Tuesday, December 19, 2017

Mar afuera: Video muy animante

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Saturday, December 02, 2017

Navidad



Desde hace alrededor de 2000 años, millones y millones de familias se han reunido de un modo especial un día del calendario para festejar la Navidad, para celebrar un nacimiento. Normalmente las familias celebran nacimientos, pero aquí también sucede al revés: un Nacimiento celebra a las familias.

EL LATIR DE LA NAVIDAD
Estas entrañables reuniones suelen estar llenas de encanto y de alegría, aunque dentro de algunos haya oscuridades y tristezas. La primera Navidad no tuvo luz eléctrica, ni muchos jolgorios, pero sus primeros protagonistas fueron Luz y Alegría para la milenaria historia de los hombres que han comprendido -en mayor o menor grado- qué ha sido y qué es la Navidad.
Es sorprendente la capacidad que los seres humanos tenemos para convivir con cosas asombrosas sin prestarles demasiada atención. La Navidad supone la convicción histórica y real de que Dios se ha hecho uno de nosotros. Esto es algo en lo que han creído y creen millones de personas. No se trata de opiniones subjetivas o de cuestiones “poco realistas”: la veracidad histórica de los Evangelios supera con mucho la de otros textos de su época; pueden encontrarse interesantes y documentados artículos al respecto. Sin embargo, la aceptación del grandioso hecho de la Encarnación del Hijo de Dios, y de lo que ello implica, es algo que requiere fe, un don divino.
San Agustín dice que “para el que quiera creer tengo todas las razones, para el que no quiera creer no tengo ninguna”. A Dios se llega por la humildad; luego vienen los resultados: la confianza, la alegría y la paz interior, en medio de los embates de la vida.
Evangelio significa “Buena Noticia”... Dios nos considera hijos suyos en Jesucristo. Esto conlleva interesantes resultados; ya me case y sea feliz o ya me dé una espantosa enfermedad, soy un ser íntimamente querido por Dios. Ya esté a gusto en una fiesta familiar o delante de la tumba de mi madre, tengo una respuesta para ambas situaciones. Triunfe profesionalmente en mi vida, o acabe en la cárcel, siempre habrá para mí una Estrella, la de Belén.
La Navidad significa que los que el mundo llama estrellados tienen también estrella mientras que los que son considerados estrellas, han de andarse con mucho ojo para no estrellarse.
Puede revivirse cada año, cada día, un sentido más vivo de la Navidad; El mundo occidental parece olvidarla, pero la Navidad renace en el corazón de los hombres que la acogen con la sencillez y el asombro de aquellos pastores venturosos. La Navidad y el sentido profundamente humano de su mensaje, es un hecho destinado a iluminar las sociedades actuales, como lo ha hecho desde su origen y lo seguirá haciendo en el futuro.
Existen también hoy, como hace dos milenios, magnates poderosos  que quieren arrinconar, ocultar la huella de este acontecimiento excepcional para el mundo. Temen que la influencia de una familia sencilla y comprometedora destruya sus imperios. Hablan de tolerancia, de no caer en viejos confesionalismos, de “respetar” la multiculturalidad. Si miraran sin prejuicios la escena de Belén, verían que aquel acontecimiento glorioso es un imán de unión para los hombres. Si supieran  contemplar a Jesús de Nazaret Niño, comprenderían que tan asombroso personaje no tiene nada que ver con una imposición, sino con una fantástica propuesta de luz y libertad que no puede ser escondida.

