Saturday, September 23, 2023

Aristóteles hoy: género y generación.


Actualmente, diversas investigaciones sociológicas nos insisten en que el género es algo cultural, siendo el sexo algo biológico. Permítanme no estar del todo de acuerdo: por su cumpleaños yo no regalaría a mi padre un ramo de rosas, ni a mi madre una maquinilla de afeitar. Sospecho que, tras estas tradiciones culturales, en parte variables, hay una nítida conexión con la naturaleza.

Cuando Aristóteles hablaba de los géneros, entendía lo que es común a una serie de seres similares. Tales seres se dividían según diferencias específicas. Por ejemplo, si hablo de frutas puedo distinguir entre las naranjas y las piñas. Pero si se pusiera de moda decir que las piñas y las naranjas son lo mismo, se empobrecería no solo mi conocimiento de ambas, sino también el del género frutal. Con otro ejemplo puedo afirmar que sé mejor lo que es el ajedrez, cuando distingo entre las capacidades de cada una de sus piezas.

Con absoluto respeto a la dignidad de todas las personas, si el sexo femenino y el masculino son irrelevantes e intercambiables, la experiencia del género humano no se enriquece, sino que queda ensombrecida. Voy a intentar demostrar por qué: un género de seres vivos se debe a su generación, a su fascinante capacidad de transmitir la vida a sus descendientes; es decir, de dar fruto. Tal generación se basa en la procreación, posibilitada naturalmente por la distinción femenina y masculina. Suprimir esta originaria diferencia específica, no solo distorsiona las ideas de maternidad, paternidad y filiación; sino que además pone en jaque nuestra misma supervivencia como especie.

Una realidad que se imponga al sujeto humano de un modo tiránico, sin tener en cuenta nuestro modo de ser libre, es rechazable. Pero una subjetividad personal que se enfrente frontalmente a la realidad, supone una falta de sensatez que trae duras consecuencias para la vida de las personas y de las sociedades.

Puede ser que Aristóteles no guste a todo el mundo, pero entonces debe ser superado por alguien de mayor sentido común; un sentido enormemente eficaz en nuestra vida.


José Ignacio Moreno Iturralde

Thursday, September 21, 2023

El embrión humano: datos.


* 6º o 7º día: envía un mensaje químico que suspende el ciclo menstrual de la madre.

* Un mes: mide 4 milímetros y medio. Su corazón late desde hace una semana.

*60 días: mide 3 cm de la cabeza a las posaderas. Tiene manos, pies , cabeza. Órganos, cerebro.

* Dos meses: ya funciona su sistema nervioso

* Cuatro meses: se agita vivamente.

* Cinco meses: se chupa el dedo.

El que se consideraba una mórula informa llega a ser un ser humano. No ocurriría nada igual si se hubiera tratado de un conjunto de órganos sin  más.

 

Datos aportados por el genetista Jérôme Lejeune.

Saturday, September 16, 2023

Orgullo, perdón y vida.

Algún enfado en el tráfico o en el trabajo, puede dejarnos mal cuerpo. Pero una cosa muy distinta, es cuando se produce una discusión con alguien muy valorado y querido: un familiar próximo, o un buen amigo. La otra persona ha tenido con nosotros un mal gesto, una actitud negativa, y nos ha defraudado profundamente. Entonces, queda en nosotros el amargo sabor del desengaño y el orgullo personal herido. No me refiero aquí a actos notoriamente delictivos, con consecuencias penales, sino a cosas de menos fuste, pero que pueden influir mucho en nuestro estado de ánimo.

Es la hora de intentar serenarse, de dejar pasar algunas horas o días, y de pensar; es decir: de ponerse en el lugar del otro. Quizás no solo tuvo ella o él la culpa, tal vez una parte del problema estuvo en nosotros. Utilizar la cabeza requiere también poner en funcionamiento de la perspectiva: La persona con la que nos hemos enfadado probablemente ha tenido múltiples detalles buenos con nosotros, aunque ahora nos haya fastidiado. Pienso que es importante insistir en que el sentimiento no conoce, quien lo hace es la inteligencia y es ella quien ha de dirigir nuestros pasos. De todos modos, la carga emocional experimentada puede ser tan fuerte que nos lleve a tachar esa persona de nuestra cordialidad y afecto para siempre. Tal vez consideramos ésta una actitud como señal de fortaleza y de personalidad por nuestra parte, pero la verdad es que se trata de una respuesta bastante vulgar. El rencor solo genera rencor, aislamiento y tristeza: un ambiente tóxico que estrangula la cordialidad.

Aprender a perdonar puede ser difícil; por esto, tal vez nos ayude un sabio consejo: querer querer, ya es amar en cristiano. Si nos vemos sin voluntad de perdonar, podemos al menos querer tenerla. El perdón nos hace ser más sensatos, positivos y mejores. Al fin y al cabo, querer de verdad a una persona es quererla con sus defectos, aunque en ocasiones haya que hacérselos ver con firmeza y amistad; es decir: de un modo animante. La persona corregida, debe saberse querida por quien le hace ver su error. Por otra parte, cada uno de nosotros también se ha equivocado, quizás bastantes veces. También hemos podido defraudar a otros a quienes apreciamos. Y es claro que desearíamos recibir su perdón.

