Sunday, March 27, 2005

Semana Santa

Institución de la Eucaristía: Dios se ha hecho hombre de carne y hueso. Sólo esta frase debería ser suficiente para una constante alegría y gratitud. Hay más: se ha hecho Pan, Alimento del alma: está verdadera, real y sustancialmente presente en el pan y en el vino consagrados. Es Dios-con-nosotros. La institución de la Eucaristía adelanta de modo sacramental el sacrificio de Jesús en la Cruz al día siguiente. Viernes santo: golpes terroríficos a mansalva, salivazos, burlas, escarnios, vejaciones, desnudez pública, clavos que traspasan sus manos y sus pies, tremenda agonía, inefable sentimiento de abandono. Al mismo tiempo, tiempo y eternidad unidos, fabulosa satisfacción de apurar el cáliz del dolor por la salvación de todos los hombres; Redención copiosa y superabundante, Victoria definitiva del Hijo del hombre que es Hijo de Dios. Al pie de la Cruz, destrozada, Santa María junto a Juan. Cristo da a María como Madre a Juan y da a Juan como hijo a María. Juan es todo de Dios y todo de María. Que dicha si al final de nuestra vida pudiéramos ponernos en el lugar de San Juan y decir: he luchado por ser todo de María; en obras, pensamientos, afectos. Cristo se abandona totalmente en Dios Padre:”En tus manos encomiendo mi espíritu”.

Sábado Santo: sin la Madre de Dios abatimiento y profundísima tristeza; con Ella esperanza, con la llama discreta pero real de amor vivo. Día para decidirse a ser todo de María; sólo de María y así configurarse con Dios: morir como Ella a si misma para resucitar con Él.

Domingo de Resurrección: el sepulcro vacío. Gloria, estupor y alegría inmensa, júbilo incontenible, incredulidad de algunos ante la noticia. Jesús se aparece a la Magdalena, a dos discípulos en Emaus.Finalmente se aparece a los apóstoles y les reprocha su incredulidad. Tomás no está y no lo cree. Ocho días después, el Señor se aparece a los once y le dice a Tomás que meta los dedos en sus llagas y la mano en su costado; y el apóstol exclama “Señor mío y Dios mío”. Antes de ascender al Cielo Jesús les apremia para que den a conocer el Evangelio por todo el mundo bautizando en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Toda esta maravillosa verdad es conocida por muchos y cabe preguntarse cómo es posible que con frecuencia los creyentes respondamos con tanta mediocridad. Es algo bochornoso nuestra falta de correspondencia vital ante tal maravilla. Países enteros donde la mayoría de los ciudadanos se llaman cristianos están plagados de clínicas abortistas, de inmoralidad barata en los medios de comunicación, de infidelidad, de fraude. ¿Qué hacer? Desencostrar tanta indolencia propia, rezar, frecuentar los sacramentos, luchar por modificar los defectos del propio carácter y de la propia conducta. En definitiva preguntarse: ¿Dónde está la Cruz en mi vida? ¿Vivo con la Santa la Cruz dentro del pecho y de la mente? Todo esto es posible con la ayuda de Dios. La Eucaristía, como escuché una vez, es Dios que quiere vivir con cada uno de nosotros nuestra vida para que nosotros vivamos la suya. Él mora en el alma en gracia y el alma mora en Dios. Jesús nos revela, en el fondo del corazón, nuestra vocación, nuestra felicidad: la mirada amorosa de Dios Padre hacia la que tiende cada una de nuestras vida. Envalentonados en el amparo de Santa María, con esfuerzo y alegría, sabiendo que el Señor es nuestro Cirineo en los momentos duros, podemos hacer realidad la ilusión de Dios: nuestra salvación, nuestra felicidad eterna y ya aquí en la tierra, aunque en ocasiones no falte el dolor.

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