Saturday, September 30, 2017

Construir la personalidad



Tuve un amigo que era investigador en Ciencias Químicas. Tenía también una química muy humana para hacer la vida agradable y animante. Hace unos años padeció un cáncer. Coincidí con él en un acto académico. El tipo de tumor que le afligía era muy grave, y tanto él como yo sabíamos que no le quedaban muchos meses de vida. Como solíamos coincidir una vez al año en aquel acto, al despedirnos entonces nos dimos cuenta de que era la última vez que nos saludábamos. Él me sonrió y me dio la mano. Su rostro reflejaba serenidad y esperanza, como si me dijera “hasta luego”. Aquella categoría personal era fruto de una vida labrada con virtudes personales, al servicio de los demás.

Cualquier atleta ha tenido que entrenar muy en serio para obtener buenas marcas. Un artista destacado también lleva mucho tiempo de esfuerzo a sus espaldas. No es menos importante el deporte o el arte de la propia vida. Es cierto que heredamos un temperamento que nos condiciona fuertemente. Pero el carácter es lo que libremente hacemos con nuestro temperamento. Una persona tímida puede vencer su timidez y otra muy extrovertida es capaz de aprender a moderar su modo de actuar. Somos libres y, por tanto, responsables de nuestro carácter. Aquel amigo mío químico, que estaba enfermo, supo vivir virtuosamente su vida y su muerte.

Imperativos morales absolutos

            A la hora de actuar correctamente podría pensarse que no hay cosas buenas y cosas malas en general: lo bueno, como lo malo, es para alguien concreto y en un momento determinado. Frente a esta postura el filósofo Robert Spaemann explica que hay algunas acciones que siempre y para todos están bien –como ayudar a un enfermo- y otras que siempre están mal –como maltratar a un marginado-. No en vano la llamada regla de oro de la moral afirma: ”trata a los demás como quieres que te traten a ti”. Hay muchas cosas relativas y opinables; pero existen algunas intocables, entre las que destaca la defensa de los más débiles. El cristianismo establece su visión de los imperativos morales absolutos en los Diez Mandamientos.

         La historia de las civilizaciones humanas pone de manifiesto que los hombres necesitan apoyarse en algunas verdades estables para vivir personal y socialmente. Desde luego que han existido civilizaciones más dignas que otras. Tan claro como lo anterior es que consideramos mejores a las sociedades que han tenido más respeto por los seres humanos. Sin embargo, dándonos poca o mucha cuenta, hoy nos estamos deslizando con rapidez hacia situaciones en la que el trato a la vida humana es, en las etapas más dependientes, objeto de una fuerte polémica.

Las verdades estables de las que hablábamos antes surgen, en muchas ocasiones, de la propia realidad natural. Lo que conviene darse cuenta es de que existen unas leyes que son condición de posibilidad de esa realidad y, si no se respetan, se rompe el juego de la vida. En la naturaleza humana se unen a las leyes físicas otras de tipo moral. Estas últimas leyes se basan en principios fundamentales o imperativos morales absolutos. Si el propio ser humano pudiera redefinir absolutamente la estructura física y moral de sí mismo no existiría ninguna instancia ética que pudiera culpar a estructuras de opresión y criminalidad como el exterminio de judíos perpetrado por algunos nazis; o los sistemas de trabajo complacientes con la esclavitud. El respeto a la naturaleza y a la moral de la persona humana solo puede provenir de la comprensión y respeto de una legislación previa a nosotros mismos. Los que etiquetan a estas posturas de fundamentalistas tienen el mismo rigor intelectual de quienes sostuvieran que no hace falta el suelo para andar o el aire para respirar.

          
Virtudes: valores entrenados

El camino de la felicidad, siguiendo a los griegos clásicos, pasa por el ejercicio de las virtudes. Una ética fuerte, la que da unidad al hombre, la que le hace estar a bien consigo mismo –esto es lo que significa el término “eudaimonía”- necesita de una acción virtuosa. La virtud se plantea así como un medio necesario, pero no como un fin.
Recordemos las virtudes cardinales dando breves resúmenes de lo que se explica en la obra de Joseph Pieper titulada “Las virtudes fundamentales”[1]. La primera de ellas es la prudencia que significa ser capaz de aplicar el conocimiento teórico del bien a cada caso concreto. Ser prudente es ser realista. La prudencia es la más importante de estas cuatro virtudes porque es la que más se acerca por su propia definición al núcleo de la virtud misma, que Aristóteles  define como un máximo de perfección entre dos extremos viciosos: el exceso y el defecto. Para obrar bien no basta conocer la verdad, ni simplemente querer. Se requiere además algo que podríamos llamar el arte de poner en práctica lo bueno, de convertir la verdad en norma de conducta. Esto es la prudencia. La prudencia es condición de las demás virtudes, pues todo acto virtuoso es en primer lugar prudente. La prudencia empieza conociendo y acaba actuando. La prudencia no se basa tanto en una coherencia con uno mismo, como en un actuar de modo inteligente  en función de la realidad.

La prudencia supone un conocimiento directo: reflexiona, enjuicia, ejecuta o se abstiene; así lo pone de manifiesto su etimología: prudencia viene de procul videre (ver desde lejos o prever). Mediante la prudencia, el hombre es capaz de atraer el futuro al presente. Por esto, la verdadera prudencia no tiene nada que ver ni con la temeridad ni con la lentitud de decisión o cualquier otro tipo de cobardía. A la hora de obrar con prudencia, son muchos los obstáculos que pueden presentarse. Por eso es necesario que la prudencia vaya acompañada de la fortaleza.

Como el hombre es naturalmente social, obrar será respetar el derecho ajeno, dar a cada uno lo suyo: en esto consiste la justicia. No es tarea fácil pero, ante todo, es una tarea que ha de realizar cada persona respecto a los demás.

