Monday, June 20, 2022

Mirar de un modo original al pecado original


Nada más frecuente y burdo que las consecuencias del pecado original: orgullo, prepotencia, envidia, inmoralidad, egoísmo… Es asombroso constatar como muchos problemas del mundo se resolverían con sentido común y voluntad recta; pero, sin embargo, continúan permaneciendo bastantes injusticias. Por otra parte, resulta paradójico ver como los que no creen en el pecado original son firmes devotos de una autonomía humana sin límites, como si esto arreglara los conflictos personales y mundiales. 

Esta culpa original, de la que nos habla la revelación cristiana, es original porque nos hace conectar con nuestros orígenes; para que podamos entendernos más a nosotros mismos. Aquella rebelión contra el orden moral establecido, produjo un deterioro del ser humano. El remedio del Redentor fue la Cruz. Una Cruz inscrita en el mundo y abierta al infinito. Es la terapia divina, aplicada a la lesión del hombre: ayudarle a abrir su corporalidad a la entrega, su corazón al bien del prójimo, su mente a una  realidad clarificada por una luz inmensa de bondad que crea y supera las cosas.

Tal apertura supone esfuerzo y dolor. Pero nos ha sido enseñada como una manifestación de un amor enorme. Por esto, mirar a nuestra inestable realidad de un modo original -en el sentido de novedoso- es detectar en nuestros contratiempos y fracasos, una ocasión de salir de nosotros mismos para querer más y mejor al mundo y a los demás.

 

 

José Ignacio Moreno

Tuesday, June 14, 2022

Saber vivir.


El calorazo que últimamente invade nuestro día, muestra una luz esplendorosa que hace cantar hasta las chicharras. Los últimos bandazos del curso escolar, sin duda costosos, contienen el estupendo mérito del trabajo y el esfuerzo de un año. Pero soñamos ahora con estar pronto tumbados, lo más fresquitos posibles, junto a una piscina o al lado del mar. Y una vez recuperados, parece que habrá que seguir haciendo cosas, y más cosas. Para tener un mejor currículum, más dinero, o para disfrutar más y más en futuros veranos. Lo que yo me pregunto es: ¿No podríamos pasarlo bastante mejor con el día normalito y cotidiano? Esto es sin duda complejo: porque duele la cabeza, o se acumula el trabajo, o nos han hecho un desaire o, lo que es peor, porque hemos perdido algo de gratitud y de sencillez. Observar con recato las asombrosas orejas del abuelo, conmocionarse ante la sonrisa de un niño Down, o escuchar con cara de detective la trola de un colegial, son capacidades fantásticas que estamos dejando en el baúl de los recuerdos. 

El sabio principio decía “el obrar sigue al ser”. Ahora parece que solo somos lo que hacemos; y así cunde la desorientación. Claro que hay que trabajar duro, pagar las hipotecas y ser un profesional puntero. Pero lo más importante es ser un hombre o una mujer con corazón grande, con sentido común y con alegría de vivir, a pesar de los pesares. Es así como se fraguan las familias: nuestras raíces. Esto solo se logra encontrando un amor grande, que no traiciona. Tal encuentro requiere pararse, fijarse en la realidad exterior y en el propio corazón, para detectar qué es lo que nos hace mejores, aunque nos cueste. Tendemos entonces a mirar con interés a la gente, a reírnos de la propia geta ante el espejo, y a confiar en el grandioso amor que hizo las estrellas, aunque en nuestro mundo truene la espantosa guerra. 

Y al descubrir que podíamos haber vivido mucho mejor, desde la clarividente óptica de los demás, podemos escuchar la voz de un gran amigo que nos dice: has hecho cosas bien; otras no, pero pueden servir para cambiar, para mejorar, para ir aprendiendo a saber vivir.

  

José Ignacio Moreno Iturralde