Saturday, July 30, 2022

Qué me dejen en paz.

Uno de los momentos de mayor alivio, tras un día de duro trabajo, es llegar al propio cuarto, tumbarse en la cama y expresar rotundamente: “que me dejen en paz”. Cuando se ha conseguido descansar algo, llega el momento de volver a salir. Entonces se saluda a un familiar, o a un amigo, y no sería de extrañar que le pidiéramos un pequeño favor. Quizás este conocido nos atienda muy bien, al mismo tiempo que dice para sus adentros la misma queja que nosotros formulamos al principio. Estamos rodeados de tipos pesados que requieren de nuestros servicios y nos fríen. Pero nos damos cuenta de que nosotros mismos pertenecemos a esa misma especie de “homo pesadisimus”.

Por otra parte, una vez vi a un señor en la calle que se pegaba a una columna y asomaba la cabeza hacia otro lado, con un extraño gesto que me alarmó. En seguida me di cuenta que su hijo pequeño estaba donde el padre juguetón dirigía su mirada. Está claro que pasar tiempo con los hijos, o con el cónyuge al que queremos con toda el alma, es algo profundamente humano. Alguien ha dicho que la talla moral de una persona está en su capacidad de hacer familia. Ser alguien que quiere y es fiel a los suyos, a las duras y a las maduras, siempre será algo muy valorado. Quien es así, o se esfuerza por serlo, tiene también un imán agradable en el trato con el resto de las personas.

De vez en cuando encontramos caras serenas, o sinceramente sonrientes que juegan otra liga. Parece como si disfrutaran ayudándonos. Recuerdo a un señor que prestó dinero a un amigo suyo, con auténtico regocijo. Otro ejemplo que he presenciado es el de un camarero que servía en una cafetería, donde habría en la barra unos treinta clientes. Trabajaba con rapidez, eficacia y simpatía. Sus brazos de disparaban como los de un pulpo en diversas direcciones sirviendo cafés, copas y tostadas. Lo hacía disfrutando, como un perro de caza corriendo entre la maleza del bosque. La verdad es que hay bastante gente servicial, que trabaja con gran profesionalidad y afán de servicio. Muchos desempeñan profesiones sencillas y nos ayudan eficazmente, casi sin que nos demos cuenta. ¿No tendrá algo que ver la sencillez con todo esto?

Ser sencillo es ser humano; es decir: acogedor, comprensivo, animante y exigente. ¿Por qué a veces no somos el que deberíamos ser? Porque estamos al revés. Nuestros ojos y nuestra mente no deberían funcionar como espejos, porque son ventanas: están para percibir y entender primeramente a los que nos rodean. Sin embargo, con frecuencia estamos encorvados hacia el suelo de nuestros intereses. El peso de los demás es el que endereza nuestra postura envejecida y compleja. Se va levantando nuestra columna vertebral y vemos entonces el horizonte, el sol y las estrellas. Recuperamos la alegría de vivir y de servir, con una visión de muy largo alcance. Y aunque de vez en cuando deseemos que nos dejen en paz, entendemos que lo que realmente ansiamos es la paz interior: la que viene de darse a los demás.


José Ignacio Moreno Iturralde

Sunday, July 24, 2022

Lógica del yo y lógica de los demás.

Es lógico querer zamparse el bollo más rico de la mesa, en una merienda con amigos. Pero no es muy elegante. Sin embargo, hay muchos aspectos en los que puede y debe manifestarse un sano amor por uno mismo, desde el alimento hasta un proyecto profesional.

Por otra parte, todo el mundo valora la sociabilidad y la generosidad. Varios estudiosos de la felicidad coinciden en que esta vivencia del ser humano está muy relacionada con las relaciones con las demás personas. “Cada amigo me revela parte de mi yo”, decía C.S. Lewis. Hay muchos aspectos de mi propia identidad que llego a desarrollar gracias a los demás. Ir a repartir comida a gente pobre, en una parroquia de barriada, no parece un plan muy divertido. Pero cuando uno lo hace, termina más contento que habiéndose tomado unas cervezas con los amigos. Aunque, bien pensado, pueden hacerse ambas cosas.

