En ocasiones llegamos a casa y
experimentamos soledad. Vivimos una soledad que se nos antoja injusta, en
ocasiones irremediable. A esa soledad cabría plantarle cara, enfrentarse a
ella, preguntar su por qué; pero ese camino se nos antoja difícil y poco
prometedor. Es más fácil, y muchas veces más práctico, hacer cosas: trabajar en
algunos cuestiones, procurar divertirnos, descansar o llenar el tiempo con
actividades. Así se capea el temporal e incluso el espíritu se entretiene;
aunque todo esto no cura la frustración de la compañía que nos ha sido quitada.
Dominio o servicio
Las
situaciones humanas son muy diversas y en personas bien acompañadas incluso se
añora algunas veces la soledad. Recuerdo la dedicatoria de una tesis doctoral que
decía: “A todos mis amigos, sin cuya ausencia habría sido imposible hacer este
trabajo”. La soledad puede ser una especie de bendición para la persona
multiatareada. Pero la sabiduría antigua dice que no es bueno que el hombre
esté solo. A esa soledad dura y difícil, que padecen hoy incluso gente muy
joven, es a la que nos estamos refiriendo.
Otras
veces es la soledad de un ser querido la que nos duele. Le damos la compañía
que podemos pero nos damos cuenta de que esto no es suficiente, que esa persona
necesitaría una compañía más completa, y la vida parece negárselo. A veces se
trata de familiares cercanos. Cómo no recordar a tantas personas mayores que
padecen soledad, incluso en buenas residencias acomodadas para ellos. Ante
situaciones de mendicidad en las calles de nuestras ciudades, donde vemos
hombres desarraigados y solitarios que necesitarían hasta atención
psiquiátrica, tampoco tenemos muchas respuestas.
Es
propio de la gente joven buscar compañía de amistades para pasarlo bien y hacer
planes divertidos. De esas relaciones surgen lazos de amistad y de afecto. En
nuestro mundo la afectividad ha saltado muy por encima de los muros de
contención de la razón, que fueron vistos como imposiciones. Hoy parecen
frecuentes las relaciones afectivas intensas y esporádicas entre chicos y
chicas, hasta tal punto que en algunos casos tales relaciones se consideran
como una suerte de logros o condecoraciones para la solapa del ególatra. Ese
tipo de relaciones, casi tan pasajeras como un clínex, se muestran muy
deshumanizadas: no establecen vínculos de solidaridad sino todo lo contrario.
Esa comercialización del afecto –aunque no haya dinero de por medio- genera
personalidades desequilibradas y, al final, solitarias. Por supuesto que esto
no es la mayor parte de la realidad –así lo espero muy de veras- pero puede
aportarnos algo de luz respecto a las relaciones que si generan verdadera
compañía humana. Cuando las relaciones parten de la voluntad de servicio, de
deseo del bien ajeno aún a costa de personales sacrificios la cosa es bien
distinta. Los verdaderos amigos, aun estando lejos, se sienten unidos por una
suerte de fraternidad probada por la virtud. Las personas que, como don y
tarea, desarrollan una cualificada y cultivada paciencia con sus familiares que
se torna en más y más cariño, nunca están solas.
Cambiar
la voluntad de dominio propio por la voluntad de servicio requiere una
transformación interior que aboca a la felicidad. Cuando la persona se siente
sola puede rezar con fe, empeño y tenacidad. Lo que para algunos es un gemido
desvaído para otros se transforma en un manantial de agua clara que brota de
modo fecundo y distinto a la tierra árida del propio espíritu. De ahí no salen
ideas extravagantes sino sencillas, llenas de sentido común y de pautas del
bien vivir. Esta comunicación con Dios es fuente de un realismo cristiano que
lleva el resello de la esperanza por muy apurada que sea la situación personal.
Dios, Quien más propiamente podría haber establecido una relación de dominio
conmigo no quiere esto sino que se pone a mi servicio. La oración cristiana nos
lleva a redescubrir la comunicación con nuestros semejantes. La apuesta en la
gozosa confianza de que Dios me mira y acompaña hace que nunca me sepa y sienta
solo y me lleva a saber que los seres a los que quiero y veo en apuros de
soledad, tampoco están solos, aunque de momento no se percaten de ello. Es
curioso: la soledad propia y la de los hombres del mundo puede ser un camino
para darnos cuenta de la inimaginable compañía de la que todos gozamos.
Los propios defectos
Una tarde
estaba a punto de concluir una excursión por la montaña con varios amigos.
Cerca de los coches había unos cuantos pinos. Uno de ellos había crecido de un
modo curioso: se levantaba unos pocos palmos, trazaba una larga línea paralela
al suelo y volvía a subir...Era el único árbol en el que te podías sentar. No
solemos saber las consecuencias de nuestros propios límites y la experiencia
demuestra que, en bastantes ocasiones, es positiva.
El proceso de
maduración personal, que abarca toda la vida, requiere superar algunas
adversidades que podemos controlar y otras que no. Tras algunos periodos de
oscuridad acaba saliendo el sol por Antequera; un lugar común que puede ser
dichoso. También dicen que donde una puerta se cierra otra se abre.
