El cuerpo humano es el de
una persona. La corporalidad expresa toda una dimensión personal. El carácter
sexuado del cuerpo manifiesta la dimensión a la apertura y acogida a nuestros
semejantes. Nuestro organismo nos hace ver la necesidad de su comunicación con
los demás. Un tipo de comunicación especialmente relevante es la conyugal,
entre el hombre y la mujer. La unión de los cuerpos, como manifestación
verdadera de la unión de la totalidad de la persona, está abierta a la vida de
los hijos en el marco estable y responsable del matrimonio. Esta es la verdad
que señala la autenticidad de una relación conyugal. Se trata de releer la
verdad del lenguaje del cuerpo, anterior a nuestra voluntad.
Estas ideas están sacadas
de la teología del cuerpo, elaborada por San Juan Pablo II. Su importancia es
grande porque nos hace entender que la visión cristiana de la sexualidad es muy
positiva, al estar incluida en un marco de gran dignidad.
Sin embargo, es evidente
que dentro de nosotros hay tendencias desordenadas, tanto en el terreno
afectivo como en el racional. Por esto, el papa polaco afirma que “el corazón
se ha convertido en el campo de batalla entre el amor y la concupiscencia”. Es
preciso, por tanto, con la ayuda de Dios, vivir la virtud de la templanza y la
castidad por la que el ser humano es capaz de autodominio, de poseerse para
poder darse en una entrega verdadera al cónyuge.
De este modo, cuando se
vive la sexualidad en la verdad humana, el matrimonio se convierte en el lugar
de encuentro entre lo erótico y lo ético. Así se puede vivir la virtud de la
pureza, que es exigencia del amor: es la dimensión de su verdad interior en el
corazón de la persona humana.
Puesto que la entrega es
la consecuencia del amor, pueden existir otros modos de entrega que excluyan el
uso de la sexualidad y la unión matrimonial. Se trata de vocaciones que viven
una sexualidad donada por entero a Dios.
Volviendo al matrimonio,
el lenguaje de la verdad en el cuerpo nos habla de su apertura al fruto de los
hijos. Existe una indisociable unidad del sentido unitivo y procreativo del
acto conyugal. Romper esta unidad supone falsear de raíz esta relación, como
manifestó con valentía San Pablo VI en su encíclica Humanae Vitae. Esta
realidad es compatible, cuando hay serios motivos, con el uso del matrimonio en
periodos no fértiles de la mujer. Tal práctica es esencialmente distinta de la
anticoncepción, que disocia los dos sentidos antes citados del acto conyugal.
La paternidad-maternidad responsable es en primer lugar… paternidad-maternidad.
Se trata de respetar lo que somos, poniendo la libertad a favor de nuestra
identidad y de no deformarla.
Karol Wojtyla -Juan Pablo
II-, basándose en San Pablo, estudia en profundidad la analogía entre la unión
de Cristo y la Iglesia y la unión entre marido y mujer; lo que nos hace
entender la grandeza del sacramento del matrimonio. Su magisterio en el ámbito
matrimonial manifiesta la búsqueda de la síntesis entre verdad y amor.
Lógicamente San Juan
Pablo II parte de la fe cristiana, de la Sagrada Escritura y de las enseñanzas
de la Iglesia. También lo hace desde su dilatada experiencia pastoral con
matrimonios cristianos. Pero la lectura de toda su Teología del cuerpo es clave
para creyentes, y muy interesante para todo el mundo. Se trata de un magisterio
que ensalza el amor humano a niveles insospechados, haciendo ver que es un
auténtico camino de santidad.
José Ignacio Moreno Iturralde

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