Wednesday, July 30, 2025

El cuerpo humano como templo


La salud es un gran tesoro que hay que cuidar. Es inteligente procurar mantenerse en forma con una vida ordenada, el ejercicio apropiado a la edad que cada uno tenga, y el descanso necesario. Por otra parte, el buen gusto en el vestir es una manifestación de amor a la vida. Pero del mismo modo que descuidar el cuerpo es un error, reducirse a ser un cuerpo es una equivocación seria.

La personalidad de cada una y de cada uno, íntimamente unida a lo corporal, es algo que supera lo fisiológico. La inteligencia, la fuerza de voluntad, o la capacidad de amor y entrega por alguien, no es algo determinado totalmente por la genética. El cuerpo humano está capacitado para expresar acciones libres, siendo la libertad y su ejercicio algo que trasciende la materia. Por esto, ante un mismo dolor, las personas pueden reaccionar de muy diversas maneras.

El cuerpo manifiesta la profundidad de una persona que tiene una inteligencia, una voluntad y un corazón que dan sentido a sus expresiones corporales. Tenemos una interioridad que no damos a conocer a cualquiera: esto sucede tanto en las ideas y en los afectos, como en lo físico. Por esto, el pudor es algo natural en nosotros: sentimos indignación y vergüenza cuando se vulnera nuestra intimidad.

Tenemos el cuerpo de una persona; es decir: el cuerpo no es un objeto sobre el que tengamos posesión como si fuera una moto o un coche. Comportarse, por ejemplo en el modo de vestir, como si el ser humano no fuera nada más que su cuerpo, supone una falta de dignidad. Esto se debe a que la dignidad se refiere al valor personal de cada vida humana. Siendo lo corporal naturalmente repetitivo, es el espíritu de cada persona el que otorga un significativo valor único a su cuerpo.

El culto al cuerpo es un error, porque el cuerpo está diseñado para querer a los demás y a Dios. El cuerpo es para el culto y no el culto para el cuerpo.

La convicción cristiana de que cada persona humana en amistad con Dios es portador o templo del Espíritu Santo, nos introduce en una dimensión de enorme valoración de lo corporal. El cuerpo humano y su belleza no es el de un mero animal sano, sino el de una persona -alma y cuerpo- con la capacidad de hacer de toda su persona y su vida algo realmente valioso y bonito.

Todo lo dicho antes atañe a todos, también a tantos que están en situación de pobreza y marginación. La ayuda a personas especialmente necesitadas es una manifestación de que valoramos su dignidad; además, como afirma el Evangelio, con ellas se identifica especialmente el propio Dios.



José Ignacio Moreno Iturralde

Monday, July 28, 2025

Las paradojas del ser humano

“Eres grande”, eres un crack” son elogios bienintencionados, que a veces hacen algo de gracia. Esto se debe a que constatamos las limitaciones propias y ajenas de la condición humana. Algunos de estos límites podrían considerarse paradojas: aparentes contradicciones, que se abren a una solución superior. Quisiera destacar tres.

La primera se refiere a la sexualidad: una facultad fantástica, gracias a la que existimos. La visión de un naturalismo simplón entiende lo sexual como algo exclusivamente material, a lo que conviene dar satisfacción. Sin embargo, este planteamiento no es el adecuado para seres racionales. Cualquier persona sensata y moral se da cuenta de las serias consecuencias que tiene una infidelidad o un abuso en este terreno. Por el lado opuesto, estaría una cierta visión negativa de lo sexual: algo necesario, pero que muy frecuentemente supone un ámbito en que la actitud procedente es la mera represión.

La segunda paradoja es la referente al misterioso ámbito de la voluntad libre y del corazón. Una libertad que procure hacer siempre lo que le dé la gana, al margen de sus obligaciones, no responde a un comportamiento sensato y maduro.  Un corazón esclavo de sus caprichos afectivos puede terminar profundamente amargado. Por contraste a lo dicho antes, sin voluntad libre no se vive humanamente y el corazón, nuestro núcleo afectivo, es lo más valioso que tenemos.

En tercer lugar estaría la inteligencia, por la que entendemos muchas cosas de la realidad y somos capaces de relacionarnos con el mundo y con nuestros semejantes. Tampoco escapa esta facultad racional a su paradoja, porque en ocasiones podemos querer pensar demasiado, ahogando la confianza que es clave para poder llevar a cabo una vida satisfactoria.

Tal vez la solución a este triple problema esté en darse cuenta de que tanto la sexualidad, la voluntad y corazón, y la inteligencia no son fines para sí mismas, sino medios; de la misma manera que los ojos no están hechos para verse a sí mismos. Lo primero que se puede hacer es tener la honradez de mirar a la realidad y ponernos en función de ella. 

La sexualidad está íntimamente relacionada con la reproducción. Separar estos dos terrenos, como tan frecuentemente se hace, es propiciar una histeria y no una liberación.

La voluntad, aunque se quiere a sí misma, está para querer el bien propio y el de los demás. El bien es lo que me hace ser mejor, esté yo de acuerdo o no. Es lo que sucede, por ejemplo, con un acertado y exigente tratamiento médico. Al buscar el bien, en ocasiones costoso, la voluntad hace que nos hagamos buenos. El corazón encuentra entonces los afectos más auténticos y profundos; superando el mero gusto superficial, aunque sea intenso. Así, una persona se forja un buen corazón.

La inteligencia necesita enchufarse con la realidad, encontrar la verdad de las cosas: llamar al pan, pan, y al vino, vino, aunque no sea siempre sencillo. De lo contrario, se generan pensamientos como madejas que son tóxicos y nos bloquean.

La apuesta por la apertura a la realidad es saludable y de sentido común, pero no siempre es suficiente. Esto se debe a que el mundo presenta problemas de difícil interpretación, como puede ser el sufrimiento propio inmerecido, o el de tantos inocentes.

