La persona es el ser capaz de comprender; de ponerse
en el lugar del otro; de salir de si misma. Por esto, afirma Spaeman[1]
, la persona es un símbolo del absoluto. De la amistad es muy propio el “andar
en los zapatos de otro” . La amistad no es sólo un lujo sino algo que nos
engrandece; algo que nos hace ser más. La riqueza interior de cada uno depende
de todos aquellos que le aprecian bien. Aquí hay algo muy importante: de alguna
manera el otro está en el fondo de mí; su
verdad está conectada a la mía, aunque ambas son distintas.
Tener amigos, compañeros, conocidos,
y procurar ayudarles nos engrandece. Así tenemos mayor unidad interior,
integridad y plenitud de sentido en la medida en que nos abrimos a la
pluralidad de los demás.
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