Saturday, October 30, 2021

Pureza y pasión; una visión masculina


 

“La pureza es el mejor ambiente para la pasión”, escribió Chesterton, y pienso que tiene razón. Sin embargo, la atracción que un hombre siente por una mujer es recurrentemente presentada desde una exclusiva visión corporal. Tal perspectiva es parcialmente cierta, pero muy corta de miras   porque no es esa la atracción más importante. También sucede algo análogo respecto a la atracción que la mujer siente por el varón. 

La sencillez y la modestia, tan aparentemente poco de moda, pueden hacer resaltar lo nuclear de la persona. Por esto, el atractivo que un hombre siente por una mujer es tanto más profundo y fuerte cuando se estima a la persona querida por su encantador estilo de vida, y por el cortejo de virtudes que adornan su personalidad. Se la respeta y admira por ser tan femenina; es decir: tan enérgica, práctica, comprensiva y animante. Los hombrecillos que no son capaces de entender esto, por una concupiscencia desbocada, no son presas de su hombría sino de su debilidad. Las mujeres a las que les cuesta creer en el amor respetuoso, sincero y profundo de los hombres, han perdido de vista algo muy valioso de la masculinidad.

No pretendo ser un ingenuo en medio de un mundo con tanta superficialidad y brutalidad. Pero lo que parece, a veces oculta lo que es más valioso. Los hombres somos capaces, y mucho, de querer a las mujeres con auténtica inspiración de caballeros. La hombría más verdadera consiste en querer el bien y la felicidad de la propia mujer. Aunque también hay otra manifestación profundamente viril: desear sinceramente el bien y la victoria para la mujer que nunca será nuestra. La pureza como pasión fortalece y expansiona el corazón, llevándole a ser capaz de querer más allá de lo previsible, porque hace al hombre llenarse con el manantial oculto e inagotable que es la fuente de la más pura alegría.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

Thursday, October 28, 2021

Ver el mundo como un cuento viviente



Ver el mundo como un cuento viviente  es privilegio de los más pequeños,  y solo en los momentos agradables. Tal vez algunas mentes especialmente ingenuas podrían participar también de esa vivencia. Pero...  ¿No podría ser ésta la más verdadera visión de la vida, a la que es difícil llegar? 

Un cuento o una novela tiene sus héroes,  sus victorias,  sus monstruos y sus males. Si es una buena historia,  puede ser disfrutada al leerla o visualizarla desde la comodidad del espectador. Pero resulta que la vida real tiene aún más alicientes: la historia que se fragua es la nuestra personal. Las victorias y los dolores no son de personajes de ficción,  sino los que nosotros experimentamos con euforia o desánimo diariamente. Entonces,  ¿por qué la vida se nos hace con frecuencia monótona, incluso dura? Porque hay algún motivo que nos impide ver su plenitud de sentido. Tal significado en gran parte nos tiene que ser dado por quien ha hecho el mundo, y nuestra actitud más inteligente es descubrirlo a través de lo que nos rodea. Y solo se puede descubrir desde una actitud contemplativa. 

Otro camino hacia la admiración e ilusión por la vida es paradójico: aceptar el dolor y la contrariedad que tengamos que afrontar mientras dure. Es entonces cuando asumimos con integridad el sentido de nuestro vivir. Procuraremos evitar el sufrimiento,  pero a veces no es posible. En ese caso, la adversidad puede ser interpretada como una ocasión de salir del propio cascarón hacia una ayuda más plena a la vida de los demás. El dolor nos puede ayudar a mirar alto, hacia adelante, y también a observar con más esmero y atención a quienes nos rodean. Adquirimos así un mayor sentido de la proporción,  vislumbramos regiones altas, y los pequeños escollos diarios  pueden incluso ser motivo de buen humor. Renace así la alegría como sabia de la vida. Nos situamos entonces en la mejor perspectiva de admiración para entender el mundo y para enseñarlo: la perspectiva de la Cruz. Y si se renuevan los contratiempos,  queda la paz de ese buen sentido encontrado. Vivir esto así puede ayudar mucho a quienes nos rodean.


José Ignacio Moreno Iturralde 

Sunday, October 24, 2021

La trampa del sexo digital (libro)


Quitarse la venda de los ojos puede ser a veces duro, pero es necesario cuando tenemos delante un problema serio. El libro “La trampa del sexo digital”, de Jorge Gutiérrez Berlinches, encara uno de estos problemas: la actualidad de la pornografía en nuestra sociedad. Con un tono divulgativo y ameno, esta investigación concluye que la pornografía es enemiga del sexo humano. Con estadísticas significativas, y abundantes testimonios de personas que desean salir de una auténtica adicción pornográfica, se ofrece un panorama de cómo está la situación actual al respecto.