La fe cristiana, que tiene un claro componente de don y de confianza, aporta una solución llena de racionalidad. La sexualidad tiene su ámbito específico en el amor matrimonial abierto a la vida de los hijos. El corazón encuentra su nobleza cuando quiere el bien de los demás, y no solamente su satisfacción. La inteligencia quiere entender, pero alcanza su más pleno objetivo cuando descansa en la confianza de que existe una solución segura, aunque no la vea, a tantos problemas difíciles de la vida.

Ser imagen y semejanza de Dios es la definición bíblica de lo que es el hombre. Se trata de saber que el ser humano es más él mismo cuando mira a quien le dota de un sentido último a su vida, que es compatible con la libertad. Además, asombrosamente, el cristianismo invita a la mujer y al hombre a ser hijos de Dios, lo que entronca con la raíz de nuestra humanidad: la familia. Descubrimos que somos profundamente queridos, somos porque Dios nos quiere.

La familia, con todas las exigencias que lleva consigo, es el lugar donde se quiere a cada uno por sí mismo. Se trata de la escuela fundamental de humanidad, donde brota la originaria alegría. Cuidar a la familia es cuidar al ser humano. Los ataques y múltiples rupturas que hoy sufre la familia son un grave problema, que requiere de una esmerada atención a esta institución base de la sociedad. Para todos aquellos que sufren por una ruptura familiar existe una solución superadora, que puede ser encontrada en la ayuda de personas de nuestra confianza y, ante todo, en la ayuda de Dios, que mostrará caminos seguros de paz y bienestar.


José Ignacio Moreno Iturralde 

Friday, July 25, 2025

El lenguaje del cuerpo


El cuerpo humano es el de una persona. La corporalidad expresa toda una dimensión personal. El carácter sexuado del cuerpo manifiesta la dimensión a la apertura y acogida a nuestros semejantes. Nuestro organismo nos hace ver la necesidad de su comunicación con los demás. Un tipo de comunicación especialmente relevante es la conyugal, entre el hombre y la mujer. La unión de los cuerpos, como manifestación verdadera de la unión de la totalidad de la persona, está abierta a la vida de los hijos en el marco estable y responsable del matrimonio. Esta es la verdad que señala la autenticidad de una relación conyugal. Se trata de releer la verdad del lenguaje del cuerpo, anterior a nuestra voluntad.

Estas ideas están sacadas de la teología del cuerpo, elaborada por San Juan Pablo II. Su importancia es grande porque nos hace entender que la visión cristiana de la sexualidad es muy positiva, al estar incluida en un marco de gran dignidad.

Sin embargo, es evidente que dentro de nosotros hay tendencias desordenadas, tanto en el terreno afectivo como en el racional. Por esto, el papa polaco afirma que “el corazón se ha convertido en el campo de batalla entre el amor y la concupiscencia”. Es preciso, por tanto, con la ayuda de Dios, vivir la virtud de la templanza y la castidad por la que el ser humano es capaz de autodominio, de poseerse para poder darse en una entrega verdadera al cónyuge.

De este modo, cuando se vive la sexualidad en la verdad humana, el matrimonio se convierte en el lugar de encuentro entre lo erótico y lo ético. Así se puede vivir la virtud de la pureza, que es exigencia del amor: es la dimensión de su verdad interior en el corazón de la persona humana.

Puesto que la entrega es la consecuencia del amor, pueden existir otros modos de entrega que excluyan el uso de la sexualidad y la unión matrimonial. Se trata de vocaciones que viven una sexualidad donada por entero a Dios.

Volviendo al matrimonio, el lenguaje de la verdad en el cuerpo nos habla de su apertura al fruto de los hijos. Existe una indisociable unidad del sentido unitivo y procreativo del acto conyugal. Romper esta unidad supone falsear de raíz esta relación, como manifestó con valentía San Pablo VI en su encíclica Humanae Vitae. Esta realidad es compatible, cuando hay serios motivos, con el uso del matrimonio en periodos no fértiles de la mujer. Tal práctica es esencialmente distinta de la anticoncepción, que disocia los dos sentidos antes citados del acto conyugal. La paternidad-maternidad responsable es en primer lugar… paternidad-maternidad. Se trata de respetar lo que somos, poniendo la libertad a favor de nuestra identidad y de no deformarla.

Karol Wojtyla -Juan Pablo II-, basándose en San Pablo, estudia en profundidad la analogía entre la unión de Cristo y la Iglesia y la unión entre marido y mujer; lo que nos hace entender la grandeza del sacramento del matrimonio. Su magisterio en el ámbito matrimonial manifiesta la búsqueda de la síntesis entre verdad y amor.

Lógicamente San Juan Pablo II parte de la fe cristiana, de la Sagrada Escritura y de las enseñanzas de la Iglesia. También lo hace desde su dilatada experiencia pastoral con matrimonios cristianos. Pero la lectura de toda su Teología del cuerpo es clave para creyentes, y muy interesante para todo el mundo. Se trata de un magisterio que ensalza el amor humano a niveles insospechados, haciendo ver que es un auténtico camino de santidad.



José Ignacio Moreno Iturralde

Thursday, July 24, 2025

De la inquietud al alivio

A un buen amigo mío le robaron el portátil en un descuido. Cuando nos dimos cuenta, él casi si ni se inmutó y me dijo: me lo han robado; es un hecho. En ese dispositivo tenía mucho trabajo de la Fundación de la que es director. Mi amigo continuó trabajando con otras cosas, sin ningún aspaviento, y al día siguiente se compró otro ordenador. Tener una sangre fría y un autocontrol como el relatado no está alcance de muchos, pero es interesante saber que existen personas así.

Por otra parte, son admirables las personas que tienen una intensa calma, un “cuajo” para afrontar los problemas con serenidad. Puede que en esto influya bastante el temperamento, aunque también es precisa la virtud personal. Por supuesto, una saludable serenidad es algo totalmente distinto a la vagancia y la irresponsabilidad.

