El emperador Marcó Aurelio
afirmaba que la vida tiene más de guerra que de danza. Cuando se pone el
objetivo solo en la danza, no hablo de los profesionales de este arte, la vida
da mucha guerra.
La vida de muchos niños es una existencia de felicidad mágica. Ellos son, sin
duda, grandes maestros del vivir. Pero esa infancia, que Chesterton definía
como "cien ventanales abiertos", se transforma con el paso del tiempo
en un mundo difícil, con muchas puertas cerradas. Hay quienes llegan a
considerar que hay que pensarse mucho si trae cuenta traer un hijo a este
mundo... Menos mal que sus padres no tuvieron tantos reparos.
Algún sabio comentó que los males del mundo provienen de la falta de moralidad
y del exceso de ambición. Cuando campea la voluntad de dominio o poder, la
historia nos ha demostrado lo bajo a lo que se puede llegar. Pero otras veces,
lo que preside la conducta es un jovial materialismo, aparentemente moderado,
que se quiere mover en los plácidos linderos del espíritu pagano. Sin embargo,
en ese contexto, la endivia, la discordia y la enemistad están a la vuelta de
la esquina. Sin duda existen muchas virtudes humanas en las relaciones
personales de los jóvenes del botellón nocturno, pero pronto llega la mañana
con sus amargas responsabilidades. A la magia de la noche sucede la luz de lo
cotidiano, y muchos rostros muestran el desencanto de una vida que sólo
encuentra el entretenimiento en ambientes esporádicos y, quizás, artificiales.
El descanso y la diversión con los amigos son necesarios para toda persona.
Pero entusiasmarse con la vida es una tarea urgente que requiere afrontar la
realidad con un conocimiento acertado y profundo. El conocimiento es algo de lo
que no se puede prescindir. Desde la mecánica a la bioquímica, cada quien tiene
que ejercitar su inteligencia en una tarea que redunde en beneficio de los
demás y de sí mismo. Ese conocimiento, que termina en senderos profesionales,
se abre al conocimiento y perfección de la convivencia. De mi valoración de las
personas dependerá el trato que las dispense, y de ese trato dependerá mi
verdadera valoración de ellas. Es decir, el conocimiento se avalora con las
virtudes.
La gran alegría que puede tener el hombre no es una enajenación transitoria,
sino que debería ser nuestra condición nativa, como afirma Chesterton. Sin
embargo, como la actitud inicial del conocimiento es la humildad y la de la
fraternidad es la entrega, la soberbia y el odio son las dos serpientes que se
empeñan en devorar el corazón de la felicidad.
Conocer el sentido de la propia vida lleva a conocer el mundo y a trabajar en
él. Así descubrimos los nombres de las cosas, y especialmente los de las
personas. Nuestra palabra no es "performartiva": no crea de la nada.
Pero, desde la paz y la seguridad interior, podemos decir palabras que ayuden a
nuestros semejantes a sentirse y saberse con más ganas de vivir, contribuyendo
a formar un mundo más humano. Este es el camino para afirmar la vida y para
darla. Una vida a la altura del ser humano, una vida alegre, con significado y
valor, aunque acompañen los dolores y las dificultades.
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