Saturday, March 12, 2005

El atractivo de Cristo

Si logramos situarnos en las coordenadas de lo verdaderamente humano, de una vida limpia y honesta, estaremos en condiciones no sólo de intentar ser buenos cristianos -que es mucho- sino de ir profundizando en la intimidad del trato con Cristo. Hay unas palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer que me llaman especialmente la atención: “Cada vez estoy más convencidos de que el cielo es para los que saben ser felices en esta tierra”. Me atrevería a decir que Jesús es el mayor de los vividores porque su vida de entrega redentora y su presencia actual en la Eucaristía nos quieren decir, según escuché a un sabio teólogo, que Él quiere vivir con cada uno de nosotros nuestra propia vida. Esto significa que si queremos podemos vivir su Vida ya aquí, ahora. Tal propósito supone una profunda transformación. Hay que enamorarse de verdad, cambiar de raíz el ángulo de tiro del corazón.

La Eucaristía, la Eternidad en el tiempo, nos hace eternos; nos introduce en una elevación de la vida cotidiana donde lo precario de la condición humana nos lanza, como a una pelota de goma, hacia la belleza y la grandeza divinas que nos transforman.

Escribe Tomás de Aquino que las victorias de nuestros amigos son en cierto sentido nuestras. Ser amigo de Cristo supone participar ya en este mundo de su victoria.

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