Saturday, July 29, 2017

Papá

              
              En la vida hay algunos momentos especialmente importantes, llenos de sentido, donde puede jugarse nuestro futuro. Cada uno recuerda esos trascendentales instantes de su biografía. Un amigo me aseguraba que uno de los momentos estelares de su vida sucedió, muchas veces, siendo él pequeño. Ocurría cuando, en el largo pasillo de su casa, jugaba a las canicas con su padre. A un extremo y otro del pasillo, se situaban mi amigo y su juguetón progenitor. En medio de la distancia que les separaba, se ponía una gorda canica de colores. Desde sus respectivos puestos, padre e hijo, con canicas más pequeñas, intentaban darle un toque a la grande. Quedé un poco extrañado de la importancia que daba mi amigo a cuestión tan doméstica y simplona. Él me aclaró, algo solemne, que le parecía que cuando padre e hijo se lo pasan bien acertando a dar en una esfera, es como si una familia pudiera cambiar la trayectoria del mundo.

Un padre y una lechuza

          Otro antiguo compañero del colegio, me relató una sorpresa sucedida en una tarde de su infancia. Al salir del colegio, vio que un buen grupo de compañeros rodeaban a alguien. Era su padre, quien venía con una lechuza viva posada en uno de sus dedos. La lechuza pasó a las manos del hijo, y los tres: padre, hijo y lechuza, emprendieron el viaje a casa. A lo largo del camino llegaron a la conclusión de que era mejor soltar al pájaro en un parque. La pajolera lechuza mostró cierto desacuerdo, y comenzó a oprimir con sus garras los dedos del chaval, quien con una certera sacudida del brazo puso en vuelo a la curiosa ave, de mirada profunda. Pero quien tenía mirada verdaderamente sabia era aquél padre, que decidió dedicarle tiempo y diversión  a su hijo, aun a costa de pasar más de una hora con un extraño  animal provisto de un amenazante pico, que en cualquier momento podía poner en acción.

  En opinión de aquél hombre, había dos males en el mundo: la falta de moralidad y el exceso de ambición. Luchaba personalmente contra ellos. Tenía un buen trabajo en una sólida institución administrativa. Disponía, sin embargo, de bastante tiempo libre por la tarde. Lo ocupaba en un sugerente fondo de inversión: estaba en su casa. Simplemente ...¡estaba ahí!, disponible para ayudar a lo que hiciera falta a su mujer y a sus hijos.

 Qué seguridad ofrece a su familia un padre fiel. No se trata de ser ningún héroe y, sin embargo, esa vida termina por ser heroica. Claro que es bueno moverse y tener iniciativa empresarial, pero siempre que no se ponga en jaque la empresa más importante: los familiares más próximos. Con frecuencia, no es sencillo compaginar las múltiples ocupaciones profesionales y sociales con la dedicación al hogar; pero lo que ayuda mucho es tener clara una jerarquía de valores. Un buen padre puede ser algo marmolillo, no muy sobrado en psicología juvenil, e incluso no demasiado simpático. Pero pese a no ser un genio puede ser excelente, porque la excelencia tiene que ver con la perfección, y la perfección se logra sobre con cumplir la propia misión en esta vida; y no tanto en no tener ningún defecto, cosa por otra parte imposible. Esta perfección está íntimamente ligada con la fidelidad. Haberse entregado a su esposa, para llevar a cabo algo más grande que ellos mismos, es algo de una gran belleza moral.

Un hombre sensato no puede llevar el corazón en la mano en las relaciones con otras mujeres. Debe saber que existen millones de señoras y señoritas encantadoras de las que se puede enamorar. Junto con un trato natural y cordial, un esposo inteligente intima menos de la cuenta con quien no es su esposa. Esta prudencia no es una reminiscencia anticuada; es sentido común: algo tan progresista como no renunciar a tener una cabeza y un corazón.

Basar el amor a la propia mujer en lo que marca el termómetro de la afectividad es un diagnóstico equivocado. Los enamorados se miran uno a otro, pero también han de mirar a un proyecto común que les compromete de por vida. Por sacar adelante este ideal, con efectividad esmerada, la afectividad también se renueva adoptando los modos propios de cada edad.

Qué bonita es la grandeza de una noble vida privada. Qué gran patrimonio para los hijos es un matrimonio bueno. En la era de la comunicación –bienvenida sea-, hay que recordar que es mucho más importante la compañía. El hombre que piensa más en su familia que en sí mismo no estará solo. Sentará bases sólidas para la confianza matrimonial y, aún en el caso de la infidelidad del cónyuge, él podrá ir por la vida con el corazón dolido pero con la cabeza alta. Es la cabeza la que debe guiar nuestros pasos, porque es la que puede mirar hacia adelante y hacia arriba. Aunque lo más grande de una persona sea la calidad de su amor, el corazón solo no es un buen guía para el camino de la vida.


Los padres y sus proyectos

            Un hombre normal es un tipo con proyectos; aunque se puedan pasar por etapas de desánimo o contrariedad. El descendiente del Cromañón empieza a fraguar ideas, a veces acertadas, otras muchas poco realistas. Sujetar la cabeza es una de las domas más difíciles de esta vida. Pero se trata de un deporte muy importante para no caerse al suelo.