Destaco algunas ideas claves del libro: La pornografía se ha convertido en un problema de salud pública, y es urgente reconocerlo. El deterioro personal y familiar de quienes la frecuentan lo pone de manifiesto. La conexión entre pornografía y prostitución, incluida la trata de personas, es algo real. El negocio de la pornografía no ha dudado en difundir imágenes llenas de violencia, profundamente degradantes. Por todo ello la pornografía es en sí misma corrupta.

La exposición de los más jóvenes a estos contenidos es un problema diario, pero también una oportunidad para educarles. Es necesario explicar a los niños, especialmente en la familia, qué es el sexo y su relación con el amor. Conjugar la fortaleza en las medidas de prudencia con apelar al sentido de responsabilidad de los hijos, puede hacerse con una mentalidad positiva y dando ejemplo. 

La pornografía incurre en la utilización de la persona como puro instrumento de placer; es un cinismo contrario al amor interpersonal. Sin embargo, cada persona es un ser llamado a un amor verdadero y bueno, aquél que nos hace ser mejores. Un amor que se basa en relaciones personales de respeto y cariño. El sexo, por tanto, es algo noble y bello cuando es expresión personal de un amor que puede dar vida, y del que nacen las relaciones familiares.

Se aportan consejos valiosos y prácticos, que también están la web www.daleunavuelta.org, que el autor del libro dirige. Los contenidos de esta plataforma se están dando ya en cursos presenciales, que empiezan a tener repercusión internacional. Con fundados motivos, se ofrecen itinerarios concretos de esperanza y de victoria para personas que quieren superar su adicción a la pornografía. Además, el libro ofrece argumentos y medios para mejorar, respecto al problema tratado, la vida personal y la de nuestros seres más queridos.



José Ignacio Moreno Iturralde

Saturday, October 23, 2021

¿Por qué el aborto no es un derecho?



Los derechos humanos fundamentales no los da el estado de una nación; son anteriores a las legislaciones escritas. El estado solo puede reconocerlos, protegerlos, y exigir los deberes que tales derechos llevan consigo. Cuando no se ha hecho así, la historia ha asistido a enormes injusticias, amparadas incluso en ciertas leyes humanas, como las esclavistas, o las tremendas legislaciones racistas nazis.

Tampoco los derechos nacen exclusivamente del deseo de los seres humanos. En ese caso, muchos delincuentes tendrían derecho a cometer sus fechorías. Salvo en el caso de legítima defensa, no existe el derecho a matar a ningún ser humano: ni por motivos políticos, económicos, pasionales, o de cualquier conveniencia. El aborto voluntario supone matar la vida de un hijo en gestación. Hay sobrados motivos biológicos, filosóficos y jurídicos, aunque existan jurisprudencias abortistas imperantes, para percibir con claridad que el nonato es un ser humano, distinto a su madre, y que el valor de la dignidad de su vida no puede depender de quien tiene dominio sobre él.

Defender la vida del concebido no nacido es también defender a su madre, por muchos motivos. Pesa menos un niño en los brazos que encima de la conciencia. Abortar es matar una sonrisa: la del hijo que venía de camino, y en cierto modo la de sus padres. Las enfermedades psíquicas y fisiológicas,  que el aborto puede producir en las mujeres, son tan reales como silenciadas. Esta práctica supone el peor de los desahucios: el echar al indefenso de la casa de su vida. Consiste en reforzar una lógica de dominio capitalista, por la que el que tiene el poder explota al desvalido. Afirma un consumismo antiecológico, que no respeta el palpitar de los vivientes. Ataca de raíz a la igualdad en el derecho a la vida. Introduce una violencia de género por la que los progenitores eliminan a su hija o su hijo. Rompe las bases de la sostenibilidad demográfica, sin las cuales una sociedad decrece, envejece, y se tambalea.

Somos seres humanos; tenemos el deber de respetarnos a nosotros mismos. Y un ser humano es, ante todo, hija o hijo. Si desgarramos esa lógica, se produce una rotura en los cimientos de nuestra civilización. La imprescindible autonomía personal y el derecho a decidir no pueden hipertrofiarse hasta atacar a un tercero, sea cual sea el estadio de su vida humana. Romper nuestra naturaleza supone una alienación segregadora, animada por industrias sin escrúpulos, que nos aleja de un mundo familiar y fraterno. Hasta tal punto es así, que hay políticos que pretenden eliminar el legítimo derecho a objeción de conciencia de los sanitarios, debido a una pretendida prioridad del falso derecho a abortar. 

