Saturday, March 12, 2005

Aprender a querer

Los que quieren bien a los demás se quieren bien a sí mismos. Tener paciencia con el torpón, levantar al que se equivoca dándole una salida airosa, concentrar a otra persona dispersa con una mirada comprensiva supone un querer máximamente desinteresado y, sin embargo, muy gratificante. Tengo amigos que saben hacerlo así y, a su vez, poseen una gran alegría de vivir, una voluntad emprendedora y –los más dotados- una encantadora capacidad de reírse de sí mismos.

Lewis dijo que cuando a nuestros amores humanos los transformamos en dioses se convierten en demonios. ¿Habrá que querer calculando? La propia vida va poniendo los afectos en su sitio; … o no. Querer a una persona es querer lo mejor para ella. El cristiano sabe o debería saber que querer a alguien por Dios es querer máximamente a ese alguien. Querer, o mejor: amar, ha escrito Pieper es afirmar “es bueno que existas”. Por eso existimos: porque somos queridos. Vivir con dignidad es saberse queridos por un amor que no traiciona. Si nos aventuramos a creer esto, cualquier instante de nuestra vida estará lleno de sentido. Amar es dotar de sentido. Un cosmos que no hubiera sido creado por Amor no tendría sentido, sería imposible.

Toda la escuela del querer es recia cosa. Es seguro que el corazón tendrá que sangrar algunas veces; así disminuirá una insana hipertensión egocéntrica y el voluntarioso director de orquesta arterial volverá a bombear sangre con renovados bríos, con más armonía y salero.

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