Kant
habló mucho del deber, de la ejemplaridad, pero no mencionó a los hábitos. Los
hábitos son esos cordones umbilicales que nos unen a la experiencia. Somos
seres que razonan desde unas circunstancias y un entorno determinado. Nuestro
ejercicio de la libertad no puede entenderse al margen del deporte del vivir,
en el que se producen muchos aciertos y errores.
En la película "Solas", una mujer joven queda embarazada y se plantea
abortar, al estar en una situación difícil. Ella comenta su problema a un
hombre anciano que le recomienda que no elimine a la criatura en gestación,
aunque finalmente duda y le dice a la afligida muchacha: "tal vez tengas
razón". Entonces la mujer le dice: "no quiero que me digas que tengo
razón, sino que mi vida va a cambiar". Finalmente tuvo al niño, lo que
contribuyó a su felicidad personal. Lo que en algunas ocasiones nos parece ver
con autenticidad no siempre es lo que nos hace felices.
Los existencialistas del siglo XX, Sartre entre otros, exaltaron la libertad
hasta casi identificarla con la totalidad del ser humano. El propio Sartre
(1905-1980) vio en el ser supremo a un enemigo de la libertad humana y por eso
negó su existencia. Para Sartre no debía de existir ningún código moral
preestablecido por una autoridad, que impidiera la expansión del propio
proyecto personal. El hombre debía dar sentido a las cosas y a los
acontecimientos. Toda esta actividad de autoafirmación, una auténtica epopeya
laboriosa, se encuentra con la frontera de la muerte. El hombre, según este
filósofo francés, se enfrenta con la nada y, por esto, toda su actividad de dar
sentido acaba en el absurdo. La libertad es tanta que llega a producir
"náusea", siendo la vida "una pasión inútil", según él. Si
toda nuestra capacidad de dar sentido a las cosas termina con la muerte...todo
acaba en el sinsentido. La única respuesta que encuentra el escritor francés es
la de procurar ser ejemplar y comprometido con los demás, sin esperar en nada.
Sin embargo, su postura de solidaridad choca contra otra de las máximas de su
filosofía: "el infierno son los otros". Sí cada uno tiene su credo
personal, la vida social puede ser realmente difícil. La filosofía de Sartre es
una reivindicación absoluta de la autenticidad personal, hasta el punto de
negar la posibilidad de ser feliz.
Los grandes totalitarismos del siglo XX han hecho que, tras la Segunda Guerra
Mundial, la libertad fuera una aspiración máxima de los pueblos y de las
personas. Sin embargo, cabe plantearse si la libertad es un medio o es un fin.
De nada sirve una libertad guardada en una caja de Pandora. Ser uno mismo, o
encontrar el propio estilo, es una meta positiva y conveniente, hasta cierto
punto. Pero ser auténtico tiene una base previa: ser verdadero. La pura verdad
es que la existencia y la libertad nos ha sido dada sin nuestro
consentimiento, dentro de un mundo inmenso muy anterior a nosotros. Por este motivo,
hacer de la libertad un absoluto o un fin para sí misma es un error que deforma
dramáticamente la identidad de la persona. La libertad es un medio para hacer
el bien, aunque su por su propia identidad pueda utilizarse equivocadamente.
Un mundo sin límites no sería un mundo. Los límites dibujan los contornos de
las figuras y el relieve de nuestros días. No siempre son de nuestro agrado, e
incluso pueden llegar a ser injustos. Pero sin límites, a los que la libertad
humana tiene que adecuarse, no es posible llevar una vida humana. Los límites
son las condiciones de posibilidad de nuestra libertad. Es cierto que algunos
límites deben ser combatidos y superados; pero también en estos casos,
esas limitaciones ponen a prueba la fibra de nuestra libertad personal. Un
mundo sin libertad es un mundo inhumano en el que la vida se hace pesarosa; sin
libertad no se puede amar. Sin embargo, un mundo sin límites morales es un
mundo donde las órbitas de las personas colisionan ocasionando tragedias
individuales y colectivas.
La providencia puede entenderse como un misterioso y buen designio que orienta
y cuida nuestros pasos. Si esta providencia negara nuestra libertad,
determinándola, sería inhumana y rechazable. Por otra parte, si la libertad
personal está sola, las múltiples injusticias y desengaños que van más allá de
nuestras fuerzas hacen de ella un intento vano y un motivo de amargura, como le
ocurre a Sartre.
La noción de providencia es vista como la existencia de un cierto guión de la
realidad y de la propia vida, que no es elegido por nosotros. Si hubiera tanto
guión que la libertad fuera imposible, no traería cuenta vivir como personas.
Pero es igualmente desenfocado establecer una libertad fuera de todo guión.
Vemos que existen hombres sin escrúpulos que parecen triunfar y, por el
contrario, muchos inocentes son explotados, incluso asesinados. Sin una
providencia que reconduzca los renglones torcidos de la existencia, la
injusticia sería una fibra metafísica de la realidad.
La providencia es amiga de la libertad. Chesterton lo expresaba así: "La
mejor manera en que un ser humano podría examinar su disposición para
encontrarse con la variedad común de la humanidad sería dejarse caer por la
chimenea de cualquier casa elegida a voleo y llevarse tan bien como sea posible
con la gente que está dentro. Y eso es esencialmente lo que cada uno de
nosotros hizo el día en que nació" [1].
En tiempos donde la autonomía es un valor máximo, la
idea de providencia resulta incómoda: se trata de algo que no podemos
controlar. Pero querer controlarlo todo lleva a la parálisis. Lewis afirmaba
que sí un hombre quiere nadar en el mar haciendo siempre pie en el suelo su
trayectoria será muy reducida.
Algunos dirán que la providencia es una categoría religiosa que enmascara lo
que sólo es azar. Al respecto caben decir varias cosas. El azar es precisamente
la ausencia de explicación. La providencia es una categoría que va más allá de
nuestra razón controlable, pero la razón de su entidad es impecable. Por el
contrario, el azar sí que es un mantra de la ignorancia, de la multiplicidad de
causas desconocidas. Puede ser bueno tener una cierta aceptación práctica de un
margen de azar, pero el azar en sí mismo no es más que una categoría
irracional.
Providencia y libertad se necesitan una a otra. Sartre, al final de su vida,
declaró públicamente que se había equivocado y que no se entendía a sí mismo
como un producto del azar, sino como consecuencia de un Dios providente.
Providencia y libertad son dos aspectos complementarios de un mundo personal,
donde la libertad juega un papel primordial y, por eso mismo, se mece en las
aguas de la providencia con confianza y determinación.
[1] Cfr. El amor o la fuerza del sino. Selección
textos. Chesterton, G.K. Silva, A. Rialp, pp.
58-60.
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