Nadie pretende que se obligue a tener hijos; pero lo que no puede hacerse es matarlos impunemente en los estadios más necesitados de su vida. No olvidamos los serios inconvenientes de un embarazo no deseado; por esto es necesario ayudar a la maternidad con medidas concretas y generosas. Como sabemos, el aborto es práctica común y masiva en nuestra sociedad. No hay misericordia, ni sensibilidad, ni solidaridad con los millones de fetos humanos abortados. Pero es posible cambiar porque el amor a la vida, a la familia y a los hijos, es más fuerte que nosotros mismos. Al proteger la vida con la ética del cuidado, es cuando nos reconocemos como lo que somos: hijos, madres, padres. Esta es la civilización de la esperanza y de la humanidad, que continúa viviéndose multitudinariamente. 

El aborto no es un problema de moral privada, sino el ataque permitido y fomentado al núcleo mismo de todos los derechos. Por esto no podemos dejar de defender la causa más decisiva y de progreso: la protección de la vida de todo ser humano.

 

  

José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, October 15, 2021

¿Qué ocurrió en el caso Galileo?


Si en una clase de Bachillerato preguntas en qué siglo quemaron a Galileo, las respuestas son diversas, pero casi nunca dicen la verdadera: en ninguno. A Galileo no le quemó nadie. Para dejar esto claro vamos a recordar un breve estudio sobre esta polémica histórica que tanto a dado que hablar.

En octubre de 1992, coincidiendo con el 359 aniversario de la muerte de Galileo Galilei, presentaba sus conclusiones la Comisión especial de teólogos, científicos e historiadores, creada por Juan Pablo II en 1981, para examinar los posibles errores cometidos por el tribunal eclesiástico que condenó (1633) al famoso astrónomo. Dicho examen tampoco aportó ninguna novedad desconocida: los teólogos pontificios del siglo XVII traspusieron los límites de la doctrina de la fe para interferir en una cuestión de ámbito científico. Por su parte, Galileo presentaba como conclusiones irrefutables unas verdades que no había logrado demostrar científicamente: sólo se probarían un siglo más tarde. En todo caso, conviene señalar que el episodio de Galileo no es, en absoluto representativo: es el único conflicto histórico de ese género.

La primera mitad del siglo XVII supone el inicio de lo que Paul Hazard ha llamado “la crisis de la conciencia europea”, titulo de una de sus más famosas obras. Un complejo maridaje de factores hace cambiar la mentalidad de los hombres.

En el ámbito filosófico viven Francis Baton -que consideró la experiencia como única fuente de conocimiento- y Renato Descartes, que define la verdad como la claridad de los conceptos; no tanto su adecuación a la realidad. Y es en el campo científico-astronómico donde Galileo desarrolla su nueva cosmología. “Su idea básica era la existencia de una armonía en el universo y la aplicación de la matemática a los fenómenos observados, apartándose de la física aristotélica. Galileo abrió el camino a la ciencia moderna al afirmar que los fenómenos materiales obedecen a leyes bien definidas y que el objeto de los científicos es descubrirlas mediante observaciones cuidadosas y experimentos controlados. Ciencia y filosofía se separan en el siglo XVII: el objeto de aquella no será buscar respuestas a los por qués filosóficos, sino hallar el cómo de los fenómenos naturales” (Valentín Vázquez de Prada). La ciencia busca soluciones cuantitativas y se separa de la búsqueda por unidades de sentido metafísicas o existenciales.

LA PARADOJA DEL PROBLEMA

Galileo, profundizando en la cosmovisión de Copérnico, presentó la teoría heliocéntrica con un acusado matiz polemista frente a las ideas de su época. Su base científica fue refutada por insuficiente y errónea, como así lo era. Su intuición genial, más tarde confirmada, no se apoyaba en unas pruebas correctas. Sin embargo esgrimió, frente a sus jueces teólogos, acertados razonamientos en el campo que no le era propio: la interpretación de la Sagrada Escritura.

Apeló a criterios de San Agustín referentes a la interpretación no necesariamente literal de la Biblia. Algún pasaje de la Biblia -aquél en que Josué detuvo el sol en su carrera parece corroborar la idea de la tierra como centro del cosmos. Pero no tendría por qué tratarse de una idea científica sino metafórica en orden al sentido último del universo al que se accede por la fe. Esto haría compatible el Antiguo Testamento con la teoría heliocéntrica.

Paradójicamente, el Santo Oficio -en virtud del dictamen de una comisión de teólogos astrónomos- puso de manifiesto los errores científicos de Galileo. Según Walter Brandmüller, estudioso del tema, los miembros de la comisión inquisitorial tenían ideas similares a las del astrónomo italiano, pero no podían comprobarlas. Sin embargo erraron en su propio terreno: la interpretación de las Escrituras. El Tribunal, en el aparente dilema, optó por la inviolabilidad del texto bíblico.

