Todos los seres que vemos
tienen un modo de ser -un perro, un árbol, una persona- y un acto de ser, pues
realmente existen. Y todos esos seres podrían no haber existido, incluyéndome a
mí mismo. Si yo no existiera, ustedes no serían importunados con estos textos
filosóficos… ¡Qué le vamos hacer!… En la tercera vía para demostrar la
existencia de Dios, Tomás de Aquino sostiene que si el primer ser hubo un
tiempo en que no fue, llegaríamos a la nada; pero de la nada no sale nada, y
ahora no habría nada. Por tanto, tiene que haber un ser en que su modo de ser se
identifique con su acto de ser; es decir: que sea necesariamente por sí mismo.
Cuando Moisés ve una
zarza ardiendo que no se consume, detecta una presencia sagrada y pregunta cuál
es su nombre. La respuesta es “Yo soy el que soy” (Éxodo 3,14). Dios le da así
a conocer su nombre. Cuando San Pablo afirma que “en él somos, nos movemos y
existimos” (Hechos 17,28), expone nuestra dependencia y relación con Dios,
quien nos mantiene en la existencia. De otro modo lo decía Chesterton: “la vida
es como una novela donde los personajes pueden encontrarse con su autor”.
Podría parecer, con
bastante razón, que esto en una mezcla de filosofía y religión. No sería
correcto hacerle decir a la razón aquello que por sí misma no puede decir. Pero
lo que es absurdo es taponar la razón cuando está abierta a toda verdad. El
amor a la sabiduría no puede limitarse a las fuerzas de la razón. Esto no tiene
nada que ver con admitir lo irracional. De lo que se trata es de percatarse de
que la inteligencia humana puede aceptar verdades reveladas por Dios, que
hubieran sido inasequibles para nosotros mismos. Por ejemplo: la vida, muerte y
resurrección de Cristo es el hecho más asombroso e imprevisible de la historia,
y conlleva una plenitud de sentido infinita, aunque además de la razón sea
necesaria la fe -un don divino- para creer que Jesús de Nazaret es hombre y es
Dios.
¿A dónde vamos a parar? A
que cualquier momento de nuestra vida puede ser enlazado con la eternidad de
Dios: desde un baño en la piscina hasta una ridícula caída en la calle.
Entonces parece que vivimos en un cuento viviente; lo parece y lo es. Pero
bastantes acontecimientos de cada día nos lo hacen olvidar pronto: el móvil se
queda sin batería o no recuerdo el pin de mi tarjeta de débito. Estos momentos
parecen decirnos que las elucubraciones anteriores son poco prácticas… No es
cierto: nos ayudan a poner cada cosa en su sitio, incitándonos incluso al buen
humor. Lo antes explicado es una catapulta de sentido al hecho de lavarnos los
dientes, sacar al perro o, lo que es más importante, reconciliarse con un
familiar.
José Ignacio Moreno Iturralde

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