Sin olvidar el valor de la justicia y de la obligación de hacer valer nuestros derechos, probablemente lo más humano que existe es la misericordia: el querer a los demás, sabiendo poner el corazón en la miseria ajena. Querer es ante todo comprender, animar, levantar. Se trata, como decía un buen amigo, de saltar por encima del propio yo para enlazar a Dios con los demás. Entonces se calma el rostro, incluso se esboza una leve sonrisa. La misericordia, que supone un cierto pisotearse a uno mismo, da vida a los demás. Su poder es discreto en apariencia y enorme en eficacia humana, porque enlaza con un misterio profundamente divino que, asombrosamente, nos pide incluso perdonar a nuestros enemigos. La misericordia, el perdón, es fuente de luz y de vida, y hace recobrar la alegría. Vencer el orgullo personal y ofrecer el perdón, no es solo un ejercicio de autodisciplina, sino un don de lo alto que hay que pedir con humildad. Entonces, descubrimos lo más nuclear de la realidad: la misericordia es de tal grandeza, que enlaza íntimamente con la vida de Dios.  


José Ignacio Moreno Iturralde

Sunday, September 03, 2023

El mayor título: la vocación cristiana personal.

Parece ser que Woody Allen no fue a recoger un Óscar a Hollywood, alegando que tenía que en ese momento estaba tocando el clarinete…Todo un personaje; pero a la mayoría de las personas nos encantaría recibir un premio de esa categoría. Jóvenes y mayores nos esforzamos por conseguir metas, buscamos títulos, premios y reconocimientos profesionales. Todo esto, muchas veces -no siempre-, está muy bien.

Respecto a Dios las cosas funcionan de otra manera: es Él quien nos busca y nos da su gracia divina -su ayuda- en la Iglesia, haciéndonos ser hijos suyos. Además, nos propone de un modo totalmente compatible con nuestra libertad, la posibilidad de un camino concreto personal, de una vocación. Esto requiere, por nuestra parte, fe y generosidad. Me dirijo a cristianos, pero Dios no se ata las manos con los sacramentos y actúa en toda persona de buena voluntad.

Puede sucedernos que, con el paso del tiempo, habiendo encontrado esa vocación cristiana, nos acostumbremos a ella y no le sacamos brillo. Zarzas del camino y nubes en el horizonte pretenden enturbiar ese gran don divino. Es hora de rezar más, de pedirle a la Virgen una caricia maternal en la frente, para ver claro. Y entonces, con facilidad, volvemos a divisar en nuestra vida la luz del sol por el día, y el firmamento limpio por la noche. Entonces aparecen muchas estrellas, y reconocemos la nuestra, que es una estrella de alegría. Nos damos cuenta entonces de que el mayor título con el que contamos es la vocación cristiana personal, que Dios nos ha dado por su paternal misericordia.


José Ignacio Moreno Iturralde

Saturday, September 02, 2023

Un hombre que verdaderamente triunfó.

Era un chavalillo, ilusionado por la vida, con fantásticos proyectos. La condición de sus padres, aunque modesta, le permitió conocer mundo siendo joven. Pronto llegaron los cañones de la guerra, y tuvo que ingeniárselas para sobrevivir, con admirable dignidad, en circunstancias muy peligrosas.

Siguieron tiempos de precariedad económica, de ayuda a sus familiares más queridos, y posteriormente de progreso profesional. Un amor inesperado le sacó de un mundo cotidiano, en que la mente se veía alterada, en ocasiones, por luces de bengala. Pero llegó una luz buena: el matrimonio, esa complementariedad real y con limitaciones, le hizo feliz.

Su vida fue muy normal. Solía decir que la inteligencia es poner cada cosa en su sitio, y él supo estar en el suyo. Solía sostener que cada uno no ha de aspirar a más de lo que puede, y sin embargo, consiguió superar retos difíciles. No tenía una alta autoestima, aunque fue lo mejor que un hombre puede ser: bueno y fiel. Era agradecido y estuvo donde la vida le llamaba, con sentido común y una profunda confianza en Dios. Supeditó sus ilusiones personales al bien de su familia. Aun teniendo un buen trabajo, no logró llegar a dedicarse a lo que realmente le gustaba; y, pese a esto, se realizó plenamente. Ante todo, le tocó la lotería en algo crucial: su mujer; alguien que irradiaba luces de ánimo y brisas de alegría. Supo cuidarla siempre y en la hora de la muerte. Afrontó una larga viudez, conviviendo con la tremenda dureza de la soledad, la fuerza de los sacramentos y la relación con su hijo, con quien logró una fantástica amistad.

Su carrea profesional no fue una sucesión de éxitos, pero triunfó como persona. Lo que brilla en la eternidad, pasa con frecuencia oculto en este mundo. Y él supo estar a la altura de las circunstancias: fue un buen marido y un padre estupendo. Pienso que su figura, limitada y modesta, se ve ahora engrandecida por luces divinas que nos muestran la profundidad de lo humano: el enorme valor de la vida de una persona que hizo, en lo más importante y decisivo, lo que tenía que hacer.


José Ignacio Moreno Iturralde