La amistad es un lujo
paradójico. En principio, un hombre podría vivir sin amigos encerrado en una
esfera de necesidades cubiertas, pero sin embargo jamás podría ser feliz.
Suelen hacerse múltiples alabanzas líricas de la amistad, aunque quizás la
amistad consista en una relación bastante fácil y descomprometida. A fin de cuentas,
un amigo puede dejarme más o menos de lado cuando le plazca, así como yo a él.
No existen contratos de amistad ni relaciones de estricta justicia, en
principio, entre los amigos. Lógicamente el egoísta no encontrará muchas
amistades, salvo las que coincidan con su estrecha franja de intereses. Aunque
las amistades puramente interesadas suelen ser poco interesantes.
Una vez pregunte a un alumno, con idea de hacerle ver el gran valor de la
amistad en los casos de necesidad, que a quién llamaría sí su casa fuera presa
de un incendio. Me contestó que a los bomberos, con un sentido común rotundo
que apagó la llama de mi argumento. En otra ocasión, ponderamos en clase la
comparación que hace Lewis entre la relación de amistad y la amorosa. Para el
escritor inglés los enamorados se miran uno a otro, mientras que los amigos
miran juntos a un objetivo común. Algún chaval dijo entonces que la amistad era
una relación " más eterna". Enardecido por aquella reflexión yo
pregunté a otro: si tuvieras que elegir entre un amigo o una mujer a quién
elegirías. Sin pestañear contestó: a la mujer.
Todos los intentos de sublimar en exceso la amistad, caen en el saco roto de
las necesidades y recortes de la vida práctica. Aunque llega el momento del
deporte, del entretenimiento o del festejo, y se hace conveniente la presencia
de los amigos. Visto así parece como si la amistad supusiera un plus vital, una
relación para los momentos apacibles de la vida. Sin embargo, cualquier persona
con un mínimo de corazón se percata de que esta visión burguesa de la amistad
es bastante pobre. Las amistades que perduran están hechas de compartir
aficiones, ideas, risas y sufrimientos. En el corazón de la amistad está el
deseo de que el amigo llegue a colmar de plenitud su vida, de que le vaya bien
por su camino, y que este sea un camino bueno. Los amigos de verdad han hecho
de la verdad el fundamento de su amistad. Por este motivo quieren lo mejor para
el otro.
Un buen amigo me dijo que no había que tener pocos amigos y buenos, sino muchos
y malos. Lo que me quería decir es que hay que tener el corazón grande y tener
amigos en muchos sitios. La gente con bastantes amigos es la que sabe querer,
la que encuentra en la amistad una satisfacción suficiente en sí misma. Tener
amigos supone también ofrecer valores que comprometen, iniciativas que
aglutinen fuerzas para proyectos diversos, de mayor o menor relevancia social.
La cultura también forma parte de la amistad. No estoy hablando de museos, en
los que disfruto, sino de tener ideas profundas y sensatas sobre la realidad
que aporten reflexiones valiosas sobre el modo de encauzar los problemas. En
definitiva, tener una personalidad bien formada es clave para fomentar las
amistades.
Saber escuchar, actividad nobilísima porque requiere sobre todo del corazón, es
otra condición para la amistad. Conviene procurar entender los problemas del
amigo, pequeños y grandes, interesantes o ridículos. No cansarse de escuchar
porque cada día, pese a su aparente monotonía, se renueva el asombroso ciclo de
la vida y de las relaciones personales. Sin embargo, la amistad no se sostiene
en el tiempo tan sólo con una visión optimista del mundo y de la naturaleza
humana. Hace falta obtener luces nuevas y perspectivas profundas de la propia
realidad y la de nuestros amigos.
Saber perdonar: tener el corazón grande para adelantarse en solucionar un
desencuentro, un conjunto de meteduras de pata de unos y otros. Qué importante
es adquirir esa deportividad en la amistad. Muchos otros aspectos se podrían
destacar en una relación tan antigua y gratificante como la amistad. Una
relación que pese a su poco rendimiento económico o comercial, sigue siendo un
baluarte defendido hasta por tipos de mala calaña.
La amistad es tan frágil y profunda como la vida misma. La amistad nos excede y
nos introduce en una relación cuyas raíces y frutos van mucho más allá de
nuestra mirada. Sí el universo es un verso, sobre él recae una mirada;
una mirada sobre nosotros, que busca nuestra amistad. Dos amigos se aprecian
más cuando son conscientes de que existe una amistad mucho más grande que
intenta ser amiga de ambos. Esta amistad nos introduce, con su factor divino,
en la relación con todas las personas, con sus grandezas y pequeñeces, con sus
noblezas y miserias. Por todo esto, la relación con cada amigo es frágil y
grandiosa, porque se puede romper y no es para tanto, o porque nunca se romperá
y durará eternamente.
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