           Un padre, con un intenso trabajo, mujer y diez hijos, me contaba divertido una cosa que le ocurría frecuentemente al llegar  cansado a su casa.  Tenía la ilusión de ir escribiendo poco a poco un libro de su especialidad. Sin embargo, una hija reclamaba su atención para comprobar sus avances con la guitarra eléctrica. Una vez escuchada una sintonía poco afinada, que solo el amor paterno puede apreciar, otro hijo le pedía consejo sobre su pericia al piano. Al final de la tarde, aquél hombre prácticamente no había escrito nada de lo suyo. Conste, que en este caso, el interesado consiguió publicar varios libros, aunque ensanchando generosamente los plazos marcados para su realización.

          Todos podemos darnos cuenta de que el gran proyecto para cambiar el mundo empieza por cuidar con esmero la propia familia, posponiendo o sacrificando otros intereses por legítimos que sean. Nos ilusiona tremendamente triunfar en el terreno profesional. A todos nos gustaría levantar imperios como los de Inditex, Mercadota o Ikea. Ojalá que algunos podamos conseguir éxitos parecidos; pero los alimentos de la casa, el vestido de los hijos y los muebles entre los que vive esposa son lo primero; también lo último: quedan grabados a fuego en el alma.


Padres educadores

            En cierta ocasión un chico de unos doce años le comentó a su padre que en el colegio le habían dicho algo muy raro en clase de Religión. El cabeza de familia se interesó por la cuestión. Realmente se trataba de un punto de importancia contrario a la fe católica, que la familia profesaba. Por la tarde fue al colegio y preguntó más concretamente por este asunto. Comprobó que su hijo tenía razón. Esa misma tarde lo sacó del colegio, estando ya el curso avanzado. Podría parecer una exageración, propia de un rigorista escrupuloso. Pero los que conocimos a aquel caballero, divertido y entrañable, sabemos que no era así. A ese hombre le interesaba vivamente la fe de sus hijos, a los que también enseñó el valor grandioso de la libertad humana.

            El principal modelo educativo es la responsabilidad que los padres, y no solo las madres, tienen en la educación de sus hijos. Lo que ahora quiero destacar es la disponibilidad personal, la capacidad de escuchar, de comprender, y de actuar si es preciso. Articular la autoridad con la libertad, no es fácil en la adolescencia y la juventud de los hijos. Sobre todo porque la autoridad más que imponerla, hay que ganársela, con una actitud merecedora de ella. Hay muchas situaciones posibles: un padre excesivamente severo se quiere más a sí mismo que a sus hijos. Lo mismo ocurre con un padre excesivamente blando y complaciente. Por ejemplo: un padre no debe imponerle el vestido que ha de llevar a una hija de dieciséis años, pero tampoco puede desentenderse totalmente de él.

            Los hijos tienen múltiples amigos, muchos profesores, pero solo tienen un padre y una madre. Aunque en algunas etapas de la vida, los chicos parecen o hacer ni caso – a veces se trata de un paradójico modo de pedir “díme lo que tengo que hacer”-, los consejos nacidos del amor de un padre o de un madre, no se olvidan nunca. Las referencias existenciales de toda persona están en la vida de su padre y de su madre. Cuando esto no ocurre, la propensión a la desconfianza y a la tristeza están a la vuelta de la esquina. Esto no quiere decir que chicos que no viven con su padre o su madre no puedan  tener un buen proyecto de vida; pero muy probablemente les resultará más difícil si no encuentran las ayudas adecuadas.


Padres que saben estar

               Se dice, con toda razón, que el matrimonio ha de basarse en la igualdad del hombre y de la mujer. Pero no es menos cierto, como escribe Natalia Sanmartin en su libro “El despertar de la señorita Prim”, que “la base de un buen matrimonio, de un matrimonio razonablemente feliz (porque no existe, desengáñese, ninguno feliz por completo), es precisamente la desigualdad, que es algo indispensable para que pueda existir admiración mutua”. En esta revigorizante, exigente y mutua entrega se apoya ni más ni menos que la humanidad. Es fabuloso ver cómo maridos cuidan de sus esposas enfermas hasta la muerte; lo mismo que sucede al revés. Son personas que, como dice Alasdaire MacIntyre, se han dado cuenta que reconocer la dependencia es clave para la independencia. Es significativo que en caso de quedar viudos, la mujer suele desenvolverse mejor en la vida. Ellas son más fuertes.

               Conviene no llegar a situaciones en la que un hijo pueda decir “papá, vuelve a casa”. La paternidad es como el cauce sufrido y seguro por el que discurre con normalidad la vida de la familia. La paternidad hace que el hombre mire con ojos nuevos al mundo. La filiación es la condición radical de la vida de toda persona. Los ojos de un buen padre están encantados y fijos en los de su hijo. Por esto, resulta maravilloso y entrañable que el cristianismo nos revele a Dios precisamente como Padre nuestro. La parábola más conocida del Evangelio, la del hijo pródigo, nos revela la grandeza de una paternidad a prueba de bomba.  Se trata de un Padre que sabe esperar y se alegra con lo que más puede llenarle: la alegría de su hijo. 

No comments: