Saturday, July 22, 2017

Lo último que se pierde


Pieper, en su obra " Las virtudes fundamentales", destaca que la esperanza tiene mucho que ver con la aceptación de la propia vida. Sabemos que esto no es siempre fácil, especialmente para personas expuestas a duras condiciones de existencia.

Antonio Ruiz Retegui, autor del libro " Pulchrum" (Belleza), también insiste en la necesidad de la aceptación de la propia existencia para la plenitud personal. Pero... ¿ por qué tendría que aceptar su existencia un enfermo de cáncer o de depresión severa? ¿ Porque no tiene más remedio? Ruiz Retegui interpreta el sentido positivo de la aceptación de la propia vida desde la perspectiva providencial de la misma. Cualquier suerte o desgracia que me toque es la mía, y yo estoy llamado a vivirla de un modo personal e irrepetible. Algo que me ha tocado no es simplemente un boleto de azar, sino un camino a recorrer. Ciertamente el Óscar a una interpretación cinematográfica no tiene que ver con la salud o con el nivel socioeconómico del personaje, sino con la profesionalidad del actor que representa a un príncipe o a un mendigo. Todos preferimos los lujos de la corte antes que los andrajos de miseria, pese a las advertencias de la literatura de Mark Twain o la pletórica alegría de Francisco de Asís. Aunque, si no miserable, una vida sencilla puede tener más felicidad que otra encumbrada. Sea lo que fuere, respetando el noble y legitimo derecho a la promoción profesional y social, hay un gran porcentaje de factores en nuestra vida que no hemos elegido a nuestro gusto. Chesterton explica como la aventura surge precisamente donde hay algo que no corre de nuestra cuenta y necesitamos afrontar.

La complementariedad entre libertad y providencia, de la que hablamos anteriormente, es un marco adecuado para la esperanza. Yo debo hacer lo que puedo, no más. Quizás sea poca cosa, tal vez no. Lo que verdaderamente importa es poner todos los medios humanos para conseguir algo noble y esperar que ocurrirá, lo veamos o no. Se trata de una postura sensata porque reside en la convicción de ponernos en nuestro sitio, y confiar en que alguien superior a nuestras fuerzas arreglara las cosas, más tarde o más temprano, en esta vida o después de la muerte.

Es verdad que la existencia trae consigo desengaños, pero estas frustraciones nos sacan de las mentiras; nos convencen de que habíamos puesto nuestra confianza en algo equivocado, o que invertimos nuestra felicidad , plenamente, en algo que se podía romper.  Pero los desengaños nada tienen que decir respecto a lo que no puede engañar. Las tristezas experimentadas son el envés de las alegrías estables: el nacimiento de un hijo, la mirada benévola de nuestro abuelo, o la belleza de la fidelidad matrimonial.

La esperanza de los niños en la noche de Reyes Magos es de una consistencia demoledora. La mirada victoriosa de un anciano feliz, curtido en la virtud, resiste a cualquier filosofía de la inquietud y la sospecha. Confiar en lo que es digno de confianza es como flotar en el mar del mundo y poder navegar hacia un rumbo concreto. Supone la sana disposición de reposar la mente sobre la almohada de la verdad. Esperar es vivir con más intensidad, potenciar la ilusión, acercarse a la plenitud. La esperanza se abre a la magia del misterio, la más plena de las realidades.

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