Sunday, June 25, 2023

Tristeza y alegría.

Las tristezas de los niños suelen ser pasajeras. Experimentan sus limitaciones con una confianza inconsciente y absoluta en sus padres. Pese a lloros y enfados, se saben seguros y, por esto, vuelven con prontitud a sus juegos y risas. No estoy seguro de lo que les sucede en condiciones muy adversas, pero pienso que, si los pequeños están acompañados y protegidos, el apoyarse en sus mayores les hace tener un escudo poderoso ante la dificultad.

Los adultos tenemos un gran apego a nuestra autonomía y cuando padecemos una seria contrariedad, o metemos la pata a base de bien, podemos negar cínicamente la situación o admitirla, experimentando un serio y prolongado bajonazo de ánimo. Nos consideramos responsables ante nosotros mismos: somos o unos grandes tipos o unos desgraciados. Estas dos opciones pueden ser las dos caras de la misma y falsa moneda: un orgullo exagerado. El remedio es recuperar nuestra condición filial, que es un síntoma característico de una madurez con solera.

La tristeza, comprensible ante muchas situaciones, es bastante autorreferencial y pegajosa. Limita nuestra contribución a la vida. Es inhumano no experimentar la tristeza, pero también lo es estar instalado en ella. Y, sin embargo, a veces podemos desanimarnos ante la realidad de nuestro carácter. Ahora bien, si uno se sabe miembro de una familia y amigo de un buen número de tipos con defectos y virtudes como nosotros, la cosa cambia. En cuanto vemos nuestra problemática con una óptica más de equipo, buena parte del problema se soluciona. Si a esto añadimos una fe sincera y sencilla en nuestra condición cristiana de hijo de Dios -siendo conscientes de la fuerza y seguridad que esto lleva consigo- se produce un cambio de perspectiva de nuestra propia vida: no soy Superman, ni un desgraciado, sino Pepe Pérez -por ejemplo-, con toda la grandeza personal que conlleva ese sencillo y grandioso nombre. Estamos hablando de un ser humano que puede ser perdonado y perdonar, lo que es una enorme fuente de alegría.

Es importante destacar que no podemos juzgarnos por los bandazos de los sentimientos. El terreno firme de las decisiones libres guiadas por una inteligencia serena, sabia y humildemente asesorada, son los cimientos más adecuados para ir edificando nuestra vida. Es importante que nuestros pensamientos, acertados, regulen nuestros sentimientos; no al revés.

De esta manera se va llegando a la convicción, por las relaciones familiares, la amistad y la gratitud, de que es posible tomarse la vida de un modo sinceramente alegre y divertido. Gozar de la existencia no significa consumirla, sino compartirla en un clima cordial. Entonces, la alegría se va enseñoreando del alma y se siente la gozosa tarea de procurar hacer felices a los demás, que es el camino más rápido para serlo uno mismo.

Este espíritu divertido no es untuoso, no crea lazos posesivos, es desinteresado, suelto y libre como los aires y ríos de los montes. Tampoco es ingenuo o memo, sino profundamente sabio. Ayuda a no darnos demasiada importancia y a fijarnos más en lo que necesitan quienes tenemos más cerca. Subimos así hacia arriba, volamos alto. Por esto, el espíritu alegre y divertido -en diferentes escalas- me parece que es común a los hombres, a los ángeles y a Dios. Y si la condición humana nos vuelve a bajar al terreno de la precariedad o la enfermedad, nuestro factor divino puede esbozar de vez en cuando una sonrisa convincente.


José Ignacio Moreno Iturralde

Saturday, June 24, 2023

Estar contento.

Estar contento es algo propio de la niñez. La luz hogareña de las navidades, la increíble magia de las noches de Reyes Magos, los capones asados en la mesa, los juguetes, las eternas vacaciones de verano, o las excursiones al monte descubriendo ranas y jilgueros son momentos memorables de nuestras biografías. Sabemos que hay muchos niños y niñas que no han podido disfrutar de estas cosas, cosa que nos apena y nos puede mover a valorarlas mucho más.