            La fortaleza, la virtud que acomete lo arduo, se divide en resistir y atacar. Dado que el bien es a veces costoso, conviene estar dispuesto a sufrir por conquistar o defender el bien. La resistencia suele ser el aspecto más importante porque es el más cotidiano y practicable. La veracidad de la fortaleza dependerá del fin que busque. El fin no debe quedarse sólo en el propio beneficio personal. La necesidad de amor de benevolencia -de entrega- es en el hombre una necesidad de su ser moral; como también lo es la necesidad de recibir ese amor que dota de sentido. En la medida en la que la fortaleza se guía por este amor se hace más verdadera y fructífera.

La templanza es aquella virtud por la que lo racional gobierna a lo orgánico. Es lógico afirmar que para darse antes hay que poseerse, en la medida de lo posible. Conviene que el jardín de los sentimientos sea cultivado por los instrumentos de la inteligencia y la voluntad.

Las virtudes que hemos citado se llaman también virtudes cardinales. El término “cardo” en latín significa quicio, gozne. De hecho, estas virtudes son las que nos posibilitan una buena relación moral con quienes nos rodean. Si no se viven estas virtudes, uno se “desquicia”.

Las virtudes nos otorgan como una segunda naturaleza. Es como saber un arte marcial que nos da superioridad respecto a una persona que no lo tuviera. Es claro que las virtudes no deben anular a las tendencias y a lo espontáneo, pero sí que deben reconducirlos. A veces diciendo sí a lo que apetece; y en otras ocasiones diciendo sí a un bien mayor que excluye la apetencia de un bien menor.
Adquirir virtudes cuesta esfuerzo, pero este trabajo es imprescindible para ser mucho más feliz, y para hacer felices a los demás. No es lo mismo dejar que pasen los días sin enmendar las propias faltas, a batallar un día y otro por mejorar en esta u otra virtud, o por procurar extirpar tal o cual vicio. Los creyentes contamos además con la valiosa ayuda de Dios para hacer eficaces nuestros esfuerzos personales por mejorar.

Toda la educación se puede dirigir a construir una personalidad mejor. Para esto es imprescindible la adquisición de virtudes que comporten valores de conducta. Pero no siempre se saben enseñar desde  una perspectiva simpática, atractiva. Enseñar, repetir una y otra vez, comprender, rectificar… Todas estas cosas pueden hacerse de un modo grato y animante. Es entonces cuando se multiplica la eficacia de su mensaje. La gente joven quiere vernos felices y transmisores de una felicidad que no sea ingenua. Este es el gran reto que tenemos todos los educadores. El reto de mejorarnos a nosotros mismos, mientras realizamos la dura y fantástica tarea de educar.


Los afectos y la armonía psíquica

Si tenemos pensamientos acertados sobre la realidad nuestros sentimientos serán adecuados o realistas. Si pensamos equivocadamente, nuestros sentimientos serán inconvenientes. No es lógico que un pequeño acierto nos llene de orgullo, ni que una pequeña equivocación nos baje demasiado el ánimo, pero puede ocurrirnos en ocasiones. Ejercitarse en pensar correctamente trae beneficios, también sentimentales. Lógicamente está implicado el esfuerzo de la voluntad. Lo decisivo es que haya una proporción entre los sentimientos y la realidad.

Por otro lado, los sentimientos refuerzan nuestras tendencias. Se ha dicho que no hay que hacer las cosas “por gusto”, pero hay que hacerlas “con gusto”. Poner el corazón en lo que hacemos, aunque sea solo un poco, puede llenar de humanidad nuestra tarea.

El equilibrio entre las facultades humanas es necesario para tener una vida lograda. Hemos de encargar a la razón el mando sobre el resto de las dimensiones humanas. Para conseguir esta armonía, hemos de tener unos fines personales que merezcan la pena, y disponer de unos medios adecuados para llevar los primeros acabo. También es bueno darnos cuenta de que hay modos personales de ser muy distintos y que al nuestro le pueden venir bien consejos que sean menos recomendables para otros. Hay buenos libros sobre los diferentes tipos de personalidad desde el punto de vista psicológico, entre los que destacaría el de Javier de las Heras “Conócete mejor”[2].

La armonía y la salud psíquica dependen del control de las tendencias y de los sentimientos, si bien pueden influir factores externos e internos de gran relevancia, como pueden ser las enfermedades, algunas de las cuales son hereditarias.

La verdad hay que saber mostrarla de un modo atractivo, como ya dijimos. Se hace preciso convencer, motivar y hacer feliz a los demás para que actuemos como debemos, como conviene. La ética supone la educación de los sentimientos mediante las virtudes. Desarrollar las virtudes humanas es lo más adecuado para tener armonía psíquica, requisito necesario para ser feliz.

Ser ponderados, razonables, equilibrados es algo muy provechosos para los más jóvenes. Es una escuela de vida que probablemente no aplaudirán, pero que les ayuda enormemente en su desarrollo personal.




[1] Las virtudes fundamentales. Pieper, J. Rialp, 2001.
[2] Conócete mejor. De las Heras, J. Espasa Libros, 2004.

La bondad de lo real


      El buen uso de la libertad tiene su base en una idea buena del mundo. Pero, después de tantas desgracias como vemos en los telediarios y alguna personal que podamos experimentar, es adecuado reflexionar acerca de que este mundo merece la pena.

La presencia del mal y su superación

En el espectáculo de la vida hay cosas maravillosas, pero no es menos cierto que, en ocasiones, suceden males tremendos ocasionados por la libertad humana, o por factores naturales. Si no tenemos alguna respuesta sobre el mal, la bondad del mundo queda en entredicho.

Recordaremos a continuación algunas ideas breves sobre el bien y el mal: lo que tiene un orden tiene un sentido, una verdad y una armonía o belleza. Algunos pensadores han afirmado que el mal es una privación del bien, que el mal no tiene en sí mismo consistencia. Sería como decir que las sombras -el mal- son por las luces -el bien-; no las luces por las sombras; aunque, a veces, las sombras sean densas. Este planteamiento se basa en el predominio del sentido positivo del mundo y en la capacidad que tenemos de captarlo. Es cierto que no entendemos muchas cosas, pero también es verdad que podemos entender algunas bastante importantes; por ejemplo, que es mucho mejor procurar ser una buena persona en vez de un sinvergüenza.

