El hombre se
ha interpretado desde la relación entre su mente y su materia: esto ha sido
objeto de múltiples explicaciones. El dualismo tiende a considerar el
cuerpo como una especie de cárcel del alma: Platón (s.V-IV a.C.) y Descartes
(s. XVII) están en esta línea. El materialismo, por el contrario, niega el
componente espiritual del hombre.
La visión que
nos parece más adecuada es aquella en la que forma intelectual y materia están
sustancialmente unidas en la naturaleza humana. En realidad sólo existen
cuerpos animados; sólo hay un cuerpo si está formalizado por el alma. El cuerpo
del hombre es un cuerpo racionalizado, del mismo modo que el principio
intelectual humano es en el cuerpo.
En la tradición aristotélica el alma es el principio vital de los seres
vivos; es un concepto metafísico unido a la biología, pues designa a lo que
constituye a un organismo vivo como tal. Es la forma sustancial del ser vivo de
la que se deriva un principio configurador de orden, un centro de control o
estrategia de evolución del organismo. En el ser humano existe la singularidad
de una “programación” que alberga capacidades como la inteligencia y la
voluntad.
Cabe ahora reflexionar sobre la veracidad de
la existencia del alma partiendo de las nociones antes citadas. Una primera
consideración es que el orden está en la materia sin ser material, como ya
estudiamos. Por ejemplo: el orden de los azulejos de una pared no es uno de
ellos, ni pesa un gramo. La materia no puede configurar para sí unos
sofisticados programas de vida; y sin embargo los tiene. Además, en el ser
humano el alma puede reflexionar sobre sí misma. Curiosamente sólo quien tiene
alma está capacitado para dudar de ella. Cuando un alumno me hace una pregunta
sobre si realmente existe el alma suelo decirle: me han llegado tus ondas
sonoras, que provienen de tus cuerdas vocales, activadas por un impulso
nervioso que proviene de tu cerebro. Pero eres tú mismo con tu propia voluntad
quien me ha formulado esta pregunta. Ese núcleo personal, que despliega sus
capacidades a través de unos complejos sistemas fisiológicos, no se reduce a
fisiología y es el alma racional. Ciertamente los aspectos fisiológicos son
imprescindibles pero no constituyen toda la realidad.
Si no existiera el alma individual las cosas
sucederían sin más, pero no podríamos originarlas. O sea, yo no podría levantar
un brazo porque yo quiero, sino que se levantaría un brazo cuando ciertas
transmisiones neuronales, consecuencia de curiosas fuerzas externas, se
pusieran de acuerdo. Por ejemplo, los reflejos osteotendinosos aparecen siempre
que nuestra médula está íntegra. Esto, por sí mismo, no demuestra
concluyentemente la existencia de un yo individual. En cambio, cuando camino
está implicada mi voluntad, y esto no es explicable sólo desde el punto de
vista de la materia. Según lo explicado, todo ser vivo tiene principio
organizador de vida o alma, pero sólo el ser humano tiene un alma racional o
reflexiva.
Recordemos el ejemplo de un niño que hace un castillo de arena en la playa. Con maña sería capaz de mezclar la arena con el agua y dar forma a un castillo. Pero si ese chaval quisiera que el interior de su castillo tuviera luz, tendría que buscar una pila y una bombilla; no puede sacar luz de la arena mojada. Algo parecido podemos encontrar en la relación que existe entre su organismo y su psique racional. La inteligencia es capaz de entender ideas inmateriales; de hacer no sólo signos sino símbolos, que son representaciones personales de aspectos de la realidad. La voluntad es capaz de querer a alguien por sí mismo; de negarse a un bien material por otro espiritual. La persona humana es capaz de ponerse en el lugar de otro; de elegir entre hacer el bien o el mal realizando su propia biografía.
La materia por sí sola no puede
tener vida porque esto supone un programa inteligente que remite a la noción de
psique o alma. Con mayor motivo la materia no es capaz de hacer ninguna de las
funciones espirituales citadas. La psique o alma racional humana no se
justifica desde la materia. La única respuesta razonable es que proviene de una
fuerza espiritual superior y creadora ,como vimos antes, que infunde la psique
racional, unida sustancialmente a un cuerpo que puede expresar racionalidad y
moralidad.
Respecto a la inmortalidad del alma humana recordemos
lo que nos decían dos sabios de la antigüedad griega. Aristóteles afirmaba que todas las actividades de los
vegetales y de los animales tienen la finalidad de mantener en vida al propio
organismo. Sin embargo, el hombre hace muchas cosas que no se encaminan al
mantenimiento de la vida corporal, como puede ser hablar con un buen amigo o
estudiar filosofía. Por esto es razonable pensar que el alma huma –principio
motor de vida– continúe existiendo de alguna manera después de la muerte del
organismo. Platón sostenía que si el alma humana es capaz de captar ideas
inmateriales, como verdad o bondad, es porque debe de tener un modo de ser
semejante a ellas; es decir, inmaterial, incorruptible y, por lo tanto,
inmortal.
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