El interior de nuestro espíritu está necesariamente abierto a las necesidades de los otros, especialmente de nuestros familiares y seres más cercanos. Dedicar tiempo abundante a los demás puede ser costoso y pesado; pero se trata del peso de la verdad.

Todo esto parte del respeto a los otros, que es quizás la primera forma de amor; el primer modo de valorar la identidad del otro u otra. Cuando ayudo a alguien, también me estoy ayudando a mí mismo. ¿Por qué? Porque cada persona representa a la humanidad. Lo que hago con un necesitado que se cruza en mi camino, lo estoy haciendo de alguna manera con todo el mundo. Estamos interiormente enlazados unos con otros, aunque tengamos legítimas diferencias, gustos y puntos de vista.

No se trata de ser tonto. En ocasiones hay que corregir. Si hay que denunciar la injusticia que alguien nos ha hecho, puede ser un deber hacerlo y defenderse. Pero en el mundo esto parece estar claro. Lo que no lo está tanto es darse cuenta que la lógica del yo y la lógica de los demás, bien vividas, son la misma. Claro que hay que combatir lo que entendemos que es un error, que algunos defienden. Tampoco hay que estar funcionando de cara a la galería. Pero algo distinto es pensar que si te das a los demás, lo que recibes son injurias y patadas. Puede ser cierto, en ocasiones. Sin embargo, si persistes en esta actitud, llegas a ser una persona valorada y querida. Lo que resulta patético es un tipo egoísta que acaba solo y despreciado, sino cambia.

Cuando tengo una referencia sólida para saberme incondicionalmente querido, es cuando seré capaz de querer bien a los demás. Pero solo podré hacerlo, desde la convicción de que tal actitud es la expresión de una ley de realización interna y originaria de nuestro ser: la entrega personal. Machado decía “la monedita del alma, se pierde si no se da”. Y esta ley, como la de la libertad, no nos la hemos puesto a nosotros mismos, sino que nos viene dada por alguien superior que es total donación dentro de sí, tal y como explica la revelación cristiana. De esta manera, aunque meta la pata de vez en cuando, o las cosas no me salgan muy bien, o no me sienta muy correspondido, tendré la convicción suficiente de darme cuenta que mi lógica y la de los demás puede llegar a ser la misma.


José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, July 22, 2022

El lenguaje racional del cuerpo.


Nuestra boca puede decir “padre” y “madre”; no sería sencillo hacerlo si tuviéramos los belfos de un caballo, como decía el filósofo Leonardo Polo. Con las manos podemos tocar la guitarra, cosa imposible de hacer con unas pezuñas. Nuestro cuerpo participa de las capacidades racionales de nuestra vida humana.

Si tenemos una molestia física, vamos al médico para que nos dé un remedio adecuado. Lo que no conviene hacer es intentar comer con las narices   porque me duele la garganta, por ejemplo. Del mismo modo que las capacidades físicas tienen sus leyes, también el corazón y la inteligencia tienen las suyas. Un egoísta agudo terminará por ser un desgraciado, y probablemente amargue la vida a otras personas. Un mentiroso compulsivo puede acabar siendo un cínico; alguien para quien la única verdad es su interés.

Todos nuestros órganos están configurados para realizar diversas funciones. Entre ellas están las vegetativas -nutrición, crecimiento, reproducción-, las sensitivas -desarrolladas por los diversos sentidos- y las racionales -inteligencia y voluntad-. Los afectos afectan al ámbito sensitivo y al racional, en donde juega un papel importante la libertad.

