Hace años, volcó en una
incorporación a la M-30 de Madrid un camión de harinas, con la mala fortuna de
que atrapó a un coche que circulaba en el carril contiguo. Pararon otros coches
y la ciudadanía se organizó ejemplarmente. Muchos se subieron al camión, para
quitar sacos que pesaban sobre el conductor del coche. Se organizó una cadena
de liberación, llena de fuerza y ánimos. Me acerqué y vi que el señor del
vehículo siniestrado estaba vivo, aunque el techo del coche se había doblado
notablemente. El conductor del camión no tenía daños, pero estaba noqueado. Al
poco tiempo llegaron los bomberos: con una especie de asombrosas tenazas,
rompieron algunos amasijos del coche y sacaron ileso al hombre atrapado. La ovación
fue inmensa. Desde un puente cercano, mucha gente miraba la conmovedora escena.
Sacar a alguien de la
miseria da una enorme satisfacción. Pero esto que vemos tan claro en las
grandes ocasiones, se nos puede enturbiar en las cosas menos llamativas de la
vida cotidiana. Aguantar a personas cargantes, echar una mano a un torpón,
cubrir un imprevisto en el trabajo o enfrentarse al lío que ha montado en casa
un hijo travieso, son zarandajas que no se prestan a cantar himnos, pero habría
que componerle uno a quien sabe vivir con categoría y salero esos
contratiempos.
Nuestra sociedad de la
comunicación nos da a conocer dolores tremendos de muchas personas, que no nos
pueden dejar indiferentes, ni tampoco totalmente abrumados. Hemos de empezar
por nuestra familia, nuestros amigos y compañeros; y hacer lo que podamos por
todos los demás: con sentido común y con grandeza de ánimo. Principalmente
tenemos la oportunidad real de ofrecer un servicio a los demás, a través de un
trabajo hecho con competencia profesional y honradez.
Las personas
especialmente necesitadas tienen limitaciones que nos pueden resultar
desagradables, pero es precisamente en estas atenciones cuando desarrollamos
nuestras mejores cualidades. En algunas ocasiones podemos ver con especial claridad
que son los enfermos o necesitados quienes nos ayudan a nosotros. Recuerdo un
ejemplo: Rosa Mari era vecina de unos primos míos. Íbamos a verla de vez en
cuando a su casa. Ella tendría unos veintitrés años y estaba en una
silla de ruedas desde los catorce o quince. Solo podía mover la cabeza. La
recuerdo siempre sonriente. En ocasiones, iba yo solo y jugaba con ella al
ajedrez. Me encantaba mover sus piezas y me importaba un soberano pimiento
ganar o perder. Pasaron unos veinte años y Rosa Mari falleció. Me dieron un
recordatorio suyo: aparecía un ocaso del sol sobre el mar y resaltaban las
siguientes palabras: “Hágase tu Voluntad”.
El dolor y la limitación
esconden un misterio de significado. El ayudar lo posible a quien padece es
exigente, como cavar en el suelo, pero también resulta reconfortante porque
puede encontrarse un vigoroso manantial de alegría. Es la fibra humana más
verdadera porque está íntimamente relacionada con el corazón de Dios.
José Ignacio Moreno Iturralde

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