Pieper, en su obra " Las
virtudes fundamentales", destaca que la esperanza tiene mucho que ver con
la aceptación de la propia vida. Sabemos que esto no es siempre fácil,
especialmente para personas expuestas a duras condiciones de existencia.
Antonio Ruiz Retegui, autor del libro " Pulchrum" (Belleza), también
insiste en la necesidad de la aceptación de la propia existencia para la
plenitud personal. Pero... ¿ por qué tendría que aceptar su existencia un
enfermo de cáncer o de depresión severa? ¿ Porque no tiene más remedio? Ruiz
Retegui interpreta el sentido positivo de la aceptación de la propia vida desde
la perspectiva providencial de la misma. Cualquier suerte o desgracia que me
toque es la mía, y yo estoy llamado a vivirla de un modo personal e
irrepetible. Algo que me ha tocado no es simplemente un boleto de azar, sino un
camino a recorrer. Ciertamente el Óscar a una interpretación cinematográfica no
tiene que ver con la salud o con el nivel socioeconómico del personaje, sino
con la profesionalidad del actor que representa a un príncipe o a un mendigo.
Todos preferimos los lujos de la corte antes que los andrajos de miseria, pese
a las advertencias de la literatura de Mark Twain o la pletórica alegría de
Francisco de Asís. Aunque, si no miserable, una vida sencilla puede tener más
felicidad que otra encumbrada. Sea lo que fuere, respetando el noble y legitimo
derecho a la promoción profesional y social, hay un gran porcentaje de factores
en nuestra vida que no hemos elegido a nuestro gusto. Chesterton explica como
la aventura surge precisamente donde hay algo que no corre de nuestra cuenta y
necesitamos afrontar.
La complementariedad entre libertad y providencia, de la que hablamos
anteriormente, es un marco adecuado para la esperanza. Yo debo hacer lo que
puedo, no más. Quizás sea poca cosa, tal vez no. Lo que verdaderamente importa
es poner todos los medios humanos para conseguir algo noble y esperar que
ocurrirá, lo veamos o no. Se trata de una postura sensata porque reside en la
convicción de ponernos en nuestro sitio, y confiar en que alguien superior a
nuestras fuerzas arreglara las cosas, más tarde o más temprano, en esta vida o
después de la muerte.
Es verdad que la existencia trae consigo desengaños, pero estas frustraciones
nos sacan de las mentiras; nos convencen de que habíamos puesto nuestra
confianza en algo equivocado, o que invertimos nuestra felicidad , plenamente,
en algo que se podía romper. Pero los desengaños nada tienen que decir
respecto a lo que no puede engañar. Las tristezas experimentadas son el envés
de las alegrías estables: el nacimiento de un hijo, la mirada benévola de
nuestro abuelo, o la belleza de la fidelidad matrimonial.
La esperanza de los niños en la noche de Reyes Magos es de una consistencia
demoledora. La mirada victoriosa de un anciano feliz, curtido en la virtud,
resiste a cualquier filosofía de la inquietud y la sospecha. Confiar en lo que
es digno de confianza es como flotar en el mar del mundo y poder navegar hacia
un rumbo concreto. Supone la sana disposición de reposar la mente sobre la
almohada de la verdad. Esperar es vivir con más intensidad, potenciar la
ilusión, acercarse a la plenitud. La esperanza se abre a la magia del misterio,
la más plena de las realidades.
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