Lógicamente nos gusta que las cosas se cumplan según nuestras expectativas. Tendemos a controlar las situaciones y nuestra propia vida. Hay momentos en que queremos comernos el mundo con nuestras propias fuerzas. Pero no faltan las ocasiones en que esto no ocurre así, y nos damos cuenta del peso de nuestras limitaciones. Podemos experimentar contratiempos serios, ante los que no es sencillo reaccionar con calma.

Los reveses de la vida son considerados como una mala suerte o una desgracia, pero a lo mejor son algo más. La vida no es la ejecución automática de un programa; tiene que ver más con una aventura. Esto sucede porque somos libres en un mundo con muchas variables, que no controlamos. Necesitamos ganarnos la vida llevando a cabo buenos proyectos profesionales y sociales. Pero nos hace falta, aún más, nuestra familia y amigos para sentirnos queridos, ayudados, y seguros.

No se avanza más en el mar, desde la orilla, a base de intentar hacer siempre pie en el suelo… hay que nadar. Confiar en quienes queremos supone cierta vulnerabilidad porque entonces dependemos de estas personas. Por esto es clave encontrar alguien en quien confiar nuestra existencia. Tiene que tratarse de una búsqueda sincera con una meta segura, porque nuestra vida no puede regirse en última instancia por la casualidad.

Hay que poner todos los medios para conseguir las cosas buenas que queremos. Pero es frecuente que tengamos que hacer actos de confianza en cuestiones que van más allá de nuestras fuerzas. Esas cosas que no controlamos, pueden en ocasiones ser desagradables, pero también fructíferas. Nuestras inquietudes, nos pueden servir para encontrar nuestro más firme apoyo y alivio.



José Ignacio Moreno Iturralde 

Tuesday, July 22, 2025

El pre-derecho: una base necesaria para los derechos humanos


Si pintamos un cuadro al óleo la pintura se plasma sobre un lienzo; no pintamos de modo definitivo sobre la misma paleta de colores. Si sembramos semillas no lo hacemos sobre otras semillas, sino en un surco labrado en la tierra. Pintura y siembra se expresan desde una realidad que las sustenta.

Los derechos son propios de las personas: seres con libertad y responsabilidad; es decir: que también tienen deberes. El resto de los seres vivos merecen un respeto y un buen trato, pero supeditado a las razonables necesidades de las personas.

El término persona no es algo exclusivamente biológico; su significado va más allá de la fisiología. Persona significa un ser con dignidad, único e irrepetible, dotado de conciencia moral. Tras las atrocidades cometidas en la segunda guerra mundial, la Declaración de París de los Derechos Humanos de diciembre de 1948 quiso ser un recuerdo del respeto que merece todo ser humano. Pero conviene hoy razonar el anclaje de esos derechos, de un modo claro y lógico.

Una evidencia es que ningún ser que no sea humano llegará a serlo. Pero nuestra condición no es exclusivamente racional: una persona dormida, un hombre o una mujer vivos, que han perdido la capacidad de razonar por enfermedad o vejez, no dejan de ser humanos. La dignidad de la persona requiere que ésta sea considerada como un desarrollo en el tiempo desde que está constituida en su identidad, cuya expresión empírica y biológica inicial es su ADN. Desde su concepción hasta su muerte natural se trata del mismo ser humano. Establecer etapas de la vida humana fuera del amparo y del respeto a su dignidad, es como rajar el cuadro del artista o malograr la tierra del agricultor.

Los derechos humanos necesitan de una base pre-jurídica para sostenerse: la propia vida. Los más fundamentales de los derechos, los que expresan nuestra dignidad, no pueden nacer solo de la voluntad de los que se encuentran en una posición de fuerza para hacer valer sus intereses. Es el íntegro modo de ser humano el que fundamenta el derecho; incluso hace posible la propia voluntad que está insertada y surge de dicho modo de ser.

Karol Wojtyla -Juan Pablo II- recordó en un Discurso a Naciones Unidas, en 1995, un ejemplo de Aristóteles para visualizar que los derechos humanos, que comparaba con las notas musicales que penden de la partitura de la ley moral universal. Tal ley sería considerada también como “la gramática del diálogo”, como ha sostenido Jürgen Habermas. Esta protección de toda vida humana está en continuidad con una de los famosos enunciados del imperativo categórico de Inmanuel Kant: “se debe tratar a la humanidad, tanto en la propia persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin en sí mismo y nunca meramente como un medio”.

Estas especulaciones pueden parecer poco prácticas, pero no hay cosa más eficaz que partir de unos principios adecuados para hacer un mundo mejor. Hoy se sigue hablando de derechos humanos, pero se continúa aplastándolos, en ocasiones, de un modo escandaloso. Puede ser incómodo vivir respetando y protegiendo la vida de los seres humanos más débiles e indefensos, pero es el modo digno de vivir: algo a lo que todos estamos llamados a poner en práctica.

Es la hora de basar los derechos humanos sobre una buena tierra; y esa tierra es la propia vida humana que exige su respeto. Hay que pintar los colores de este mundo en un noble lienzo. A esta vida y a este lienzo pueden llamárselos pre-derecho. Tal término parece nuevo, pero significa algo antiguo y nuevo, que se manifiesta en una verdadera regla de humanidad: “trata a los demás como quieres que te traten a ti”.



