Sunday, May 28, 2017

Fátima: el último misterio (DVD)

Reportaje sobre las relaciones entre el Mensaje de Fátima, el siglo XX y la actualidad: Enlace

Wednesday, May 24, 2017

Símbolos y relaciones (Razón y Fe I)

El universo y la vida esconden el misterio de su porqué. Cualquier cosa se relaciona con todo lo demás, a través de caminos inabarcables. Todo es relativo, sí, pero relativo a algo, y a algo que sostiene esa gran madeja de relaciones. En la propia identidad del espacio y del tiempo se entreteje el pasado, el presente y el futuro con la aguja de la eternidad.

Existen unas condiciones previas para que pueda existir todo lo que surge en el tiempo, por esto el sentido de cualquier cosa está antes fuera que dentro de sí misma. El principio filosófico que defiende que la vida la realidad no es contradictoria, resulta un cimiento que edifica la vida, e impide su ruina. El que todas las cosas tengan una causa de su existencia nos asegura que nuestra historia no es un azar vacío.


Los símbolos consisten en referirse a algo que es por ellos representado. Podemos decir que los hechos del mundo tienen un carácter simbólico, porque su ser nace del sentido previo de su naturaleza. Este componente simbólico no resta consistencia a las cosas, sino que se las otorga.


Para Hegel (1770-1831) "el ser es igual a la nada": cada pequeña realidad quedaba desintegrada, como un chispazo insignificante, en una razón absoluta: una especie de programa racional evolutivo interno al universo. Hegel divinizaba al universo, lo cual supone un modo de destruirlo. Lo que aquí defendemos, frente a Hegel, es que cada cosa existente se abre a un sendero milenario de relaciones con estrellas, de un mismo universo cuajado de significado. Un significado que está en el mundo y proviene de fuera del mundo.

La paradoja del mundo es que vemos las cosas, pero no divisamos muchas de las relaciones que configuran su significado, y esto es algo semejante a fijarse demasiado en los  planetas y olvidarse de las órbitas que sostienen su existencia. En el mundo, lo más maravilloso es lo que no se ve.





La persona humana (Razón y Fe-2)

Es  propio de nuestra época relativizar la belleza, al gusto del espectador. Algo es bello si así me lo parece y porque sí. Pero sobre gustos hay mucho escrito, y hay quienes tienen mal gusto. Sí la belleza no responde a ningún tipo de armonía real en los seres, se llega a producir, según un libro de Lewis, " la abolición del hombre". Sí la armonía de cualquier cosa no es más que un efecto producido en el espectador, el mundo tendrá tantos sentidos como espectadores, o lo que es lo mismo: no tendrá ningún sentido Si las cosas no tienen un sentido en sí  mismas, el hombre tampoco escapa a ese sinsentido. Así, muchos seres humanos pueden ser oprimidos o suprimidos por otros, más fuertes o mejor dotados para la lucha de la existencia. Sin embargo, si la belleza de cada ser,  con todo el legítimo componente subjetivo de apreciación, es reflejo de algún trazo maestro, entramos en la civilización del respeto. El consenso sobre la belleza es poca cosa sin la belleza del consenso.

La propia corporalidad humana manifiesta comunicación y relación. El cuerpo humano es racional y familiar. No sólo puede engendrar y criar, sino que puede mirar y contemplar a sus hijos. Los brazos pueden utilizarse para agredir o para abrazar, a los demás y al mundo entero. Puesto que el hombre puede tener una idea de todo el universo, puede abrazarlo y sentirlo como un hogar.

Cada persona es un individuo, cuyo sentido y felicidad depende de la calidad de sus relaciones personales. Un ser humano se relaciona con toda la historia y con el futuro, de un modo consciente y libre. Desde su peculiar limitación, puede descansar sobre un universo que entiende, sin abarcarlo, en tanto que lo contempla como marco de una novela donde él es un personaje único e irrepetible.


El dolor y la desgracia, tan presentes en la historia humana, han sido y son objeto de cotidiana reflexión. El dolor puede ser motivo de desesperación o de esperanza, de apocamiento o de madurez. "El dolor es el megáfono que utiliza Dios en un mundo de sordos", decía Lewis. Los contratiempos y las adversidades pueden ayudarnos a cambiar de ángulo de vista sobre la realidad. Sí nos quedara un año de vida, y lo supiéramos, probablemente nuestra jerarquía de valores cambiaría notoriamente: algunos de nuestros primeros objetivos podrían pasar a un lugar muy secundario, mientras que otras metas que solemos dejar aparcadas, cobrarían nuevo y vigoroso impulso.


De todos modos el zarpazo del dolor es tan duro, en ocasiones, que la tentación del sinsentido puede acechar con vehemencia. Más provechosa y más humana es la actitud del sano abandono: "tal desgracia no ha dependido de mí, y aunque no la entienda no tengo por qué saber el sentido de todo". Es inmaduro negar el sentido de algo, simplemente porque uno no lo entienda. Dicen que el poco mal espanta y el mucho amansa. Un revés serio puede hacernos regresar a nuestra condición originaria de dependencia radical respecto a tantas cosas. Esta dependencia, asumida y aceptada, es fuente de sabiduría e incluso de buen humor.