La adolescencia, esa etapa interesante y revuelta de la primera juventud, se caracteriza por una cierta pose y desengaño ante la realidad. El impetuoso deseo de forjar la propia identidad lleva a intentar dejar en un rincón, que siempre permanecerá, las cosas y relaciones propias de la niñez. El adolescente, de modo general, se pregunta por muchas cosas y es tremendamente dependiente de su imagen respecto a sus amigos, precisamente porque no tiene muy claro quién es. Pero esta etapa es también la de los grandes ideales, la de soñar despierto con una vida bonita y aventurera. Si las rupturas familiares, el exceso de tecnología, la diversión desenfrenada y la pornografía ahogaran las semillas de la juventud, y algo o bastante de esto ocurre, tenemos un severo problema de civilización. De todos modos, la humanidad ha salido de atolladeros más graves como los sucedidos en las pavorosas guerras mundiales. Hay en la naturaleza humana una imagen y semejanza divina que resurge con fuerza de modos poco previsibles.

Preguntar a un adulto si es feliz o si está contento puede resultar comprometido, incluso ofensivo. Entender que una vida lograda es compatible con que las cosas no siempre salgan como pensamos, no es solo conveniente sino necesario. Captar que la realización personal es consecuencia indirecta de afrontar la realidad que me toca vivir, desarrolla el sentido común y, algunas veces, el sentido del humor. Pero la madurez sabia no es el realismo gris del que simplemente cumple su deber. “Es lo que hay” es una frase recurrente, que se queda coja sino se entiende que lo que hay es mucho. Esto enlace con la idea y la experiencia de la gratitud. Frente al sinsentido de una vida por casualidad, que tiendo a poseer en propiedad, se ofrece un panorama distinto y abierto: la vida como un regalo que tengo que saber agradecer y donar. Y éste es, paradójicamente, el presupuesto necesario para ser feliz.

Todos los dolores y dificultades de este mundo pueden ser superados si se encuentra un sentido para todos ellos. No solo eso, sino que los problemas pueden ser fuente de sabiduría. Una vez un profesor veterano le dijo a un alumno de unos 17 años lo siguiente: “Tú piensas que porque te portas mal estás triste; pero sucede lo contrario: porque estás triste te portas mal”. El muchacho salió reconfortado y con una visión más bonita de su vida. Tal consejo no se da así sin una rica y profunda experiencia, que probablemente ha tenido que superar adversidades. Ser un adulto animante es una de las mejores cualidades que alguien puede tener. Es ese tipo de personas a las que un joven mira y, por dentro, dice: “de mayor me gustaría ser así”.

La ancianidad se asocia a limitaciones y enfermedades. No parece una etapa apetecible para la vida. Y, sin embargo, todos nos damos cuenta de la gran riqueza que comporta. Cuando uno encuentra algún abuelo o abuela simpático y entrañable, ha encontrado un tesoro. Es evidente el inmenso cariño de los nietos por sus abuelos y, con más motivo aún sucede al revés.

Los exigentes compromisos familiares y la experiencia del regalo personal de la vida son los parámetros que llevaban al escritor Chesterton a afirmar el sentido positivo de la existencia con su inigualable chispa y agudeza. Por esto, su reflexión sobre el mundo, sin esconder los patéticos problemas que ocurren, le llevaban a una mentalidad superadora, victoriosa y simpática. Nos venía a decir, a mi entender, algo clave: que un hombre o una mujer son más humanos cuando están contentos.  No siempre es fácil; a veces, incluso, no es posible, pero es algo a lo que, pese a todo, podemos aspirar. El valle de lágrimas cristiano puede albergar también muy buenos momentos, incluso hay en ocasiones lágrimas de alegría. Muchos santos nos han dicho que Dios nos quiere contentos; por tanto, podemos pedirle a Él su ayuda para tan buen propósito.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Friday, June 23, 2023

Sencillez y aceptación de la propia vida.

Se han escrito muchos libros y ensayos sobre la felicidad. Pero lo verdaderamente relevante es encontrarse con una persona feliz. Se dirá que la felicidad es un estado incierto e intermitente, pero la verdad es que hay quienes lo tienen bastante consolidado. Parece que el salero y la alegría les salen sin esfuerzo, que les son connaturales. No estoy muy seguro de que sea así. Vienen a mi memoria varios familiares y amigos, destacables por su acierto en el vivir. Se trata de personas maduras, que han tenido que afrontar problemas serios y que, sin embargo, dan un tono alegre y atractivo a sus vidas y a la de quienes los rodean. Son personas que nos dan referencias. Una virtud destaca en ellos y ellas, quizás no la más importante pero si muy resultona: la sencillez. Al escuchar esta palabra, habrá a quienes les produzca rechazo: asocian sencillez con monotonía, aburrimiento, o espíritu básico. Esta interpretación es superficial. La sencillez da fuerza interior, descomplica, permite centrar el tiro en lo que verdaderamente importa, llamar a las cosas por su nombre, y no preocuparse en exceso por cosas que realmente no merecen la pena. A quienes viven así también se les puede considerar “personas bombilla”, tal y como les llama Viktor Küppers, en sus animantes sesiones de motivación. La luz de estas personalidades no es deslumbrante, pero sí entrañable, e ilumina el hogar y el interior de quienes tienen cerca.