La armonía de los paisajes, el vuelo de los pájaros o el correteo de los caballos pueden ser un espectáculo estupendo. Nosotros, al apreciar estas cosas, nos damos cuenta de que están relacionadas con la bondad de lo real. Se trata de una bondad radicada en el ser de las cosas. La bondad moral, la actuación libre y correcta, se basa en respetar y adecuarse a la naturaleza de las cosas y a la nuestra. Ya hemos explicado que si los hombres fuéramos quienes únicamente dotáramos de sentido a las cosas del mundo, podríamos llegar a manipularlas a nuestro antojo. Por otra parte, la armonía de la realidad no es fruto del azar. El azar es la ausencia de sentido y, por tanto, de cualquier armonía. La armonía o la belleza del mundo es la forma de un designio de bondad, que es lógico que proceda de un Creador.

¿Dónde ponemos el centro de la ética?
       El libro “El caballero de la armadura oxidada”[1] es un cuento acerca de un hombre de batalla que siempre tenía muchas cosas importantes que hacer. Se hizo una armadura poderosa para sus aventuras; todas ellas de gran trascendencia, según él. Poco a poco se aisló de la gente, de su familia, de sus amigos. Al final se sintió solo. Intentó quitarse todo su andamiaje de metal, pero no podía. Durante una larga temporada,  lloró mucho; y ese llanto, sin que él se diera cuenta, deshizo la armadura. Volvió a ser un tipo normal, sin prisas, con capacidad de atender a su familia y a sus amigos. Fue feliz.

         Otra es la historia de un monje lama al que le asignaron una curiosa misión. Tenía que llevar un saco de piedras grandes de un monasterio a otro, bordeando un río. Acometió inicialmente la tarea con ganas, pero se fue cansando y empezó a tirar al río, una tras otra, las pesadas piedras. Al arrojar la última, un rayo de sol la traspasó y el lama se dio cuenta de que era una gran joya… ¡Había estado tirando diamantes enormes a un río profundo!

         ¿Se puede establecer algún parecido entre los personajes de las dos historias?... Vamos a verlo a continuación. Hay personas que ven en el cumplimiento del deber un fin en sí mismo: cumpliendo con las exigencias de lo que se entienda por deber, uno puede quedarse tranquilo. Otros basan su actuación en la búsqueda exclusiva del placer, objetivo que justifica muchas cosas. Estos dos modos de ver la vida, tan opuestos, tienen algo en común: su planteamiento ético está centrado en uno mismo. Uno tiene que cumplir su deber, o tiene que conseguir su placer. El activismo del caballero de la armadura oxidada y la pereza del monje lama tienen este egoísta punto en común.
        
         Tanto el deber como el placer pueden ser positivos, pero no son fines en sí mismos sino medios. La realidad, con su verdad y su bien, es la que mide la veracidad de mi deber y de mi placer. Esto es lo que no tienen en cuenta las actitudes antes citadas. Dicho de otro modo: el hecho de que algo nos agrade no lo hace bueno. Por el contrario, si algo es bueno es probable que nos agrade.

Por otra parte, un asunto puede ser un deber mío porque es bueno hacerlo; pero no es bueno exclusivamente porque sea un deber mío. En ocasiones podemos imponernos deberes que son falsos. Cuando situamos el centro de nuestra actuación en el bien de la realidad, especialmente la de nuestros semejantes, es cuando más nos realizamos como personas[2]. De esta manera nos hacemos grandes como el mundo, en vez de empequeñecer el mundo a nuestra medida. Situar el polo de nuestra atención fuera de nosotros supone un sano realismo que afirma nuestra más propia identidad abierta a la realidad.


[1] El caballero de la armadura oxidada. Fisher, R. Obelisco. 2005.
[2] Cfr Felicidad y benevolencia. Spaemann, R. Rialp. 2014

Medios de comunicación, persona y educación


Los medios de comunicación ofrecen un servicio muy importante para el conocimiento. Sin embargo, muchos contenidos de la prensa, de la radio, de la televisión e internet, tienen una visión parcial, cuando no deformada de la realidad. Es importante tener espíritu crítico ante estos contenidos.

Muchas verdades importantes no salen casi nunca en los medios de comunicación que, con frecuencia, ofrecen pobres aproximaciones. Hay que tener en cuenta que en la televisión vemos la realidad a través de unos ojos que no son los nuestros y que seleccionan lo que quieren enseñarnos.

Cuanto menos conocimiento se tiene de una cuestión, más se tiende a aceptar lo que aparece en televisión. Es inteligente tener una actitud activa ante los medios de comunicación, sabiendo seleccionar lo que nos conviene y contribuye a mejorar nuestra personalidad. Es importante tener una buena dieta informativa.

Internet está suponiendo una revolución en nuestra conducta. Sus posibilidades positivas son enormes. También lo son las negativas. Un aspecto de interés es la falta de criterios sólidos para enjuiciar los contenidos vertidos en la red. Mucha información es fiable, pero otra no lo es. En internet intervienen millones de personas y quien tiene más poder y más influencia no es siempre, ni mucho menos, el que tiene un conocimiento más profundo de la verdad de lo que se habla. Los datos buscados en internet pueden ser interesantes, pero la red no ofrece ninguna garantía seria de la profundidad de los conocimientos que en ella se exponen.

Por otra parte, puede ser importarse darse cuenta de que el cúmulo de noticias que está alcance de nuestra mano no es fácilmente asimilable. La persona es un ser moral que tiende a dar una interpretación y una respuesta ante las acciones que ve. Sin embargo, en los medios de comunicación se nos ofrecen múltiples cuestiones problemáticas ante las que podemos hacer muy poco. Por este motivo, es importante saber redimensionar la información y no olvidar que lo que verdaderamente podemos hacer se mueve principalmente en nuestro entorno más cercano o asequible a nuestras posibilidades reales de intervención en la sociedad.

