Sunday, July 13, 2025

La fibra humana más verdadera

Hace años, volcó en una incorporación a la M-30 de Madrid un camión de harinas, con la mala fortuna de que atrapó a un coche que circulaba en el carril contiguo. Pararon otros coches y la ciudadanía se organizó ejemplarmente. Muchos se subieron al camión, para quitar sacos que pesaban sobre el conductor del coche. Se organizó una cadena de liberación, llena de fuerza y ánimos. Me acerqué y vi que el señor del vehículo siniestrado estaba vivo, aunque el techo del coche se había doblado notablemente. El conductor del camión no tenía daños, pero estaba noqueado. Al poco tiempo llegaron los bomberos: con una especie de asombrosas tenazas, rompieron algunos amasijos del coche y sacaron ileso al hombre atrapado. La ovación fue inmensa. Desde un puente cercano, mucha gente miraba la conmovedora escena.

Sacar a alguien de la miseria da una enorme satisfacción. Pero esto que vemos tan claro en las grandes ocasiones, se nos puede enturbiar en las cosas menos llamativas de la vida cotidiana. Aguantar a personas cargantes, echar una mano a un torpón, cubrir un imprevisto en el trabajo o enfrentarse al lío que ha montado en casa un hijo travieso, son zarandajas que no se prestan a cantar himnos, pero habría que componerle uno a quien sabe vivir con categoría y salero esos contratiempos.

Nuestra sociedad de la comunicación nos da a conocer dolores tremendos de muchas personas, que no nos pueden dejar indiferentes, ni tampoco totalmente abrumados. Hemos de empezar por nuestra familia, nuestros amigos y compañeros; y hacer lo que podamos por todos los demás: con sentido común y con grandeza de ánimo. Principalmente tenemos la oportunidad real de ofrecer un servicio a los demás, a través de un trabajo hecho con competencia profesional y honradez.

Las personas especialmente necesitadas tienen limitaciones que nos pueden resultar desagradables, pero es precisamente en estas atenciones cuando desarrollamos nuestras mejores cualidades. En algunas ocasiones podemos ver con especial claridad que son los enfermos o necesitados quienes nos ayudan a nosotros. Recuerdo un ejemplo: Rosa Mari era vecina de unos primos míos. Íbamos a verla de vez en cuando a su casa. Ella tendría unos veintitrés años y estaba en una silla de ruedas desde los catorce o quince. Solo podía mover la cabeza. La recuerdo siempre sonriente. En ocasiones, iba yo solo y jugaba con ella al ajedrez. Me encantaba mover sus piezas y me importaba un soberano pimiento ganar o perder. Pasaron unos veinte años y Rosa Mari falleció. Me dieron un recordatorio suyo: aparecía un ocaso del sol sobre el mar y resaltaban las siguientes palabras: “Hágase tu Voluntad”.

El dolor y la limitación esconden un misterio de significado. El ayudar lo posible a quien padece es exigente, como cavar en el suelo, pero también resulta reconfortante porque puede encontrarse un vigoroso manantial de alegría. Es la fibra humana más verdadera porque está íntimamente relacionada con el corazón de Dios.

 

 

 

José Ignacio Moreno Iturralde


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