Cada
país y cada persona tiene su estilo e identidad. Es propio de un carácter
tolerante y abierto valorar lo positivo de los demás. Cada realidad guarda un
equilibrio entre sus rasgos individuales y su relación con todo lo demás. El
valor de la identidad de cada ser depende, al mismo tiempo, de su naturaleza
propia y de su armonía con el conjunto que le rodea. Cuando alguien se
encuentra bien consigo mismo, está más capacitado para poder estimar la
realidad ajena. También sucede que la relación con los demás puede ayudarnos a
convivir mejor con nosotros mismos.
De todo esto se deduce la necesidad del conocimiento propio, de sus
potencialidades y límites, para tener un mayor acierto en el vivir. En la
medida que hallemos la raíz de nuestro ser, tendremos más opciones para no
irnos por las ramas. Conocer los propios límites es requisito para
acertar en nuestro radio de acción mas eficaz. Este conocimiento economiza
nuestras fuerzas y nos deja margen para la contemplación de un mundo asombroso,
repleto de realidades distintas a nosotros que pasan a formar parte de nuestras
biografías.
De vez en cuando, la vida nos lleva de un sitio para otro. Conocemos lugares y
personas diferentes, con algunas de las cuales podemos establecer relaciones
importantes. En todo esto hay mucho de realidad no elegida, y de cómo se
establezca la relación con ella depende que formemos una personalidad más o
menos lograda y positiva. Junto a las diversas etapas y circunstancias, la
propia personalidad va adquiriendo unas referencias propias para enfocar lo que
toca vivir. Sin esas raíces, las distintas situaciones del mundo que nos rodean
podrían parecer en ocasiones erráticas o absurdas. Cada personalidad se
enriquece en su entorno, pero no al precio de dejar de ser ella misma.
Cambian los lugares y las personas, pero dentro de nosotros permanece una
cierta interpretación de lo que ocurre. Esa interpretación es intelectual
y afectiva, personal y relacionada con los demás. La habitación interior de
nuestro espíritu es la que nos posibilita vivir con mayor o menor plenitud,
sabiendo interpretar lo que vivimos. La solidez y habitabilidad interiores
están en continua construcción y remodelación, al entrar en diálogo y en acción
con el mundo y con nuestros semejantes. Tan humano es aceptarnos a nosotros
mismos y saber acoger a otros muchos en nuestro interior; como excluir con
decisión algunos aspectos o conductas negativas, propias o ajenas, que pueden
arruinar nuestro mundo interior, donde también están presentes nuestros seres
más queridos.
Se dice que la luz riela en el agua de un río o de un mar, cuando resplandece
en destellos múltiples y móviles que provienen de un mismo foco de luz. Las
olas son múltiples y distintas; pero la luz por la que se hacen visibles y
fuentes de vida es común y exterior a ellas. Nuestra personalidad atraviesa por
distintas aguas y corrientes, pero la navegación de la vida será tanto más
acertada cuanto mejor sea la luz con la que enfocamos nuestra propia existencia
y la de los demás.
No comments:
Post a Comment