Monday, February 28, 2022

Putin ya ha perdido la guerra, pase lo que pase.

Nuestra sociedad occidental relativista parece haber perdido bastantes referencias. Sin embargo, ante la agresión del ejército ruso a Ucrania, millones de ciudadanos europeos y americanos, entre otros, están respondiendo con un rechazo pleno a la violencia y al sufrimiento de tantos inocentes ucranianos. La savia del respeto a la vida humana y a la libertad personal, enraizada en el cristianismo y en otras convicciones éticas, está aflorando con un ímpetu notorio en nuestro mundo democrático. Sin entrar en juicios de conciencia, la actitud del mandatario ruso está siendo tiránica y cruel. Putin, pase lo que pase, ya ha perdido la guerra.  Ha pisoteado el respeto a millones de personas, incluidos muchos de sus conciudadanos rusos, poniendo en jaque la misma paz mundial. Buscando una respuesta ante el porqué de acciones perversas, realizadas por alguna persona inteligente, los clásicos daban esta respuesta: en el mal orgullo está la perdición.  Con la razón, la valentía y la prudencia que nuestros gobernantes ejerzan, sigamos defendiendo la fraternidad entre los hombres, apoyando cada uno en lo que pueda a Ucrania, esa querida nación gravemente necesitada.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

Sunday, February 27, 2022

La paradoja de la realidad


Una imagen puede ser atractiva y hermosa. Una radiografía no suele tener mucho encanto, pero quizás sea más valiosa que una visión superficial. Existen edificios y puentes emblemáticos; cuya estabilidad depende de unas sólidas e invisibles ecuaciones matemáticas. La propia realidad esconde el misterio de su porqué; algo que no es evidente, pero que tiene un alcance decisivo para conocer el sentido de nuestra existencia.

La belleza física es deseable, pero la belleza moral de alguien que salva la vida de una niña ucraniana, aterrorizada por los bombarderos, es algo profundamente mejor. La sonrisa de una adolescente es estupenda; pero la sonrisa de un enfermo, que acepta y afronta su situación con entereza, es un hecho más significativo.

El dolor nos puede hacer más comprensivos y maduros. Algunos desengaños pueden desviar nuestra atención a referencias más seguras y nobles. El percatarnos de la aparente victoria de la soberbia y la fuerza tiránica, que pisotea la inocencia de tantas víctimas, puede llevarnos al desconcierto; pero también a la convicción de que este mundo no se sostiene por sí mismo.

Detectar la paradoja de la vida es como deshacer un nudo de nuestro espíritu. Se trata de una maniobra que conlleva sufrimiento. Si encajar un hueso dislocado es desagradable, colocar en su sitio una mente y un corazón desviados puede ser aún más dificultoso.

Disfrutar de la vida y gozar de un mundo fantástico es algo que a todos nos gusta. Pero no encontrar sentido a la adversidad, cuando aparece con notoria frecuencia, es una necedad. Sólo vislumbrando algo del valor de lo costoso se puede vivir con sentido, incluso con auténtica alegría. Estos versos lo expresan a su manera: “Baja y subirás volando al cielo de tu consuelo, porque para subir al cielo, se sube siempre bajando”.

La paradoja de la realidad, que el cristianismo expresa en las bienaventuranzas, consiste en entender el sentido orientador de todo lo desagradable e incluso terrible. Todas las dificultades, que lógicamente procuramos evitar, nos conducen a una valoración distinta de la vida. Entender el sentido del dolor y de la muerte es empezar a captar la gloriosa fuerza de la resurrección: una plenitud de vida no inmediata, pero   profundamente real. Se trata de la fuerza de la victoria de la bondad, de la inocencia y de la justicia. No es algo etéreo e inalcanzable, sino el suelo firme de todo lo demás.

Toda esta exigente escuela es necesaria para darnos cuenta de que esta vida no es la definitiva. Al mismo tiempo, la sabiduría de la paradoja nos lleva también a disfrutar de tantos momentos entrañables y simpáticos de este mundo nuestro. Un mundo que queremos hacer mejor, más humano, solidario y alegre.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, February 25, 2022

La realidad y la canción de la alegría


Ser querido o no ser querido, esta es la cuestión; permítanme enmendarle la plana a Shakespeare. El espectáculo fascinante del firmamento, la dignidad del mar, o el encanto de un atardecer en el horizonte, son marcos de referencia de una fabulosa puesta en escena. Esta grandiosa estética de la naturaleza, es un buen telón de fondo para acontecimientos más valiosos: la celebración familiar de un cumpleaños, un abuelo jugando con su nieto, o un grupo de colegiales tronchándose de risa a la salida de clase. Sin embargo, también existen los terremotos, los huracanes; o lo que es peor: la maldad en sus múltiples manifestaciones.