SEPARAR DATOS Y OPINIONES

Para Brandmüller este suceso manifiesta la historicidad de los saberes humanos. El juicio de la Iglesia sólo está preservado de error cuando se pronuncia sobre fe y moral. Pero la Iglesia no condenó a Galileo dogmáticamente. Sólo el que se considere exento de falibilidad -concluye Brandmüller- podría juzgar a los jueces de Galileo.

Por otra parte, conviene superar opiniones pasadas que mezclan datos con interpretaciones incoherentes. Por ejemplo, Owen Gingerich (cfr. El caso Galileo en “Investigación y ciencia” 1982,) cita al papa Urbano VIII cuando éste advierte a Galileo que el movimiento de las mareas podría no deberse al movimiento de la tierra, como efectivamente ocurre. Sin embargo, Gingerich se fija más en un pretendido a priori: “tal vez la verdad no sea lo que dices según tu hipótesis” (interpretando en esta visión una salvaguarda de la doctrina contra todo logro científico que pueda comprometerla), en vez de subrayar la prudente observación del Pontífice contra lo que era un error de Galileo, como reconoce lógicamente el propio Gingerich.

Este autor también dice que el Papa Pablo V (anterior a Urbano VIII) era de la opinión de declarar a Copérnico -punto de partida de Galileo- como contrario a la fe, aunque no llegó a hacerlo. La fuente en la que se basa para afirmar esto son, según el propio Gingerich, “los chismes recogidos en el diario de Giovanfrancesco Buanamici, un secretario de Galileo” (una fuente poco seria).

Por otra parte Gingerich, al hablar de la negación de Galileo respecto a sus propias ideas por presión de la Inquisición, desvincula a ésta de su contextuación histórica. No se trata de justificar, o no, una presión del Santo Oficio sobre Galileo, sino de afirmar que una visión actual -que no tenga en cuenta el valor, no sólo personal, sino estatal y social que la religión tenla en el siglo XVII -no puede enjuiciar con acierto una cuestión donde la mentalidad histórica es fundamental. Gingerich no niega el valor de la Sagrada Escritura pero no alcanza a entender el carácter armónico y complementario de la separación del método exegético- escriturístico y el científico astronómico.

Ha sido la propia Santa Sede quien mejor ha puesto todos los puntos sobre las íes.

JUAN PABLO II: “UN MALENTENDIDO QUE PERTENECE AL PASADO” 

Como la mayor parte de sus adversarios, Galileo no hizo distinción entre el análisis científico de los fenómenos naturales y la reflexión acerca de la naturaleza, de orden filosófico, que ese análisis por lo general suscita. Por esto mismo, rechazó la sugerencia que se le hizo de presentar como una hipótesis el sistema de Copérnico, hasta que fuera confirmado con pruebas irrefutables. Ésa era, por lo demás, una exigencia del método experimental, de la que él fue el genial iniciador. (…) La nueva ciencia, con sus métodos y la libertad de investigación que suponía, obligaba a los teólogos a interrogarse acerca de sus propios criterios de interpretación de la Escritura. La mayoría no supo hacerlo. Paradójicamente, Galileo, creyente sincero, se mostró en este punto más perspicaz que sus adversarios teólogos (…) El horizonte cultural de la época de Galileo era unitario y llevaba impresa la huella de una formación filosófica particular. Ese carácter unitario de la cultura, que en sí es positivo y deseable aún hoy, fue una de las causas de la condena de Galileo. La mayoría de los teólogos no percibía la distinción formal entre la Sagrada Escritura y su interpretación, y ello llevó a trasladar indebidamente el campo de la doctrina de la fe una cuestión que de hecho pertenecía a la investigación científica (…). A partir del Siglo de las luces y hasta nuestros días, el caso de Galileo ha constituido una especie de mito, en el que la imagen de los sucesos que se han creado estaba muy lejos de la realidad (…). Las aclaraciones aportadas por los estudiosos históricos recientes nos permiten afirmar que ese doloroso malentendido pertenece ya al pasado. · (Discurso a la Academaia de Ciencias, 31-X-1992).

