En nuestra vida hay cosas que controlamos; suelen ser
fáciles de aceptar. Hay otras que no controlamos; algunas de estas últimas son
fascinantes, y otras pueden ser difíciles o tan duras que parecen superar
nuestras fuerzas. La lógica del control tiene los días contados; no vale para
explicar toda nuestra existencia. Sin embargo, cuando todo se recibe como un
don, incluido aquello que nos hace sufrir, la vida entera cobra sentido y valor.
Entonces es cuando uno recobra su más plena identidad y puede afirmar su vida,
con todas sus cosas agradables y desagradables.
Información sobre la fe cristiana y la dignidad humana en relación con el mundo actual
Saturday, March 25, 2017
Tuesday, March 21, 2017
Saturday, March 18, 2017
La felicidad redimida
La felicidad es más un don que una consecuencia del
esfuerzo, aunque también interviene en ella. La felicidad es un sentimiento de
plenitud y dotación de significado propio que abarca múltiples aspectos. Se
diferencia del placer en que éste es un estado sensitivo pasajero y muy
dependiente de las sensaciones corporales, mientras que la felicidad es más un
estado del alma. Todos buscamos ser felices y, sin embargo, sabemos por
experiencia que la felicidad es misteriosa y parece que nunca se acaba de
alcanzarla del todo.
Por
lo que hemos dicho en capítulos anteriores la felicidad humana más
satisfactoria radica en saberse valorado y querido por personas a las que
amamos. Influyen muchos otros factores, desde los físiológicos hasta los logros
académicos o profesionales. Esta temática supone el ejercicio de las virtudes
que son el medio indispensable para ser verdaderamente felices. La felicidad no
puede buscarse en directo; porque es la posible consecuencia de hacer el bien.
En cierto modo hay que olvidarse de ser feliz para llegar a serlo.
El
escritor Gustave Thibon ha afirmado que el cierto descontento que nos dejan los
bienes limitados de este mundo es el envés de la sed que nos agita por un Bien
absoluto. La fragilidad de la felicidad humana es muy grande si se apoya en
factores meramente pasajeros.
Anclar
la vida en Cristo, saberse redimidos por Él, es una fuente de sentido y de
felicidad inmensa, a la que se accede en la medida de la propia generosidad.
Este enfoque sobrenatural de la felicidad no desprecia los bienes transitorios;
todo lo contrario: los ordenan descubriendo su verdadera identidad.
La
capacidad de amar y ser amados, el aspecto más nuclear de la felicidad, tantas
veces alterada en nuestra vida, se agranda y purifica ante el ejemplo luminoso
del Hijo de Dios. La vida cristiana no es fácil; pero tampoco es especialmente
difícil. La Cruz del cristiano supone ante todo vivir de cara a Dios y a los
demás. Esto implica esfuerzo abundante pero es fuente de un gozo profundo.
El
progresivo descubrimiento del rostro del Señor, cuyo retrato moral son las
Bienaventuranzas, es un origen de transformación interior, de identificación
con Cristo, que nos acerca al corazón de los demás hombres. La vida cristiana
no suplanta la felicidad humana sino que eleva todo lo noble de nuestra
naturaleza y plantea una lucha sin cuartel a todo aquello que la envilece: el
egoísmo, el error moral, el pecado.
La experiencia del perdón
Un ser humano, a diferencia de un animal, es capaz de
separarse de su conducta y de rectificar. Un hombre es lo que es y lo que puede
llegar a ser; por esto puede ser perdonado y perdonar. Alguien ha afirmado que
si se trata a una persona como lo que es, será lo que es; pero que si se la
trata como lo que puede y debe ser, llegará a comportarse de esta manera. En la
película “Los miserables” un mendigo es acogido por una familia. Durante
la cena, el hospedado comenta al dueño de la casa si no tiene miedo de que le
robe. El anfitrión cambia de conversación instando a su invitado a cambiar el
tipo de conductas que lleva hasta la fecha. Durante la noche, tras escuchar
unos ruidos, el propietario descubre a su huésped robándole y éste responde
golpeándole y huyendo. A la mañana siguiente la policía trae al ladrón con el
botín a la casa ultrajada. El propietario de aquellas cosas afirma que son un
regalo con el que ha ayudado al presunto bandido. La policía se va y el
desagradecido personaje, lleno de admiración, pregunta a su víctima por qué ha
actuado así. La respuesta es la siguiente: “Este es el precio que pago para
devolverle a Dios a usted; y recuerde que durante la cena había prometido
cambiar de vida”. Así ocurrió después.
Comportarse
con la generosidad de aquél anfitrión no está al alcance de todos los ánimos,
pero si es un botón de muestra para hacernos ver las posibilidades que tiene el
corazón humano de sacar de la miseria moral a sus semejantes. Una
característica profundamente humana e inteligente es la capacidad de
comprensión, de ponerse en el lugar de la realidad, especialmente de los demás.
No estamos defendiendo que la misericordia anule a la justicia, pues una y otra
se necesitan mutuamente, sino que el perdón es una actitud que puede remover
muy eficazmente los deseos de mejora personal.
