Monday, July 07, 2025

Fortalecer la familia es fortalecer el corazón


La tierra y el cielo parecen unirse en el horizonte, pero sabemos que no es así porque somos capaces de ir más allá del campo visual. La mente puede pensar en el infinito, aunque nunca llegue a abarcarlo. Algo análogo pasa con el corazón humano, entendiéndolo en un doble aspecto: como ámbito de emociones y como núcleo personal de voluntad.  

El corazón tiene una dimensión posesiva: queremos muy diversos bienes, así como sabernos queridos. Pero también existe en él otra dimensión de donación: somos generosos con las personas a las que queremos y, en ocasiones, con quienes no queremos tanto. Ambas dimensiones pueden ser complementarias, pero no siempre es así. Podemos querer mal a una persona; por hacerlo desordenadamente o por pretender instrumentalizarla para cubrir algún tipo de satisfacción personal.

Conviene darnos cuenta de que hay sentimientos espontáneos, que no deben seguirse. Parece evidente, pero es bueno recordarlo. La razón es una guía para trascender el sentimiento y juzgar si éste tiene una adecuación a la realidad o no. Tal planteamiento no es el de un aguafiestas, sino todo lo contrario como veremos.

El miedo a la oscuridad de un niño, por contraste, está señalando su necesidad de seguridad y de compañía. Un afecto desbocado e indigno puede señalar paradójicamente, quizás sin que el propio interesado se dé cuenta, que existen otros afectos más profundos, verdaderos y buenos, que conviene buscar con esfuerzo, como el oro de una mina.

Ningún bien concreto sacia el corazón: ni mil millones de euros, ni todas las casas y yates del mundo. Respecto al amor personal, que es el más significativo para nosotros, es conocida la frase de Joseph Piepper “amar es como decir es bueno que existas”. Esta dimensión de entrega, es la más genuinamente humana. Precisamente por esto, puede costar mucho sacrificio. Amar es más un acto de voluntad que una emoción. Por esto, el cristianismo habla de algo inaudito: el amor a los enemigos, lo que no significa olvidar la justicia.

La voluntad, orientada por la razón que señala la verdad de la realidad, puede optar por decisiones que superan sentimientos contrarios. Es entonces cuando el corazón abandona sus propios límites emocionales. Sucede entonces algo llamativo: poco a poco surgen otros sentimientos mucho más fuertes y nobles que nos traen paz y bienestar.

Los afectos desordenados y posesivos traen consigo desengaños. Por otra parte, los desengaños que uno provoca o sufre generan falta de confianza y un falso amor adulterado, que consiste precisamente en nuevos afectos posesivos. Es un círculo vicioso. Esto pone de manifiesto que el ser humano necesita algo distinto: un amor grande y noble, que es lo único que puede hacernos felices.

La unión de madre, padre e hijos -si se tienen- es la realidad humana que mejor manifiesta y regula la capacidad que tiene el corazón de actuar y de trascenderse a sí mismo. Por este motivo, fortalecer la familia es fortalecer el corazón, en una sociedad que parece perder el pulso.

Aún hace falta algo más: cuando una familia, por algún motivo, se ha   roto, no está todo perdido. El corazón puede superar un límite más y vivir de esperanza, porque un bien absoluto lo atrae: un bien divino que purifica el corazón como lejía de lavandero, aportándole una energía fuerte y novedosa. Un corazón gravemente herido puede ser restaurado y encontrar nuevas situaciones insospechadas de satisfacción, que en este mundo nunca son totalmente definitivas.


José Ignacio Moreno Iturralde

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