Otro asunto de interés es saber gestionar la facilidad para comunicarnos que nos ofrecen las nuevas tecnologías con la atención al entorno real de las personas que tenemos alrededor de nosotros. No hay que confundir la comunicación con la compañía. Se puede estar muy comunicado y, al mismo tiempo, bastante solo. La compañía, y la comunicación personal cercana, es más importante que la mera comunicación.

Algunos preclaros pensadores apuestan por una civilización del conocimiento,  que rebase la actual cultura de la comunicación. Puede ayudar a tan noble propósito darse cuenta de que el conocimiento es un medio, no un fin. Nos parece que el fin del conocimiento, y de todas las demás capacidades descritas, es la cordial convivencia humana a diversos niveles. El amor es la única actividad que es un fin en sí misma porque se ancla en el respeto personal y en la afirmación de la vida. No se trata de saber muchas cosas sino mucho de las más importantes; y entre ellas destacan las relaciones interpersonales, que se basan en aprender a querer.


La educación que fomenta el amor por la verdad ha de hacerlo vida en la atención personalizada de cada alumno y de sus familias. La calidad académica, el aprendizaje de idiomas, la tecnología… son factores necesarios; pero solo una enseñanza será excelente si añade a estos aspectos una búsqueda de la verdad y del bien personales de cada uno de sus alumnos. Para esto, es muy importante dar ejemplo personal. Cuando, a través de la vida cotidiana, un adulto trata de ser un hombre o una mujer veraces, se está sembrando una referencia para los jóvenes.

Los argumentos de autoridad pueden ser buenos


          Los argumentos de autoridad tienen hoy poca acogida en la opinión pública, salvo que se refieran a la salud o al dinero. Ciertamente si una conversación o un debate que se redujera a espetar argumentos de autoridad sería insufrible; pero de ahí a negar cualquier tipo de argumento de autoridad sobre el sentido del mundo y de la moral hay un abismo. Por esa grieta profunda se despeñan muchos de nuestros contemporáneos. A algunos les parece que dejarse ayudar por quien sabe más es una falta de personalidad; sin embargo se trata de una falta de inteligencia.


         Si alguna institución o personalidad histórica nos traza un planteamiento del sentido de la vida de probada virtud es de locos no examinarlo con detenimiento. La autoridad verdadera potencia la verdadera libertad. Nuestro mundo occidental ha enloquecido de desconfianza en los argumentos de autoridad. Ante realidades que engloban un sentido profundo de la vida, muchos parecen insonorizar los oídos y cegar los ojos. Por esto es bueno recordar que sin autoridad no hay autor, ni trazas, ni sendero, ni designios: La racionalidad humana para ser innovadora y progresista tiene que apoyarse en la autoridad de lo que antes se descubrió. Abrir la mente no es solo buscar verdades nuevas sino conservar y mejorar las de siempre. 

Tuesday, September 26, 2017

Conocimiento propio




Uno puede pensar que es un buen corredor. Entrena con sus amigos, se aficiona al atletismo, y empieza a batir records personales. Hasta el día en que llega a una competición oficial… Entonces puede darse cuenta de que hay mucha gente que corre igual o mejor que él.

En cierta ocasión, se celebró una carrera por el campo en el municipio de Soto del Real, cerca de Madrid. Participé en ella. Se presentaron muchos atletas bien preparados y con modelos de zapatillas de gran calidad. También fue a correr el hijo de la lechera del pueblo: usaba un pantalón bermudas medio roto, una camiseta y unas alpargatas. Nada más empezar la carrera, aquél chaval corrió a tal velocidad que ninguno de los competidores volvimos a verle el pelo hasta llegar a la meta. Sacó al resto muchísima ventaja. Nadie se lo esperaba, pero era mucho mejor corredor que todos los demás.

La realidad nos pone frecuentemente en nuestro sitio. Si se grabara en video un día cualquiera de nuestra vida, sería muy interesante poder ver cómo hemos actuado: seguramente nos llevaríamos algunas sorpresas. No nos conocemos bien y necesitamos que nos ayuden desde fuera de nosotros mismos. Casi nadie dice de sí que es poco inteligente, pero no hay más que asomarse a las noticias de cada día para ver cuántos disparates se cometen en el mundo.

Hay un conocimiento muy importante y muy difícil: el de uno mismo. Para esto es eficaz preguntar a gente que nos conoce y nos quiere bien, en un momento adecuado: ¿Me ves capaz de hacer estos estudios? ¿Me estoy portando bien? ¿Cuáles son mis principales defectos?... No se trata de depender de la opinión de los demás, pero sí de dejarse ayudar para aprender a ser mejor persona. El conocimiento propio es una asignatura que se aprende a lo largo de la vida, si procuramos actuar con realismo y honradez.

Otra cuestión importante es saber si estoy haciendo lo que debo o no. Es más fácil hacer lo que a uno le venga en gana; pero obrando así, a lo largo de los años, se pierde mucho tiempo y muchas oportunidades. Es lógico que muchas veces nos despistemos, o hagamos las cosas regular o mal. No hay que desanimarse, pero sí conviene reaccionar. Se trata de recomenzar poco a poco y coger hábitos de persona eficaz, realista, con la que los demás pueden contar para lo fácil y para lo difícil. Es muy bueno que un joven tenga sueños y aspiraciones; siempre que no le lleve a “estar en la luna” y a desatender sus obligaciones cotidianas y los compromisos que tiene ahora  con los demás.


Otra cuestión de interés es acudir a alguien que nos merezca confianza y tenga prestigio moral ante nosotros, para pedir ayuda si nos encontramos sin fuerzas para sacar adelante nuestros compromisos.