Cuando Tomás de Aquino descubre la noción de acto de ser, detona la clave para entender un mundo con frecuencia fantástico, aunque en ocasiones terrible. Todo ser del mundo no es necesario, no tiene en sí la causa de su existencia, y solo puede haber sido llamado a la realidad por aquél ser que sí es por sí mismo. De un modo análogo a como las cosas iluminadas se ven por la luz, los seres reales participan, sin identificarse con él, de un ser definitivo.

La comprensión de la verdad, el bien y la belleza, como aspectos nucleares del ser, desplaza la identidad del mal y la mentira a un lugar doloroso pero periférico. El mundo, porque es, es verdadero y bueno; aunque existan en él los surcos y las heridas de lo maligno. Entre todas las realidades destacan los seres humanos, con sus grandezas y debilidades. Así como el odio deshumaniza, el amor lleva al ser humano a su plenitud; si entendemos por principio del amor el respeto y la afirmación de los demás.

La razón abierta a la confianza en la realidad, hace posible el ejercicio del amor y la consiguiente felicidad. Entonces, también el dolor puede entenderse como una faceta del amor mismo: la carga de la entrega a los otros, mediante la generosidad y el ejemplo personal.

Cuando la revelación cristiana afirma que el ser necesario y absoluto es caridad, históricamente crucificada y resucitada, está enalteciendo grandiosamente el sentido de la vida. En medio de circunstancias entrañables o dolorosas, toda persona puede saberse íntimamente querida, con tal de que se deje querer por el amor de Dios y actúe filialmente en consecuencia. Es entonces cuando se escucha la eterna canción de la alegría.


José Ignacio Moreno Iturralde

Monday, February 21, 2022

Al pasar por Primaria


Caminando deprisa, pasé junto a un colegio. A través de una valla, se veía a niños y niñas pequeños hablando y jugando de lo lindo. Lucía el sol y hacía una estupenda temperatura. Andar observando la escena, interrumpida por la alternancia de los barrotes, ilustraba la rapidez de la vida. Súbitamente recordé cuando yo era un niño pequeño, y estaba en otro patio de enseñanza primaria muy parecido al que ahora veía. Ha pasado toda una vida. Me di cuenta de que hay una luz permanente, eterna, afirmación constante de lo que somos, que nos acompaña en nuestro caminar. Se experimenta entonces bienestar y felicidad.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, February 16, 2022

El castillo interior personal

        

Algunos autores clásicos han comparado el espíritu humano con un castillo. Es lógico querer estar en las almenas, viendo el paisaje o tomándose algo en una terrazita a buena temperatura. Charlar de las mil cosas que pasan en el mundo, o ver fuegos artificiales, son actividades amenas y atractivas. Pero también hace falta hacer el esfuerzo de adentrarse en las profundidades del castillo. Atravesar pasadizos oscuros, saltar algún paso que da algo de vértigo, o subir por una molesta y empinada escalera de caracol, son trabajos necesarios para encontrar alguna cámara interior, donde puede haber un tesoro. Se trata de riquezas que están en nuestro interior, sin que a veces lo sospechemos.

El filósofo Leonardo Polo hace su peculiar y trabajoso viaje al interior de la persona. Los trascendentales clásicos de la realidad -aspectos comunes que se identifican con el mismo ser de las cosas- son la verdad, el bien, la unidad y la belleza, entre otros. Polo descubre los trascendentales de la persona, afirmando que son cuatro: amor, conocimiento, libertad y coexistencia. Se trata de aspectos nucleares, que este filósofo sitúa en nuestro acto de ser. El acto de ser es lo que convierta en realidad individual una naturaleza, en este caso humana. El alma, según este autor, sería el principio que posibilita la unión entre estos trascendentales y nuestra esencia o naturaleza, donde radicarían nuestras facultades de razonar, querer, sentir, existiendo en ellas dimensiones inmateriales y corporales.

