Friday, July 21, 2017

Ideas y ciervos volantes

La curiosa anatomía de un insecto llamado ciervo volante desafía al ingenio del más aventurado de los modistas. El azar evolutivo como explicación de tan ilustre escarabajo es tan insuficiente como arbitrario. Explicar la vida por el azar no es aceptable en una sociedad que cada vez conoce más la prodigiosa estructura del adn, una realidad determinante en el desarrollo de la naturaleza de cada ser vivo.

La realidad tiene unos principios fundamentales que son condición de su propia existencia: las cosas no son contradictorias consigo mismas, aunque sufran ciertas tensiones. Los seres tienen una causa de su existir. La arquitectura de la realidad tiene una ordenación que remite a un principio ordenador.

Platón  (427-347 a. C.) fue el primer pensador que explicó con particular lucidez la necesidad de una realidad inmaterial configuradora de nuestro mundo. Estas alusiones metafísicas producen poca admiración en nuestra sociedad audiovisual, pero son mucho más próximas a la vida de lo que podemos pensar en un primer momento. El propio orden de las palabras no es una palabra más, pero sin él no podríamos entendernos; el orden es inmaterial. El orden responde a un sentido y a una finalidad: parece sensato pensar que un guepardo ha sido configurado para la velocidad.

Los que consideran que la mente es un estado de la materia no pueden negar que se trata de un estado inmaterial de la materia, cosa notablemente chocante. Platón explicó con sensatez que conocemos inmaterialmente las cosas materiales. Entendemos un incendio sin quemarnos la cabeza. Las ideas de las cosas son inmateriales y, por ese motivo, son aplicables a muchos individuos concretos que participan de características comunes. Las ideas son inmateriales, y por tanto no se pueden corromper. Nuestra mente, que es capaz de entenderlas y albergarlas, tiene que tener una naturaleza similar a la de las ideas. Ciertamente sin cerebro no podríamos pensar, pero el cerebro es causa necesaria pero insuficiente del pensamiento. Sería como la bombilla que permite la luz eléctrica, una luz cuya realidad no se reduce a la de la luminosa bolita de cristal. A pocas luces que uno tenga, el materialismo aparece como una visión de la vida contradictoria en sí misma. El yo personal no puede reducirse a materia.



Hemos entrado en el apasionante mundo de la materia, como quien se introduce en una cueva maravillosa con multitud de tesoros. Descubrimos fantásticas conexiones neuronales, hallamos filones de tejidos regenerativos hasta hace poco inexplorados. Estamos asombrados de nuestra capacidad de matematizar el mundo, y de lanzar la información descubierta por cable o por ondas. Pero corremos el peligro de volver a ser los prisioneros del mito de la caverna de Platón; aquellos hombres ingenuos que consideraban como objetos reales a cosas que tan sólo eran sus sombras. Entre teléfonos y pantallas, no debemos perder de vista el sol y las estrellas, y el sentido de la propia vida.

Hemos progresado tecnológicamente de un modo abrumador y no se ve un techo para este avance, pero es muy discutible nuestro progreso moral en algunos aspectos cruciales, como el  del hambre en el mundo. Es un ejemplo, entre otros, de una de las muchas injusticias que arraigan en nuestro mundo. Si no hay un bien por encima de nuestras cabezas, si la idea de un juicio moral personal es arrinconada al baúl de las antigüedades, no se puede edificar un mundo más humano. El desdén y el rechazo de la noción de inmortalidad traen consigo una anemia muy grave, que incapacita  para levantar la armonía y el sentido de la justicia.

Platón llegó, a su manera, a la convicción de un mundo divino por el ejercicio sereno y constante de la razón. Sus convicciones, que han contribuido notablemente a la civilización de Occidente, tenían algo de religioso pero fueron fundamentalmente filosóficas. No se conformó con los aspectos visibles y cuantificables de la realidad y buscó, con mayor o menor acierto, una justificación del sentido del mundo y de la vida humana. Sócrates afirmó que "el hombre es su alma". Su discípulo Platón sistematizó lo que escuchó a su maestro. Profundizó en la idea de que junto al mundo material existe otro espiritual e intelectual al que tenemos acceso a partir de la ejercitación de nuestro espíritu. Ciertamente Platón desdeñó la realidad de la materia y del propio cuerpo humano, estableciendo una relación dislocada y traumática entre el orbe material y el espiritual. Se trata de un planteamiento pesimista donde no hay coordinación y armonía entre materia y espíritu. Pero junto a estas severas limitaciones, Platón tiene la grandeza de catapultar el alma humana a las estrellas y a la inmortalidad, a partir de un planteamiento que revaloriza la capacidad de la razón humana de trascender el conocimiento de los sentidos, y de llegar a leyes universales inmateriales que son condición de posibilidad del mundo y vertebran la propia vida.

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