La
radical novedad que trae consigo el cristianismo al pedir el perdón a los
enemigos no supone, insistimos, una dejación de deberes. Si hay que denunciar a
alguien la virtud de la justicia puede exigir hacerlo. Pero de lo que se trata
es de no criar odio, mala sangre, rencor, deseos de venganza. El odio es, por
contraste al amor, lo que más desfigura al espíritu humano.
La
vida de Cristo supone una insólita muestra de perdón, más allá de cualquier
cálculo humano. El ejemplo del Redentor nos exige la obligación recia de
perdonar en el fondo del corazón. Se trata de algo que, cuando la ofensa es
grave, no se puede lograr sin la ayuda divina que hay que implorar. Una persona
capaz de perdonar a sus enemigos no se comporta de un modo inhumano, sino todo
lo contrario. La gracia divina, secundada por la voluntad, hace a tal persona
rica en humanidad.
Lope
de Vega escribió: “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?/ ¿Qué interés se te
sigue, Jesús mío,/ que a mi puerta, cubierto de rocío,/ pasas las noches del
invierno oscuras?/ ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué
extraño desvarío/ si de mi ingratitud el hielo frío/ secó las llagas de tus
plantas puras!/¡Cuántas veces el ángel me decía:/ Alma, asómate ahora a la
ventana/ verás con cuánto amor llamar porfía!/ Y cuántas hermosura soberana:/
Mañana le abriremos –respondía-,/ para lo mismo responder mañana!”. Este poema
pone de manifiesto la admiración humana ante el amor demostrado por Dios a sus
criaturas. El sacramento de la confesión, donde se encarna el perdón de Dios,
es una maravillosa muestra de la entraña misericordiosa del Corazón de Dios.
Ante ese perdón divino, a la medida de su Amor y de nuestra flaqueza, se hace
patente la obligación de comprender y perdonar a los demás. Todo esto redundará
en la mejora de la convivencia familiar y social.
El Papa Francisco nos ha enseñado algo muy animante: "La alegría de Dios está es perdonar" (Ángelus, 15. IX. 2013).
El Papa Francisco nos ha enseñado algo muy animante: "La alegría de Dios está es perdonar" (Ángelus, 15. IX. 2013).
Meditación y oración
Pensar la realidad que vivimos se hace necesario para
ser humanamente libres. Considerar qué nos ha ocurrido hoy, qué hemos hecho y
por qué, es motivo para vivir de un modo más humano, más biográfico. Dentro de
esas valoraciones de la experiencia la más importante es la moral. Lo más
genuinamente humano de la vida es la experiencia moral: ¿Me han tratado bien?
¿Me he portado mal con esa persona?... Es imposible callar estas preguntas de
la propia conciencia. Silenciarlas es tanto como renunciar a ser persona.
Meditar
sobre la propia vida y la de los demás no es un fin en sí mismo; que más bien
radica en recibir y comunicar amor para poder ser feliz. No se trata, por
tanto, de enfrascarse en excesivos análisis que, al cabo, terminan paralizando
la conducta. Pero no parece que el peligro venga hoy por este lado. La ausencia
de interioridad, como explicó Juan Pablo II en Madrid el año 2003, es un drama
de nuestro tiempo[1].
Es preciso ordenar la cabeza y el corazón con un
empeño decidido de la voluntad. Hay que tener una jerarquía de valores,
establecerse un horario de actividades, buscar con constancia unas metas. Todo
esto con la flexibilidad propia de la persona, con sentido común, que se da
cuenta de que no maneja muchos de los hilos de su vida pues la realidad es
inmensa y cambiante. Hace falta pararse y preguntarse sin miedo, con cierta
frecuencia, por qué y para qué hago esta cosa y esta otra. También nos será de
mucha utilidad la experiencia y el consejo de personas que merezcan nuestra
confianza.
La oración añade una tercera dimensión a la sola
meditación. La oración actualiza las virtudes teologales impulsándonos a pedir
ayuda y respuestas, buscando a Dios en el centro de nuestra alma, a partir de
lo que hemos vivido, en orden a lo que nos disponemos a vivir. La oración,
cuyos tiempos hay que saber encontrar, es la actividad mas productiva del
cristiano. En ella se busca lo verdaderamente importante de la existencia
expresado en los famosos versos: “Al final de la jornada aquél que se salva
sabe y el que no, no sabe nada”; o también en la afirmación de San Juan de la
Cruz: “A la caída de la tarde te juzgarán en el amor”. Lo único que tiene valor
de eternidad en este mundo es lo que hagamos por amor a Dios, y a los demás por
Dios. Sorprende ver qué escaso se anda en ocasiones de este precioso capital.
Siempre consuela saber que el arrepentimiento puede cambiar el pasado porque la
contrición es amor y el amor verdadero tiene jurisdicción sobre el tiempo, ya
que Dios es Amor.
