La tierra buena, en la
que crece el árbol de la juventud, es el amor de sus padres. Un amor auténtico,
que da fruto; verdadero, que hace ser mejores personas a quienes se quieren; y
fiel, porque está llamado a ser para siempre. Un chico o una chica necesitan de
un amor familiar incondicional: un ambiente de estima y cordialidad donde se
valora a los hijos por sí mismos. Ese mismo cariño es el que también se muestra
exigente y educador con los más jóvenes. No se trata de idealismos, sino de un
terreno roturado que, aunque pase por tormentas, es la cuna de la humanidad.
Cuando un joven descansa en el amor que su padre y su madre se tienen entre sí,
se sabe seguro y con ganas de comerse el mundo. Esto no significa que los
jóvenes que no tengan esta herencia no puedan crecer con armonía, pero les
resultará más difícil y complejo.
Parece que bastantes
personas no tienen hoy en mente un proyecto en el que la familia sea lo primero
y el trabajo un medio para ella. La sociedad occidental tampoco favorece el
fortalecimiento de la familia ni, por tanto, el de la juventud. Pero una vida con
la familia descompuesta es una vida deshumanizada. Es preciso reencontrar y
promover la savia de la familia… ¿Cómo? Pensando en los demás, ejercitándose en
la generosidad, acudiendo a la ayuda de Dios.
Otro círculo concéntrico
del árbol de la juventud es una educación competente, ante todo familiar y
también escolar. La competencia la dan unos agentes educativos que vayan por
delante con el ejemplo personal. Una educación realista y exigente, teniendo en
cuenta la diversidad de las personas. La tecnología es aquí un medio necesario,
pero no un fin: esto me parece muy importante, porque en la práctica las
pantallas pueden erosionar el alma de chicos y chicas. El móvil es un avance
fantástico, pero no se puede dar uno a un niño de doce años y descomprometerse
de cómo lo usa: eso es una barbaridad y supone un absoluto desconocimiento del
peligro de la cuestión. Del mismo modo que se empieza por el triciclo, la bici
con ruedas, la bici, la moto y el coche; la tecnología requiere un uso
progresivo y cauteloso. No solo es que el acceso a contenidos impotables
destruya el sistema de virtudes del chaval o la chavala, sino que se les puede
generar una auténtica adicción ansiosa, que incapacita para disfrutar de la
vida.
Por último, aunque se
podría hablar de infinidad de temas, la gente joven necesita de ideales grandes
y limpios. Un árbol no puede estar caído sobre el suelo, sino tender hacia el
cielo. Se trata de unos ideales con sentido de la realidad y de la grandeza
humana. Los jóvenes los necesitan para darse cuenta de que su vida tiene un
gran valor y que sus facultades tienen un enorme potencial. Ideales de
solidaridad, de justicia, de paz, de un mundo mejor y más humano, que los
jóvenes tienen la capacidad de desarrollar empezando por su entorno más inmediato.
Así crecerá un árbol de la juventud, lleno de esperanza y de frutos.
José Ignacio Moreno Iturralde

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