Cualquier animal es lo que es, y no parece plantearse ningún problema por esto. Sin embargo, los seres humanos tenemos que aceptar libremente lo que somos. Esto forma parte de nuestra grandeza y nuestro esfuerzo. Hay etapas de la vida en que estamos encantados con nosotros mismos; pero puede haber otras problemáticas. Puede existir una contrariedad en nuestro terreno físico, afectivo o racional. La solución para estos problemas está en superarlos a través de una mejora de lo que somos, no mediante un cambio que suponga la huida hacia lo que no somos. Esta última opción termina por generar frustración, porque no se ha respetado la unidad de nuestra persona, aunque esto suponga esfuerzo. Las disfunciones entre nuestras facultades y nuestro organismo pueden ser un motivo de ruptura personal o de esfuerzo moral hacia la madurez. En este aprendizaje de la vida es importante pensar en el bien personal de los demás.

La sonrisa sincera es una muestra de lenguaje corporal significativo, porque refleja la paz y la armonía que tenemos dentro. Un equilibrio que se adquiere con esfuerzo diario y renovado, aunque a veces suponga lágrimas.


José Ignacio Moreno Iturralde

Tuesday, July 19, 2022

Cuando el origen está al final.


Para dar buenos frutos tendré que conocer mis raíces, ya que el árbol de mi vida es un desarrollo de su semilla. Nos interesa, por ejemplo, conocer cosas de nuestra historia familiar. Necesitamos tener ejemplos de vida para decidir la nuestra.

También es bueno saber algo de historia, que es la memoria colectiva de un pueblo. El pasado es una escuela de aprendizaje para el futuro. El tiempo es una realidad cotidiana en que el presente enlaza el pasado con el futuro. Decía C.S. Lewis que el presente es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad.

Buscar el origen último de todo lo existente es una pretensión ambiciosa y humana. A los valiosos datos de la ciencia experimental, se pueden añadir ideas de Tomás de Aquino: Que existe una primera causa de todo lo demás, parece razonable si nos percatamos que sin una causa inicial no habría causas ni efectos posteriores. Que esta primera causa o motor de la realidad sea inmaterial es una afirmación coherente. Veámoslo: todas las realidades materiales que vemos alguna vez no existieron. Si la primera causa no existió, hubo un tiempo en que no existía nada. Pero de la nada no sale nada, y ahora no habría nada, cosa rotundamente falsa. Por tanto, tiene que haber un ser inmaterial y necesario, del que dependen los demás.

Otra noción importante es la de la causa final: la primera en la intención y la última en la ejecución. Sería, por ejemplo, la que pondría en marcha un proyecto hasta que se termina. Las finalidades son reales: los oídos oyen y los ojos ven, aunque haya excepciones. Todo esto es de sentido común, pero hay quienes no lo aceptan. Sin embargo, los que niegan las causas y las finalidades lo hacen con una finalidad.

Las finalidades de los seres se despliegan en el tiempo afrontando muchas variables. Pero la evolución no es el desarrollo de una materia sinsentido, sino el desenvolverse, con unos fines, de una realidad que no se explica suficientemente por sí misma, porque remite a algo que va más allá de ella. Si veo unas pisadas en la nieve puedo pensar que se deben a algún extraño fenómeno químico, pero es bastante más sensato concluir que alguien ha pasado antes por allí. El mundo está lleno de pisadas y de señales.

El ser originario, por ser la raíz de todo, lo es del ser de los seres vivos e inertes. Nuestra dependencia atañe al núcleo de nuestra propia realidad. En los seres humanos se trata de una realidad libre, que puede percatarse de esta dependencia. Así, cada instante de mi existencia puede ser entendido como una comunicación con el ser pleno de realidad. Esto ayuda a intentar vivir cada momento con plenitud de sentido. Por esto, el principio absoluto de nuestro ser nos acompaña en todo momento. Al final de nuestra vida en este mundo, si la hemos vivido con un sentido verdadero, podremos encontrar plenamente al ser que es nuestro origen.


José Ignacio Moreno Iturralde

Monday, July 18, 2022

La autocoherencia cerrada y la inteligencia abierta.