El hecho de que en el mundo triunfe con frecuencia la injusticia y la mentira no es señal de absurdo sino de limitación. El mundo no es un ticket de entrada a un espectáculo, sino la mitad de esa entrada. En la muerte se puede ver un absurdo - una falta de sentido radical- o un pasen y vean lo que completa sobreabundantemente al sentido de la vida. La visión limitada del sentido del mundo, abierta a un sentido superior, es algo razonable. El replegamiento en el absurdo no lo es, ya lo dijimos, porque el absurdo es precisamente la negación de la razón.




Cosas cotidianas y misterio (Razón y Fe-3)


Es misterioso el sentido de las galaxias, la configuración de nuestro ADN en el seno materno y tantos otros enigmas de la realidad. Lewis explica que las leyes del mundo no producen los hechos, del mismo modo que por sumar 500+ 300 euros no aparecen 800  euros en nuestro bolsillo,  por arte de magia. Los hechos, o las cosas, actúan a través de las leyes naturales, pero no existen por ellas. Cada cosa del mundo responde a una voluntad creadora.


Los hombres siempre se han visto fascinados por los misterios. Muchas veces se ha llamado misterios a lo que simplemente era ignorancia. Pero afirmar que todo misterio es puro desconocimiento, revela una ignorancia considerable. Los misterios verdaderamente atractivos no son supersticiones, tonterías o cosas que sólo aceptamos en películas de ficción. Para que un misterio sea atractivo tiene que presentar ciertas credenciales de realidad. Nos atraen los misterios que pueden ser verdad. Nuestra propia vida es verdad y es misteriosa, porque su raíz y sus frutos escapan a nuestro control.



A un nivel más modesto, no deja de ser misterioso algunos rasgos del comportamiento humano: cuántas veces nuestros defectos dominantes nos resultan algo parcialmente misterioso. Si todo lo tuviéramos calculado y dominado, no habría espacio para la aventura. Si aceptamos que la vida tiene un notable componente misterioso, avanzaremos por ella con más determinación y ligereza.



El ateísmo es la negación del misterio, por eso suele resultar tan poco divertido. Sí la vida es un misterio hecho realidad, nos sentimos en un escenario asombroso y algo mágico. Aunque la rutina de los hechos se preste a poca magia, nosotros podemos ponérsela a la vida, sacando la liebre blanca de la alegría desde la chistera negra de la rutina. La aceptación del misterio es también señal de sensatez.



La lógica humana es misteriosa: desde unos circuitos neuronales se expresan ideas y sentimientos que establecen relaciones, portadoras de felicidades o desdichas. La lógica es un fin para la felicidad; y la felicidad tiene buena parte de misterio. Sí la razón quiere apropiarse del mundo, perdiendo la reverencia que debe al misterio de la realidad, se pierde a sí misma.

Un hallazgo (Razón y Fe- 4)

La dotación  de sentido desde fuera de uno mismo se basa en que  nuestros sentidos, inteligencia, voluntad, corazón, se activan gracias a la realidad exterior. Por otra parte, la realidad tiene unos principios fundamentales que son condición de sí misma: la no contradicción, la causalidad, la relación profunda entre verdad, bien y belleza, entre otros. La arquitectura de la realidad tiene una ordenación que remite necesariamente a un principio ordenador. Nuestro mundo actual valora mucho la autonomía de la conciencia, pero se olvida con frecuencia de tantas cosas que nos han sido dadas desde fuera; por ejemplo nuestra propia vida.

La originalidad puede entenderse como ir a los orígenes. Cuando uno va a su pueblo, a su patria chica, uno se encuentra bien, a gusto. Pero hay niveles más profundos de originalidad. La persona humana tiene una tendencia a abrirse a la realidad; especialmente a los demás. Paradójicamente, el hombre tiene otra tendencia a cerrarse en sí mismo. De la lucha entre ambas fuerzas depende el valor de la propia vida. Por esto la vida es para unos motivo de felicidad y, para otros motivo de angustia. De esto se deduce que el que piensa en los demás es profundamente original.

La  unidad en la pluralidad puede entenderse recordando cuando estamos en un ambiente grato, por ejemplo en una fiesta con gente a la que estimamos. Allí, el tiempo se nos pasa volando. Estando en relación con los demás -conocidos y estimados - somos más nosotros mismos. Los demás nos revelan parte de nuestro yo. Las alegrías de aquellos a quienes queremos son también nuestras.

Lo visible esconde lo invisible, pero remite a ello. Un símbolo es una representación de la realidad; por ejemplo una señal de tráfico que remite a una orden de circulación, o un cuadro que remite a su autor. La realidad, también la propia personal, es simbólica: remite a un núcleo de dotación de sentido que va más allá de sí misma. La realidad esconde un gran misterio.