Nos ayudan a
nacer, a andar, a aprender...Tenemos que hacer lo que buenamente podamos y
confiar en que esa constante de ayuda permanece respecto a nosotros aunque no
la veamos. Sin embargo, la frecuencia de las estafas y de los crímenes desafía
la anterior lógica optimista. Conviene también no olvidar que mucha gente
sensata considera la muerte inevitable como una puerta misteriosa y
prometedora.
Hay que
refexionar hasta cierto punto. El hombre no está hecho para pensar mucho sino
para amar mucho: para afirmar el mundo y a los demás, a pesar de los pesares.
El amor, pese a sus riesgos, es la única actividad que es un fin en sí misma.
Ser feliz no consiste en no tener riesgos; sino en querer a personas y proyectos
buenos.
El hombre es
libre pero parte de su yo está dotado de sentido desde fuera de sí mismo.
Quizás por esto Chesterton afirmaba que “nuestro yo está más lejos que las
estrellas”. Quizás nuestra vida es como un valioso billete...cortado por la
mitad. Hemos de buscar con esperanza quien tiene la otra parte. Confiar es algo
nuclear en el ser humano.
Gestionar bien las malas
temporadas
Dicen los sabios que la angustia se combate aceptando
la realidad que nos toca vivir. Cuando estamos encantados de la vida no hay
problema; lo difícil es cuando estamos desencantados...Problemas familiares, de
salud , profesionales, académicos o relativos a amistades suelen ser los más
frecuentes. Lógicamente si se pueden solucionar hay que hacerlo; pero no
siempre es fácil, ni siquiera posible.
En
primer lugar conviene recordar el papel de la fortaleza: procurar hacer
nuestras obligaciones lo mejor posible. Por otra parte es bueno no dar
demasiadas vueltas a los propios defectos o a los defectos de los demás.
También conviene saber valorar la variada gama de cosas agradables que nos
brinda la vida: desde el desayuno hasta el sueño. Todo esto podría resumirse en
la idea de intentar ser sufridos pero no sufridores.
Cada
persona suele tener algún problema crónico sin el cual piensa que sería más
feliz. Lo que está claro es que uno no suele elegir sus problemas; lo que sí
puede decidir son las soluciones que va a proponer. En la medida en que tengo
un problema y no es por mi culpa no soy responsable ni culpable por ello. Donde
mi personalidad se pone en juego es cuando ofrezco una solución. Un tartamudo
puede amargarse o aceptar su tartamudez.
Si se amarga se está equivocando; si toma con salero su situación está
gritándole al mundo con una voz superior y elocuente. No es un asunto fácil
pero nadie piensa que hemos nacido solo para hacer cosas fáciles.
Muchos
de nuestros problemas son los límites del personaje que representamos en la
vida: la ocasión para lucirnos. Si pensamos que somos totalmente artífices de
nosotros mismos nos derrumbaremos porque no es verdad: no podemos controlar el
mundo. Uno tiene una misión que cumplir que en gran parte no ha elegido.
Recordamos ahora que puede ser más atractivo ser elegido que elegir.
La
representación de la que hemos hablado dista mucho de vivir de cara a la
galería. Hay que llevarse bien con la gente, pero nos amargamos con frecuencia
por lo que la gente piensa de nosotros y esto puede ser una vez más, una falta
de personalidad. Relacionado con este asunto está la información y la
comunicación, que deben ser ordenadas. Vivir todo el día utilizando la
telecomunicación es despistarnos de la realidad inmediata: despistarnos de
nosotros mismos.
Una
reflexión final en este epígrafe: Si a uno le duele bastante su vida en algún aspecto es bueno
asesorarse con alguna persona que merezca nuestra confianza. No siempre hay por
qué apechugar con pesos que nos resulten
muy costosos. Pero conviene asesorarse antes de tirar un pesado saco de
piedras, no vaya a ser que se trate de diamantes.
Una
persona sencilla suele mirar las cosas con realismo. La complejidad establece
una serie de filtros u obstáculos respecto a la realidad. La experiencia de la
vida puede llevar a afrontar cada nueva jornada desde unos principios, asumidos
personalmente con la lógica influencia familiar y de otros círculos sociales.
Si se cree en la verdad del mundo se cree en la verdad de uno mismo. Alguien
que tiene ilusión por la verdad no teme afirmar la suya propia cuando ha cometido
un error. Tiene la suficiente madurez para darse cuenta de que se puede
equivocar y que tiene que rectificar con frecuencia.
La honradez
ante los propios errores lleva a admitirlos cuando sea preciso. Mentir sobre
uno mismo es una forma de deshonrar la propia verdad interior. Aparentar ser de
un modo cuando se es de otro lleva a una pérdida del sentido del valor de uno
mismo. Las complicaciones que son consecuencia de un querer aparentar lo que
uno no es nos introducen en un mundo falso donde casi todo se valora por el
rasero del propio interés. El cinismo llega a identificar la verdad con el
interés personal; incluso con el interés de los demás, siempre que coincida con
el propio. De esta manera se olvida la verdad de las cosas por sí mismas.
La sinceridad
es manifestar la verdad de la propia vida: sencilla, limitada y con errores. La
grandeza del hombre sincero es que puede mirar con un rostro verdadero porque
cada vez sabe mejor quien es y procura aprender de los sucesos de la
existencia.
La sencillez, el conocimiento de
los propios límites y un enfoque de esperanza son valiosos elementos para
construir una vida lograda, llena de sentido y de compañía.
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