Casa de Dios y casa de los hombres
Los que hemos tenido la inmensa suerte de tener un
padre y una madre incondicionales sabemos hasta que punto el hogar de origen
establece una columna central en nuestra personalidad. La familia como núcleo
de amor y de vida, tan siniestramente atacada hoy en día por diversas fuerzas
convergentes, supone un lugar nuclear en nuestro espíritu. Pero es cierto y
triste que la familia de origen pueda quebrarse o incluso ni siquiera existir
en algunos casos. En estas circunstancias se somete a los afectados a una prueba severa.
Nuestros
padres y hermanos, cónyuge e hijos,
establecen relaciones primordiales con nosotros. También nos interpelan, en
diversos grados, las relaciones con
otros familiares, amigos, compañeros y ciudadanos. Nuestra propia
identidad depende de la calidad de nuestro convivir con los demás. De todos
estos ámbitos de convivencia la familia es el más indispensable. El hombre es
un ser esencialmente familiar y no puede realizarse como persona sin tener
algún tipo de vinculaciones familiares. Todo lo que llevamos a cabo con nuestro
trabajo e iniciativa, las cosas que nos hacen gozar o padecer, tendemos a
comunicarlas en un terreno familiar, la patria más indispensable para toda
persona. El hombre, quiéralo o no, gira en torno al campo gravitatorio de la
familia. De algún modo, por utilizar una imagen
de Chesterton, la vida del hombre es como una vuelta al mundo, en la que
sale del hogar y retorna a él.
La
Iglesia, la Casa de Dios, es también casa del hombre. El Pórtico de esta Casa
es el Bautismo; el sacramento que nos hace hijos del Padre. La Casa del que no
tuvo un techo para nacer se convierte en la casa de toda persona que acepte
entrar en Ella. El hogar humano se fortalece en el hogar de Dios, llegándose a
identificar. La familia cristiana es una dimensión de la misma Iglesia,
jerárquica y fraterna. El Cuerpo de Cristo, el Pan de los hijos, constituye un
Hogar. El propio espíritu de la persona se transforma en Iglesia al participar
de la comunión de los santos. En la Iglesia el alma cristiana encuentra su
definitivo hogar, en este mundo y en la eternidad. Clemente de Alejandría
escribió: “Si la voluntad de Dios es un acto que se llama mundo, su intención
es la salvación de los hombres y se llama Iglesia”[1].
Muchos en Uno: La Eucaristía
¿Dónde está le Iglesia? Donde está la Eucaristía. La
Iglesia es sacramental y, por este motivo, hay en Ella jerarquía. Dios
verdadero y sustancial se quiere hacer Pan para nosotros. A diferencia de otras
religiones inhumanas, donde los hombres
eran sacrificados a los dioses, en la religión cristiana Dios es quien se
sacrifica por los hombres. Por esto no basta un mero deseo de ser cristiano si
se tiene acceso al conocimiento de la Encarnación y Redención del Hijo de Dios.
Todo hombre honrado y justo, que haya tenido la noticia del Evangelio, tiene la
responsabilidad de informarse e interesarse activamente ante el anuncio de que
Dios se ha hecho uno entre nosotros. Lo contrario es mediocridad, poltronería e
ingratitud. Existe una llamada universal a la santidad; y es asequible a todos
una respuesta libre a la gracia de Dios, que Él otorga a quien sinceramente se
la pide. Una persona no debe
acostumbrarse a convivir a medio gas con la Buena Nueva divina; o a no
escucharla con solicitud, pudiendo hacerlo.
En cierta ocasión escuché una idea que considero muy
interesante: La Eucaristía es el mismo Cristo que nos dice “déjame que viva tu
vida contigo para que tú puedas vivir conmigo Mi Vida”. “Quien come mi carne y
bebe mi sangre habita en Mi y Yo en él” [1]. El
estilo de Vida de Dios, convertido en sencillo Pan, es un modelo inefable de
ofrenda, de solicitud, de Amistad sublime, de servicio. Participar en la
Eucaristía supone tener conciencia de estar en gracia de Dios y querer aumentar
esa gracia con una vida de entrega a Dios y a los demás, viviendo un auténtico
don de sí mismo.
La Eucaristía manifiesta el insondable Amor de Dios
por nosotros, criaturas de carne y hueso. Un Amor que es eterno, inmortal. La
Eucaristía es así prenda de vida eterna. “Quien coma mi carne y beba mi sangre
Yo le resucitaré en el último día” [2]. La
Eucaristía, donde está el cuerpo glorioso, la sangre, el alma y la divinidad de
Jesucristo; real, verdadera y sustancialmente presente –como afirmaba San
Josemaría, siguiendo el Magisterio de la Iglesia Católica- es para nosotros
prenda para la vida eterna. Ya es el Cielo en la tierra. Lo cual implica, en
expresión de Benedicto XVI, una respuesta vocacional: “Yo, pero «no» más yo [3]”;
“...es Cristo quien vive en mí [4]”
Generosidad y apostolado
La vida cristiana es esencialmente apostólica.
Católico significa, como es sabido, universal. Del mismo modo que un hombre que
poseyera una medicina infalible para sanar toda enfermedad tendría la
obligación moral de darla a conocer, un cristiano tiene el derecho y el deber
de dar a conocer, con su ejemplo y con su palabra, la doctrina verdadera para
la vida terrena y eterna.
La
generosidad, con orden y sentido común, implica la comunicación del patrimonio
más importante del cristiano: su vida en Cristo. Desde una bendita pluralidad,
en comunión con el Magisterio de la Iglesia asistido por el Espíritu Santo, la
vida del cristiano debe ser un banderín de enganche a la causa del Evangelio.
Bandera discutida pero bandera de paz, de comprensión y de alegría.
El
sacramento de la Confirmación supone una nueva efusión del Espíritu Santo –Amor
Personal entre el Padre y el Hijo- por el que el fiel cristiano se hace
“milites Christi”, soldado de Cristo, para librar estas batallas de paz. En
seguida recordamos que la vida cristiana no consiste, para la mayoría las
personas, en grandes epopeyas sino en hacer de nuestra vida una historia
entroncada en el espíritu nazareno, de sencillez y cotidianidad humana y
divina.
Cada
hombre, de algún modo, representa a la humanidad. Todos tenemos responsabilidad
sobre los demás. En el mundo hay suficiente dosis de injusticia y de mentira
para no parar de hacer apostolado; también con la sonrisa, con el descanso y la
diversión. Pero esta vida propia, personal, no tendrá un fruto apostólico
proporcional al mero número de obras de caridad efectuadas, siendo éstas
imprescindibles. La Obra de Dios es la identificación con Cristo a través de la
realidad de cada día. Aquí la victoria de unos es poderosa ayuda para la
victoria de otros. Dios es Dios de victoria.
Matrimonio y celibato por el reino de los cielos
Karol Wojtyla, antes de convertirse en Juan Pablo II,
escribió un valioso libro titulado “Amor y responsabilidad”. Una idea sacada de
su lectura es, como dijimos, que para entender bien el matrimonio hay que
entender bien el celibato por el reino de los cielos y viceversa. Ambos estados
de vida son las dos caras de una misma moneda, la del amor esponsal. Como dijo
Antonio Machado “la monedita del alma se pierde si no se da”. Otra frase,
ignoro su origen, relacionada con la entrega es esta: “El Cielo no cuesta ni
poco ni mucho; sencillamente todo lo que uno tenga”. Matrimonio y celibato son
entrega; algo así como decir: “voy a procurar hacer feliz a los demás, con la
ayuda de Dios y a pesar de mis defectos, porque el que no vive para servir, no
sirve para vivir”.
Por
este motivo en una sociedad en la que abundan familias enterizas cristianas hay
vocaciones sacerdotales. Pero si la familia está en crisis también lo estarán
estas vocaciones. La vocación al sacerdocio es, como todas, iniciativa de Dios,
pero conviene mucho que el terreno humano esté abonado de generosidad y alegría
de vivir. Una juventud bien formada cristianamente no ve el celibato por el
reino de los cielos –en el sacerdote o en el laico- como algo “demasiado
fuerte”; sino como un modo de vivir la intimidad con Dios y la entrega a los
demás. Como se pone en boca del actor que representa a Juan Pablo II en la
película Karol “el sacerdote es un hombre para los demás”.
Por otra parte el mencionado libro de Wojtyla
establece, con una filosofía personalista, las bases de una moral sexual y de
una teología del cuerpo, posteriormente desarrollada durante su Pontificado,
que suponen una auténtica mina de valores humanos y cristianos para estudiar y
dar a conocer. Las palabras de Juan Pablo II son una contestación profunda y
convincente a la revolución sexual desencadenada en los años sesenta del siglo
XX y cuyas consecuencias actuales han contribuido a una deshumanización de la
sexualidad, a la tragedia silenciosa del aborto masivo, y a un falseamiento de
la identidad del matrimonio en algunas legislaciones civiles. Junto a todo esto
ha surgido, como nunca hasta antes en la historia, el esperanzador fenómeno
social del asociacionismo familiar en defensa de la identidad de la realidad de
la familia natural humana, así como del respeto y ayuda que se merece.
Enfermedad, muerte y vida eterna
No llevamos el timón de la realidad, ni siquiera totalmente el de nuestra
propia vida, pero aunque en el mar de la existencia haya tormentas que no
entendemos no por eso carecen de un sentido que quizás más adelante podremos
comprender. Este es un punto importante para saber que la vida es una verdad
imperfecta en la que nos podemos realizar como personas.
La
enfermedad, especialmente la crónica, es una acompañante de camino bastante
antipática, francamente desagradable y, en ocasiones, brutalmente ofensiva. Sin
embargo, resulta ser una catedrática de fina sabiduría y tras su rostro feo
esconde un alma delicada, tenaz entusiasta de nuestra mejora personal.