Monday, September 25, 2017

Concebido, aún no nacido y digno



El ser humano concebido y aún no nacido es el fruto del amor de sus padres. Se trata de alguien humano, pues no se es hombre por hacer más o menos actos de hombre, sino por tener la capacidad de hacerlos ahora, en un futuro, o de haberla tenido en el pasado. De lo contrario caeríamos en una relativización de la vida del ser humano, en una idea eugenésica del mismo, donde solo algunos tienen derecho a vivir.

Lo verdaderamente apasionante es nacer. El amor, para no perder su identidad, defiende la vida. La nueva vida humana se respeta por sí misma: esa es la condición de la familia. La familia es el lugar del amor respetado, donde se quiere a cada uno por sí mismo. Los hijos nacen y se educan en un ambiente donde son tan queridos como exigidos, tan seguros en reivindicar los bombones como pesarosos ante el reproche de sus padres por no haber hecho la tarea. Los hijos encuentran en su madre y en su padre la raíz providencial de su vocación a ser hombres, a amar.

El ser humano no es fotocopiable, clonable, suprimible, descartable. Ha de tener un nombre personal que acompañe toda la trayectoria de su vida. Un hombre es una biografía, un proyecto de libertad y responsabilidad, que ha de ser protegido especialmente en sus etapas más vulnerables. Esto supone exigencia, pero repercute en una intensificación de nuestra moral y de nuestro agradecimiento por vivir en un mundo donde prima la ética del cuidado y de la ternura, frente a la de la conveniencia o el interés de los más fuertes. Como el dar a luz a un nuevo ser humano puede conllevar serios problemas de responsabilidad personal, la sociedad tiene que velar por una desahogada situación de la maternidad, donde sea más fácil y llevadero la maravillosa tarea de traer un nuevo hijo al mundo.
Respetar la vida del concebido y aún no nacido, en toda situación, nos afecta en la comprensión de nosotros mismos y de nuestra sociedad. Una personalidad que tiene esto en cuenta, valora mucho más el respeto que merece todo ser humano. La cultura de la vida nace del respeto y de la benevolencia con las personas. La cultura de la muerte, de hecho, se nutre del rechazo a los demás. Por esto la cultura de la vida no puede nacer del resentimiento, aunque deba exigir una reimplantación de la justicia.
          Creer en la vida supone cultivar la propia con esfuerzo, saber adaptarse a los ritmos de la naturaleza, desarrollar las propias capacidades: Tener metas, ilusiones, esperanzas. La alegría de vivir se basa  en saberse queridos y, por lo tanto, exigidos. La familia es el lugar privilegiado para tal convicción y actitud. En el propio hogar se expansiona la personalidad. Se trata de una comunidad de vida, de amor, de confianza, de esfuerzo, de fidelidad. La familia es el lugar donde se aprenden las virtudes morales, las principales referencias de la existencia. Es en ella donde se aprende lo que es la gratitud.


Sin gratitud la vida es compleja, enfermiza, perversamente inquieta. Apreciar la vida como un don supone dicha, alegría interior y esperanza; pese a los reveses que puedan venir. Desde la familia y la gratitud el hombre aprende a tener una vida lograda, y a labrar una biografía con libertad generosa. 

Friday, September 22, 2017

Lo primero es la familia


Chesterton escribió sobre la familia de un modo profundo y original[1]. El literato inglés contrapone la despersonalización de las grandes ciudades industriales con las comprometedoras limitaciones de los pequeños grupos sociales. Todo lo que suponga un rostro humano concreto, con el que hay que convivir, hace que la persona salga de su individualismo para abrirse a las necesidades del otro. Con una de sus muchas imágenes literarias, Chesterton afirma que llevarse bien con la humanidad es dejarse caer a voleo por una chimenea cualquiera y saber convivir con la gente que haya en esa casa, porque "eso es lo que nos ocurrió el día en que nacimos".
Frente a las relaciones ocasionales y descomprometidas, él defiende la idea del hombre que apuesta por el profundo sentido de los compromisos que adquirimos con nuestros vecinos y especialmente con nuestros familiares, muchos de los cuales no hemos elegido a nuestro gusto. Las virtudes de nuestros prójimos o próximos pueden ser tan bellas como las playas del Caribe y sus defectos tan cortantes como un acantilado, nos dice, precisamente porque suponen también una realidad que existe con independencia de nuestros gustos. De este modo la persona se engrandece, se hace a imagen y semejanza del mundo y de los demás.            
Chesterton considera que hay que querer a nuestro prójimo precisamente "porque está ahí", un motivo que para este autor es “provocativo y alarmante”. Cualquier persona que pasa a nuestro lado representa a toda la humanidad, especialmente si no la hemos elegido, porque es de hecho la muestra de humanidad que se nos ofrece. Hacer el bien a una persona concreta es hacérselo a todas, lo mismo ocurre con el mal. Hay, por tanto, un importante sentido providencial de las personas con las que nos ha tocado vivir, como ocurre también con gran parte de nuestra propia identidad. Lo que se trata es de que el hombre se encuentre a sí mismo en las necesidades de los demás, especialmente de sus semejantes.

             Chesterton relaciona la familia cristiana con la civilización del niño. Cuando el hijo se pone en primer lugar, significa que la sociedad también protege, con prioridad, a los más indefensos y desvalidos. Surge así una cultura profundamente humana en la que uno se siente orgulloso de vivir. Frente a la idea del control de la natalidad, Chesterton contrapone la convicción del control de uno mismo: una defensa de una libertad comprometida con la naturaleza de las cosas, abierta a la vida y a la prioridad del espíritu sobre la materia.
Su expresa idea cristiana de la familia se basa en una reflexión profunda e imaginativa de nuestra naturaleza, abierta a la trascendencia. En este sentido nos dice que el espíritu de la Navidad, la fiesta del hogar, es el espíritu del niño que juega seguro en su casa; es decir: el espíritu de la libertad y de la creatividad más genuinas.
En este planteamiento, vivido por millones de familias a lo largo de los siglos, se ha entendido al ser humano en sus coordenadas fundamentales. Es en la familia, como núcleo de amor y de mutua ayuda, donde un hijo o una hija se sienten seguros y con ganas de aprender lo que les ofrece el fabuloso espectáculo de la creación.
En otra de sus novelas, “Manalive”[2], Chesterton narra las peripecias de un hombre acusado de robo, intento de asesinato y secuestro. En realidad, se trataba de un marido que un día quería llegar a su casa y verla de un modo distinto. Para esto, entró por la chimenea. Poco después ató a un profesor de filosofía escéptico sobre la vida, y tiroteó su silueta sin dañarle. Tras los gritos de horror de aquél intelectual, el protagonista lo soltó seguro de que le había ayudado a recuperar el deseo de vivir. Finalmente pactó con su esposa el raptarla para irse a hacer juntos un viaje romántico. Toda esta historia estrambótica, nos quiere decir que hay que ingeniárselas para redescubrir la maravilla de la existencia en la que estamos inmersos.