José Ignacio Moreno Iturralde

Sunday, July 20, 2025

Lugares del espíritu

La existencia nos pone en un tiempo y en un lugar, con una determinada familia y unas circunstancias concretas. A medida que transcurren los años, vamos tomando nuestras decisiones, nuestras posturas personales a la hora de vivir las relaciones familiares, de amistad, o la manera de acometer los estudios o el trabajo. Partiendo de un temperamento dado, vamos forjando nuestro carácter. Elegimos entre la generosidad o el egoísmo, la verdad o la mentira, la cordialidad o el rechazo. Es decir: vamos generando nuestras disposiciones hacia lo que vivimos. Este modo de vivir es consecuencia de una serie de decisiones del espíritu. Conocemos personas alegres y serviciales, que son así como consecuencia de una práctica virtuosa. Especialmente entrañable nos resulta el recuerdo de familiares fallecidos, que nos han dejado un ejemplo fantástico de vida.

Cuando una familia es feliz, pese a los inevitables inconvenientes de los días, crea no solo una casa material, sino también un auténtico hogar del espíritu: cumpleaños, viajes, risas, esfuerzos, alegrías y dolores compartidos. Uno piensa mucho en sus padres, en su cónyuge, en sus hijos, aunque no cuente con su presencia física. Se trata de lazos que trascienden el espacio y el tiempo; son relaciones que constituyen parte importante de nuestra identidad. Las personas que se quieren se encuentran entre sí en casa, en vacaciones, y también en una dimensión espiritual, aunque no estén físicamente juntos. Tal dimensión parece un tanto etérea, pero realmente tiene más fuerza que los cimientos de un edificio.

En ocasiones reflexionamos, y emprendemos un viaje para ver a un amigo en apuros, o para celebrar un aniversario de promoción. Podríamos decir que las disposiciones personales hacen posible encuentros, escenarios o posiciones diversas. Nos encontramos gracias a un espíritu común; especialmente cuando es un espíritu de entrega, de mutua ayuda. Incluso la barrera de la muerte no impide que sigamos pensando y queriendo a tal familiar o amigo.

Si el espíritu humano es capaz de todo esto, es razonable considerar que el espíritu de Dios sea plenamente capaz de hacernos coincidir en un auténtico lugar real definitivo. Nos encontramos en Dios, si libremente queremos, porque es la realidad originaria y común de la que dependemos. Por todo esto, merece la pena vivir, con la ayuda de la fe, la esperanza y la caridad, para un grandioso objetivo: “que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15,28).


José Ignacio Moreno Iturralde


Friday, July 18, 2025

Lo que agranda la mente


En tiempos de mucho calor, si además se practica algún deporte, la sed se agudiza. ¡Qué ganas de beber!... Pero ya se ve que hay que medirse en la nevera, por sentido común y por dignidad. Al cuerpo hay que tratarle con exigencia, cuidando la salud, y es entonces cuando más rinde. Algo análogo ocurre con la afectividad: sin ella no se puede vivir, pero sería erróneo y patético intentar satisfacer todo afecto.

Con la mente puede suceder otro tanto: deseamos saber una cosa, controlar un nuevo idioma, dar con una fórmula mágica de mercado, inventar algo más allá de la IA. Este deseo de saber es bueno, en principio; pero también se puede degradar hasta una forma miserable de avaricia intelectual. Una cosa es saber para ganarnos honradamente la vida, contemplando también la grandeza de la realidad, que nos excede; y otro asunto distinto es embotellar conocimientos con el único objetivo de obtener dominio y poder.

La auténtica sabiduría nos lleva a ser cooperadores de la verdad, como le gustaba decir a Benedicto XVI. Entonces vemos que nuestros conocimientos son ocasiones de servicio a nuestros semejantes, haciéndonos mejores personas. Esta disposición humilde nos hace agrandar la mente porque, siendo conocedores de nuestras limitaciones, nos abrimos cada vez más a una verdad profunda, maravillosa e inabarcable, que embellece con un nuevo significado cualquier cosa de la vida cotidiana.



José Ignacio Moreno Iturralde 

Thursday, July 17, 2025

Superar el monólogo interior


Algunas veces uno quiere que le dejen en paz, para tener calma, descansar y tener tiempo para reflexionar. Se trata de una actitud valiosa, que no poseen ni los buitres ni las comadrejas. Pero también tendemos, con verdadera necesidad, a dialogar con los demás, a compartir deseos y proyectos.

Necesitamos tener ideas para poder compartir afectos e intenciones, pero nuestro flujo mental está orientado a abrirse a la realidad, concretamente a la geta de familiares, amigos, compañeros y ciudadanos. Un tipo que estableciera un continuo monólogo con sus propias ideas, habría perdido el sentido de la razón.

Sin necesidad de estar como una cabra, podemos darles excesivas vueltas a nuestras ideas, como si se trataran de personitas que están a nuestro cargo. Entonces nos deformamos porque, como afirma el filósofo José Ignacio Murillo, “el monólogo interior genera un yo ficticio”. Nuestra mente no es una esfera cerrada al mundo, sino una flecha que se inserta en el vigoroso tejido de la realidad. Nuestra vida no puede ser un monólogo sino un diálogo, con los demás y con Dios, porque rezar es un diálogo con Alguien.

Muchos de nuestros problemas se solucionan con una más decidida actitud de servicio y ayuda a quienes nos rodean, dejándonos de ensoñaciones inoperantes que nos quitan el pulso del presente. Si estamos en las nubes de la razón no pisamos bien la tierra firme, estamos inestables. Hay que procurar vivir el momento presente con plenitud y esto no se consigue especulando en el vacío sobre otras opciones que no son reales.

Por supuesto que hay que pensar las cosas y ser sensato, pero el ensimismamiento es una tendencia peligrosa y sugestiva que, disfrazada de libertad y autenticidad, nos puede hacer desconocer el inmenso valor de las situaciones que vivimos y de las personas que realmente conocemos. Solo en el diálogo operativo, exigente y humano, con quienes convivimos podemos realizar el yo en la apertura al tú de los demás, que es el modo de llenar la vida de sentido.


