En la noche de los tiempos,
cada vida humana es una breve mañana. Lo más sensato sería aprender del mundo
que nos rodea y de las personas que nos ayudan, con la actitud del que ha sido
agraciado con el don de la vida y aspira a desempeñar un honesto y discreto
papel. Pero un espíritu de insensatez arraiga en nosotros, con frecuencia, y
nos hace pretender un sinfín de hazañas, en las que uno quiere ser el centro el
mundo. El hombre es un soñador nato, y el joven que no sueñe con proyectos e
ilusiones está en una triste situación anómala que requiere ayudarle. Sin
embargo, lo más frecuente es que los jóvenes no den tiempo al tiempo, y no
valoren demasiado el sabio consejo de Antonio Machado: " despacito y buena
letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas". La
sociedad actual, especialmente en las grandes ciudades, acelera la vida. Mucha
gente quiere "vivir deprisa". Se sustituye la contemplación del mundo
por la realización de una ristra de actividades, de la que se espera una cuenta
de resultados. Esto último ocurre también en la edad madura.
La inteligencia consiste en poner cada cosa en su sitio y, lo que es más
difícil todavía, ponerse uno mismo en el sitio que le corresponde. La prudencia
tiene mucho que ver con el realismo: elegir la conducta más adecuada a mi
persona, relativa a las circunstancias personales que me tocan vivir.
Los animales pueden darnos algunas lecciones: el gorrión pía con garbo, el
perro pasea satisfecho unido a la correa de su dueño, la vaca mira con ojos
plácidos y sosegados... Se diría que todos ellos aceptan su vida con
naturalidad y sin aspavientos. Qué distintos somos muchas veces los seres
humanos. Sin embargo, cuando uno va aprendiendo a serenarse, a hacer las tareas
cotidianas con esfuerzo y perfección, encuentra espacios de libertad: se va
liberando del poderoso yugo de su propio yo, que le exige retos y proyectos que
pueden ser más una carga que un motor. Entonces puede mirar su entorno, y a los
demás, y dedicar tiempo a escuchar y comprender. Esta actitud capacita para la
convivencia y para la propia felicidad.
Lo que se ha dicho antes no pretende ser un elogio del quietísimo, de la
mediocridad o del conformismo. La intención es diametralmente opuesta. Se
trata, más bien, de ir definiendo los objetivos personales verdaderamente
importantes, y a no distraerse de ellos. Tales objetivos son fundamentalmente
morales. Triunfar como persona es el logro más asequible, más esforzado y más
satisfactorio, de los retos que nos podamos plantear. Este triunfo no puede
realizarse fuera de la relación con nuestros semejantes más próximos y sus
necesidades.
Si alguien consigue un Oscar en Hollywood le tendremos sana envidia, siempre
que haga un papel igual o mejor en su vida personal y familiar. Pero la mayoría
de los seres humanos no vamos a destacar en cosas muy difíciles e inasequibles,
por simple estadística. Con virtud, y con suerte, lograremos una buena
profesión y una buena familia: esto ya es mucho. La prudencia es sabiduría y la
sabiduría no es mediocridad. La prudencia capacita para enfocar el tiro y
acertar en el blanco. La sabiduría, a la que se llega por la prudencia, no
tiene límites. Siempre se puede amar más y mejor, siempre se puede sobrellevar mejor
el dolor o mejorar el propio carácter.
La persona va tomando sus decisiones a lo largo de la vida. Sí lo hace de la
mano de la prudencia, se abre a la inmensidad del mundo, a las necesidades de
los demás, y a la alegría de saberse dotada de un sentido que confiere a sus
actos, quizás modestos, un valor incalculable.
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