LA COMISIÓN PAPAL

Fue el Papa quien deseó zanjar “un contencioso histórico que, amplificado y mitificado, ha sido el instrumento para difundir una imagen oscurantista de la Iglesia en relación al progreso científico”. En el marco de la reunión anual de la Academia Pontificia de las Ciencias se dieron a conocer las conclusiones elaboradas por una comisión interdisciplinar, instituida por Juan Pablo II en 1981, para examinar a fondo las circunstancias de la condena que el Santo Oficio romano hizo, en 1633, de las teorías del astrónomo italiano. “Algunos medios de comunicación presentaron este acto como la rehabilitación de Galileo por parte de la Iglesia, como si ésta reconociera ahora por primera vez el error de entonces. La realidad es que la teoría heliocéntrica fue reconocida oficialmente por el Santo Oficio ya en 1741, cuando aparecieron los instrumentos mecánicos y ópticos que permitieron demostrar que la Tierra gira en torno al Sol y sobre su propio eje. Este afán de clarificación debe aún superar ciertos clichés, que olvidan que tanto Copérnico como Galileo eran sinceros creyentes y que sus teorías se enseñaban en Universidades de la Iglesia”.

CONCLUSIONES DE LA COMISIÓN

Las conclusiones del examen se pueden extractar en el discurso que pronunció ante el Papa el Cardenal Paul Poupard, coordinador de los trabajos: “El objetivo de estos grupos de trabajo era responder a las expectativas del mundo de la ciencia y la cultura en lo que respecta a la cuestión de Galileo, repensar enteramente la cuestión -con plena fidelidad a los hechos establecidos históricamente y en conformidad con las doctrinas y la cultura del tiempo- y reconocer lealmente, en el espíritu del Concilio Ecuménico Vaticano II, los errores y los aciertos, vinieran de donde vinieran (…) “La investigación ha sido amplia, exhaustiva,, y ha sido llevada en cada uno de los campos interesados (…) “En una carta del 12 de abril de 1615 dirigida al carmelita Foscarini, el Cardenal Roberto Bellarmino habla expuesto ya las dos verdaderas cuestiones suscitadas por el sistema de Copérnico: la astronomía copernicana, ¿es verdadera, en el sentido de que se funda sobre pruebas rea les y verificables, o al contrario se basa solamente en conjeturas y apariencias?; las tesis copernicas, ¿son compatibles con los enunciados de la Sagrada Escritura? Según ¡Roberto Bellarmino, hasta que no se proporcionaran pruebas de la rotación de la tierra en torno al sol, era necesario interpretar con mucha circunspección los pasajes de la Biblia que declaraban que la tierra era inmóvil. Pero si se demostrara que la rotación de la tierra era cierta, entonces los teólogos debían -según él revisar sus interpretaciones de los pasajes de la Biblia aparentemente en contraste con las nuevas teorías copernicanas, de modo que no se considerasen falsas las opiniones cuya verdad estuviese demostrada (…) “De hecho, Galileo no consiguió probar de manera irrefutable el doble movimiento de la tierra, su órbita anual en torno al Sol y su rotación diaria en torno al eje polar, mientras que estaba convencido de haber encontrado la prueba en la mareas oceánicas, cayo verdadero origen solamente habría de demostrarlo Newton ( …) “En 1741, ante la prueba óptica, de la rotación de la tierra en torno al Sol, Benedicto XIV hizo conceder al Santo Oficio el Imprimatur a la primera edición de las Obras Completas de Galileo (…) “La relectura de los documentos del archivo demuestra una vez más que todos los actores del proceso, sin excepción, tienen el derecho al beneficio de la buena fe, en ausencia de documentos extraprocesuales contrarios. Las calificaciones filosóficas y teológicas abusivamente atribuidas a las nuevas teorías de entonces sobre la centralidad del Sol y la movilidad de la tierra fueron consecuencia de una situación de transición en el ámbito de los conocimientos astronómicos, y de una confusión exegética en lo que respecta a la cosmología. Herederos de la concepción unitaria del mundo que se impuso universalmente hasta el alba del siglo XVII, algunos teólogos contemporáneos de Galileo, no supieron interpretar el significado profundo, no literal, de la Escrituras, cuando éstas describen la estructura física del universo creado, hecho que les condujo a trasladar indebidamente al campo de la fe una cuestión de observación fáctica”.

Prof. JOSÉ IGNACIO MORENO (Madrid)

UN CASO ÚNICO

El Papa no ha llevado a cabo una “rehabilitación” de Galileo, pues la Iglesia ya reconoció su error en 1741 cuando se dispuso de instrumentos que permitieron comprobar la verdad del heliocentrismo copernicano. Lo que la Iglesia ha subrayado es que los jueces de Galileo se equivocaron en el campo de la explicación de la Sagrada Escritura, la exégesis bíblica, al pensar que la “letra” de la Biblia defendía el sistema tolemaico, es decir que el Sol gira alrededor de la tierra (…) Según la doctrina católica, la infalibilidad de la Iglesia se circunscribe a las solemnes declaraciones “ex cathedra” del Papa y de los concilios ecuménicos en comunión en con el Papa. Es evidente, por tanto, que un tribunal eclesiástico se puede equivocar.

Quisiera subrayar a este propósito que la condena del Santo Oficio a Galileo no fue nunca firmada por el Papa ni fue una condena del magisterio de la Iglesia sino de un tribunal. Además, es importante centrar el episodio en sus debidos límites, porque, al ser un caso único, se ha creado un “mito Galileo” que poco tiene que ver con la realidad. (…).

Prof. JUAN JOSÉ SANGUINETI (Roma)

GALILEO SIGUIÓ TRABAJANDO

Con frecuencia hablo de Galileo en mis clases y conferencias. Muchos oyentes piensan que Galileo fue quemado por la Inquisición. Por eso suelo recordar que Galileo murió de muerte natural a los 78 años (…) En 1633 tuvo lugar, en Roma, el famoso proceso contra Galileo. No fue condenado a muerte, ni nadie lo pretendió. Nadie le torturó, ni le pegó, ni le puso un dedo encima; no hubo ninguna clase de malos tratos físicos. Fue condenado a prisión que, teniendo en cuenta sus buenas disposiciones, fue inmediatamente conmutada por arresto domiciliario. Desde el proceso hasta que murió, vivió en su casa. Siguió trabajando con intensidad, y publicó su obra más importante en esa época. Tres de los diez altos dignatarios del tribunal se negaron a firmar la sentencia. Desde luego, el proceso no debió producirse, y fue lamentable. Pero los trabajos de Galileo siguieron adelante.

Prof. MARIANO ARTIGAS (Pamplona)

Artículo publicado en la Revista Palabra, 1997

Tuesday, October 12, 2021

La Revolución francesa... ¿Progreso o barbarie?

La Revolución francesa es estudiada en institutos, colegios y universidades, como la cuna de nuestra sociedad democrática. Pero, tal y como se hizo… ¿Supuso un progreso o una barbarie? Si quisiéramos escribir la crónica completa de la Revolución francesa, habría que empezar citando a Jules Michelet, gran apologista de los revolucionarios, autor que tuvo celebridad a mediados del siglo XIX. Su sentenciosa expresión “La Révolution est en nous”, manifiesta la opinión de que esta Revolución es la clave para entender la historia anterior y posterior de Francia. De la obra de Michelet surge toda una corriente partidaria de la revolución.

Sin embargo, en torno al bicentenario de 1989, el escritor Louis Pauwels, afirmaba que se ha dado un error de interpretación: “La historia imaginaria de los sucesos de la Francia contemporánea, desde Michelet, fue el catecismo de los hijos de la República”. La tradición pro-revolucionaria no recogió voces de intelectuales destacados del siglo XIX. Uno fue Alexis de Tocqueville, para quien el periodo revolucionario es “un ciclo infernal que va de la anarquía a la tiranía”. También se olvidó la obra de Hippolyte Taine, quien describió la Revolución como “un verdadero rodillo compresor”. Por eso, recuerda Pauwels, que “Taine denuncia la miseria, el desprecio y el castigo que sufrió el pueblo a manos de la administración del poder real, pero también las medidas absurdas de una revolución conducida por una escolástica de pedantes con énfasis de energúmenos”. Siguiendo las ideas de Taine, Guglielmo Ferrero escribió su obra “Las dos revoluciones francesas”, donde plantea la pregunta de si la Revolución logró los resultados apetecidos. Según Ferrero, los frutos del asalto a la Bastilla no fueron un orden nuevo basado en los derechos individuales ni la instauración de una fraternidad universal, sino la guerra civil y la masacre general.

El costo de la Revolución

Al valorar la Revolución, los historiadores dispuestos a quitarle su aureola encuentran un firme punto de apoyo en las matanzas de La Vendée, realizadas por el régimen del terror. “Nunca es tarde para restablecer la verdad”, dice Raymon Secher, autor del libro “Un genocidio franco-francés”, sobre lo acaecido en La Vendée. Por otra parte, el trabajo de Claude Petitfrére y Frederich Bluche escribieron “Septiembre de 1792, la lógica de una masacre” recuerda las ejecuciones realizadas en las cárceles durante los días en los que se proclamó La República.

En cambio, Francois Furet, piensa que la Revolución francesa supone “la llegada de la democracia y su expansión europea: el acontecimiento fundamental de la civilización en que vivimos”. A su juicio, la Revolución significa la madurez de la historia de las naciones. Surgirá entonces la democracia, basada en la Declaración de los Derechos del Hombre, que proclamó la Constituyente francesa de 1789, con notable influencia de la Declaración de la Independencia Norteamericana de 1776. En parecidos términos se expresa el historiador René Sedillot en su obra “Le cout de la Révolution francaise”, donde sin embargo reconoce que “caros han costado la gloria y el prestigio: dos millones de muertos”.