Es lógico querer ser coherentes y saber cuáles son nuestros límites. Pero otra cosa distinta es encerrarse en unos límites artificiales, por una pretendida autocoherencia. El conocimiento no se reduce a lo evidente, a lo que veo inmediatamente. Si no creo en China porque nunca he estado allí, o sospecho que la segunda guerra mundial no existió, porque no estuve allí para verificarlo, empiezo a tener un serio problema: de conocimiento y de personalidad. Desde luego no se trata de creerse todo, pero ceñir el conocimiento solo a lo visible y experimentable supone una coherencia ridícula y dañina.

Antes dijimos que lo primero que conocemos de algo es que es. “El hombre es de algún modo todas las cosas”, decía Aristóteles; porque somos capaces de conocer cada vez más aspectos de la existencia. Las personas tenemos un ser que conoce los seres de las demás realidades. Ahora bien, ni las cosas ni las personas se han dado el ser a sí mismas. Por esto, es razonable considerar que existe un ser que conoce y que tiene la capacidad de crear tanto a las cosas como a las personas. El conocimiento de este ser supremo no es evidente, pero la razón está abierta a concebir su existencia. Por otra parte, la evolución del universo es perfectamente compatible con una creación evolutiva. Creación y evolución están en planos diferentes y complementarios; algo así como poner una alfombra y desenrrollarla. Lo absurdo es admitir la falta de causa de la existencia del cosmos.

La razón humana, al abrirse a un ser originario con la capacidad de crear, entiende de un modo más humano. Concibe la propia vida como la de un personaje que está dentro de una historia, de una novela real. Es entonces cuando la razón humana, así como la voluntad y el corazón, encuentran un terreno libre donde vivir una vida profundamente personal, abierta a toda la realidad.


José Ignacio Moreno Iturralde

Sunday, July 17, 2022

Los orígenes como faros que iluminan la meta.


A muchas personas les gusta ser originales. No me parece demasiado interesante buscar la originalidad por la línea de lo raro o extravagante. Lo que resulta humanamente atractivo es buscar los orígenes de uno mismo para dar una respuesta libre y personal, original, con la propia vida. La dignidad humana tiene mucho que ver con esto, y se relaciona con que los seres humanos somos individualmente únicos, irrepetibles. No tenemos solamente historia, sino también biografía.

¿Por qué sé que hacer el bien y rechazar el mal es lo adecuado, aunque a veces no sea consecuente? ¿Qué tiene la alegría por lo que supera inmensamente a la tristeza, aunque tantas veces no sepa ser alegre? ¿Por qué una persona normal quiere hacer de su vida algo que merezca la pena y ayude a los demás?  Todas estas preguntas, tan sencillas como profundas, tienen que ver con lo que nos ha sido dado: nuestra naturaleza humana.

La palabra naturaleza produce actualmente urticaria en algunos pensadores y políticos. Lo natural les parece un freno a la autonomía personal. Sin embargo, esto es precisamente lo que nos hace falta: limitar la autonomía para poder colaborar y ver en cada ciudadano una persona, antes que un amigo o un enemigo. La dignidad necesita de la autonomía, pero realizada en la capacidad de convivir.

Cuando la autonomía, la libertad personal, es un medio, la vida es una aventura que se dirige a alguna meta interesante. Cuando la libertad se enrosca y se convierte en un fin para sí mismo, se pervierte y termina por devorarse a sí misma. Recuerda la triste frase de Sartre: ”el infierno son los otros”. Frase, quiero recordarlo, del que el filósofo francés se retractó posteriormente.

Es importante valorar mi familia, mi infancia, las amistades, la cultura y la historia de mi país, todas las ayudas recibidas de tantas personas, incluso las adversidades de la vida a las que puedo responder de un modo positivo. Entonces estoy en condiciones de vislumbrar los atractivos caminos de la vida. Solo descubriendo los faros de mis orígenes, que son muy anteriores a mí, sabré transmitir esa luz, enriqueciéndola con un modo personal y original de vivir.


José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, July 15, 2022

Persona: distinguir entre capacidades y actos.