Hecho este apretado resumen es hora de apuntar hacia un norte que aglutine todas estas ideas. Todos los razonamientos y esfuerzos filosóficos dependen de un misterio, que es fuente de realidad y de vida. La palabra latina sacramentum significa misterio. La Iglesia Católica, desde el comienzo del cristianismo, se ha edificado en torno al sacramento de la eucaristía. Sin desarrollar ahora una explicación extensa de esta cuestión, lo que la Iglesia afirma es que Dios se hizo hombre, murió y resucitó para nuestra salvación. Además, asegura que Dios está verdadera, real y sustancialmente en la eucaristía[1], el pan consagrado en cada misa, pan que es el cuerpo y la sangre de Cristo, que se ofrece por nuestra salvación eterna. La llave que abre el sentido del mundo tiene forma de cruz. Se trata de una verdad de fe que supera las posibilidades de la razón, sin ser irracional.


Cristo, el Verbo de Dios, da sentido al mundo y entra a formar parte de él. Nos invita a ser originales; es decir: a darnos cuenta de que nuestra condición nativa es la entrega y el servicio a los demás. Es una entrega que desvela el sentido de la alegría y del sufrimiento humanos. Nos relaciona entre nosotros  de tal manera, que la identidad de cada persona queda enriquecida en la convivencia y participación en la vida de nuestros semejantes. Nos desvela, en la medida que es posible en este mundo, el misterio de nuestra existencia en relación con Dios, uno y trino. Dios, familia y comunión, nos hace partícipes de su vida eterna a través del misterio de su Encarnación.

El valor de la Cruz de Cristo y de la Eucaristía son verdades de fe, avaladas por la historia. Pero en ellas se desarrollan de modo eminente las ideas que antes hemos desarrollado . El Verbo de Dios, que vive, muere y resucita por nosotros, da sentido divino al mundo humano. Es ejemplo máximo de donación a los demás. Es fuente de unión entre la pluralidad de los hombres, a través de la comunión con su Cuerpo. Es presencia real visible del Dios invisible. La fe en la divinidad de Cristo solo es alcanzable por la fe, pero si esta fe se tiene, los principios fundamentales de la realidad, asequibles a la razón humana, adquieren su más plena realización. Si con la ayuda de Dios se acepta la realidad del misterio eucarístico, las ideas racionales y filosóficas que hemos expuesto anteriormente quedan asombrosamente enaltecidas





[1] Catecismo Iglesia Católica, Asociación Editores Catecismo, 1992, puntos 1322-1419.

Saturday, May 06, 2017

El sentido de la lógica: fuera y dentro del mundo

   Si la historia del universo ocupara un año parece que la aparición del ser humano tendría lugar el 31 de diciembre. Podemos pensar que respecto a los 13.000 millones de años que parece tener el universo cada una de nuestras vidas es algo insignificante. ¿Cómo vamos a conocer el sentido de nuestra vida si no tenemos la referencia global del sentido del mundo? Sería algo así como determinar el valor de un cinco sin saber si esa nota cuenta sobre cinco, sobre diez o sobre cinco mil. Algo parecido es lo que plantea el pensador austriaco Wittgenstein en su obra “Tractatus”. Afirma que el sentido del mundo debe de quedar fuera del mundo y que “Dios no se revela en el mundo”.

       Al respecto se pueden objetar varias cosas: Si todo conocimiento es circunstancial y relativo llegamos a la consabida contradicción de establecer el dogma del relativismo. Por otra parte aunque una persona viva no muchos años sin salir de su propio pueblo puede darse cuenta de la existencia de verdades generales que son válidas para todo espacio y tiempo como son los primeros principios: el principio de no contradicción, el de causalidad; o, simplemente, que dos y dos son cuatro. Es decir: en experiencias temporales y concretas nos damos cuenta de principios generales que son condición necesaria para la realidad. El sentido del mundo y de la propia vida puede ser captado satisfactoriamente, aunque no exhaustivamente.

            Wittgenstein escribió otra obra llamada “Investigaciones Filosóficas”. Aquí se va a mostrar partidario de que el sentido de las palabras no tiene nunca un valor objetivo y permanente sino circunstancial y pragmático. El sentido de cada palabra sería el significado concreto que se le quiere dar por una persona determinada en un momento concreto. Sin embargo, frente a estas afirmaciones conviene recordar que por ese camino volveríamos a llegar a la contradicción relativista que establece como fijo la circunstancialidad total de los significados de las palabras y de las cosas. No es así: las palabras designan la naturaleza o definición de las cosas, que mantienen una identidad permanente a lo largo de los cambios.

            Las verdades parciales se sostienen si existe una verdad absoluta, como explicó Agustín de Hipona. El sentido de las palabras sólo puede ser verdaderamente significativo si queda sostenido por una palabra absoluta: “En el Principio existía el Verbo (la Palabra) y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”[1] . Dios sí se revela en el mundo.


José Ignacio Moreno Iturralde





[1] Jn 1,1