Recuerdo una ocasión en la que un familiar muy querido tuvo que sufrir una seria humillación. Su rostro contrariado no manifestó indignación ni rebeldía, sino una sencilla y sabia aceptación, ya que en la vida, con cierta frecuencia, hay que tragar cosas desagradables. Comprendo que, al no especificar más, haya quienes no estén de acuerdo con esta postura. Pero para mí ese ejemplo ha sido de enorme utilidad al tener que asimilar algunas situaciones molestas, procurando darlas una respuesta serena e inteligente.

La sencillez apunta a algo profundo, en ocasiones difícil y siempre asequible: la aceptación de la propia vida. Claro que somos libres, y que tenemos que procurar mejorar nuestra situación personal y el mundo que nos rodea. Pero lo más urgente es procurar estar en paz con nosotros mismos. Como somos seres familiares y sociales, solo podemos lograrlo si tenemos una buena relación con nuestros familiares y conocidos. Es decir: solo se puede aspirar a ser feliz si uno aprende a querer.

El rotundo ejemplo de aceptación de la propia vida que vemos en Cristo, es una fuente de luz y de gracia para los cristianos y para todo hombre de bien. El misterio del Dios hecho hombre es inabarcable, pero tiene mucho que decirnos respecto a amores no correspondidos, traiciones y sufrimientos. Al mismo tiempo nos habla de alegría, de sabiduría, de amor maduro, de generosidad, de resurrección y de renovación de todas las cosas.

La aceptación de la propia vida no es fruto de un ejercicio de autoayuda; es un don recibido, que hay que pedir, y libremente asumido, por el que una persona se sabe profundamente querida por alguien que es muy valorado por ella. El teólogo español Antonio Ruiz Retegui afirmaba que San Agustín no cambiaría su tempestuosa vida por la del virginal San Luis Gonzaga; sencillamente porque no era la suya. Al entender la propia existencia con un componente providencial, que no depende de la propia voluntad, se encuentra el sistema de referencia adecuado para entenderla y vivirla mucho mejor.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Thursday, June 22, 2023

El hogar como núcleo de la persona.


Un niño tiene una mirada alegre. Estrena la vida con un realismo innato e ilusionado. Le encanta jugar y es, posiblemente, un inconsciente egoísta redomado. Depende, como del aire y del agua, del cuidado de sus padres, en los que encuentra el alimento, el descanso y el cariño.

Todo este torrente de luz infantil, interrumpido por chubascos de lloros y truenos de rabietas, nace del amor comprometido entre un hombre y una mujer. Alguien puede decir que hay otras opciones; pero si de lo que estamos hablando es de un hogar, escribimos sobre las raíces personales de un chico o una chica, y estas raíces germinan naturalmente en la combinación humana de la maternidad y la paternidad.

Un hogar es parte de uno mismo, una relación humana primordial, una referencia radical para la propia vida. Se trata del lugar en que se quiere a los demás con generosidad libre y necesaria. Por esto, cuando el amor se entiende como un sentimiento fuera de compromisos, se termina por entender la vida como una sucesión temporal donde no hay hogar, ni encanto, ni siquiera humanidad.

En una comida con familias de un colegio, un tipo simpático, cercano y normal -ese privilegio divino-, entabló conversación conmigo. Poco a poco, me dio a conocer que su mujer y él habían adoptado a tres hijos; uno de ellos, un etíope fuerte y simpático, actual alumno mío. Por la tarde, vi un video en que este matrimonio contaba su historia más detenidamente. Tras conocer que no podían tener hijos, decidieron adoptar a niños de diversas nacionalidades. Lo que más me llamó la atención fue la relación que establecían entre la filiación adoptiva de sus hijos y la filiación divina de los seres humanos respecto a Dios. Esto se lo habían explicado con sencillez y profundidad a sus hijos, que lo habían asimilado humana y divinamente bien. Todo este maridaje entre lo humano y lo cristiano, me hizo ver de lo que es capaz un amor que quiere construir un hogar: algo así como convertir una depresión reseca en una montaña repleta de vegetación y colorido.

