La
conciencia es nuestra guía a la hora de
plantearnos actos morales a lo largo de nuestros días. Una persona debe obrar
siempre según su conciencia ya que somos seres libres y, por lo tanto,
responsables. Pero es muy distinto considerar a la propia conciencia como
infalible o entenderla como una brújula moral que puede averiarse y que
necesita de ayuda.
El
enfrentamiento diario con problemas destacables de nuestro mundo, respecto a
los que parece que poco podemos hacer, podría llevarnos a una cierta
indiferencia moral. Esto sería desconocer la dignidad del ser humano, por la
que cada hombre representa a toda la humanidad. El modo más eficaz de cambiar el mundo que se
nos ofrece es cambiarnos a nosotros mismos. Las actuaciones en la opinión
pública o política son, sin duda, importantes. Sobreponer tales acciones a la
propia vida cotidiana personal supone un desorden, un desconocimiento del valor
del ejemplo entre las personas, y una reducción equivocada de la vida de un
inmenso número de hombres, que no tienen acceso a puestos socialmente
privilegiados, a la insignificancia.
La
prudencia en la acción requiere una cuidadosa atención de la realidad, y un
conocimiento propio que nos debe llevar a la necesaria petición de consejo como
cualquier persona sensata hace al preguntar a alguien más experto que él sobre
un dolor físico, o un problema profesional. Sin embargo, nadie puede vivir la
vida por nosotros y tenemos que decidir en primera persona. Seguir un buen
consejo es hacerlo propio, y esto supone un acto de libertad y de
responsabilidad, no una declinación de ellas.
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