Llevé
en coche a cuatro chavales de quince años, que habían terminado de jugar un
partido de fútbol. Les dije que durante el trayecto a nuestro destino, unos
veinte minutos, tenían que dejar a un lado el móvil porque íbamos a hablar. Aceptaron
la propuesta, dado que yo era el conductor. Atravesábamos un camino de arena,
con campos y cultivos a ambos lados. Estaba anocheciendo y puse las luces
largas. Mi intención cumplió su propósito: divisamos un conejo, que se quedó
absolutamente quieto ante el fogonazo de luz. Sugerí la posibilidad de salir
del coche para intentar correr y coger al animal. La propuesta fue aceptada con
entusiasmo. Los futbolistas salieron del coche y fueron tras el conejo, quien también
corrió con entusiasmo y decisión, fugándose con soltura. Sinceramente, pienso
que esos pocos minutos fueron mucho más apasionantes y enriquecedores para los
chavales que cualquier conexión virtual.
Andar
por el monte, ir a por ranas, jugar al fútbol, pasear al perro, incluso sacar
la basura, son tareas reales, estimulantes, llenas de vida y de sentido. Los
tiempos son los que son, la tecnología está presente y es muy útil usarla, con
cabeza. El ser humano cambia y permanece. Lo que permanece, entre otras cosas,
es su apertura a todo un prodigioso mundo real, donde destaca la relación con
nuestros semejantes. Cada chica y cada chico viven y sueñan con su vida, y con
lo que en ella quieren hacer. Saberse familiarmente queridos y protegidos, es
el terreno sólido que necesitan para crecer felices. Cumpleaños, noches de
Reyes Magos, muchas jornadas escolares y estupendas vacaciones, van tejiendo la
vida de la infancia, con alegrías, contradicciones, risas y llantos.
La
apertura a la realidad es una condición fantástica de los niños. A veces hacen
observaciones muy profundas. En una catequesis le preguntaron a una niña
síndrome de Down qué era el Cielo. La chiquilla respondió: “Dios por dentro”.
Otras ocasiones la niñez tiende a ser egoísta, posesiva. Es el amor y la
exigencia materna y paterna lo que les tiene que educar en la generosidad. Esta
virtud es la respuesta coherente del ser humano ante la existencia que le ha
sido dada. Pero solo puede aprenderse, viéndola hecha vida en otros. Junto a la
generosidad, anida una tendencia contraria: cerrase en uno mismo, buscar
exclusivamente los propios intereses. Cuando vence la vocación a la apertura a
la realidad y a los demás, se encuentra la felicidad. Sin embargo, si predomina
el orgullo y la cerrazón la angustia está servida. Así lo explicaba de modo
metódico el filósofo Millán Puelles. Chesterton lo decía a su
manera: “todo está entre la luz y la oscuridad, y cada uno tiene que decidir”.
Tomás
de Aquino, con su proverbial sentido común, afirmaba que lo primero que
conocemos de algo es que es, que existe. Antes de su color, tamaño y
definición, nos percatamos de su realidad. Es la realidad exterior la que
activa nuestro conocimiento. Cuando algunos filósofos han dado prioridad a la
razón sobre la realidad, en una pretendida autocoherencia, han llevado a sus
seguidores por el camino de la sospecha y de la amargura.
Algunas
veces la realidad se muestra dura, incluso espantosa. Hay acontecimientos que
no entendemos y que nos provocan un intenso dolor. Pero el hecho de que escapen
a nuestra comprensión es compatible con que tengan algún sentido, aunque por ahora
esté velado a nuestros ojos. Si la realidad nos fuera enteramente comprensible,
sería algo hecho por nosotros; pero no es así. Muchas veces toca aceptar una
situación que no hemos escogido, para elegir libremente una respuesta personal
a esa situación.
Cuando
vemos a una persona atractiva, no solemos pensar porqué existe; simplemente nos
alegramos de su existencia. La admiración, que lleva implícita la aceptación de
la vida, es el terreno fecundo desde el que posteriormente desarrollaremos el
pensamiento y la voluntad. Encontrar motivos profundos de admiración por la
realidad, nos lleva a vivir la vida como una aventura: con ilusión, esfuerzo,
esperanza, y cuando sea posible con buen humor. En ocasiones, perdemos la
admiración y la ilusión; la jornada nos parece plana, sin color, pesada.
Entonces vemos a alguien que vive y trabaja con alegría, y esto nos atrae como
un imán; queremos ser así. En lo profundo de la realidad habita una enorme
alegría, que merece la pena descubrir.
José Ignacio Moreno Iturralde