Ese hogar, dulce como una tarta para los hijos, se forja con múltiples sinsabores de los padres. Pero cuando se entiende la vida como una misión, que no empieza y termina en uno mismo, se dan todas las posibilidades para aprender a querer, tanto en los momentos gratos como en los que resultan más difíciles; porque todos forman parte de un mismo camino.


José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, June 16, 2023

Libertad, providencia y matrimonio.

En la vida hay cosas que controlamos, y otras muchas que no. Respecto al azar me parece que es como la sal, un buen condimento considerado en dosis moderadas. Sin embargo, tomado a granel arruina el sabor y la sabiduría de la vida.

La libertad es un don y un misterio, tan profundo que incluso algunos la niegan; por supuesto lo hacen libremente. Con la libertad tenemos la alegría y la responsabilidad de ir construyendo nuestra vida. Cuando elegimos no perdemos la libertad, sino que la invertimos. Con la libertad podemos alcanzar el bien y también adquirir un amor comprometido, con alguien a quien queremos.

Entre las relaciones de cordialidad, el amor conyugal tiene unas características nuclearmente propias, que son el origen de las relaciones familiares. La familia, este árbol milenario y social que nos hermana con toda la humanidad, tiene bastante de libertad y de providencia. ¿Cómo puedo saber si ésta en la que pienso es la mujer de mi vida -hablo como hombre que soy-?... Tiene que haber un componente de atracción y de sintonía y otro de realismo: además de quererla, tiene que ser la mujer con la que me he encontrado en la vida de un modo notorio, y probablemente no buscado.

El matrimonio, entendido de un modo cristiano, echa raíces que no se nutren exclusivamente de los sentimientos, sino del suelo de la realidad. Por esto, se trata de un matrimonio que tiene grandes probabilidades de tener mucho fruto. Cuando se acepta que lo que Dios ha unido no lo debe separar el hombre, no se anula la libertad sino que se quiere una libertad confortada, animada y fortalecida en sus decisiones. También entonces se entiende que lo que Dios ha separado, el hombre no lo ha de unir, por su propio bien. Y este tipo de reflexión también vale para los que tienen compromisos de entrega que no son el matrimonio.

Una providencia sin libertad sería inhumana; tanto como una libertad sin providencia. La providencia es la realidad misteriosa por la que la libertad, pase lo que pase, halla la clave para querer la aventura de la vida; y muy especialmente la vida familiar.

Para cambiar el mundo, tengo que quererlo. Para querer a una esposa, tengo que dejarme cambiar por ella. Para amar a Dios tengo que considerar que es alguien distinto a mí y que tiene unos planes que, sin quitarme la libertad, pueden ser distintos a los que yo había pensado. Lo más divino de todo esto enlaza con lo más vocacionalmente humano: la fidelidad, el nombre del amor en el tiempo como decía Benedicto XVI. Cada una y cada uno tiene una respuesta propia y personal para esta relación entre libertad y providencia. Se trata de una respuesta que para ser satisfactoria ha de ser generosa, y de la que depende no solo la felicidad propia sino la de muchas otras personas.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Sunday, June 11, 2023

Matrimonio: sacramento y vida de leyenda.

Érase una vez un hombre normal, que toma cerveza y grita de júbilo cuando su equipo de fútbol mete un gol. Tal vez no hizo un grado universitario; sino una buena formación profesional. Cristiano, joven, en algunas temporadas no muy practicante de su fe. Eso sí: hablamos de una persona con corazón grande, sentido común y sentido del humor. Es un muchacho con referencias en la vida.

Resulta que un día conoce a una chica… ¿La mujer de su vida? … Pues va a ser que sí. Se trata de una persona encantadora, atractiva, que tiene la entereza de quien se apoya en una sabia sencillez; esa virtud maravillosa y extraordinariamente práctica, que aterroriza a mucha gente. Y se enamoran, como en los cuentos de hadas. Quedan, se ríen, otras veces se aburren, y alguna vez se enfadan; se quieren. Ninguno de los dos está dispuesto a avergonzarse de su amor, así que aprenden a respetarse. Entonces, la confianza mutua y la confianza en Dios se potencian una a otra. La fe engalana el verdadero amor humano, el que nos hace ser mejor personas; y este amor ayuda a renovar el tú a Tú con Dios. Un amor divino, para el que el amor conyugal no es el único camino.