La represión ocultada

¿Es conciliable es espíritu de la Declaración de los Derechos del Hombre con la devastación que produjo el trauma revolucionario? El historiador Pierre Chaunu escribe sobre “ciertos documentos, verdaderamente impresionantes, que hablan de una enorme masacre de católicos en Francia, sobre todo en el oeste y en La Vendée. En esta última, la masacre fue algo tan evidente, tan premeditado y atroz -se dio orden de eliminar a las mujeres para que no pudieran traer hijos al mundo, despedazar a los niños para que de mayores no se convirtieran en bandoleros-, que no comprendo cómo aun hoy se duda en llamar a esto un genocidio… De los 600.000 habitantes de entonces en La Vendée, los muertos se cuentan por centenares de miles”. Prosigue Chaunu hablando de los muertos que produjo la Revolución francesa: “Nos encontramos, a partir de los cálculos que hemos realizado, con dos millones cincuenta mil muertos de una población total de 27 millones de habitantes. Un número increíble que supera las pérdidas sufridas por Francia durante la Primera Guerra Mundial”.

Francois Furet da una interpretación distinta de la matanza de La Vendée. En cierto modo, dice, el terror y la persecución religiosa son imputables a la ideología revolucionaria; pero también fueron, en parte, los efectos perversos -no deseados- de aquellos ideales. Las atrocidades revolucionarias se dieron -por reprobables que resulten- como una especie de accidente, según este autor. Con todo, Furet reconoce que “la represión de La Vendée ha sido sistemáticamente ocultada por la historiografía republicana y se ha infravalorado su importancia”.

Cristianismo y Revolución

El cardenal francés Paul Poupard al referirse a La Vendée afirma: “Niel Pinot, beatificado por Pío XI en 1926, y los noventa y nueve mártires de Angers, mi diócesis de origen, beatificados por Juan Pablo II el 19 de febrero de 1984, pertenecen a ese grupo de 3000 personas -hombres, mujeres, niños, sacerdotes, religiosos y laicos- que fueron condenados por quien odiaba su fe”. Asimismo, George Suffert afirma que “la mayor parte de los dirigentes de la Convención quisieron la liquidación del catolicismo”. También Ferdinand Braudel asegura que “la constitución civil margina por primera vez a los católicos franceses”. También la extensa obra de Jean de Viguerie, titulada “Christianisme et Révolution”, destaca la vehemencia descristianizadora de la Revolución francesa.

Libertad, igualdad, fraternidad… Es difícil conciliar este lema de la Revolución con la realidad recordada por Chaunu: “La persecución religiosa que sufrieron los católicos franceses durante aquellos años no tiene parangón en la historia, si exceptuamos las grandes persecuciones del siglo XX. Para todas ellas, la Revolución francesa ha sido el modelo. La persecución religiosa no solo fue persecución contra los religiosos, sino una revuelta contra el cristianismo, con la explícita intención de descristianizar el país”.

Desmitificar

Louis Pauwels destaca la obra de Auguste Cochin, fallecido en 1916, “que desvela la lista de sociedades de pensamiento dentro de la Revolución Francesa y el establecimiento de un totalitarismo ideológico de tipo contemporáneo”. Furet y Richet acreditan el trabajo de Cochin: Los dos primeros han escrito “La Revolución francesa”, obra en la que polemizan con historiadores marxistas. Furet, que destaca los avances de la Revolución, no duda en criticar sus fracasos. Francois Fejtö deja constancia de que “historiadores de izquierda están reescribiendo la historia de la Revolución. Con ojo crítico, desmitificando, reconociendo, junto con las conquistas positivas, los aspectos negativos y los graves daños ocasionados al pueblo francés”.

Sería interesante estudiar lo publicado sobre la Revolución francesa, tras el recuerdo de su Bicentenario en 1989. Aquella conmemoración puso de manifiesto que la historia pasada, estudiada con sensatez y veracidad, ayuda a entender lo que realmente ocurrió y cómo nos influye en nuestra actual mentalidad occidental. Para poder avanzar en nuestra sociedad democrática, hay que saber distinguir qué hay en sus raíces de progreso y de barbarie.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

He retocado este artículo que publiqué hace años en ACEPRENSA.

Saturday, October 09, 2021

¿A dónde vamos con la educación?


En educación es importante pensar a dónde queremos llegar, qué es lo principal y qué es lo accesorio.

