Noviembre tiene su encanto, aunque la lluvia moleste
nuestras salidas o paseos. Cuando no había televisión ni internet, a
algunas niñas les encantaba, las tardes lluviosas de otoño, rodearse de libros
de cuentos. Algunos padres leían, a sus hijos, vidas de santos o les
compraban libritos con relatos de la Biblia bellamente ilustrados
( todavía es así en algunas familias). Lo recuerdo, sobre
todo, cuando, sentada a la camilla con un libro, veo caer la lluvia sobre los
cristales de mi ventana.
Noviembre es “el mes de los difuntos”
(este año, muchos se han ido sin despedida) e invita a pensar en la Vida,
la vida que nos espera tras la muerte transitoria corporal. ¿Temer la
muerte? Temor sólo a perder a Dios para siempre, a despilfarrar el tiempo por vivir
lejos de Él y no amarle. Oí, a un sacerdote santo: “La muerte no existe
para un cristiano, es el comienzo de la Vida” ( Venerable Padre
Tomás Morales, s.j). Si la fe se instala en el alma, el pensamiento de la
muerte suscita esperanza. Como escribió el sacerdote y periodista J.M
Alimbau, “ es evidente que la fe, la esperanza y el amor
dan calidad de vida”. Santa Teresa suspiraba: “Tan alta vida
espero, que muero porque no muero (…).El sacerdote y periodista José Luis
Martín Descalzo definió así la muerte: “Morir sólo es morir. Morir se acaba./ Morir es una hoguera
fugitiva./Es cruzar una puerta a la deriva/ Y encontrar lo que tanto se
buscaba./ Acabar de llorar y de hacer preguntas;/
ver al Amor sin enigmas ni espejos;/ descansar de vivir en la ternura/ tener la
paz, la luz, la casa juntas/ y hallar, dejando los dolores lejos,/ la
Noche-luz tras tanta noche oscura”. La eternidad es lo único
seguro, aunque incierto el día. Cuando llegue nuestra hora, se acabó nuestra
historia, y lo que no hayamos hecho, sin hacer se queda ( los pecados de
omisión no son menos graves). Para morir en paz, lo mejor es haber ejercido la
misericordia de alguna manera, según se pueda, y haber cumplido nuestros
deberes familiares, profesionales, religiosos y sociales. Como digo a mis
hijos, en las misiones populares insistían: “ Al final de la jornada,
aquel que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”. Ojalá, al final
de nuestra vida, pudiéramos decir como Cristo en la Cruz: “Todo está
cumplido”.
Josefa Romo