Wednesday, July 09, 2025

Relación entre la existencia de Dios y lavarse los dientes


Todos los seres que vemos tienen un modo de ser -un perro, un árbol, una persona- y un acto de ser, pues realmente existen. Y todos esos seres podrían no haber existido, incluyéndome a mí mismo. Si yo no existiera, ustedes no serían importunados con estos textos filosóficos… ¡Qué le vamos hacer!… En la tercera vía para demostrar la existencia de Dios, Tomás de Aquino sostiene que si el primer ser hubo un tiempo en que no fue, llegaríamos a la nada; pero de la nada no sale nada, y ahora no habría nada. Por tanto, tiene que haber un ser en que su modo de ser se identifique con su acto de ser; es decir: que sea necesariamente por sí mismo.

Cuando Moisés ve una zarza ardiendo que no se consume, detecta una presencia sagrada y pregunta cuál es su nombre. La respuesta es “Yo soy el que soy” (Éxodo 3,14). Dios le da así a conocer su nombre. Cuando San Pablo afirma que “en él somos, nos movemos y existimos” (Hechos 17,28), expone nuestra dependencia y relación con Dios, quien nos mantiene en la existencia. De otro modo lo decía Chesterton: “la vida es como una novela donde los personajes pueden encontrarse con su autor”.

Podría parecer, con bastante razón, que esto en una mezcla de filosofía y religión. No sería correcto hacerle decir a la razón aquello que por sí misma no puede decir. Pero lo que es absurdo es taponar la razón cuando está abierta a toda verdad. El amor a la sabiduría no puede limitarse a las fuerzas de la razón. Esto no tiene nada que ver con admitir lo irracional. De lo que se trata es de percatarse de que la inteligencia humana puede aceptar verdades reveladas por Dios, que hubieran sido inasequibles para nosotros mismos. Por ejemplo: la vida, muerte y resurrección de Cristo es el hecho más asombroso e imprevisible de la historia, y conlleva una plenitud de sentido infinita, aunque además de la razón sea necesaria la fe -un don divino- para creer que Jesús de Nazaret es hombre y es Dios.

¿A dónde vamos a parar? A que cualquier momento de nuestra vida puede ser enlazado con la eternidad de Dios: desde un baño en la piscina hasta una ridícula caída en la calle. Entonces parece que vivimos en un cuento viviente; lo parece y lo es. Pero bastantes acontecimientos de cada día nos lo hacen olvidar pronto: el móvil se queda sin batería o no recuerdo el pin de mi tarjeta de débito. Estos momentos parecen decirnos que las elucubraciones anteriores son poco prácticas… No es cierto: nos ayudan a poner cada cosa en su sitio, incitándonos incluso al buen humor. Lo antes explicado es una catapulta de sentido al hecho de lavarnos los dientes, sacar al perro o, lo que es más importante, reconciliarse con un familiar.


José Ignacio Moreno Iturralde

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