisfacciones afectivas y bienestar material. Sin embargo, lo que debería dar miedo es entregarse exclusivamente a la búsqueda de tales objetivos, sin duda interesantes, porque son notoriamente pasajeros.

En un universo tan inmenso y con una historia tan larga, la vida de cualquier persona sensata debería estar en la búsqueda de referencias sólidas, de criterios firmes para vivir con acierto. Algunos argumentos pronunciados con autoridad pueden ser enormemente valiosos, como los que da un padre o una madre a sus hijos, si son explicados con cariño, razones y con el ejemplo personal.

Las civilizaciones con más humanidad y sensatez, han entendido la religión como un modo de dar gracias y pedir ayuda a un ser divino. No hay nada más inhumano y desolador que un materialismo craso que termina en los trapos de la mortaja.

Los hombres de todos los tiempos han buscado profecías que esclarezcan el sentido de la vida, con mayor o menor acierto. Al respecto, el cristianismo ha traído algo radicalmente novedoso: durante siglos, los profetas del pueblo de Israel anunciaron el nacimiento del Mesías, el Hijo de Dios; hasta que históricamente sucedió en Jesucristo. Toca a cada uno pensar sobre el impacto diario en la propia vida de este hecho, que da sentido al mundo. Si lo pide con humildad, el ser humano es alcanzado por la luz divina de la fe.

Cuando una mujer o un hombre cristianos, a través de Iglesia fundada por el Hijo de Dios y de la Virgen María, vive esta asombrosa Profecía cumplida en la realidad, no se encuentra solo con un acontecimiento lejano en el tiempo. Ser cristiano supone, por los sacramentos, la oración y las buenas obras, el contacto diario con el Espíritu de Dios, como hijos suyos. Entonces se va entendiendo que podemos vivir una hermandad real con Cristo, pese a nuestras limitaciones. Uno se da cuenta de que su intimidad necesita ser compartida con quien más lo merece. Se empieza a vivir entonces más en sintonía con el corazón del Señor y, sin cosas raras, uno va encontrando la felicidad de una vida compartida con Dios y con los demás, que es el modo más pleno de ser libres. 


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, July 05, 2023

"Rising child" y la sonrisa a la vida.


Es una buena actitud la de sonreírle a la vida. Resulta fácil cuando la vida nos sonríe, por ejemplo: tomándonos algo rico en una terraza, con vistas al Cantábrico. Sin embargo, no parece nada sencillo mantener un ánimo alto si uno es un refugiado, que huye de su hogar por el horror de una guerra.

Sea como fuere la situación que nos circunda, el espíritu personal puede poner buena parte de las reglas de juego. Una buena formación intelectual y moral nos capacita entender que la vida en la que estamos inmersos es una rotunda afirmación. Los sucesos lamentables que ocurren no pueden reducir al sinsentido a la existencia de las personas. Lo contradictorio, lo absurdo, en definitiva: lo malo, no tiene fuerza para generar la realidad, cuya arquitectura de significado y belleza es enorme. La mezcla de azar y evolucionismo sin norte no llega a ninguna parte; ni parte de ninguna certeza sólida.

Sabernos queridos por quien nos importa nos llena de sentido. Amar es como decir “es bueno que existas”, decía Joseph Pieper. El amor requiere siempre confianza; por esto, aunque no sea evidente, puedo llegar a tener la certeza de que un gran amor afirma mi vida. Un amor que me constituye y renueva. Pero el peso de la precariedad puede hacer, a veces, que se diluyan estas nobles ideas. Entonces, y siempre, es el momento de ponerlas en práctica: aguantar a un familiar que no luce hoy su mejor yo, ser comprensivo con un adolescente o, lo que es más difícil, con uno mismo.

Quiero destacar un tipo primordial de afirmación: la de la vida del que quiero llamar “rising child”, el niño naciente, el que va a nacer pero todavía se están gestando, como nuestra sonrisa a la vida. Acoger la vida del hijo que viene de camino, previsto o no, es un gran acto de humanidad. Puede resultar un serio imprevisto en algunos casos, pero esto no puede justificar la barbaridad de quitarle la vida. Como afirmaba el profesor Leonardo Polo “abortar es matar una sonrisa”.

Al afirmar la vida, con toda radicalidad, descubrimos algo novedoso y fantástico: la afirmación que un niño naciente hace de la vida. Con que ingenuidad, inconciencia, pureza y confianza, este nuevo ser humano ilumina con su mirada la vida, especialmente la de sus padres. Proteger, cuidar y respetar esta vida es un modo humanísimo y precioso de decir sí a la existencia, de sonreír a la vida.



José Ignacio Moreno Iturralde