Cabalgar por las amargas estepas del
insomnio o sentir la ácida y abotargada sensación de las jaquecas o el
desaliento y el malestar no es algo solamente nefasto. El espíritu puede
entonces sacar de la autosuficiencia dependencia, de la pedantería sencillez,
de la torpeza comprensión, de la angustia paz, de la tragedia comedia. Empieza
a entenderse la vida como regalo y al descostrarse nuestro egoísmo podemos
volver a vislumbrar de un modo nuevo la actitud más básica y fundamental del
hombre, tan frecuentemente olvidada: la gratitud.
El enfermo es para su familia fuente de contradicción e incluso de
aburrimiento; pero en mucho mayor grado es causa de generosidad y de fraternidad. En especial cuando nuestro enfermo entra en
fase terminal y fallece. La insuficiencia de este mundo se manifiesta patente,
nítida; pero no su sin sentido si se tienen ciertas referencias. Más todavía,
como he visto, si la persona fallecida ha encarado su enfermedad y muerte con
categoría humana, con plenitud de sentido y con amor a los demás. Tal actitud
no aparece como absurda sino todo lo contrario: como la más noble, digna y
verdaderamente humana. Su capacidad de transformar es poderosa. Verdaderamente
la auténtica buena muerte, su aceptación llena de paz y de esperanza es toda
una escuela para la vida.
El sacramento de la Unción de los
enfermos es una nueva ayuda de nuestra Madre la Iglesia. Una Unción, para un
ungido o elegido, que prepara el tránsito al encuentro con Dios, o restablece
la salud si conviene a los planes de la Providencia. Con este signo sensible de
Cristo se pueden preludiar unas palabras de valor incalculable ”Siervo bueno y
fiel, entra en el gozo de tu Señor [1]”.
Modelo de sabiduría
Al escribir sobre una filosofía al
servicio de la fe queremos destacar el paralelismo que estableció Juan
Pablo II entre la filosofía y la Virgen María: “Mi último pensamiento se dirige
a Aquélla que la oración de la Iglesia invoca como Trono de la Sabiduría. Su misma vida es una verdadera parábola
capaz de iluminar las reflexiones que he expuesto. En efecto, se puede entrever
una gran correlación entre la vocación de la Santísima Virgen y la de la
auténtica filosofía. Igual que la Virgen fue llamada a ofrecer toda su
humanidad y feminidad a fin de que el Verbo de Dios pudiera encarnarse y
hacerse uno de nosotros, así la filosofía está llamada a prestar su aportación,
racional y crítica, para que la teología, como comprensión de la fe, sea fecunda
y eficaz. Al igual que María, en el consentimiento dado al anuncio de Gabriel,
nada perdió de su verdadera humanidad y libertad, así el pensamiento
filosófico, cuando acoge el requerimiento que procede de la verdad del
Evangelio, nada pierde de su autonomía, sino que siente como su búsqueda es
impulsada hacia su más alta realización. Esta verdad la habían comprendido muy
bien los santos monjes de la antigüedad cristiana, cuando llamaban a María « la
mesa intelectual de la fe ». En ella veían la imagen coherente de la verdadera
filosofía y estaban convencidos de que debían philosophari in Maria. Que el Trono de la Sabiduría sea puerto
seguro para quienes hacen de su vida la búsqueda de la sabiduría. Que el camino
hacia ella, último y auténtico fin de todo verdadero saber, se vea libre de
cualquier obstáculo por la intercesión de Aquella que, engendrando la Verdad y
conservándola en su corazón, la ha compartido con toda la humanidad para
siempre [1].
Friday, March 17, 2017
Explicación de los Diez Mandamientos
En los post anteriores aparece una breve explicación de los Diez Mandamientos. Está elaborada hace unos años y no cita encíclicas recientes. Sin embargo, pienso que puede ser útil y por esto lo ofrezco
Para la comprensión de la Moral Católica destacan como instrumentos
privilegiados el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio del Catecismo.
Son de agradecer también algunos buenos manuales, más o menos extensos. Lo que
pretende este breve trabajo es hacer un modesto ejercicio de inteligencia de la
moral católica. Juan Pablo II insistía en la necesidad de pensar la fe.
Es importante que los católicos sepamos dar razón de nuestra fe. En algunos
países –pienso ahora en España- es paradójico observar como junto a muchos
millones de cristianos convive un ambiente de laicismo que pretende excluir la
influencia de la doctrina cristiana de la esfera pública. El Concilio Vaticano
II explicó con profundidad el derecho a la libertad religiosa. El cristianismo
es perfectamente compatible con la democracia. Es conocida la famosa frase de
Jesucristo “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Son
falsas y antidemocráticas las posiciones que pretenden encerrar la fe cristiana
en el ámbito del templo y de la propia conciencia. La doctrina católica tiene
pleno derecho de ciudadanía porque supone el ejercicio privado y público del
citado derecho a la libertad religiosa.
Es cierto que creer que Jesucristo es Dios hecho hombre requiere el don
divino de la fe y que esto es algo que no se debe imponer. Al mismo tiempo,
conocer más a fondo la doctrina de Jesús de Nazaret, incluso desde una posición
no creyente, puede ayudar a entender más la raíz cristiana: la filiación
divina, el saberse hijo querido de Dios.