Tras una ilusionada formación cristiana llega el día del matrimonio, del sacramento. Y aquél hombre y aquella mujer se preparan en alma y cuerpo, y visten como reyes para la ocasión. Porque, en el fondo, esto es lo que son. Canciones armoniosas, belleza de la liturgia -la acción sacerdotal de Cristo hoy y ahora en su Iglesia-, compañía de los seres queridos, y la entrada a la aventura de la fidelidad: “Sí, quiero”. Hasta siempre, para toda la vida, porque con ellos está la Vida. En este momento, sus historias personales adquieren un encanto de leyenda real, la que renueva el mundo, la que anuda el amor humano al divino.

Sonarán campanadas de inmensa alegría cuando lleguen los hijos. También vendrán tormentas, ventarrones y desencantos. Pero ellos saben bien de quien se han fiado: del Vencedor de la muerte, del Príncipe de la Paz, del Resucitado. Es por esto que su vida se hace nueva cada día, porque Dios -novedad eterna- les ha unido. Toda la precariedad de la existencia, su crudo realismo, su bosque de limitaciones y dolores, se convierte en un paisaje de belleza, porque puede ser iluminado y elevado por la dignidad de los hijos de Dios. Entonces, los recién casados se dan cuenta de que no solo son príncipes por un día; sino que, en las cosas normales de la vida, en los momentos agradables y desagradables, han de seguir viviendo la leyenda de lo que ahora son por el sacramento: hermanos del Gran Rey.


José Ignacio Moreno Iturralde

 

Friday, June 09, 2023

Luces amigas que nos iluminan.


Hay grandes personajes de la política mundial que han decidido cuestiones cruciales para la humanidad. Con el paso de unas pocas décadas, algunos medios de comunicación nos dan una noticia marginal acerca del estado de gravedad y dependencia de alguna de esas personalidades. Son momentos del exmandatario que quedan en la intimidad de su persona y de su familia. La dignidad humana es, ante todo, un don, un regalo, y por esto también esas circunstancias de enfermedad o limitación son relevantes, porque forman parte de una misma biografía.

La autonomía personal, así como nuestros objetivos y logros, son algo muy valioso; pero existen otros hechos que no dependen totalmente de nuestras decisiones; por ejemplo: la valoración que los demás tengan de una o de uno. Necesitamos de luces distintas a nosotros mismos para saber quiénes somos realmente, y qué es en lo que podemos cambiar. No se trata de vivir de cara a la galería, pero tampoco de formar parte de la galería de peligrosos personajes que han hecho de su propia conciencia una instancia máxima e inapelable. Éstos se han privado de la sana costumbre de ser corregidos; algo clave en la condición humana.

Saberse competente en algo es satisfactorio, pero es mucho más valioso saberse querido. Cuando alguien que valoramos nos quiere, nos sentimos llenos de sentido. Esto sucede porque no somos imagen y semejanza de nosotros mismos. Necesitamos de los demás para conocernos. También es verdad que hay decisiones que uno puede, incluso debe, tomar en contra de la opinión de muchos. Cien ojos ven más que dos, pero no siempre. La mayoría no es un criterio último de moralidad.

Las personas que han hecho de su vida un servicio a los demás suelen ser mucho más felices que las que viven, ante todo, para sí mismas. Pero los demás por sí mismos, no son un motivo totalmente suficiente. Hay ocasiones en que la generosidad es pagada con la burla, el desprecio, incluso la muerte. Esto nos lleva a la necesidad de buscar la trascendencia, el factor divino, como un agarradero seguro para que la vida de entrega tenga un fundamento suficiente. Se trata de algo que no vemos, que escapa a nuestro control y a nuestra autonomía. Pero es la opción que, con sólidas razones y libremente tomada, nos permite llevar a cabo con firmeza un estilo de vida generoso, que es paradójicamente el que más felices puede hacernos.

Por supuesto que existe un noble y saludable amor propio que nos lleva a aspiraciones legítimas y nobles, que contribuyen a nuestra felicidad. Pero centrarse solo en esto es una visión sesgada e irreal de nuestro modo de ser. La luz de nuestra vida se alcanza de un modo indirecto. Esto sucede en diversas circunstancias: al abrir las persianas por la mañana, ante la sonrisa de un hijo o de una hija, al optar por una reforma personal ante un fracaso, o ante una actitud de confianza en Dios. Cuando no cuento solamente conmigo mismo, es cuando estoy más seguro de mí mismo.


José Ignacio Moreno Iturralde