Saturday, May 26, 2018

Ana María: novela policíaca


Una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida es conocer y tratar a una mujer simpática y maravillosa, Ana María. He escrito una novela policíaca para dar a conocer, con algunos datos reales y otros inventados, cómo era su carácter y estilo de vida. También quiero resaltar la figura de otra gran persona: José, un tipo divertido, entrañable e íntegro. Pienso que el ejemplo de sus vidas es muy útil para los jóvenes, y para todo el mundo. La novela es una convencida defensa del valor de la familia y de toda vida humana.

Está publicada en Amazon, en papel: https://www.amazon.es/dp/1981031316


Sunday, May 20, 2018

¿Donde está Dios?



Pienso que  Dios está en la serenidad, en la luz, en la familia, en la vida vista desde su mirada. También está en todos los que sufren y acuden a Él: en los que son víctimas inocentes, o en los que soportan cadenas injustas; y ,verdadera y realmente, se encuentra en esa cárcel de amor de la que han hablado los santos: el sagrario que contiene la eucaristía.

Sunday, May 13, 2018

¿Suicidio asistido o ética del cuidado?



La ancianidad supone, en cierto sentido, una especie de vuelta a la infancia, a la vida especialmente dependiente. El comportamiento más humano con las personas de edad avanzada es ofrecerles respeto, paciencia, cariño. Lo mejor para ellos, como para todos, es saberse queridos. La citada actitud de respeto es la mejor de los más jóvenes porque este comportamiento les hace más humanos, al esforzarse por ayudar a sus mayores.

El trato que dispensemos a nuestros mayores es una radiografía de la moral de nuestra sociedad. El hecho de que pasen a un estado de menor efectividad y mayor dependencia, tiene que ser un motivo para demostrar que lo que realmente nos importa es el trato humano, digno y familiar para con las personas que invirtieron tantos esfuerzos para sacarnos adelante en la vida. En nuestra sociedad es muy necesaria impulsar una ética del cuidado [1]. La pérdida de autonomía en la vejez o la enfermedad se considera a veces como un lastre para la dignidad. Incluso es una de las razones que se alegan para justificar la eutanasia. Pero la dependencia y el cuidado son dos realidades recíprocas que enriquecen nuestra ética personal y social.

Los estados de dependencia dan lugar, en ocasiones, a circunstancias difíciles de sobrellevar, tanto para el interesado como para sus cuidadores. Ante situaciones dolorosas graves y prolongadas, están surgiendo iniciativas legales a favor del suicidio asistido. Esta apelación al “derecho a morir” surge a partir de una mayor valoración de la autonomía de cada persona ante estados de muy mala calidad de vida, que son vistos como indignos para quien los padece. Sin embargo, estos planteamientos nacen de opciones marcadamente individualistas que llegan a modificar sustancialmente las relaciones entre las personas enfermas y quienes las asisten. Se olvida que el modo de afrontar los estados de dependencia, aunque sea severa, ayuda a construir una sociedad solidaria basada en la confianza y el cuidado.

Lourdes Gordillo, Profesora de Filosofía de la Universidad de Murcia, se pregunta en un artículo[2] si la autonomía es el fundamento de la dignidad humana. “Ser autónomo –dice– no consiste en no tener vínculos; la autonomía es saber asumir los propios vínculos para comprender cómo compaginar la condición finita del hombre y su inconmensurable dignidad humana” . La autonomía, la capacidad de decisión, no puede olvidar los límites de la propia naturaleza que nos ha sido dada.

También el filósofo alemán Robert Spaemann mantiene, en su obra “Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar”, que las leyes favorables a la eutanasia tienden a olvidar que la persona trasciende sus estados de salud. Concretamente afirma que “el suicidio es por tanto el acto del olvido de uno mismo, mediante el cual una persona da fe de que se entiende a sí misma solo como un medio para alcanzar o conservar estados deseables”.

El suicidio surge de un error antropológico que tiene graves consecuencias sociales. Para el citado autor, “cuando la ley permite y la moral aprueba que uno se mate o haga que le maten, de repente el viejo, el enfermo, el necesitado de cuidados, se vuelve responsable de todos los esfuerzos, costes y privaciones que sus parientes, cuidadores o conciudadanos hayan de asumir por él. Ya no es el destino, la moral o la obvia solidaridad lo que exige de ellos ese sacrificio, sino que es la propia persona necesitada de cuidados la que se lo impone, puesto que podría fácilmente librarles de ello. Hace a otros pagar el hecho de que es demasiado egoísta y cobarde para hacerse a un lado”.

Desde una inicial compasión se llega a una postura profundamente anticompasiva, que dice tácitamente al enfermo y anciano mediante el suicidio asistido: “por favor, ahí tiene la salida”, escribe Spaemann. Este filósofo alemán recuerda también lo que ocurre en “Holanda, país en el que ya un tercio de las personas a las que se mata anualmente de forma legal –se trata de miles– no han muerto a petición propia, sino por decisión de parientes y médicos que consideran que se trata de vidas que no merecen ser vividas”.

