Desde el punto de vista de la
física, Einstein, en el siglo XX, modificó el concepto del espacio y del tiempo
mediante su teoría de la relatividad. Expliquémoslo con un ejemplo. El
movimiento de un cuerpo (por ejemplo: un balón lanzado por un niño) dependerá
del lugar dentro del que se mueva (por ejemplo: un tren). Ese vagón, a su vez,
se mueve con una velocidad. Para un observador, que vaya dentro del tren, el
balón tarda un tiempo X en hacer un movimiento. Pero para un observador que
esté en la estación, por la que se mueve el tren, la velocidad del movimiento
del balón y el tiempo que invierte en su movimiento es distinto a X. Es decir:
el tiempo y el espacio son relativos a la referencia desde la que se los mida.
Toda esta
nueva versión del universo enriquece la visión filosófica del espacio y del
tiempo, no lo anula. El espacio se da donde hay materia, y el tiempo es la
medida de los cambios materiales, como antes dijimos. El universo puede
albergar múltiples espacios donde hay cuerpos que se mueven a diversas
velocidades y que emplean distintos tiempos según el lugar desde donde los
observemos. Pero el universo no está en
ninguna parte: no es relativo a ningún lugar fuera de sí mismo. Sí que puede
ser relativo a una causa trascendente a
él, que lo haya hecho existir. Se trataría de una causa inteligente que está
más allá del espacio y el tiempo, y que es coordinadora de los diversos
espacios y tiempos que se dan en el universo. Pongamos un ejemplo: en un DVD pueden
haber diversas pistas de reproducción, variadas velocidades y tiempos de
representación. Incluso hay distintos lenguajes de expresión. Pero todos estos
submenús tienen un principio ordenador común, cuyo origen trasciende o va más
allá del DVD.
Otra cuestión
contemporánea de la Física es la teoría del caos. Muy resumidamente viene a
decir que una pequeña variación de condiciones, al comienzo de un proceso,
puede tener al final del mismo grandes consecuencias. Se pone el ejemplo típico
de que el vuelo de una mariposa puede tener que ver, a lo largo del espacio y
del tiempo, con un tifón al otro extremo del mundo. Un ejemplo más cercano y
realista es la dificultad para prever con total exactitud el tiempo atmosférico
en un futuro próximo. La física no puede contener todas las variables posibles
de la naturaleza y, se dan con frecuencia cambios inesperados en las
predicciones. Una interesante implicación filosófica que se desprende de esto
es la negación de un determinismo –una explicación rígida- para prever el
futuro de lo que sucederá en el espacio.
La
visión de la física se mueve en el ámbito de cómo funciona el espacio y el
tiempo, pero no de por qué existen, ni de cuál es su finalidad. Las visiones de
las distintas filosofías sí que intentan responder a estas preguntas
meta-físicas (que van más allá de la física), bien sea dando una respuestas o
bien diciendo que no hay respuesta posible. Vamos a volver, a continuación, a
un tipo de explicaciones filosóficas que afirman el sentido metafísico del mundo.
La materia es
infinitamente divisible pero siempre está finitamente dividida. Algo similar
ocurre con los periodos temporales. Las matemáticas no logran agotar la
realidad de la materia y del tiempo.
El tiempo es la medida del cambio según una cierta permanencia. Este
cambio supone, en definitiva, una finalidad previa al movimiento, como vimos
antes. Relacionemos ahora los términos espacio, tiempo y finalidad mediante un
ejemplo. Si trazamos una línea en una pizarra ocupamos un espacio de ella, invirtiendo
un cierto tiempo en pintarla. Pero la finalidad con la que hemos trazado esa
línea, está en ella y en la mente del que la pinta. La continuidad del espacio
y el tiempo se puede entender más profundamente desde la noción de finalidad.
El concepto de finalidad está
directamente relacionado con la quinta vía de Tomás de Aquino sobre el orden en
el mundo. La finalidad no es un término científico experimental, pero es el
fundamento de toda ciencia: el campo propio de la filosofía.
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