Saturday, March 12, 2005

Una vida nueva

Ya consigamos el premio Nobel, ya nos dé una depresión que nos deje hecho migas, ya seamos dependientes de unos almacenes de medio pelo, la vida se hace nueva porque el Amor hace nuevas todas las cosas. Un amor pegadizo, celoso, libre y exigente. Un amor que se introduce en la naturaleza humana con la misma autoridad que un bombón en la boca de un niño, como el vino añejo con solera en el paladar del catador. Hay que ser buen vino y eso requiere tiempo y fermentación: un cambio progresivo y paciente. Muchas veces no llegamos a ser ese buen vino y en otras ocasiones no todos los paladares están preparados. Sin embargo no hay excusas: hay que dar a conocer el vino de la vida eterna de todos los modos posibles que convergen en sólo uno: mediante la propia vida.

La vida y la vocación es una misma cosa. Nuestro yo, escribía Chesterton, está más lejos que las estrellas. Esto es así porque la mirada cariñosa de Dios sobre cada uno de nosotros constituye nuestra más profunda intimidad: el misterio vocacional de nuestra vida donde la providencia quiere la libertad y la libertad puede querer la providencia porque el verdadero amor es providencial y libre.

No estamos dispuestos a que el Señor nos diga al final de nuestra vida “No os conozco”: no veo en vosotros el Cristo que debíais ser. Muy al contrario, con Pedro, queremos decir: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero”.

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