La inteligencia humana es una facultad del yo personal,
íntimamente relacionada con la voluntad y con el corazón.
Siguiendo
a Tomás de Aquino –que no hace muchas distinciones entre voluntad y corazón–
diremos que entre amar a algo o a alguien o sólo entenderle, parece que es más
satisfactorio amar. El amor completa más la felicidad del hombre. Amar tiende a
unirse con lo amado; a hacerse uno con él.
Entender
tiende a analizar: ¿Qué es esto o quién es éste? Para saber lo qué es o quién es hay que
estudiar sus aspectos, su diversidad dentro de su unidad, y así poder captar en
qué consiste su realidad. Primero tengo que entender algo para poder quererlo.
Aunque querer sea más pleno que entender, existe una prioridad de la inteligencia
sobre la voluntad. Es importante que la inteligencia mande sobre la voluntad y
que acierte con la verdad de algo porque solo así la voluntad podrá quererlo
como un bien. De no ser así, puede equivocarse y elegir un mal con apariencia
de bien. Por otra parte, la voluntad ayuda a la inteligencia a mantener el
esfuerzo por entender. De hecho, cuando más se quiere a alguien o a algo mejor
se le puede conocer, porque la voluntad exige a la inteligencia esta tendencia
de comprensión.
Según Von Hildebrand, en su libro
“El corazón”, lo dicho arriba es insuficiente: a la espiritualidad del hombre
se la ha presentado con frecuencia como inteligencia y voluntad. El corazón
parece haber quedado, durante siglos, marginado respecto a una reflexión
racional. Por contraste, vemos la importancia vital de los sentimientos del
corazón y observamos como en nuestra época, con frecuencia, toman un papel casi
determinante en la acción moral. Puede que esto último sea otro error no menor
que el anterior.
El corazón es el núcleo personal
del hombre. En su corazón el hombre toma sus más íntimas decisiones y encamina
su vida en una u otra dirección. Se ha dicho que el hombre vale lo que
vale su corazón y que “el tú solo es accesible al amor”. Sin corazón no se
puede vivir una verdadera vida personal, pero sólo con corazón tampoco. El
corazón abarca ámbitos racionales y sentimentales. En el terreno racional el
corazón puede iluminar u oscurecer el entendimiento de la inteligencia y las
decisiones de la voluntad, ejerciendo sobre ellas una gran influencia.
A
lo largo de este estudio diremos que el hombre es un ser para ser querido y
para querer; y no por y para un amor cualquiera. En la película “Mejor
imposible” un escritor con problemas psicológicos, que debería meddicarse, le
dice un piropo a una amiga a la que quiere: “desde que te conozco tomo las
pastillas”. Ella le responde diciéndole que no logra entender el piropo. Él
aclara: “tú haces que quiera ser mejor persona”.
El
corazón, como cualquier otra facultad humana, es activado desde fuera de sí
mismo. Este carácter heterólogo (dependiente de otro/a) del corazón es
fundamental. El corazón puede amarse a sí mismo, pero sólo amando a otras
personas es como hace justicia a su naturaleza y da felicidad al hombre. El
corazón afecta a todo el ser humano y, especialmente, al ámbito sentimental y
emotivo. El corazón interviene desde el contacto con lo más inmediato y
precario, como puede ser el desagrado ante una habitación
desordenada, pasando por la interpretación de la belleza de una música, hasta
lo más sublime de la entrega de la propia vida por un ideal noble. Sólo
poniendo el corazón se puede vivir una vida realmente humana. Sin corazón no se
puede vivir una verdadera
vida personal, pero sólo con corazón tampoco.
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