Familia e identidad personal
          Otro gran pensador sobre la familia ha sido Karol Wojtyla ( Juan Pablo II), quien desde una luz cristiana ha profundizado en el misterio profundo del amor humano. En su libro "Amor y responsabilidad"[3],  explica una versión de la sexualidad profundamente positiva y, por tanto, creativa y comprometida. Según este autor, el utilitarismo en la sexualidad es la muerte del amor. La sexualidad ha de ser una entrega interpersonal llena de responsabilidad con la vida. El sexo se vive con más sentido, cuando lo preside la consigna de la generosidad en el marco estable y responsable del matrimonio.
Para Juan Pablo II, el celibato por el reino de los cielos –la dedicación al servicio de la extensión del mensaje del Evangelio, que excluye la posibilidad del matrimonio- supone un adelanto de la vida eterna donde, según la revelación cristiana, no será precisa la vida matrimonial. Lo que se desprende del pensamiento de Wojtyla es que matrimonio y celibato son dos modalidades de una misma realidad: la entrega del don de sí. Esta perspectiva, netamente cristiana, no es irrelevante para quien no profese esta religión. Se trata de valores cristianos y, al mismo tiempo, profundamente humanos. Pero para aceptar estos planteamientos es precisa "la redención del corazón", en expresión de este mismo autor. La ayuda divina es necesaria para hacer un corazón más humano, que genera sentimientos y acciones más comprensivas, tolerantes y misericordiosas. La familia es, también lo afirma el papa polaco, el lugar donde se quiere a cada uno por sí mismo. Es, por tanto, el lugar donde se privilegia la dignidad de cada hombre y de cada mujer, la mejor escuela de humanidad. Estas consideraciones pueden ser de mucha utilidad para jóvenes que están planteándose un estilo de vida donde presida el valor de la generosidad.
Por contraste, las actuales corrientes de deconstrucción de la familia, surgen de una autonomía del hombre que ha perdido parte de su relación a su propia naturaleza y al misterio trascendente del amor humano. La pertenencia a un linaje pasa a sustituirse por la de una satisfacción afectiva.
Sin embargo, como dice Chesterton, "quien se rebela contra la familia lo hace contra la humanidad”. El matrimonio entre hombre y mujer hace posible el nacimiento de los hijos y su educación más adecuada para la evolución de su personalidad. La familia es el primer núcleo de amor desinteresado y solidario entre los hombres. Por este motivo, el deterioro de la familia supone el de las personas y el de las sociedades. Por el contrario, el fomento de la institución familiar y la elaboración de unas políticas sociales que ayuden a las familias, jurídica y económicamente, supone  sentar las bases para hacer un mundo más solidario, justo y generoso. Un mundo que se entiende desde un compromiso por la búsqueda de la verdad y de la justicia, empezando por las personas más cercanas a cada uno.



[1] Cfr El amor o la fuerza del sino. Chesterton, G.K. Rialp, 1993.
[2] Manalive. Chesterton, G.K. Ed. Voz de Papel. 2006.
[3] Amor y responsabilidad. Wojtyla, K. Ed. Palabra. 2015.

Tuesday, September 19, 2017

La aventura del amor matrimonial


La complementariedad entre mujer y varón no es una cuestión exclusivamente cromosómica y hormonal. Si tan vital distinción se resolviera tan solo en moléculas, nos moveríamos en una dimensión exclusivamente cuantitativa. La complementariedad entre mujer y varón está inscrita en la lógica de la cualidad, de la creatividad y de la finalidad. Sobre estos ejes vertebradores de la vida se expanden los códigos genéticos y los diversos sistemas biológicos. El profundo valor de lo humano tiene lugar según nuestra naturaleza, con márgenes de error propios de la limitación de la materia.

La novela “El despertar de la señorita Prim”[1] nos dice que el atractivo del matrimonio no se basa tanto en la igualdad –que se da por supuesta respecto a dignidad y derechos- sino precisamente en la diferencia. El género humano proviene de la generación; inexplicable sin la distinción complementaria entre el hombre y la mujer. La naturaleza racional se manifiesta en la capacidad de ayudarse mutuamente. La igual dignidad personal del hombre y de la mujer no recae en la radical autodeterminación del propio proyecto de vida. Igualdad y diferencia se necesitan mutuamente.

 El hombre y la mujer al conocerse, se entienden mejor cada uno a sí mismo. La mujer es más receptiva que el varón; biológica, psíquica y espiritualmente. Ella puede comprender más, sufrir más y amar más. Aunque tiene igual dignidad que el sexo masculino, sus condiciones reflejan mejor la condición de criatura que nos es propia.

Una cuestión de enorme repercusión social es el ascenso de la mujer al mundo académico y laboral. Se trata de un feliz logro histórico, en el que queda mucho trecho por recorrer. Pero si ese ascenso profesional se realiza a costa de un descenso del valor de la maternidad, se produce un desorden serio.