Cuando conozco algo o a alguien, hay una apertura previa de mi razón para conocer. Esta apertura o capacidad, que forma parte de mi persona, es anterior a mis actos concretos de conocimiento. Por otra parte, lo que primero capto de una realidad es que es, que existe. Esta captación es directa, la damos por sobreentendida, y es la base de todo razonamiento posterior. Existe una conexión inmediata entre la persona que conoce y la realidad conocida.

Lo anterior significa dos cosas. Por una parte, no tiene ningún sentido decir que no podemos llegar a conocer cómo son las cosas en sí mismas. Aunque, por supuesto, hay grados o niveles de conocimiento. Por otro lado, en mi persona hay algo previo a mis razonamientos: mi apertura al conocimiento o capacidad de conocer. Lo mismo podríamos decir respecto a nuestros afectos y a nuestra capacidad de querer, así como a ser queridos.

El conocimiento se basa en que podemos entender el sentido de la realidad. Como también queremos conocernos a nosotros mismos, tenemos que percatarnos de que nuestro ser tiene capacidades anteriores a nuestras operaciones. Puedo equivocarme al pensar, pero esto puede corregirse porque hay una disposición previa a conocer la realidad. Puedo equivocarme al querer, pero es posible corregir mis afectos porque tengo una capacidad de querer anterior a ellos. La libertad puede ser mal empleada, pero antes de esto tenemos la facultad de ser libres. Podemos no terminar de encontrar la felicidad, pero tenemos una evidente disposición hacia ella.

En definitiva, para poder discernir la veracidad de nuestros pensamientos y de nuestros afectos hemos de profundizar en el conocimiento de las capacidades previas de nuestro modo de ser humanos. Tales capacidades naturales son las adecuadas, como lo es tener un corazón y dos pulmones. Aunque una limitación física dificultara el ejercicio de una actividad, tal limitación afecta a los actos, no a las capacidades: no se es menos humano por estar en una silla de ruedas. Los actos concretos de nuestras capacidades son los que pueden ser correctos o erróneos. Su discernimiento ético radica en saber si nos están haciendo ser mejores personas o no. Cuando la respuesta es afirmativa, se debe a que tales actos están en consonancia con la rectitud de nuestras capacidades conectadas con la realidad a la que podemos conocer y querer. Los pensamientos, afectos y obras acertados nos hacen ser mejores.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, July 13, 2022

La realidad como luz de la persona.


Cuando alguien está en un ambiente agradable, grato, su persona tiene cierta admiración y apertura hacia lo que le rodea. Esta comunicación con esta realidad amable se hace posible por los sentidos y por la razón, pero va más allá de lo racional. Es la persona entera la que se encuentra bien allí, la que experimenta paz y contento.

El mundo activa nuestra identidad antes de que intentemos comprenderlo con nuestro entendimiento. Nuestra apertura hacia él, tan notoriamente vivida en los niños, nos habla de su complementariedad respecto a nosotros. Sin embargo, las experiencias de los años y una racionalidad enrevesada nos pueden llevar a empaquetar la vida en nuestros propios esquemas. Hasta tal punto es así que conocidas filosofías han llegado a reducir la realidad a imágenes y vivencias, que cobran estructura y significado exclusivamente por nuestra razón. Esta tendencia a desposeer de significado a la naturaleza de las cosas por sí mismas, está presente actualmente en mentalidades, actitudes, y en leyes.

Sabemos que la realidad no siempre es amable; a veces es muy dura. Por otra parte, es humano que nos vayamos haciendo una idea del valor de las cosas según lo que hemos vivido. Pero si queremos que esa interpretación sea acertada, y esto es clave, no podemos reducir el valor de la realidad a lo que de ella entendemos. No podemos englobar racionalmente la realidad hasta pretender hacer con ella lo que nos dé la gana. Si hacemos esto, la mente estalla y se fragmenta en añicos. Entonces, la vida se ve desarticulada y absurda porque esa es la situación de nuestra razón.

Abrirnos a la realidad supone saber que es anterior a nosotros, que podemos conocer cada vez más de ella y que su existencia tiene una luz que ilumina nuestra mente y nuestra persona. Solo si sabemos respetar la realidad sabremos respetarnos a nosotros mismos.