José Ignacio Moreno Iturralde

Tuesday, July 15, 2025

El árbol de la juventud

La tierra buena, en la que crece el árbol de la juventud, es el amor de sus padres. Un amor auténtico, que da fruto; verdadero, que hace ser mejores personas a quienes se quieren; y fiel, porque está llamado a ser para siempre. Un chico o una chica necesitan de un amor familiar incondicional: un ambiente de estima y cordialidad donde se valora a los hijos por sí mismos. Ese mismo cariño es el que también se muestra exigente y educador con los más jóvenes. No se trata de idealismos, sino de un terreno roturado que, aunque pase por tormentas, es la cuna de la humanidad. Cuando un joven descansa en el amor que su padre y su madre se tienen entre sí, se sabe seguro y con ganas de comerse el mundo. Esto no significa que los jóvenes que no tengan esta herencia no puedan crecer con armonía, pero les resultará más difícil y complejo.

Parece que bastantes personas no tienen hoy en mente un proyecto en el que la familia sea lo primero y el trabajo un medio para ella. La sociedad occidental tampoco favorece el fortalecimiento de la familia ni, por tanto, el de la juventud. Pero una vida con la familia descompuesta es una vida deshumanizada. Es preciso reencontrar y promover la savia de la familia… ¿Cómo? Pensando en los demás, ejercitándose en la generosidad, acudiendo a la ayuda de Dios.

Otro círculo concéntrico del árbol de la juventud es una educación competente, ante todo familiar y también escolar. La competencia la dan unos agentes educativos que vayan por delante con el ejemplo personal. Una educación realista y exigente, teniendo en cuenta la diversidad de las personas. La tecnología es aquí un medio necesario, pero no un fin: esto me parece muy importante, porque en la práctica las pantallas pueden erosionar el alma de chicos y chicas. El móvil es un avance fantástico, pero no se puede dar uno a un niño de doce años y descomprometerse de cómo lo usa: eso es una barbaridad y supone un absoluto desconocimiento del peligro de la cuestión. Del mismo modo que se empieza por el triciclo, la bici con ruedas, la bici, la moto y el coche; la tecnología requiere un uso progresivo y cauteloso. No solo es que el acceso a contenidos impotables destruya el sistema de virtudes del chaval o la chavala, sino que se les puede generar una auténtica adicción ansiosa, que incapacita para disfrutar de la vida.

Por último, aunque se podría hablar de infinidad de temas, la gente joven necesita de ideales grandes y limpios. Un árbol no puede estar caído sobre el suelo, sino tender hacia el cielo. Se trata de unos ideales con sentido de la realidad y de la grandeza humana. Los jóvenes los necesitan para darse cuenta de que su vida tiene un gran valor y que sus facultades tienen un enorme potencial. Ideales de solidaridad, de justicia, de paz, de un mundo mejor y más humano, que los jóvenes tienen la capacidad de desarrollar empezando por su entorno más inmediato. Así crecerá un árbol de la juventud, lleno de esperanza y de frutos.


José Ignacio Moreno Iturralde


Sunday, July 13, 2025

La fibra humana más verdadera

Hace años, volcó en una incorporación a la M-30 de Madrid un camión de harinas, con la mala fortuna de que atrapó a un coche que circulaba en el carril contiguo. Pararon otros coches y la ciudadanía se organizó ejemplarmente. Muchos se subieron al camión, para quitar sacos que pesaban sobre el conductor del coche. Se organizó una cadena de liberación, llena de fuerza y ánimos. Me acerqué y vi que el señor del vehículo siniestrado estaba vivo, aunque el techo del coche se había doblado notablemente. El conductor del camión no tenía daños, pero estaba noqueado. Al poco tiempo llegaron los bomberos: con una especie de asombrosas tenazas, rompieron algunos amasijos del coche y sacaron ileso al hombre atrapado. La ovación fue inmensa. Desde un puente cercano, mucha gente miraba la conmovedora escena.

Sacar a alguien de la miseria da una enorme satisfacción. Pero esto que vemos tan claro en las grandes ocasiones, se nos puede enturbiar en las cosas menos llamativas de la vida cotidiana. Aguantar a personas cargantes, echar una mano a un torpón, cubrir un imprevisto en el trabajo o enfrentarse al lío que ha montado en casa un hijo travieso, son zarandajas que no se prestan a cantar himnos, pero habría que componerle uno a quien sabe vivir con categoría y salero esos contratiempos.

Nuestra sociedad de la comunicación nos da a conocer dolores tremendos de muchas personas, que no nos pueden dejar indiferentes, ni tampoco totalmente abrumados. Hemos de empezar por nuestra familia, nuestros amigos y compañeros; y hacer lo que podamos por todos los demás: con sentido común y con grandeza de ánimo. Principalmente tenemos la oportunidad real de ofrecer un servicio a los demás, a través de un trabajo hecho con competencia profesional y honradez.

Las personas especialmente necesitadas tienen limitaciones que nos pueden resultar desagradables, pero es precisamente en estas atenciones cuando desarrollamos nuestras mejores cualidades. En algunas ocasiones podemos ver con especial claridad que son los enfermos o necesitados quienes nos ayudan a nosotros. Recuerdo un ejemplo: Rosa Mari era vecina de unos primos míos. Íbamos a verla de vez en cuando a su casa. Ella tendría unos veintitrés años y estaba en una silla de ruedas desde los catorce o quince. Solo podía mover la cabeza. La recuerdo siempre sonriente. En ocasiones, iba yo solo y jugaba con ella al ajedrez. Me encantaba mover sus piezas y me importaba un soberano pimiento ganar o perder. Pasaron unos veinte años y Rosa Mari falleció. Me dieron un recordatorio suyo: aparecía un ocaso del sol sobre el mar y resaltaban las siguientes palabras: “Hágase tu Voluntad”.

El dolor y la limitación esconden un misterio de significado. El ayudar lo posible a quien padece es exigente, como cavar en el suelo, pero también resulta reconfortante porque puede encontrarse un vigoroso manantial de alegría. Es la fibra humana más verdadera porque está íntimamente relacionada con el corazón de Dios.