Compromiso matrimonial

Un sabio escribió en cierta ocasión que “el amor nunca pasa y si pasa no es amor”. El compromiso matrimonial hace justicia a este amor. Cuando se ama a alguien se le quiere para siempre; de lo contrario estaremos hablando de pasión o mera afectividad, pero no de amor personal. La mutua ayuda, la conyugalidad en todos sus aspectos, requiere de personas generosas, con virtudes y aptitud para la convivencia. Esta relación entre dos es elevada a una nueva y tercera dimensión: el amor esponsal entra en una superación que se hace vida nueva. La mirada entre dos ya no se cansa porque se renueva y fecunda en un arcano de vida. Los padres se ven en los ojos de los hijos.

La esponsalidad conlleva tareas y responsabilidades primordiales como la educación de los propios hijos. Esta realidad requiere de una relación exclusiva de fidelidad. Amor esponsal y fidelidad son las dos caras de una misma moneda. No es este el momento de reflexionar sobre las posibles causas de nulidad matrimonial o de separación; sino de pensar acerca de la hondura antropológica del matrimonio humano, en una época en la que se está intentando romper la entidad natural de la familia.

La propia familia de origen supone las raíces de uno mismo. Se trata del lugar donde hay un amor incondicionado por cada uno de sus miembros. Este apoyo incondicional se da de modo natural entre padres e hijos.

La lógica de la creación lleva también a la lógica de la natalidad, de la celebración de la vida surgida del amor; engendrada en la belleza, como diría Platón. Pues bien: una cosa es tener los hijos que cada uno estime oportunos, y otra es establecer una radical separación entre la sexualidad y la paternidad.

Promover mejoras sociales, fomentar condiciones de igualdad laboral entre mujeres y varones, solucionar aberraciones como la violencia machista contra las mujeres, son una urgencia social inaplazable. Pero otra cosa distinta es disolver los fundamentos de la familia y de la sociedad en aras de una libertad poco solidaria.


[1] Cfr. El despertar de la señorita Prim. Natalia Sanmartín Fenollera. Ed. Planeta, 2013.

Saturday, September 16, 2017

El respeto


El sentido de la creación, como antes explicamos, nos infunde admiración y respeto por la realidad. Cuidaremos a las personas, a los animales y a las cosas según su respectivo modo de ser, como es lógico. Para dejarlo más claro: respetaré con esmero a mis padres como a padres muy queridos, cuidaré de mi perro en tanto que es perro –ni más ni menos-, y utilizaré las cosas procurando que duren y sirvan. El respeto por la realidad supone una actitud positiva y noble. Respetar la realidad, especialmente a las personas, supone también un respeto por uno mismo. Nuestro modo de ser está profundamente relacionado con el de los demás; así como nuestra felicidad.

         Los roces de intereses entre personas, cuando no los enfrentamientos abiertos, son cuestiones diarias. La capacidad de comprender a los demás es clave a la hora de resolver los conflictos. C. Terry Warner[1] explica muchas cuestiones interesantes a este respecto. Vamos a recordar algunas de las que ha escrito: Es muy frecuente que percibamos a los demás según unas entendederas que pueden estar algo deformadas. Es preciso esforzarse por entender al otro de un modo positivo, como nos gustaría que nos entendieran a nosotros. Es distinto pensar de alguien que es un desastre, a considerar que ha tenido un mal día y que es capaz de hacerlo mejor. Este modo animante de percibir al otro es capaz de motivarle a mejorar, a la vez que nos mejora a nosotros mismos. No se trata, desde luego, de caer en una ingenuidad que no llame a las cosas por su nombre y sea negligente respecto a tomar medidas ante ataques y abusos. Pero es cierto, que bastantes de estas afrentas tienen un componente muy subjetivo en quien las sufre. Tomarlas con más sencillez y deportividad vital suele evitar muchos problemas.

El perdón

Warner va a más: considera que la práctica del perdón sincero es necesaria para realizarnos como personas. El perdón a otro requiere un cambio de corazón: verle con ojos nuevos. No sólo se trata de una actitud muy constructiva para los demás, sino tremendamente liberadora para quien la practica. Warner escribe para todo el mundo, pero no esconde sus creencias. Considera que, dada la historia humana con sus múltiples problemas, el hecho de que el perdón siga teniendo esa gran eficacia humanizadora se debe a que procede de una fuente sobrehumana, de Dios.

El citado autor insiste en que, por lo general, la felicidad no viene de que cambien nuestras circunstancias externas, sino de que afrontemos nuestras relaciones humanas actuales de un modo distinto. La llave que abre la solución de nuestros problemas, muchas veces, no está fuera sino dentro de nosotros mismos.

Respeto y autoridad

El respeto está muy relacionado con la autoridad. Ésta requiere ser impuesta, en ocasiones, de un modo coercitivo; pero hay otros modos más convincentes a largo plazo. La autoridad de los padres, por ejemplo, requiere de un respeto a normas de convivencia que se enseñan a los hijos. Pero lo que más convence, como siempre, es el propio ejemplo. Cuando los que mandan son los primeros que respetan la convivencia y, ante todo, a aquellos que están bajo su autoridad, es cuando más necesaria se aprecia su tarea. Si un matrimonio es fiel, si un profesor es justo, si un guardia de la circulación es respetuoso, los más jóvenes aprenden a hacer caso y a valorar la autoridad. Ante todo, porque la juventud es muy sensible ante la autenticidad de lo que se les dice.

         Junto a la justicia equilibrada ante una transgresión, es importante desarrollar algo más. Justicia y benevolencia se necesitan una a otra para que no acaben degenerando en espíritu justiciero o blando. El cristianismo sigue teniendo mucho que decir al respecto. Es fácil llamarse cristiano; no resulta tan sencillo poner en práctica las exigencias de perdón y reconciliación que tal título implica. Se necesita la ayuda de Dios y la libre cooperación personal. También hay otras religiones y diversas concepciones sobre el hombre, que valoran y estimulan a la práctica del perdón.