Toda la doctrina cristiana y todos los mandamientos de la Ley de Dios
tienen un único modelo, Jesucristo. Esta es la manera de entender el
cristianismo. Suelen surgir puntos de fricción
con el Magisterio de la Iglesia cuando concreta el mensaje cristiano;
pero esto sucede por no entender o no querer darse cuenta de que, pese a los
defectos patentes de los cristianos –ya que somos hombres- Cristo y la Iglesia
son una misma cosa puesto que la Iglesia está donde está la Eucaristía, el
“Dios-con-nosotros”. La barca de Pedro no naufragará sino que llegará a puerto.
Decía Chesterton que tantas
cosas se vuelven santas sólo con volverlas del revés. Creer en que Jesucristo
es el Hijo de Dios es darse cuenta de que es Él quien ha creído antes en cada
uno de nosotros. Quizás muchos que desprecian o se muestran indiferentes ante
la doctrina cristiana se asombrarían si percibieran el amor con que Cristo les
estima; pero esto es ya un don de Dios. Un don que otorgará, sin duda, a todo
aquél que lo busque sinceramente.
Cuarto Mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar”.
1. La familia en el plan de Dios:
El
misterio más grande de la fe católica consiste en que Dios, siendo uno, es tres
Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios, en su intimidad, es Familia.
Jesucristo quiso venir al mundo en el seno de una familia. Estas verdades de fe
fortalecen la realidad humana de la familia. La familia supone los cimientos de
la propia identidad y personalidad. De su buen estado depende, en buena parte,
la felicidad de las personas y la dignificación de la sociedad.
La
comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. Un
consentimiento con promesa de fidelidad hecho cara a Dios. La familia es el
lugar donde se quiere a la persona por sí misma. Es el mejor sitio para “caerse muerto” y, por lo
mismo, para levantarse vivo todos los días. El matrimonio y la familia están
ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos.
El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los
miembros de la familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
El
cuarto mandamiento va acompañado de una promesa: la prolongación de nuestra
vida en la que hemos honrado a Dios al honrar a nuestros padres. En cualquier
caso hemos de aceptar la Providencia de Dios.
2. La familia y la sociedad
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que la
familia es la “célula original de la vida social” Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en
el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de
relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad,
de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la
comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales,
se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es
iniciación a la vida en sociedad.
Afirma
el Catecismo que la comunidad política tiene el deber de honrar a la familia,
asistirla y asegurarle especialmente:
-La
libertad de fundar un hogar y de tener hijos.
-La
protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar.
-La
libertad de profesar su fe, transmitirla, y educar a los hijos de acuerdo con
sus propias convicciones morales y religiosas.
-El
derecho a la propiedad privada, la libertad de iniciativa, de tener un trabajo,
una vivienda, el derecho a emigrar.
-Conforme
a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia
a las personas de edad, a los subsidios familiares.
-La
protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a
los peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.
-La
libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así
representadas ante las autoridades civiles.
3. Deberes de los miembros de la familia
a)Deberes
de los hijos[2]:
La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana; es el fundamento del
honor debido a los padres. El respeto a los padres es exigido por el precepto
divino (Éxodo, 20,12). El respeto a los padres -piedad filial- está hecho de
gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han
traído sus hijos al mundo y los han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría
y en gracia.
…Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a
todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. San Pablo pide en
su Carta a los Colosenses: “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque
esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3, 20).
Es
propio de la edad adolescente una cierta rebeldía ante los padres. Los jóvenes
harán bien en pensar que junto a sus legítimos deseos de libertad han de vivir
la caridad con sus padres, entre otras maneras haciéndoles caso.
Cuando
se hacen mayores los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir
sus deseos, solicitar sus consejos y aceptar sus quejas justificadas. La
obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el
respeto que le es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto,
tiene su raíz en el temor de Dios, que es uno de los dones del Espíritu Santo.
Cuado
pasan los años y nuestros padres, por ley de vida, ya no están con nosotros,
nos dará mucha paz el haberles procurado honrar en todas las etapas de su vida.
Es una actitud justa e inteligente vivir la gratitud con los padres mientras
podemos convivir con ellos. Ser buen hijo es también la mejor preparación para
ser buen padre.
b)Deberes de los padres[3]:
La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los
hijos, sino que debe extenderse a su educación moral y a su formación
espiritual. Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como personas humanas. Han de
educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos
mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos: dando ejemplo. Del
mismo modo que dar a los hijos el alimento adecuado no es una imposición sino
un gozoso deber, algo parecido ocurre con la fe. Un cristiano que tiene fe
transmitirá este tesoro a sus hijos que, en su momento, lo harán fructificar o
no, según su libertad.
