Sunday, May 14, 2023

Levantar el tono humano de la juventud.

Es habitual que los adultos nos quejemos de los malos modales de los jóvenes. Pero puede ser más original intentar ponernos en su situación, e intentar ayudarles. En la decisión entre ser un tipo gruñón o una persona cordial, cada uno ha de elegir, pero parece clara la opción que ayuda más a la gente joven.

La adolescencia y primera juventud no suele caracterizarse por un vocabulario esmerado, ni por unas pintas impecables. La efervescencia juvenil tiende a romper moldes. Pero todo joven de bien respeta, con su conducta y su palabra, la familia y lo sagrado. El problema actual es que millones de chicos y chicas reciben un constante bombardeo informativo, que tiene poco de familiar y de trascendente. Parece que, en bastantes casos, hemos dejado la educación de hijos e hijas en manos de una red tecnológica e impersonal, tan plagada de cuestiones de interés como de otras indeseables y pervertidas. Por otra parte, las repetidas y convulsas fiestas nocturnas son con frecuencia tóxicas para el carácter, la salud, y el sentido del tiempo. Si se añade a esto un problema aún más nuclear, las múltiples rupturas del núcleo familiar, la mala educación crece como la selva.

Levantar el tono humano de los jóvenes suena atractivo, pero no será convincente si nace de un formalismo falto de raíces. Sólo cuando el mundo se experimente como un hogar, un chico o una chica aprenderán a decir palabras llenas de sentido. Para esto, querámoslo o no, es necesaria la unión familiar. Al saberse queridos por unos padres que entienden la fidelidad como amor a lo largo del tiempo, los hijos se lanzan con seguridad a la aventura de vivir. También podrán hacerlo los jóvenes que no cuenten con esta unidad, y quizás con más mérito, pero les será más difícil descansar en la confianza.

El lenguaje más humano es el de la creación: de ahí nace la gratitud y la familia, cimientos profundos para la personalidad de un chico y de una chica. Cuando los mayores respetamos el mundo y a nosotros mismos, siendo conscientes del don inmerecido de la vida, estamos en condiciones de dar ejemplo, que es el mejor educador, y de exigir con estima a los menores. Es entonces cuando se detonan todas las energías juveniles, especialmente diseñadas para combatir el mal. Ya se dijo hace tiempo: “Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno” (1 Juan 2,13).

 

 

José Ignacio Moreno Iturralde