Nietzsche dijo de sí mismo:
"yo no soy un hombre, soy dinamita". Algo de razón tenía pues llevó a
cabo " una filosofía del martillo", como a él le gustaba decir,
contra unos valores sociales que consideraba decadentes. Este autor alemán
defendió una vida que debía ser "lo más lujuriosa y tropical posible".
Renegó del cristianismo, por considerarlo una moral de esclavos. Llegó a
afirmar que "la muerte de Dios era una aurora", una liberación.
Propuso como núcleo de su filosofía la "voluntad de dominio o voluntad de
poder", la propia de un nuevo tipo de hombre: " el superhombre".
Se trataría de una persona que no se somete a los valores, sino que crea los
suyos propios. Hasta tal punto lo creyó, que Nietzsche afirmaba que un síntoma
de debilidad era la ayuda y la misericordia con los pobres y débiles de este
mundo. La eternidad se transformaría en un ciclo interno al propio universo en
torno a los nuevos valores del superhombre: "el eterno retorno", en
expresión de este autor.
El planteamiento de Nietzsche tiene unos tintes tan dramáticos, y tan exentos
de sentido del humor, que casi mueve a la broma si no fuera porque pocas
décadas después obtuvo el poder en Alemania el partido nazi. Una ideología que
guarda muchos puntos de vista en común con el famoso filósofo de poblado
bigote.
Lo paradójico del pensamiento de Nietzsche es que cabría esperar de su
existencia, la de un vigoroso ario pletórico de salud y de fuerza. Todo lo
contrario: Nietzsche fue un enfermo crónico, que sufrió intensamente por
motivos psicológicos. Su exaltación de la vida nace de una existencia marcada por
el dolor y el drama. Nietzsche era un hombre doliente, el individuo que él
afirma despreciar.
Decía que los metafísicos eran unos "tejedores de telarañas".
Escribió de Kant que era "un cristiano alevoso", por no acabar
de afirmar definitivamente que no hay más mundo que el de las apariencias, que
la única realidad es la que pasa y fluye sin cesar. Escribió que la vida es
pasional, instintiva. Apostó por un irracionalismo que hacía de la razón una
capacidad de fines utilitaristas, sin ningún tipo de capacidad de llegar a
verdades definitivas. Justificó el escepticismo, incluso el cinismo, con
expresiones tan patéticas como la de su "admiración por la recia madera de
los criminales siberianos".
Todo ello estaba envuelto en sugerentes mitos y personajes, como el de
Zarathustra, al que atribuye capacidades proféticas, poniendo en él esta
demoledora forma de pensar. Se trata de una sugerente literatura que tiene el
morbo de la rebelión contra los pilares de la sociedad occidental del siglo
XIX.
Su afán destructivo tomó carta de obsesión, hasta el punto de provocar el
colapso mental del propio autor. Once años, de 1889 a 1900, pasó Nietzsche
definitivamente postrado hasta su muerte. Su madre y su hermana se hicieron
cargo del enfermo, sin tener en cuenta las teorías eugenésicas de su familiar.
Nadie es quien para juzgar la conciencia de otro hombre, pero sí se pueden
enjuiciar sus hechos, palabras y escritos. Nietzsche arremetió, con su aguda
inteligencia, contra todo aquello que pudiera dar sentido al dolor y a la
pobreza de este mundo. Lo hizo con una decisión firme y rotunda, y cayó preso
en su propia trampa. Su obra ha sido divulgada y conocida en todo el mundo.
Parece bastante claro que influyó en el pensamiento de Hitler. Su mensaje sigue
siendo hoy, para muchos, atractivo por intentar poner en jaque el núcleo de la
moral. Es curioso observar como el mundo admira, en ocasiones, a los que han
justificado la opresión de gran parte de la humanidad, precisamente la más
necesitada de comprensión y ayuda.
El irracionalismo de Nietzsche tiene el atractivo de una rebelión contra todo
lo opresivo de la existencia, pero cualquier persona medianamente madura puede
juzgar las consecuencias que se derivarían para uno mismo de poner en práctica
los planteamientos de este filósofo.
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