La innovación de Polo es coherente, y supone una profundización del sentido de la persona humana. Al margen de nuestro desarrollo y logros vitales, tenemos un conocimiento abierto a la realidad de todo lo real. Ese conocimiento se une a una libertad como condición de la existencia personal. Tal libertad se entrelaza con la de nuestros semejantes en el modo de coexistir con ellos. Todos estos factores activan nuestra ilimitada capacidad de amar y ser amados.

El hallazgo de los trascendentales de la persona supone descubrir una cámara del tesoro, donde encontramos una mayor grandeza en nuestra condición personal. Situar un conocimiento, amor, libertad y coexistencia, como propiedades anteriores al ejercicio de actos concretos de nuestras capacidades naturales de razonar, querer y ser sociales, tiene una gran relevancia. Este descubrimiento, sin ser totalmente conclusivo, es especialmente justo; porque múltiples personas, a lo largo de la historia, han sufrido la desgracia, el infortunio o la ruptura de sus vidas. El obrar sigue el ser: hay muchas mujeres y hombres que no han podido desarrollar sus potencialidades, y no por eso son menos dignos.

Aunque la noción clásica de alma espiritual es suficiente para sostener nuestro valor interior, esta teoría de los trascendentales enriquece la interpretación de nuestra identidad. Los cuatro trascendentales personales nos ayudan a entender la conexión de toda persona con las demás y con Dios, el origen de la realidad y del propio ser personal.  De esta manera, todos estamos relacionados con todos, sin perder un ápice de nuestra condición personal. Esto entronca directamente con la sabiduría de las religiones monoteístas, que no hablan de obligaciones con una humanidad genérica y anónima; sino de nuestros deberes con el prójimo, en quien la humanidad cobra un rostro humano, personal. Ver que cada persona tiene una cámara de tesoro personal, nos ayuda a convivir mejor, a hacer un mundo más humano.

El maravilloso mensaje del cristianismo consiste afirmar que el mismo Dios se ha hecho hombre y que, además, entiende, quiere y habita en nuestra propia morada interior, si libremente le acogemos. Él es el tesoro de nuestra intimidad personal.


José Ignacio Moreno Iturralde

Saturday, February 12, 2022

Apertura a la realidad

 

Llevé en coche a cuatro chavales de quince años, que habían terminado de jugar un partido de fútbol. Les dije que durante el trayecto a nuestro destino, unos veinte minutos, tenían que dejar a un lado el móvil porque íbamos a hablar. Aceptaron la propuesta, dado que yo era el conductor. Atravesábamos un camino de arena, con campos y cultivos a ambos lados. Estaba anocheciendo y puse las luces largas. Mi intención cumplió su propósito: divisamos un conejo, que se quedó absolutamente quieto ante el fogonazo de luz. Sugerí la posibilidad de salir del coche para intentar correr y coger al animal. La propuesta fue aceptada con entusiasmo. Los futbolistas salieron del coche y fueron tras el conejo, quien también corrió con entusiasmo y decisión, fugándose con soltura. Sinceramente, pienso que esos pocos minutos fueron mucho más apasionantes y enriquecedores para los chavales que cualquier conexión virtual.

Andar por el monte, ir a por ranas, jugar al fútbol, pasear al perro, incluso sacar la basura, son tareas reales, estimulantes, llenas de vida y de sentido. Los tiempos son los que son, la tecnología está presente y es muy útil usarla, con cabeza. El ser humano cambia y permanece. Lo que permanece, entre otras cosas, es su apertura a todo un prodigioso mundo real, donde destaca la relación con nuestros semejantes. Cada chica y cada chico viven y sueñan con su vida, y con lo que en ella quieren hacer. Saberse familiarmente queridos y protegidos, es el terreno sólido que necesitan para crecer felices. Cumpleaños, noches de Reyes Magos, muchas jornadas escolares y estupendas vacaciones, van tejiendo la vida de la infancia, con alegrías, contradicciones, risas y llantos.