Todo ser humano quiere conocer el mundo que se abre ante su presencia. Al mismo tiempo que conoce la realidad, se va conociendo a sí mismo. El sentido de las cosas del mundo está antes fuera que dentro de sí mismas: ninguna estrella, o ser vivo, existe por su voluntad. También el sentido de nosotros mismos está antes fuera que dentro del propio yo: hay muchas cosas en nuestra vida que nos han sido otorgadas sin nuestro permiso. Esto encauza nuestro conocimiento y libertad, posibilitando el modo humano de llevarlos a cabo.

La realidad puede estudiarse desde sus cualidades, como hacen muchas ciencias experimentales; desde sus cantidades, como hace la matemática, y desde su modo de ser, como hace la filosofía. Un conocimiento profundo nos lleva a plantearnos el por qué mismo de la realidad. En este sentido la investigación científica, filosófica y artística, se complementa con las aportaciones de la religión, cuyos contenidos podemos aceptar libremente   por la confianza que nos inspira quien nos los revela. La realidad remite de alguna manera al autor de ella misma; cosa que es tan misteriosa como interesante para el conocimiento humano. Todas estas dimensiones se complementan unas a otras, dándonos un conocimiento más completo del significado de la vida.

Nuestra libertad tiende a los bienes y a las personas. La calidad de las relaciones con los demás influye enormemente sobre nuestra felicidad. La capacidad de convivir con nuestros semejantes, pone a prueba nuestra categoría personal. Saber querer a los demás, pese a sus defectos que no supongan una injusticia, es algo que nos engrandece. Entre los ámbitos de convivencia destaca el familiar. En la familia es donde más nos quieren, donde hemos aprendido a amar. La familia es el primer núcleo de humanidad, de educación y de socialización. Generalmente un padre y una madre piensan frecuentemente en sus hijos, afrontando muchos sacrificios para sacarlos adelante. Nuestros padres son verdaderamente originales para nosotros, porque son irrepetibles. Esa capacidad de ser queridos y de querer, podemos reflejarla en buena medida con nuestros amigos, compañeros y conciudadanos.

Un buen conocimiento del mundo y una buena convivencia con los demás es algo de un valor incalculable. La educación, en sus diversos niveles, puede ayudar notoriamente a entrelazar estos aspectos. Solo desde un conocimiento profundo de lo que es el ser humano, podemos hacer una enseñanza más humana y eficaz.

Hablo ahora de algunas cuestiones concretas, entre otras muchas que se podrían tratar. Junto con una metodología y una tecnología propias de nuestra época, es preciso recorrer en profundidad los grados del conocimiento. Por ejemplo: una buena educación humanística es clave para educar a alumnos libres, con personalidad y creatividad. Lógicamente es importante la enseñanza de idiomas para los alumnos, pero en primer lugar deben conocer bien su lengua nativa, pues es en la que piensan. Para esto es importante fomentar la lectura. Por otra parte, toda la innovación educativa es un síntoma de vitalidad docente irrenunciable, siempre que sepa hacia donde se dirige.

Respecto a la convivencia y la capacidad afectiva, emocional y virtuosa de los jóvenes, un colegio competente debe cuidar algunos aspectos. Las entrevistas con las familias de los chicos a través de un profesor encargado, así como la atención personalizada a cada chico y chica mediante conversaciones periódicas entre los alumnos y un profesor o profesora. También es muy relevante el papel del orientador escolar, que tiene especiales conocimientos pedagógicos, como agente clave de atención a la diversidad. Si estas cosas se llevan a la práctica, el grado de satisfacción escolar mejora enormemente. También es muy importante educar en la libertad y en la irrenunciable responsabilidad de las propias acciones. Por otra parte, cuidar a los profesores es algo que no se puede quedar solo en buenas palabras.

Cuando la educación escolar se apoya en el núcleo de la educación familiar, el conocimiento y el corazón de los alumnos puede abrirse a la aventura del conocimiento y de la convivencia. Con esfuerzos, superando errores, y con ilusión de vivir, los jóvenes se abren a la aventura del conocimiento, que está unida personalmente a la escuela de la vida cordial y de amistad, generadora de una civilización con esperanza.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, October 06, 2021

El peor de los alumnos


Tengo un alumno experto en reventar clases: habla cuando le da la gana y le importa un pimiento todo. Además, si le riñes es probable que le entre la risa. Por otra parte, hoy llegué al colegio encontrándome mal por una mala noche de insomnio. Fui superando las horas como un boxeador que espera que suene la campana del final del combate. Cuando me quedaba solo una clase, se acercó mi peor alumno y me dijo: “José Ignacio, ¿por qué estás triste, te pasa algo?”… Fue la única persona que se hizo cargo de mi situación.



José Ignacio Moreno Iturralde