Las ideas que vamos teniendo del
mundo y de nosotros mismos se modelan a partir del contacto con la experiencia
y de nuestra vivencia interior de esas experiencias. Otro factor de importancia
fundamental en el aprendizaje es la confianza en quien nos enseña aspectos de
la realidad: familia, amigos, profesores. La confianza se refleja como un
aspecto matizable pero insustituible a la hora de adquirir conocimientos.
Existe un tipo de conocimiento
que va más allá del discursivo o racional. Es, por ejemplo, el conocimiento que
una madre experimenta respecto a su hijo con solo mirarle a la cara. Tal
conocimiento se apoya evidentemente en múltiples experiencias y razonamientos
sobre el chico; pero llega más allá. Hay algo que escapa y supera a la mera
racionalidad. Se trata de un conocimiento del corazón para el que la razón y la
voluntad han sido tan sólo medios. Como se ha escrito “el tú sólo se revela al
amor”.
En
el juicio estético se da un proceso análogo. Es muy difícil explicar por qué
algo nos gusta. De todas maneras no existe en este campo una total ausencia de
reglas. El bien –fundado en la verdad- es la condición metafísica de la
belleza. Aún así el juicio estético queda muy indefinido en su entidad, vamos a
intentar una aproximación. El núcleo de la estética nos parece que consiste en
la contemplación de algo o alguien que al verse en armonía con el conjunto del
mundo, especialmente con nuestros semejantes, produce un sentimiento o emoción que potencia nuestra entidad personal. Así
experimentada, la vivencia estética es la única que nos hace entender la
relación de nuestro ser con el mundo.
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