         Me parece que acerca del respeto, como en tantas otras cosas, una virtud clave es la paciencia. En primer lugar, con nuestra propia conducta. Es frecuente que cometamos errores en el trato con los demás y esto puede desanimarnos. Lo mismo les ocurre a los otros. Generar esfuerzos por mejorar el trato suele conllevar a dinámicas de superación y de alegría. La convivencia con nuestros familiares y amigos es fuente de grandes satisfacciones. Merece la pena, por tanto, que el afecto a nuestros seres queridos se enriquezca siempre desde la base del respeto. Este será un modo de poner las bases de una convivencia más humana y feliz.

         La película “Matar a un ruiseñor”, basada en la novela del mismo título de Harper Lee, relata la vida de un abogado que tiene que defender a un hombre de color, en una etapa histórica notoriamente racista de Estados Unidos. Pero otro aspecto muy interesante de este film es el modo de educar que tiene Atticus, el abogado, a su hija –Scout- y a su hijo –Jem-. Es interesante fijarse como apoya su autoridad en el cariño, el razonamiento de los problemas, la comprensión, la tolerancia y la exigencia. Ciertamente es una película, pero se expone de un modo muy brillante un ejercicio de educación paterna muy útil y provechoso.

         Otra libro que da una visión positiva, contemporánea y muy divertida sobre la paternidad y la familia es “Papá está gordo”[2]. En esta obra se aúnan el sentido común, el realismo y la alegría de vivir para exponer la grandeza de ser padres.

Educación y respeto

En cualquier tipo de escuela pedagógica, lo más profundo de la enseñanza -en mi modesta opinión- son las relaciones que se crean entre las personas. Pero esos lazos de sincera amistad entre profesores y alumnos no siempre se logran y, de hacerlo, cuestan mucho esfuerzo. Merendar con un grupo de antiguos o actuales alumnos es una de las buenas satisfacciones de este mundo, pero hay algo que bregar antes de que esto ocurra. Hay que trabajar, aproximarse y conocerse poco a poco. En ocasiones descubriremos facetas insospechadas entre los jóvenes. En cierta ocasión pregunté a una clase de primero de bachillerato:

- ¿Siempre hay una respuesta que es la mejor para una solución o puede haber varias igualmente buenas?... Me diréis que depende del tema de que se trate. Me refiero a cuestiones humanas, a decisiones muy personales ante el rumbo que tomar en la vida... Dioni, un tipo con pinta de ser un duro vallecano, me miró con cierta desgana y respondió:
- “Oiga profe, no sería mejor dejar algunas preguntas sin responder”. Desde entonces he sido más consciente de que una de las más importantes fuentes de conocimiento para un profesor proviene de sus alumnos.

En la educación, según el profesor José María Barrio[3], hay que “saber acompañar a otras personas en su propio camino hacia dentro y, al mismo tiempo, respetando ese proceso interior, alumbrar el camino hacia la verdad que también ha de ser reconocida, no simplemente construida en el interior de cada uno”. Esta tarea requiere de un esmerado respeto a la libertad, afirma este autor, ya que "sí un educador no estuviera dispuesto a respetar la libertad del educando en sus opciones morales debería cambiar de trabajo".
A partir de este respeto, para Barrio la médula del trabajo educativo supone el "desarrollo de la racionalidad teórica, práctica, y también instrumental, por este orden". Enseñanza de conocimientos, construcción de hábitos y destreza en metodologías van tejiendo la muy humana tarea de la enseñanza, que quedaría anulada sin la existencia del respeto.

Recuerdo ahora una excursión que hice con chavales de primer curso de Bachillerato a Toledo. Eran bastante gamberros. Nada más llegar a tan noble ciudad, uno tiró un petardo en la estación de tren. Al poco tiempo, otro me enseñó una señal de tráfico que había cogido de no sé donde…Le dije que hiciera el favor de devolverla a su sitio. Otras “jaimitadas” se produjeron a lo largo de la jornada. Como profesor, traté de capearlas lo mejor que pude. Llegó la hora de comer…en un McDonald. De pronto, se sentó junto a nosotros una mujer mayor que no estaba en sus cabales y decía muchas incongruencias. Me alegró observar que todos los alumnos trataron con comprensión y máximo respeto a esa persona necesitada.


Educación en el trato

Esta virtud supone bastantes cosas, como hemos visto en el ejemplo anterior. Por ejemplo: reconocer que todos somos iguales, aunque en otro sentido también somos distintos. Mediante este esfuerzo realizamos un aspecto fundamental del hombre, que Robert Spaemann menciona al definir a la persona como “el ser que es capaz de ponerse en el lugar del otro”.  Se trata de hacernos cargo de que todos siempre queremos que nos respeten.

Este respeto también se aplica a un cortejo de aspectos de educación como saber hablar con corrección, comer, comportarse con elegancia y sencillez...Todo esto, puesto en práctica, da elegancia y señorío. 

          Otra dimensión del respeto se refleja en el vestido. El pudor es algo natural en el hombre. La naturalidad del ser humano no es la del animal, porque la persona humana es un ser  moral. Cuando se cubren partes del cuerpo para dignificarlo se cubre algo bueno en sí, pero que podría ser deseado por otro fuera de lugar y de tiempo. Si a la corporalidad humana se la despoja de su intimidad personal para convertirla en espectáculo, objeto de mercado publicitario o cinematográfico, estamos tomando a la persona humana como un producto de mercado; la estoy convirtiendo en un objeto. Esto es deshumanizador.

        Respecto al modo de vestir la ropa puede considerarse a veces como cierta expresión del espíritu. Resulta positivo intentar, si se puede, vestir bien. Caben aquí, como es lógico, una gran variedad de gustos para manifestar la alegría de vivir y la educación respecto a los demás.






[1] Terry Warner, C. Ataduras que liberan. Palabra, 2016.
[2] Papá está gordo. Gaffican, J. Palabra, 2016.
[3] Cfr. La innovación educativa pendiente: formar personas. José María Barrio. Erasmus.2013