Padres
e hijos deben otorgarse generosamente y sin cansarse el mutuo perdón por las
ofensas…El afecto mutuo lo sugiere; la caridad de Cristo lo exige. Cuando
llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de
elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán
asumirlas en una relación de confianza con sus padres, pidiendo y recibiendo su
consejo con docilidad. Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni
en la elección de profesión ni en la de su futuro cónyuge; esto no impide
ayudarlos con consejos juiciosos.
Quinto mandamiento: “No matarás”
1.La vida, don de Dios
Además
de la vida racional, el hombre puede –porque Dios lo ha querido- participar de
la vida divina mediante la gracia. La manifestación de la gracia es la caridad.
Juan Pablo II recuerda en su encíclica “Evangelium vitae” que “Cristo ha venido para que tengan vida y
la tengan en abundancia”. De todo esto se deduce que para un cristiano
coherente lo más importante es vivir en gracia de Dios. Para la fe cristiana,
explica Santo Tomás, el bien soberano del alma en gracia vale más que todo el
universo material.
Sólo
Dios da la vida; sólo Dios puede tomarla. La vida y la salud son dones
gratuitos de Dios, bienes que no nos pertenecen absolutamente: sólo Dios es su
dueño absoluto y, por eso, no podemos disponer de ellos a nuestro antojo.
2. Deberes y prohibiciones del quinto
mandamiento
El
quinto mandamiento prescribe conservar y defender la integridad de la vida
humana propia y ajena. Prohíbe todo cuanto atenta a la integridad corporal
personal o del prójimo.
Dividiremos
el estudio en tres apartados: 2-1.Transmisión y conservación de la vida.2-2.
Deberes relacionados con la propia vida. 2-3.Deberes relacionados con la vida
de los demás.
2.1. Transmisión y conservación de la vida.
Establecemos
unos apartados para un análisis de esta cuestión:
a)El
valor sagrado de la vida humana: En la transmisión de la vida, los padres, con
su unión, desempeñan el papel de cooperadores libres de la Providencia,
contribuyendo a la concepción del cuerpo. Pero el alma que vivifica al hombre,
es creada inmediatamente de la nada por Dios en el instante de la concepción
del cuerpo. Intentando pensar la fe podemos decir que un alma racional, libre y
moral, no puede tener su origen en un mero compuesto bioquímico. Lo espiritual no
se puede reducir a lo material.
b)La
mentalidad anti-vida: Con la pérdida del sentido cristiano de la vida se ha
oscurecido la magnitud del hecho formidable de traer al mundo un nuevo ser
humano. Muchos de nuestros contemporáneos han llegado a la negación, teórica o
práctica, del valor trascendente de la vida humana. Porque en el fondo se
piensa la vida como reducida a una existencia pasajera, puramente material, más
allá de la cual no habría nada. El Papa Pío XI en la Encíclica Casti connubi,
nn. 6 y 7 afirma: “La responsabilidad de los padres es pues gravísima y gozosa
a un tiempo. Un hombre más o un hombre menos, importa mucho; vale más que mil
universos, puesto que estos acaban por desvanecerse y un hombre, en cambio, no
muere jamás: sólo muere su cuerpo que, al cabo, resucitará en el último día. Y
principalmente, un hombre sólo, exclusivamente uno, vale toda la sangre de
Cristo”.
c)El
aborto voluntario: Supone un pecado gravísimo por matar a un ser humano
totalmente inocente con el agravante de que la propia madre mate a su hijo,
privándole de la vida natural y del bautismo. Todo el que colabora en un aborto
incurre directamente en pena de excomunión, si tiene conocimiento previo de
esta sanción canónica. El caso del aborto indirecto es aquel en el que una enfermedad seria de la madre es tratada
con medicamentos que podrían tener como efecto secundario la muerte del feto.
Este caso, que puede ser justificable moralmente en determinadas condiciones ,
es distinto al llamado aborto terapéutico en el que ante el peligro de la salud
de la madre se actúa matando al feto.
d)La
utilización de embriones humanos: La producción de embriones humanos por
fecundación artificial o por
clonación para fines científicos
es una barbaridad. Supone tratar las vidas humanas como objetos de mercancía
aunque se tratara de fines terapéuticos. Existen terapias alternativas eficaces
basadas en el empleo de células madre de tejidos adultos, con probada eficacia
clínica. El Compendio de la Iglesia Católica afirma en su punto 472: “La
sociedad debe proteger a todo embrión, porque el derecho inalienable a la vida
de todo individuo humano desde su concepción es un elemento constitutivo de la
sociedad civil y de su legislación. Cuando el Estado no pone su fuerza al
servicio de los derechos de todos, y en particular de los más débiles, entre
los que se encuentran los concebidos y aún no nacidos, quedan amenazados los
fundamentos mismo de un Estado de derecho”.
e)La
eutanasia: El lícito deseo de no sufrir y de no querer el sufrimiento de los
demás no puede arrogarse el poder de suprimir una vida de quien sólo Dios es
dueño. Al Estado no únicamente le corresponde velar por la vida de los
ciudadanos; nunca se puede arrogar el derecho de matar aunque el interesado lo
pida. El Estado no da la vida ni la puede quitar. Respecto a la pena de muerte
hablaremos muy pronto.