 

 

 

José Ignacio Moreno Iturralde


Saturday, July 12, 2025

¿Cómo saber si los tiempos son buenos?

En días de vacaciones, uno puede encontrarse bastante bien. Más descanso, buen clima y la compañía de familiares y amigos, nos hacen ver la vida con más optimismo.

De todos modos, las noticias de nuestro afligido mundo nos recuerdan lo mal que lo pasan muchas personas. También puede suceder que alguien cercano a nosotros tenga un serio problema, o que incluso nosotros mismos experimentemos alguna preocupación de entidad. Ante todo esto, conviene recordar la enorme cantidad de cosas buenas que existen y nos rodean, y que con frecuencia damos por hechas. Una actitud acertada al respecto es la gratitud. Por otra parte, cada vida personal tiene algo o bastante de misterio: la vida es algo que no podemos controlar totalmente. Y el modo en que cada uno vive revela algo de interés: el sentido personal que le damos a la existencia. 

Dicen que el universo tiene en torno a unos 13.000 millones de años y sus confines nos son desconocidos. Ante esa inmensidad uno puede sentirse muy pequeño, pero un ser humano tiene la grandeza de ser capaz de admirarse, de afrontar el dolor, de gozar de ilusión y alegría. El tiempo personal es mucho más denso en significado que la pura cronología. Cada vida humana tiene un valor que va mucho más allá de lo cuantitativo.

¿Son los tiempos buenos, son malos, no se puede saber?... Demos a esta pregunta una respuesta personal generosa, buena, alegre, a pesar de los pesares, y nos daremos cuenta de algo estupendo: “Los hombres dicen que los tiempos son malos, que los tiempos son difíciles: vivamos bien y los tiempos serán buenos. Nosotros somos los tiempos: así como nosotros somos, son los tiempos” (San Agustín).


José Ignacio Moreno Iturralde 

Wednesday, July 09, 2025

Relación entre la existencia de Dios y lavarse los dientes


Todos los seres que vemos tienen un modo de ser -un perro, un árbol, una persona- y un acto de ser, pues realmente existen. Y todos esos seres podrían no haber existido, incluyéndome a mí mismo. Si yo no existiera, ustedes no serían importunados con estos textos filosóficos… ¡Qué le vamos hacer!… En la tercera vía para demostrar la existencia de Dios, Tomás de Aquino sostiene que si el primer ser hubo un tiempo en que no fue, llegaríamos a la nada; pero de la nada no sale nada, y ahora no habría nada. Por tanto, tiene que haber un ser en que su modo de ser se identifique con su acto de ser; es decir: que sea necesariamente por sí mismo.

Cuando Moisés ve una zarza ardiendo que no se consume, detecta una presencia sagrada y pregunta cuál es su nombre. La respuesta es “Yo soy el que soy” (Éxodo 3,14). Dios le da así a conocer su nombre. Cuando San Pablo afirma que “en él somos, nos movemos y existimos” (Hechos 17,28), expone nuestra dependencia y relación con Dios, quien nos mantiene en la existencia. De otro modo lo decía Chesterton: “la vida es como una novela donde los personajes pueden encontrarse con su autor”.

Podría parecer, con bastante razón, que esto en una mezcla de filosofía y religión. No sería correcto hacerle decir a la razón aquello que por sí misma no puede decir. Pero lo que es absurdo es taponar la razón cuando está abierta a toda verdad. El amor a la sabiduría no puede limitarse a las fuerzas de la razón. Esto no tiene nada que ver con admitir lo irracional. De lo que se trata es de percatarse de que la inteligencia humana puede aceptar verdades reveladas por Dios, que hubieran sido inasequibles para nosotros mismos. Por ejemplo: la vida, muerte y resurrección de Cristo es el hecho más asombroso e imprevisible de la historia, y conlleva una plenitud de sentido infinita, aunque además de la razón sea necesaria la fe -un don divino- para creer que Jesús de Nazaret es hombre y es Dios.

¿A dónde vamos a parar? A que cualquier momento de nuestra vida puede ser enlazado con la eternidad de Dios: desde un baño en la piscina hasta una ridícula caída en la calle. Entonces parece que vivimos en un cuento viviente; lo parece y lo es. Pero bastantes acontecimientos de cada día nos lo hacen olvidar pronto: el móvil se queda sin batería o no recuerdo el pin de mi tarjeta de débito. Estos momentos parecen decirnos que las elucubraciones anteriores son poco prácticas… No es cierto: nos ayudan a poner cada cosa en su sitio, incitándonos incluso al buen humor. Lo antes explicado es una catapulta de sentido al hecho de lavarnos los dientes, sacar al perro o, lo que es más importante, reconciliarse con un familiar.


José Ignacio Moreno Iturralde

Monday, July 07, 2025

Fortalecer la familia es fortalecer el corazón


La tierra y el cielo parecen unirse en el horizonte, pero sabemos que no es así porque somos capaces de ir más allá del campo visual. La mente puede pensar en el infinito, aunque nunca llegue a abarcarlo. Algo análogo pasa con el corazón humano, entendiéndolo en un doble aspecto: como ámbito de emociones y como núcleo personal de voluntad.  

El corazón tiene una dimensión posesiva: queremos muy diversos bienes, así como sabernos queridos. Pero también existe en él otra dimensión de donación: somos generosos con las personas a las que queremos y, en ocasiones, con quienes no queremos tanto. Ambas dimensiones pueden ser complementarias, pero no siempre es así. Podemos querer mal a una persona; por hacerlo desordenadamente o por pretender instrumentalizarla para cubrir algún tipo de satisfacción personal.