EL PROTAGONISTA DE LA HISTORIA
El protagonista principal de la Navidad es un niño, un bebé. No es una mujer en soledad, ni un padre, ni una estrella, ni un mito; sino un niño de carne y hueso, nacido en una familia pobre y en una situación de apuro. Chesterton hablaba de la Navidad como la fiesta  de las familias que reviven en sus casas el acontecimiento del que no tuvo una para nacer. El hogar que Dios eligió para mirar por primera vez al mundo con ojos humanos fue un establo, una gruta. Lo que importaba era la familia: ésta es el hogar.
El hogar es el corazón del hombre, de todo hombre, no sólo de los cristianos. El hogar se constituye cuando los hombres acogen en él a Dios y, como consecuencia, a sí mismos. La crisis de la fidelidad matrimonial no es otra que la desacralización de la familia y, por tanto, su deshumanización.
Acoger a Dios, y a los demás por Dios, es algo profundamente humano: es la condición necesaria para la fraternidad entre los hombres. Extirpar lo divino del horizonte humano no es ser laico, es ser ateo; y no se puede exigir en nombre de la democracia que el orden civil otorgue oficial sepultura ciudadana a Dios, del mismo modo que no puede imponerse a los ciudadanos ninguna religión -incluida la cristiana- ni ninguna ideología que ponga en jaque el concepto de mujer, de hombre y de familia, como hoy ocurre a nivel mundial con una fuerza digna de mejor causa.
El cristianismo es la civilización del niño, del más indefenso, del que es amor encarnado, hecho persona. La indefensión e inocencia del bebé contrasta con la potencialidad de su genética y de su espíritu. Un niño es una aventura, una historia abierta al hoy y al mañana, una biografía. Por este motivo un niño es una alegría, aunque no sea una comodidad. El símbolo del cristiano es un crucifijo, pero también lo es una madre con el niño en sus brazos. La vitalidad cristiana acoge tanto la vida como la muerte: sabe que nace para morir y que muere para vivir. Por esto, el cristianismo es esperanza y alegría. La historia de la cruz se ha convertido en la historia de la familia. Sin cruz no hay familia; por esto hay quienes quieren eliminar la familia.
Un hijo es un gran motivo para vivir, es la mitad del propio corazón. Traer un hijo al mundo es una dicha para sus padres. Un hijo es el amor hecho vida. La vida puede entonces convertirse en amor, que es la única manera de que merezca la pena ser vivida. Lógicamente, la maternidad y la paternidad físicas no excluyen otros modos de vivir digna y humanamente, pero siempre deben tener relación con una entrega sincera al servicio de nuestros semejantes.
No se puede forzar a nadie a creer en Dios, pero tampoco se le puede arrancar de cuajo de nuestro mundo: esto es inhumano porque supone destruir el último baluarte de la esperanza. Se acepta con sentido la vida cuando se es capaz de aceptar en ella una providencialidad, que no niega su libertad, sino que la afirma. La libertad sin providencia desemboca en una absurda lotería de placeres y sufrimientos.
Jesús de Nazaret aceptó plenamente la integridad de su Vida y esto no le fue cómodo en absoluto, pero lo hizo porque era el Hijo muy amado.

MENSAJE SOCIAL DE NAVIDAD
La cuna del cristianismo se basa en paradojas asombrosas: una Madre que es Virgen. Un bebé que es Dios. Un padrazo que no es padre según la carne. Estos misterios de fe encajan bien en la realidad porque la vida es una paradoja y quien no se da cuenta de esto no sabe dónde está.
En el plano humano la virginidad está muy relacionada con la maternidad y la paternidad: a más virginidad, más familias sólidas y con hijos -aunque hay excepciones-. Cuanto mayor es el respeto al bebé, antes y después de nacer, más se entiende a Dios. Un mundo que protege y ayuda a los niños en el seno de su madre, es un mundo que se sabe creado, que entiende que existe un orden moral superior a nuestras conciencias.
El cristianismo supone la civilización de la prioritaria defensa de los más pobres y necesitados. Belén, desde su mágica sobriedad, es un canto a la dignidad y al valor inmenso de toda vida humana. La imagen y semejanza de Dios en toda persona, sea cual sea su salud o su posición, supone la raíz más profunda de la dignidad humana y el motivo más fuerte para la solidaridad.
Un Dios que se presenta al mundo de esta manera es un himno a la libertad, a la confianza en cada ser humano y en su capacidad de elegir lo mejor. En la historia se han dado formas de intolerancia, en ocasiones graves, entre los cristianos -como ha ocurrido entre los no cristianos- porque somos hombres con defectos. Pero la vida del Niño de Belén supone un cambio de mentalidad en lo personal y en lo social. Jesús pagó sus tributos, trabajó con afán de servicio y alegría, dio al César lo que era del César y a Dios lo que era de Dios. Desenmascaró las mentiras de los hipócritas, perdonó a las adúlteras y predicó con su Palabra y con su Sangre un Mandamiento nuevo que lo sigue siendo hoy.
Llega una vez más la Navidad y vemos que sigue habiendo pobres. Las necesidades vitales de muchas personas, quizá las nuestras, tejen un sayal gris poco tupido para los fríos y las nevadas del año nuevo.
Habrá que salir a la calle, caminar, visitar al familiar anciano, ser solidario con los que atraviesan situaciones económicas difíciles o, tal vez, pedir ayuda si estamos sin blanca. Hacer buena economía, reflexionar, perdonar...Volver a descubrir el rostro de los demás en un revigorizante y comprometido entrecruzarse de miradas con ángel, porque es Navidad. Redimensionar la vida con novedad, con Buena Noticia. En un eterno presente, Dios engendra a su Hijo...
Todos los días son Navidad:¡Qué paradoja! La pobreza nos hace mirar a lo alto. Nieva, la Misericordia del Señor llena la tierra. En la noche cerrada hay una estrella; es para todos y es para siempre. Está señalando a una familia pobre. Vamos a verla una vez más. Esta vez vemos los ojos abiertos del niño que “hace nuevas todas las cosas” y mira absorto al cielo, a sus padres, a una mula y a nosotros.
 Feliz Navidad.


José Ignacio Moreno Iturralde