2.2 .
Deberes relacionados con la propia vida (amor a uno mismo).
Una
actriz de cine afirmó: “La vida es un jardín prestado; espero haberlo cuidado
bien”. La propia vida es un don de Dios y, por esto, no tenemos una propiedad
absoluta sobre ella. El amor a la propia vida es algo natural y cristiano que
debemos cuidar. Algunos de estos deberes son: Hacer rendir las propias
capacidades; cuidar la salud y el descanso; vivir la sobriedad en las comidas y
bebidas; vencer la posible tentación de suicidio en algún momento crítico de
nuestra vida.
2.3. Deberes relacionados con la vida de
los demás:
El
quinto mandamiento dice “No matarás”. Nunca es lícito matar salvo en caso de
legítima defensa. Respecto a la pena de muerte el Catecismo de la Iglesia
Católica dice en su punto 2267: “La enseñanza tradicional de la Iglesia no
excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad
del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino
posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero
si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la
seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos
corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más
conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy,
en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para
reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido
sin quitarle la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea
absolutamente necesario suprimir al reo ‘suceden muy (...) rara vez (...), si
es que ya en la realidad se dan algunos’(Juan Pablo II, Carta Encíclica
Evangelium Vitae, 56)”.
Séptimo Mandamiento: No robarás
1. Dios nos ha dado las cosas para que las
usemos
El
séptimo mandamiento ordena hacer buen uso de los bienes de la tierra y prohíbe
todo lo que atente a la justicia en relación con esos bienes.
No
hemos de olvidar que Dios es el dueño y señor de todo, mientras que nosotros
sólo somos sus administradores. El hombre con relación a sus propios bienes
debe comportarse sabiendo que las cosas de la tierra son para su servicio y
utilidad, pero teniendo presente que esos bienes no son en sí mismos fines,
sino sólo medios para que el hombre cumpla su destino sobrenatural eterno.
Con
relación a los bienes ajenos, cuando una persona posee legítimamente unos
bienes son suyos y no se le pueden quitar injustamente contra su voluntad.
No
se trata sólo de no robar; sino de hacer buen uso de los bienes. Jesucristo
afirma la exigencia de que los compartamos con los que tienen más necesidad.
Todos
los bienes, por disposición divina, son para todos los hombres. Este derecho se
denomina primario o radical. El derecho a la propiedad privada es un derecho
natural, pero secundario, subordinado al destino universal de los bienes para
todos los hombres.
2. Pecados contra el séptimo mandamiento:
El
pecado fundamental es el robo. Consiste en apoderarse de una cosa ajena contra
la voluntad razonable del dueño. Un tipo de robo frecuente es el fraude, que consiste en obtener ilícitamente un bien
ajeno a través de engaños.
El
robo es un pecado contra la justicia que admite parvedad de materia. Para
atender a la gravedad del robo hay que tener en cuenta: -El objeto en si mismo.
-La necesidad que el dueño tenga de la cosa robada. -La acumulación de materia.
La
principal causa excusante del robo es la extrema necesidad. Si alguien se halla
en peligro de perder la vida o que le sobrevenga un gravísimo mal es lícito y
hasta obligatorio tomar los bienes ajenos necesarios para librarse de esos
males. Estas acciones pueden llevarse a cabo siempre que no se ponga al prójimo
en la misma necesidad que uno padece. El derecho primordial a la vida está por
encima del derecho de propiedad.
3.
La restitución
Restituir
es la reparación de la injusticia causada, y puede comprender tanto la
devolución de la cosa injustamente robada como la reparación o compensación del
daño injustamente causado.
Una
causa excusante de la restitución es la imposibilidad física como la pobreza
extrema. Otra es la imposibilidad moral: si el deudor al restituir le
sobreviene un daño mucho mayor. Lógicamente otra ocurre si el acreedor perdona
la deuda.
4. La Doctrina social de la Iglesia
Se
llama Doctrina social de la Iglesia al conjunto de enseñanzas del Magisterio
eclesiástico que aplican las verdades reveladas y la moral cristiana al orden
social. Las enseñanzas del Magisterio se recogen principalmente en algunas
Encíclicas escritas por los papas. Juan Pablo II escribió tres en este
sentido: Sollicitudo rei socialis,
Laborem Excercens y Centessimus Annus.
Cabría
preguntarse por qué la Iglesia también
enseña sobre cuestiones temporales. La misión de la Iglesia es de orden
sobrenatural, y no se mezcla en las legítimas opciones temporales ni defiende
programas políticos determinados; pero al mismo tiempo la Iglesia tiene pleno
derecho, que es un deber, de enseñar la dimensión moral del orden secular,
tanto en lo social, como en lo político y económico. De igual modo le
corresponde el juicio moral sobre las cuestiones temporales y formar la
conciencia de los hombres en su actuación temporal a la luz de la vida y
doctrina de Jesucristo, Dios y hombre.
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