La apertura a la realidad es una condición fantástica de los niños. A veces hacen observaciones muy profundas. En una catequesis le preguntaron a una niña síndrome de Down qué era el Cielo. La chiquilla respondió: “Dios por dentro”. Otras ocasiones la niñez tiende a ser egoísta, posesiva. Es el amor y la exigencia materna y paterna lo que les tiene que educar en la generosidad. Esta virtud es la respuesta coherente del ser humano ante la existencia que le ha sido dada. Pero solo puede aprenderse, viéndola hecha vida en otros. Junto a la generosidad, anida una tendencia contraria: cerrase en uno mismo, buscar exclusivamente los propios intereses. Cuando vence la vocación a la apertura a la realidad y a los demás, se encuentra la felicidad. Sin embargo, si predomina el orgullo y la cerrazón la angustia está servida. Así lo explicaba de modo metódico el filósofo Millán Puelles[1]. Chesterton lo decía a su manera: “todo está entre la luz y la oscuridad, y cada uno tiene que decidir”.

Tomás de Aquino, con su proverbial sentido común, afirmaba que lo primero que conocemos de algo es que es, que existe. Antes de su color, tamaño y definición, nos percatamos de su realidad. Es la realidad exterior la que activa nuestro conocimiento. Cuando algunos filósofos han dado prioridad a la razón sobre la realidad, en una pretendida autocoherencia, han llevado a sus seguidores por el camino de la sospecha y de la amargura.

Algunas veces la realidad se muestra dura, incluso espantosa. Hay acontecimientos que no entendemos y que nos provocan un intenso dolor. Pero el hecho de que escapen a nuestra comprensión es compatible con que tengan algún sentido, aunque por ahora esté velado a nuestros ojos. Si la realidad nos fuera enteramente comprensible, sería algo hecho por nosotros; pero no es así. Muchas veces toca aceptar una situación que no hemos escogido, para elegir libremente una respuesta personal a esa situación.

Cuando vemos a una persona atractiva, no solemos pensar porqué existe; simplemente nos alegramos de su existencia. La admiración, que lleva implícita la aceptación de la vida, es el terreno fecundo desde el que posteriormente desarrollaremos el pensamiento y la voluntad. Encontrar motivos profundos de admiración por la realidad, nos lleva a vivir la vida como una aventura: con ilusión, esfuerzo, esperanza, y cuando sea posible con buen humor. En ocasiones, perdemos la admiración y la ilusión; la jornada nos parece plana, sin color, pesada. Entonces vemos a alguien que vive y trabaja con alegría, y esto nos atrae como un imán; queremos ser así. En lo profundo de la realidad habita una enorme alegría, que merece la pena descubrir.


José Ignacio Moreno Iturralde                                                                                                              


[1] Cfr. Millán Puelles, A. La estructura de la subjetividad. Rialp, 1967.

Wednesday, February 02, 2022

Vencerá la mañana


Hay mañanas de algodón, de ventanas abiertas, divertidas. Las hay veraniegas, junto a la montaña o el mar, llenas de paz. Hay otras albas grises, frías y desapacibles. Algunos amaneceres son duros, presagian jornadas donde la dificultad pesa como una losa y la tentación de sinsentido parece quitar todo encanto a la vida.

Hay noches espléndidas, llenas del calor y la seguridad del hogar. Otras son fantásticas, como la espera de los Reyes Magos en la infancia. Las hay llenas de amor y ternura. Otras son accidentadas, azotadas por la enfermedad o el miedo. En algunas veladas aparece el fantasma del desasosiego, y la angustia intenta estrangular el alma. También, como hubo una gestación y un nacimiento, habrá una noche donde el cuerpo anuncie la muerte.

Pero la vida no es un mero ciclo; es ante todo un proyecto, una misión, una aventura. Las luces no son por las sombras, sino las sombras por las luces. La noche no es más que un contrapunto del día. La muerte es un bucle de la existencia a una vida plena y estable, en la que conviene confiar porque es superior a nuestras fuerzas. La luz plena es la verdad. La oscuridad es el error, el descamino, que ni tiene ni puede tener la consistencia del sentido de la realidad, en cuyo nervio interior habita la alegría.

Sea la mañana o la noche agradable o desagradable, siempre vence la mañana. Por esto quien camina en la luz, en las buenas obras, en la gracia de Dios, no camina a oscuras. Pregusta, con gozo o dolor, la gloria: el día que aparecerá sorpresivo y flamante, dando la luz definitiva a toda nuestra biografía.

 

José Ignacio Moreno Iturralde