En el día de Navidad, vuelve a resultar abrumadora la sencillez y la humildad del Portal de Belén. El misterio más asombroso de la historia se esconde en un Niño nacido en un pesebre, en unas condiciones muy precarias, rodeado del cariño de María y de José. El estilo de Dios se muestra sencillo, cercano, profundamente humano y entrañable. Pienso que tiene mucha relación con la vida cotidiana: nuestra familia, el trabajo y el trato con quienes allí nos encontramos, así como la relación con amigos y conocidos. Sin embargo, quizás pensamos con frecuencia en ilusiones y proyectos extraordinarios, muchos de ellos seguramente estupendos; pero que pueden desviar nuestra atención de lo normal de cada día.
Sabemos
que la vida cotidiana es la gran cuestión, pero a veces se nos presenta como
ardua, difícil, aburrida o simplona. Esto supone un error serio y quisiera
recordar porqué. Vivimos en un universo con millones de galaxias, dentro de un
modesto planeta notoriamente asombroso, con toda una vida en nuestras manos y
con personas que nos quieren y a las que podemos querer. Además, el portal de
Belén nos recuerda que todo un Dios se hace como nosotros para dar sentido
último a todos nuestros buenos momentos y a todas nuestras dificultades,
incluida la muerte que ha sido asumida y superada por el Hijo unigénito de
Dios. Por si fuera poco, Jesucristo nos da en su Iglesia, la cercanía de su ser
a través de su cuerpo y de su sangre verdadera, real y sustancialmente
presentes en el sacramento de la Eucaristía, al que une todos los demás como el
de la confesión, que es lo mismo que perdón, alegría y felicidad.
Es
lógico que en nuestra sociedad de la comunicación nos inquieten los serios
problemas del mundo, y que hagamos lo posible por remediarlos. Pero pienso que el
modo más eficaz es vivir bien las realidades cotidianas que nos tocan vivir. Lo
cotidiano tiene entidad y fuerza, más que de sobra, para mejorar notoriamente
la categoría de nuestra personalidad. En Belén Dios se ha unido a la historia
sencilla de cada hombre y mujer, la elevado a la categoría de la vida de un
hijo de Dios y, si nos esforzamos por vivirla bien, pese a nuestras
fragilidades y errores, estaremos unidos a Jesucristo y, con Él, a todo el
mundo.
Lo
cotidiano, lo normal, lo sencillo, vivido en unión con Dios, es lo más
grandioso que tenemos a nuestra mano. No entenderlo es síntoma de una de las
consecuencias del pecado original: la falta de alegría y de asombro ante la
creación. Un asombro y alegría que pueden recuperarse sobreabundantemente al
contemplar cómo el Portal de Belén puede llenar de contento y de sentido
nuestra propia vida.
José Ignacio Moreno Iturralde