Conviene darnos cuenta de que hay sentimientos espontáneos, que no deben seguirse. Parece evidente, pero es bueno recordarlo. La razón es una guía para trascender el sentimiento y juzgar si éste tiene una adecuación a la realidad o no. Tal planteamiento no es el de un aguafiestas, sino todo lo contrario como veremos.

El miedo a la oscuridad de un niño, por contraste, está señalando su necesidad de seguridad y de compañía. Un afecto desbocado e indigno puede señalar paradójicamente, quizás sin que el propio interesado se dé cuenta, que existen otros afectos más profundos, verdaderos y buenos, que conviene buscar con esfuerzo, como el oro de una mina.

Ningún bien concreto sacia el corazón: ni mil millones de euros, ni todas las casas y yates del mundo. Respecto al amor personal, que es el más significativo para nosotros, es conocida la frase de Joseph Piepper “amar es como decir es bueno que existas”. Esta dimensión de entrega, es la más genuinamente humana. Precisamente por esto, puede costar mucho sacrificio. Amar es más un acto de voluntad que una emoción. Por esto, el cristianismo habla de algo inaudito: el amor a los enemigos, lo que no significa olvidar la justicia.

La voluntad, orientada por la razón que señala la verdad de la realidad, puede optar por decisiones que superan sentimientos contrarios. Es entonces cuando el corazón abandona sus propios límites emocionales. Sucede entonces algo llamativo: poco a poco surgen otros sentimientos mucho más fuertes y nobles que nos traen paz y bienestar.

Los afectos desordenados y posesivos traen consigo desengaños. Por otra parte, los desengaños que uno provoca o sufre generan falta de confianza y un falso amor adulterado, que consiste precisamente en nuevos afectos posesivos. Es un círculo vicioso. Esto pone de manifiesto que el ser humano necesita algo distinto: un amor grande y noble, que es lo único que puede hacernos felices.

La unión de madre, padre e hijos -si se tienen- es la realidad humana que mejor manifiesta y regula la capacidad que tiene el corazón de actuar y de trascenderse a sí mismo. Por este motivo, fortalecer la familia es fortalecer el corazón, en una sociedad que parece perder el pulso.

Aún hace falta algo más: cuando una familia, por algún motivo, se ha   roto, no está todo perdido. El corazón puede superar un límite más y vivir de esperanza, porque un bien absoluto lo atrae: un bien divino que purifica el corazón como lejía de lavandero, aportándole una energía fuerte y novedosa. Un corazón gravemente herido puede ser restaurado y encontrar nuevas situaciones insospechadas de satisfacción, que en este mundo nunca son totalmente definitivas.


José Ignacio Moreno Iturralde

Friday, July 04, 2025

El ser humano es una vocación


En la biografía de cualquier persona quiero distinguir tres aspectos que son necesarios para su conocimiento. En primer lugar, nos fijamos en un conjunto de acontecimientos: años en que vivió, quiénes eran sus padres, qué hizo y qué le sucedió a lo largo de su vida. Otra dimensión sería la interpretación de esa vida humana, de lo que hizo y dejó de hacer. El propio interesado, fruto de su razón y de su libertad, hace una valoración de su propia existencia. También la hacen las personas que lo conocieron y, con menor precisión, quienes tienen de él o de ella datos indirectos. Pero además, existe un tercer plano que aporta algo fundamental: ¿Cuál ha sido realmente el sentido de su vida?...  Se trata de un aspecto especialmente valioso. Nos damos cuenta que rebasa hasta la conciencia del propio personaje en cuestión. Sin embargo, esta dimensión providencial o superior es la que da el valor definitivo a la vida de cada ser humano y al de toda la humanidad. ¿Qué sentido tiene la vida de tantas personas asesinadas a lo largo de la historia? … O la vida de ellos y ellas tiene algún sentido satisfactorio, o no lo tiene la de nadie. Una vida que dependiera exclusivamente de la casualidad no merecería la pena ser vivida, como decía Viktor Frankl. Renunciar al sentido es renunciar a la humanidad.

¿Qué es el ser humano?... ¿Un adn desplegado con capacidad de autoestima? ¿Un homínido evolucionado?... Todas estas respuestas tienen su interés, pero son insuficientes. Una mujer o un hombre es su historia personal, lo que hizo con su vida. Y en esta historia, cada momento es importante: los de salud y los de enfermedad, los de indefensión y los de autonomía. La dignidad de cada persona no es una realidad cuantificable, pero es la que da la clave para entender todo lo demás. La dignidad supone que cada vida humana es irrepetible, es única, no puede ser utilizada como un medio. El cristianismo es especialmente significativo al definir al ser humano como imagen y semejanza de Dios. Pero otras confesiones religiosas y sistemas éticos coinciden también en dar a la vida humana un carácter sagrado.

Una persona es la que es y la que puede llegar a ser; por eso cabe el perdón, como también es necesaria la justicia ante el uso de la libertad. Lo que no es admisible es entender a la persona como un conjunto de instantes más o menos deseables: una especie de gusano del que se pudieran seccionar partes desechables.

Una persona es su misión en la vida, su vocación. Esto tiene toda la fuerza de lo más profundamente humano. La vocación no es tanto una elección como una llamada: a la vida, a la libertad, al amor, a la entrega. Por esto no es negociable la eliminación de vidas humanas en fases dependientes como si fueran objetos de usar y tirar. La profundidad del ser humano requiere de su cuidado desde su concepción hasta su muerte natural: si no fuera humano desde el principio no llegaría a serlo nunca. Esta es una postura exigente pero verdadera, la que requiere un humanismo profundo que valore la importancia de la vocación que cada ser humano está llamado a desarrollar en su vida.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, July 02, 2025

Posicionarse en la vida


Un buen actor representa bien un buen número de personajes. Su calidad profesional no depende de la calidad de vida de aquel a quien representa. De un modo análogo, hay gente que se lo pasa bien en la playa, en un atasco de tráfico o encima de un dromedario. Hay otras personas que se pueden contrariar seriamente si el vino no está a la temperatura adecuada, o si el cuchillo del almuerzo no es el más indicado.