Alasdair MacIntyre, que fue profesor de Filosofía en la Universidad de Notre Dame (EE.UU.), explica  en su obra “Animales racionales y dependientes” que el ser humano es vulnerable y dependiente, y esta dependencia es uno de los rasgos más radicales que se expresan en su condición humana: “el reconocimiento de la dependencia es la clave de la independencia”, afirma. Considera que el desarrollo de nuestra especie pasa por admitir nuestra condición de animales dependientes y vulnerables, característica que compartimos con otros animales no humanos.

Para MacIntyre, la comprensión de sabernos necesitados permite el florecimiento de la comunidad. Hay un bien común que me lleva a saberme necesitado de la ayuda del otro, y a ayudarle. También habla de las “virtudes de la vulnerabilidad y la dependencia” y escribe que “es necesario poder confiar (…), no solo en los intercambios rutinarios de la vida cotidiana, por importantes que sean, sino también y muy especialmente cuando uno pueda ser una carga y una molestia por causa de alguna discapacidad”.

El lugar más adecuado para la ayuda es aquel donde la persona nace, crece, se desarrolla y muere: la familia. La familia, a su vez, necesita relacionarse con asociaciones o residencias con potencial solidario que desarrollen una “justa generosidad” con las personas dependientes. Aplicarse al cuidado es promover una tradición moral donde el cuidar es constitutivo de la vida moral.

Con este enfoque positivo de la dependencia concluyó un informe del Consejo de Bioética norteamericano en 2005, bajo la dirección de Leon Kass. Allí se afirma que “nuestro deber con el enfermo, anciano o inválido es cuidar de su vida, ya le quede mucha o poca, y cualquiera que sea el estado en que lo encontremos (…) La eutanasia y la cooperación al suicidio son opuestas a la ética de los cuidados a las personas discapacitadas. Tales prácticas han de ser rechazadas siempre (…) nadie puede pensar con plena sinceridad cómo cuidar del mejor modo posible la vida que el paciente tiene ahora, si acabar con su vida se convierte en una posibilidad de tratamiento siempre disponible”.
Es decir, contemplar tal posibilidad vicia radicalmente las relaciones entre los enfermos y sus cuidadores. El informe recuerda que “la vejez y la muerte son, en último término, no problemas que resolver, sino experiencias humanas que se deben afrontar”.

El cuidado de las personas dependientes exige preocuparse no solo por su cuerpo, sino también de su situación anímica. El filósofo español Ricardo Yepes escribió en sus “Fundamentos de Antropología” que “el corazón humano es el lugar donde nace y muere el sufrimiento, y es ahí donde hay que curarlo”. Este autor explica que cuidar y curar no solo es aliviar el dolor físico, sino también el sufrimiento interior. En este sentido, Laín Entralgo subrayaba que “el buen médico ha sido siempre amigo del enfermo”y Spaemann afirma que “el médico representa ante el paciente la afirmación de su existencia por la comunidad solidaria de los vivos”. Cuando existe este apoyo incondicional, es raro que surjan peticiones de eutanasia.

Esa relación entre cuidadores y dependientes no solo solventa unos problemas corporales, sino que robustece la fibra ética de la sociedad. Agustín Domingo Moratalla, profesor de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Valencia, explica en “El arte de cuidar” cómo la atención a los dependientes se ha convertido en una de las categorías centrales de la ética contemporánea . Y pone en relación el cuidado con la capacidad de escucha, el diálogo interdisciplinar y la disponibilidad para la verdad.

Para este autor, “aplicarse al cuidado es promover una tradición moral donde el cuidar es constitutivo de la vida moral. El cuidado nos mantiene despiertos, alerta y vigilantes para que nuestra fragilidad, dependencia y vulnerabilidad no sean planteadas como defectos o imperfecciones, sino como oportunidades de plenitud. El cuidado transforma en diligentes las iniciativas de racionalidad humana y, lo que es más importante, evita situaciones de negligencia, descuido y olvido de la responsabilidad (…) Si nos olvidamos del cuidado o le damos la espalda en la construcción de los saberes podremos tener ciencia, técnica, filosofía o incluso conocimiento, pero no tenemos una auténtica vida moral”.

El cuidado se revela como un valor ecológico universal, que atiende en primer lugar a las personas. La autonomía del enfermo es así máximamente valorada, en una actitud solidaria que busca el bien personal y el bien común en todos los momentos de la vida, también en los de dolor. Las etapas de dependencia y limitación no están exentas de sentido humano, en una relación de confianza y amistad entre enfermos y cuidadores.


José Ignacio Moreno Iturralde




[1]  Una versión más extensa de estas ideas puede encontrarse en “La autonomía se pierde, la dignidad no”. Moreno, J.I. Aceprensa 14.8.2013.
[2]  Gordillo, L. Cuadernos de Bioética, Vol XIX, 2008/2, pp. 237-253.