José Ignacio Moreno Iturralde

Thursday, July 07, 2022

Protagonistas del mundo


Cuando hablamos de la dignidad humana, tratamos de algo tan profundo que no sabemos muy bien todo lo que queremos decir. Cada ser humano es libre, único e irrepetible. A lo largo de su vida, cada persona establece relaciones con sus semejantes. Es capaz de ponerse en el lugar de ellos. Cada uno vive su propia vida en la que forman un factor clave los demás, especialmente sus familiares y amigos.

Si una persona aprende a querer, a pesar de los desengaños ajenos y de los propios errores, su horizonte de felicidad se engrandece. La capacidad de vivir con los demás, también respecto a recuerdos pasados y a futuros proyectos, constata que tenemos una vida material y espiritual. Sentirse protagonista del mundo, en conexión con todas las personas que han existido y existirán, parece pretencioso, pero es a lo que estamos llamados. Este horizonte de grandeza se fragua en las cosas reales, menudas y cotidianas de nuestras vidas. Esta universalidad hace de lo sencillo algo grandioso. La existencia de un ser espiritual absoluto y personal es la que hace posible la nuestra.  La vocación de nuestra dignidad es optar libremente por ayudar a los demás. Esta determinación del espíritu, trabajada a diario, se mantiene y es posible porque nuestra vida va quedando “guardada” en Dios. Esto es lo que hace que cada día, con sus alegrías y dolores, sea apasionante.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, July 01, 2022

Dignidad humana y familia.


Los términos dignidad y persona resaltan la especial importancia del ser humano. Cada individuo de la especie humana es un ser libre, moral y, por esto, irrepetible. Es alguien capaz de interpretar la historia y el mundo que le rodea, elaborando una respuesta personal con su propia vida.

La palabra persona hunde sus orígenes históricos en la cultura griega, con sus representaciones teatrales, y romana, con su concepto de ciudadanía. Pero es la religión cristiana, en parte heredera de la judía, la que potencia máximamente la idea de dignidad de la persona al entenderla como imagen y semejanza de Dios, aplicada a todo ser humano.

En el mundo occidental actual se ha desarrollado la noción de libertad o autonomía como algo clave de la persona. Al mismo tiempo, se insiste cada vez más en la noción de justicia o igualdad, referida a la relación entre hombres y mujeres, pero también entre todos los seres humanos entre sí. Sin embargo, autonomía e igualdad pueden anularse una a otra si no se respeta la naturaleza del ser humano.

La naturaleza es algo dado, de lo que partimos. La cultura puede mejorarla, pero no desfigurarla según la voluntad propia o de los que tienen el poder. Esto lesiona la igualdad de los seres humanos y seguirá abriendo brechas de injusticia. Solo con el sentido de creación, de un orden dado por una realidad superior a nosotros mismos, establecemos el marco de convivencia adecuado entre autonomía e igualdad. Pretender que la autonomía de la razón es la que tiene que redefinir toda la realidad, es una equivocación que conlleva graves consecuencias.

Entre todas las instituciones humanas, la familia entendida como la unión estable entre mujer y hombre, abierta a la posibilidad de los hijos, es el logro más natural, bello y satisfactorio, para conjugar autonomía e igualdad en el amor. Una familia firme, vigorosa, con las adaptaciones a nuestro sistema de vida y de trabajo actual, es un reto esforzado que merece la pena. Relativizar y desnaturalizar a la familia, como está sucediendo de un modo arrollador en la actualidad, es un camino de deshumanización y de falsedad. Reparar y mejorar nuestras relaciones familiares, en la medida de lo posible, es un camino de sabiduría abierto a experiencias de vida llenas de significado.

Solo redescubriendo el valor y la alegría de la familia, sabremos encontrar la armonía entre autonomía e igualdad y, por tanto, el sentido de la dignidad humana.


José Ignacio Moreno Iturralde