Saturday, March 12, 2005

Juventud, madurez y felicidad

Mucha gente joven se lo pasa bien. Quieren ser felices, aunque probablemente sólo lo consigan en algunos ratos. A medida que pasan los años descubren que la vida es, a veces, bastante dura. La televisión no sirve precisamente para darle un sentido al mundo y la espontaneidad afectiva tampoco resulta suficiente para llenar el propio corazón. Los días se suceden: algunos se dan bien, otros peor, de vez en cuando hay uno muy entrañable y excepcionalmente puede ocurrir algo que casi no cabe en la cabeza: la barbaridad que sucedió en Madrid el pasado once de marzo de 2004. Ante ese crimen terrorista horrendo, el corazón de miles de ciudadanos supo sacar lo mejor que tenía dentro: hombres a los que explotó una segunda bomba por auxiliar a los heridos de la primera, largas colas de donantes de sangre, mantas arrojadas desde las ventanas para los heridos, ayuda incondicional de todo tipo de personas a las víctimas y a sus familiares. Se hizo evidente que el don de uno mismo es lo único que hace ser verdaderamente feliz. Sin embargo estas ocasiones no se presentan con mucha frecuencia y no es plan, me parece, esperarlas para demostrar que uno lleva dentro algo muy valioso.

Dominique Lapierre escribe en su libro “La ciudad de la alegría” que “todo lo que no se da se pierde”. Es una gran verdad que recuerda la frase evangélica “Hay más alegría en dar que en recibir”; a la que algunos añaden maliciosamente: “este es el lema de los boxeadores”. ¿Por qué quizás muchos no actuamos así? Por desconfianza, por falta de un fundamento sólido para la acción. Los demás por los demás no es un motivo suficiente. Los esposos se deciden a ser fieles no sólo por sus respectivos encantos, sino también por Dios nuestro Señor. El profesor que no estrangula a cierto tipo de alumnos obra así por idéntico motivo; además de por no perder su paciente y ejemplar empleo. Cuando la mirada a otra persona se convierte en una inesperada perspectiva de Dios la cosa cambia. Pero hoy parece que hay muchos que no entiende la palabra Dios: no lo conciben como lo que es: Verdad detonadora de la propia y genuina biografía en la que uno puede ser una persona digna, un artista en el trato con los demás, un hombre o una mujer maduros, comprometidos con su familia y con el mundo y, ante todo, personas enamoradas de la vida, en las duras y en las maduras.

Bastantes jóvenes dedican tres horas al día a la televisión, una a internet y otra a la play station. Más que suficiente para convertirse en un perfecto inútil, anestesiado del espíritu. La mayoría de la culpa no es de ellos, sino con frecuencia de sus padres que no saben bien lo que es querer porque considero que no se trata sólo de dar cosas y tiempos a sus hijos, sino darse ellos mismos: renunciar a otros proyectos personales porque la familia es el mayor proyecto al que todos los demás pueden subordinarse de un modo real y eficaz.

César encontró al final la verdad de su vida. Miles de madrileños se encontraron ennoblecidos al ayudar a las víctimas del terrorismo; pero muchos, entre los que los jóvenes destacan, no acaban de encontrar una misión que abarque y llene su existencia de un modo vital, diario, hecho de cosas menudas y cotidianas. Existen algunos factores: parece que ahora no es fácil encontrar la llamada vocacional por el mismo motivo que no es fácil quemar un prado verde o que salgan corriendo unos atletas profundamente dormidos al grito de preparados, listos, ya. ¿Qué pasa?

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