Tal vez la originalidad tenga que ver con el origen.
Y el origen nos puede recordar el lugar donde uno ha nacido, donde estaban los
amigos de la infancia; en definitiva: la patria chica. Es un lugar entrañable.
Allí uno se encuentra a gusto; esta bien consigo mismo.
Hay niveles más profundos de
encontrarse uno a sí mismo; de aceptarse -sin que esto suponga una claudicación
por superarse-, de estar contento. Quizás sea ahí: en el conocimiento de
nuestra naturaleza, en la madurez que supone saber algo sobre nuestras
posibilidades y límites, donde uno puede lograr ilusión para hacer de sí mismo
“un clásico”.
Quizás para ser un “clásico”, genio y figura, no hace falta poseer la
intuición de Einstein o la imaginación de Spielberg, o el ritmo de los Beatles.
Simplemente puede consistir en sacar fuera lo mejor de nosotros mismos. Tal vez
todo sea tan sencillo como ser normal o ser natural. Pero... ¿qué es ser
natural? Actuar según nuestra naturaleza más verdadera. Explica Millán Puelles[1] que
las personas estamos compuestas por una tendencia a abrirnos a la realidad y
por otra tendencia a cerrarnos en nosotros mismos. De la pugna entre ambas surgirá el resultado de la propia vida. La
tendencia a la apertura puede llamarse vocación profesional, afectiva,
espiritual, etc.; la clausura se llama egoísmo. Así, la vocación es para algunos motivo de felicidad y para otros
motivos de angustia.
Hay algo que a los humanos nos atrae
como un poderoso imán: la alegría. Al entender la vida al revés, sustituyendo
la autorrealización o ‘egobuilding’ por el servicio a los demás, uno se libera
de las autoritarias exigencias de su propio yo. Exigencias que pueden ser
gigantes e irrealizables y, por tanto, sustituidas con el tiempo por la apatía
o el peor conservadurismo: la cobardía de encerrarse en el anonimato.
Salir de uno mismo supone iniciar la
aventura de acceder a una realidad que es anterior a mí; es disfrutar con la
existencia de unas leyes previas a mí, en las que puedo descansar. Esta actitud
ofrece resortes para afrontar los imprevistos de la existencia. Posibilita
abandonar la pesada carga de algunos proyectos personales que tal vez no sean
necesarios. Cuando uno aprende a ponerse en su sitio también aprende a quererse
mejor a si mismo.
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