Saturday, March 12, 2005

La historia de César

Corría 1985 cuando conocí a César, uno de mis primeros alumnos de un colegio del barrio de Vallecas, en Madrid. Estudiaba primero del antiguo bachillerato. Era un tipo de catorce años, vivaracho y con una prodigiosa memoria. Al terminar el curso cambié de centro educativo y tuvieron que pasar dos años hasta que un día le ví en el metro. Tenía melenas, vestía una chupa de cuero negra claveteada, la típica heavy. Reaccionó con alegría al verme. Intercambiamos unas palabras gratas en el ambiente tecnourbano del metro. Él también había dejado aquel colegio y tenía toda la pinta de haberse convertido en el genuino macarrilla de dieciséis años. Entró el veloz gusano metálico y nos separamos.

La montaña rusa de la vida me devolvió al mismo colegio de Vallecas en 1991. Era agosto, antes del comienzo de curso, cuando un personaje se acercó y me dijo: ¿Me conoces? Su cara me era familiar pero no le acababa de situar. Era él: César. Estaba estudiando Derecho. Su estética se había refinado, alguien me dijo después que había sido “Mod”, una especie de tribu urbana. Me alegró reencontrarle. Quedamos en que le llamaría para unos coloquios con universitarios. No lo hice por puro olvido; qué negligentes y estúpidos son algunos olvidos.

Unos meses más tarde, César buscó a un sacerdote que trabajaba en el colegio. Le dijo que venía a encargar su funeral. Ante la cara de desconcierto del receptor del mensaje César le aclaró su situación. Le habían encontrado un tumor en el cerebro y había que intervenir rápidamente. Su vida corría peligro en la operación. El sacerdote trató de darle ánimos. Charló con él un buen rato. Pienso que César se confesó.

Pese a que la intervención quirúrgica parecía haber salido bien, hubo una complicación posterior y César falleció. Pocos días después se celebró el funeral al que asistieron sus padres –envueltos en lágrimas- y sus compañeros de universidad y los antiguos del colegio. El sacerdote dijo que César había muerto como un valiente.

César no tuvo una vida demasiado lograda desde el punto de vista humano, pero supo acertar al final. Seguramente no se cumplieron muchos de los sueños que pretendía realizar pero logró el más importante: situar su vida desde la óptica sobrenatural. Creo que está en el cielo: no sé si allí permiten las chupas de cuero claveteadas, pero no dudo de que es feliz para siempre –palabra poco meditada- en la gloria y alegría que debe suponer estar viviendo en el Corazón de Dios.

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