Ganar puestos en la carrera de la vida puede ser importante; pero lo es mucho más adoptar una posición adecuada en cualquiera de nuestros momentos. Se trata de una posición del espíritu, que requiere de virtudes. Me parece que tal perspectiva tiene algunas coordenadas fundamentales: una es la gratitud; caer en la cuenta de los múltiples beneficios que nos trae la existencia. Otra cuestión clave es saber querer a los demás, a pesar de que tengan defectos, así como dejarse ayudar cuando sea preciso. Ser una persona laboriosa y práctica es otra condición valiosa para saber vivir. Tener un gran motivo para la confianza, cuando hay sol y cuando truena, nos da el descanso necesario para recomenzar nuestro quehacer en todo momento. Algo imprescindible es la generosidad, que puede ser fuente de complicaciones; pero en mucha mayor medida es un manantial de alegría.

Todo esto no consiste en un complejo algoritmo psicológico, sino que tiene la sencillez de la felicidad de un niño. En la edad adulta, saber tener una posición adecuada en la vida, no es tanto un logro como un don. Solo puede llegarse a esto sabiéndonos queridos por alguien que nunca puede fallarnos. ¿Estamos hablando de fe? Sí, de una fe que nos ha de llevar a procurar ser más serviciales con los demás y, cuando sea posible, más alegres.


José Ignacio Moreno Iturralde

Tuesday, July 01, 2025

La familia como lugar de contrastes y colores


Vemos con admiración como nuestros deportistas de élite se dejan la piel por ganar un torneo. Nos parece lógico que sea así, disfrutamos sus victorias y nos contrarían sus derrotas. Sin embargo, me parece que estamos perdiendo el sentido del sacrificio personal respecto a cosas de mucha más trascendencia, como sacar a una familia adelante.

Somos muchos los que hemos nacido en una familia donde sus miembros se quieren: se enfadan, se ríen y se ayudan. La seguridad de un hogar es una bendición para los niños y niñas que viven en ella. Esto nos recuerda que lo que radicalmente somos: hijos e hijas. Una madre y un padre   honrados son heroicos a la hora de sacar adelante a sus hijos. Y lo hacen con plena voluntariedad.

La familia se ha entendido como el lugar donde se quiere a cada uno por sí mismo. Es una realidad fantástica en la que el amor de los padres se hace vida en los hijos. La familia supone un estilo de vida en equipo que responde a nuestra condición personal más íntima: la de seres que necesitan ser queridos y querer.

Siempre han existido problemas familiares y matrimonios que no se han sostenido. Pero en la actualidad, la voluntad y el gusto personal pretenden relativizar la noción de familia a lo que a cada uno le de la real gana que sea. De esta manera, al poder ser cualquier tipo de unión se termina por no saber lo que es. Si el compromiso familiar se sustituye por el compromiso individual con la propia felicidad, el ser humano entra en una ceguera tenebrosa sobre sus relaciones personales más cruciales.

El amor nunca pasa y si pasa no es amor, me dijo una vez precisamente un familiar. Es una frase que da que pensar. El amor es un acto de la voluntad que afirma la realidad de los demás, adquiriendo múltiples modalidades. Puedo querer a mi abuela, a mi padre, a mi hijo y a mi mujer, de modos lógicamente distintos y complementarios. Pero del mismo modo que no se tiene por costumbre jugar al fútbol con la abuela, no se suele regalar un ramo de rosas a un padre.

El amor matrimonial exige un compromiso generalmente abierto a la naturaleza de esa unión, que son los hijos. Ellos, y todos lo hemos sido, necesitan del amor de sus padres entre sí. Esto supone esfuerzo, generosidad, estar dispuesto a sacrificarse para que los demás sean felices. Y es este lenguaje de la entrega el que paradójicamente nos hace más felices.

Por mucha crisis que haya al respecto, el ser humano no puede dejar de ser familiar. Esto se debe no solo a la evidencia de que necesitamos de una familia, sino a lo que nos asegura la religión cristiana: el hombre es imagen y semejanza de Dios. La familia es una imagen humana de un Dios que es Amor, porque alberga en sí una comunión de Personas divinas.

Nos hace falta la ayuda de Dios para ser más humanos, para que nuestro amor matrimonial no tenga fecha de caducidad, sino que amanezca cada día con novedad real, aunque los sentimientos no siempre sean favorables. Hay que luchar por aquellos que queremos. Por esto, Benedicto XVI afirmaba que “la fidelidad es el nombre del amor en el tiempo”. La generosidad, con la ayuda de Dios, es la que vence. Incluso cuando el propio matrimonio se rompe, pese a que uno ha hecho todo lo posible para que no ocurriera esto, hay senderos insospechados de confianza, luz y victoria personal, si nos guía la fe.

Por otra parte, conviene recordar lo que San Juan Pablo II enseñó: “el corazón se ha convertido en el campo de batalla entre el amor y la concupiscencia”. El deseo pasional es bueno en cuanto que se orienta al amor; pero confundir ambas cosas es de una zafiedad inaceptable.

Todos estamos hechos para hacer de nuestra vida algo grande, y todos podemos llegar a cumplir ese sueño tan humano. Pero parece que nos hemos olvidado que esto no se cumple al ganar un mundial de fútbol o un premio nobel -cosas, por cierto, estupendas-, sino siendo una buena esposa, un buen marido, un buen hijo o hija. Éstas son las realidades más profundas y humanas que toca redescubrir.

La familia es un lugar de contrastes y colores; que con esfuerzo personal y la ayuda de Dios, proyecta una luz blanca, serena y animante en la que descubrimos, gracias a los demás, lo mejor de nosotros mismos.


José Ignacio Moreno Iturralde